—Debe ser difícil ser una guerrera. —La princesa se dirigió a Leela con curiosidad. Ella estaba sentada sobre su cama y Leela parada cerca de la puerta. Pey, la criada de Elena, le servía el desayuno. La princesa Elena no era muy extrovertida y pocas veces comía en el comedor.
—Lo es. —Leela la miró con una sonrisa. Pese a que ella era la prometida del hombre que amaba, Elena, hasta el momento parecía ser una chica amable y no tenía la culpa de todo ese asunto entre ella y Jing—. Pero es emocionante, también.
—No obstante... no es muy femenino serlo —Elena la miró con desprecio— y matas personas. Tienes las manos sucias de sangre.
—Su majestad, usted depende de nosotros los guerreros para su protección. Si ahora mismo viniera su enemigo y la atacara, a usted no le importaría que yo me ensucie las manos para sa
—Leela, no te alejes. —Su madre le advirtió mientras cocinaba en el gran fogón. Su aldea era pequeña y de gente con pocos recursos económicos. Su padre había muerto en la batalla meses atrás, por consiguiente, su madre y ella vivían de la pensión que el rey le dio. Leela tenía doce años y su cuerpo estaba empezando a cambiar por lo que su madre la cuidaba con recelo, dado que no tenían quien las protegiera.Leela siempre fue una niña traviesa e inquieta y a su madre le era difícil controlarla. Ella acostumbraba a adentrarse en el bosque a practicar las técnicas de combate que su padre le había enseñado, pese al regaño y advertencia de su progenitora. Ese día ella se alejó más de la cuenta. Salió a una carretera poco transitada y se adentró en un bosque que quedaba al cruzar la solitaria c
—Cuando vi a Búho en los aires quedé anonadada- —Eli le contaba a Leela con emoción—. Nunca había visto pelear a alguien así. Y luego se unió el príncipe. Había escuchado que es un buen guerrero, pero no sabía que fuera a esa dimensión. Y la forma en que él y Búho se acoplaron, ¡fue increíble! —Una sensación de tristeza y melancolía embargó a Leela. No entendía cómo dos personas que se complementaban tanto como ella y el príncipe, no podían estar juntos. Recordó lo mucho que lloró aquella noche que se despidieron de lo que sentían para empezar de nuevo. Ahora su relación no pasaría más allá que de un príncipe y su subordinada. Llegaron a ese acuerdo y ella no haría nada para obstaculizar las responsabilidades de Jing, aunque se estaba muriendo por
—¿Cómo amaneció? —Edward la abordó en el pasillo rodeando su cintura con sus brazos.—Bien —respondió con una sonrisa—. ¿Usted está bien? —inquirió mirando su rostro con recelo y preocupación. Él sonrió.—Sí. —Besó sus labios.—Al parecer sí lo está. —Ella dijo sobre los labios de él.—¿Desayunamos? —Se apartó y tomó su mano. Ella asintió y ambos se dirigieron a la cafetería.Después de desayunar, decidieron dar un paseo cerca de las montañas. El lugar era hermoso y solitario, pues, no estaban en temporada donde los turistas visitaban, así que había muy pocos visitantes. Caminaron por un largo puente flotante de madera, donde podían apreciar un gran abismo.
Nora llenaba sus maletas con nerviosismo y en llantos. ¿Cómo pudo hacerle aquello? Ella confió en él y él le vio la cara de idiota, ¡cómo deseaba que fuera un sueño y despertar! ¡Cómo deseaba que todo fuera mentira! Tomó su equipaje y le entregó la llave a la recepcionista para que se la dé al administrador del conglomerado, llamó un taxi y se marchó con el corazón hecho pedazos. No tenía las fuerzas para enfrentarlo, tampoco se molestaría en hacerle saber que se marchaba. De todas formas, a él no le importaría, ya que tenía quien la reemplazara. ¡No lo podía creer! Después de todo lo que vivieron juntos. Después de que se acostó con él.—¡Soy una tonta! —sollozó en voz alta ganando la atención del taxista, pero a ella no le importaba lo que é
Leela duró dos semanas en la aldea Dee, donde dejó a un maestro asignado para los entrenamientos.—Maestro —Ken se le acercó bajando el rostro—. Lo voy a extrañar, maestro. Le prometo que voy a entrenar con fervor y voy a ser el mejor guerrero de la aldea. Lograré que se sienta orgulloso de mí.—Deja de referirte a mí como si fuera hombre. —Frunció el ceño—. Y claro que estaré orgullosa de ti. Cuídate y cuida de tus compañeros. —Le levantó el mentón y le dedicó una sonrisa. Él le sonrió también.—¡Gracias, maestro! —Volvió a hacer reverencia. Leela giró los ojos y después de despedirse de todos, se marchó.—¡Leela! —Eli la recibió con un fuerte abrazo—. ¡Qué bueno que está
El príncipe se levantó con ardor en los ojos. Nunca antes había llorado, por lo menos no de esa manera. Después de aquel abuso cuando tenía catorce años, se encerró en sí mismo y cubrió sus sentimientos con una barrera protectora que le servía de fachada ante los demás. Pero tuvo que conocer a Leela. Esa chica insolente e impulsiva que derribó aquella barrera, poco a poco. Una inusitada, pero agradable sensación cubría su pecho, ¿sería aquello paz? Era extraño que desde que empezó a hacerse cercano a Leela, sus traumas se sentían menos pesados y hasta disfrutaba el contacto físico con ella. A decir verdad, se estaba volviendo adicto a sus besos y muestras de cariño. Lástima que no disfrutaría más de aquello, lástima que ella nunca sería su mujer.***Búho
—¡A ti te quería ver! —Ulises se dirigió a Eli con mirada asesina. Eli respiró y lo miró desafiante, disimulando sus nervios. Ella acababa de salir del entrenamiento y estaba abriendo la puerta de su casa, cuando él se apareció emanando humos.—¿Para qué soy buena? —Fingió una sonrisa y lo miró con descaro.—¡Pero qué cínica eres! —Jaló su rizado cabello de la rabia e impotencia, luego se acercó a ella, acorralándola entre él y la puerta—. Eres una loca depravada. Me las pagarás, Eli. ¡Maldita sea! ¡Me la pagarás! —Sus ojos verdes brillaban del coraje y su piel estaba roja.—Cálmateo te va a dar un ataque, niño. —Ulises empezó a reír de la ira. Eli tragó en seco. Sabía que esta v
Edward estaba sentado detrás de su escritorio hablando por teléfono con tono desesperado. Había pasado una semana desde que Nora desapareció y la angustia estaba acabando con su juicio.—¡Una persona no puede desaparecer así por así! —gritó tembloroso. Había agotado todos los recursos posibles. No sabía qué hacer, las lágrimas recorrían sus mejillas de la impotencia—. Cualquier información por más mínima que sea, por favor, hágamela saber de inmediato —cerró el teléfono y cubrió su rostro con sus manos, mientras suspiraba tratando de recuperar el ritmo regular de su respiración—. ¿Dónde estás, Nora? ¿Dónde? —Su teléfono sonó y él lo respondió con ansias y desesperación. La decepción volvió cuando su secretari