Ese día había llovido con furia, por lo tanto, el atardecer estaba oscuro gracias a las nubes. Las calles eran mojadas por las pequeñas gotas que aún caían, aunque la fuerte lluvia ya había cesado.
Una joven vestida de blanco y dorado se paró frente al palacio y entregó una carta a los guardias. Ellos examinaron la carta y después de recorrerla con una mirada morbosa, la dejaron pasar. La joven estaba ceñida con un top que apretaba su pecho marcando un llamativo escote. La prenda era ajustada, haciendo juego con su falda blanca y transparente, que cubría sus piernas hasta los tobillos. Su cabello estaba cubierto, al igual que su rostro, por un turbante blanco con dorado ocultando también los pendientes y gargantillas de oro, pero no su exuberante juego de pulseras y anillo. Calzaba unas diminutas zapatillas doradas y llevaba un maquillaje sensual, claro, solo se podían apreci
Los rebeldes encendieron luces alrededor y en la entrada de la aldea. Aquel pequeño pueblo, estaba rodeado por un gran bosque alejándolos de una menuda y anticuada ciudad que era donde estaban los chicos hospedados. Todos los aldeanos estaban acorralados por una gran multitud de aquellos temidos guerreros. No solo eran crueles y despiadados, también vestían de una forma bestial que asustaba el tan solo mirarlos. Decorados por huesos yclavos entre sus narices y orejas, exagerados tatuajes y pintura sobre sus rostros. Estaban armados hasta los dientes y sus miradas transmitían maldad pura.—¡Pongan a las mujeres y niños aparte! —gritó un gigantón de cabello negro y largo, con una exuberante barba. Tenía una pulsera enorme con púas y ropa de acero. Su mirada era cruel y su voz áspera e intensa como trueno—. Mataremos a los hombres y a las viejas, nos gozaremos a todas
—Entonces, se va de vacaciones. —Edward la miró confundido—. Así de repente.—Sí —Nora asintió—. Hace mucho no las tomo y necesito una semana para resolver un asunto personal.—¿Irá de viaje? —preguntó curioso. Ella asintió.—Bien. —Sonrió—. ¿Nos vemos esta noche? —La miró con picardía.—No creo que eso esté bien, señor Anderson.—¿Por qué no estaría bien? —cuestionó con confusión—. Te irás por una semana, por lo menos dame esta noche. No te imaginas como te voy a extrañar. —Se paró de su silla y se agachó frente a ella, quien estaba sentada frente a su escritorio. Tomó su mentón y besó sus labios, pero Nora se apart&oacut
—Debe ser difícil ser una guerrera. —La princesa se dirigió a Leela con curiosidad. Ella estaba sentada sobre su cama y Leela parada cerca de la puerta. Pey, la criada de Elena, le servía el desayuno. La princesa Elena no era muy extrovertida y pocas veces comía en el comedor.—Lo es. —Leela la miró con una sonrisa. Pese a que ella era la prometida del hombre que amaba, Elena, hasta el momento parecía ser una chica amable y no tenía la culpa de todo ese asunto entre ella y Jing—. Pero es emocionante, también.—No obstante... no es muy femenino serlo —Elena la miró con desprecio— y matas personas. Tienes las manos sucias de sangre.—Su majestad, usted depende de nosotros los guerreros para su protección. Si ahora mismo viniera su enemigo y la atacara, a usted no le importaría que yo me ensucie las manos para sa
—Leela, no te alejes. —Su madre le advirtió mientras cocinaba en el gran fogón. Su aldea era pequeña y de gente con pocos recursos económicos. Su padre había muerto en la batalla meses atrás, por consiguiente, su madre y ella vivían de la pensión que el rey le dio. Leela tenía doce años y su cuerpo estaba empezando a cambiar por lo que su madre la cuidaba con recelo, dado que no tenían quien las protegiera.Leela siempre fue una niña traviesa e inquieta y a su madre le era difícil controlarla. Ella acostumbraba a adentrarse en el bosque a practicar las técnicas de combate que su padre le había enseñado, pese al regaño y advertencia de su progenitora. Ese día ella se alejó más de la cuenta. Salió a una carretera poco transitada y se adentró en un bosque que quedaba al cruzar la solitaria c
—Cuando vi a Búho en los aires quedé anonadada- —Eli le contaba a Leela con emoción—. Nunca había visto pelear a alguien así. Y luego se unió el príncipe. Había escuchado que es un buen guerrero, pero no sabía que fuera a esa dimensión. Y la forma en que él y Búho se acoplaron, ¡fue increíble! —Una sensación de tristeza y melancolía embargó a Leela. No entendía cómo dos personas que se complementaban tanto como ella y el príncipe, no podían estar juntos. Recordó lo mucho que lloró aquella noche que se despidieron de lo que sentían para empezar de nuevo. Ahora su relación no pasaría más allá que de un príncipe y su subordinada. Llegaron a ese acuerdo y ella no haría nada para obstaculizar las responsabilidades de Jing, aunque se estaba muriendo por
—¿Cómo amaneció? —Edward la abordó en el pasillo rodeando su cintura con sus brazos.—Bien —respondió con una sonrisa—. ¿Usted está bien? —inquirió mirando su rostro con recelo y preocupación. Él sonrió.—Sí. —Besó sus labios.—Al parecer sí lo está. —Ella dijo sobre los labios de él.—¿Desayunamos? —Se apartó y tomó su mano. Ella asintió y ambos se dirigieron a la cafetería.Después de desayunar, decidieron dar un paseo cerca de las montañas. El lugar era hermoso y solitario, pues, no estaban en temporada donde los turistas visitaban, así que había muy pocos visitantes. Caminaron por un largo puente flotante de madera, donde podían apreciar un gran abismo.
Nora llenaba sus maletas con nerviosismo y en llantos. ¿Cómo pudo hacerle aquello? Ella confió en él y él le vio la cara de idiota, ¡cómo deseaba que fuera un sueño y despertar! ¡Cómo deseaba que todo fuera mentira! Tomó su equipaje y le entregó la llave a la recepcionista para que se la dé al administrador del conglomerado, llamó un taxi y se marchó con el corazón hecho pedazos. No tenía las fuerzas para enfrentarlo, tampoco se molestaría en hacerle saber que se marchaba. De todas formas, a él no le importaría, ya que tenía quien la reemplazara. ¡No lo podía creer! Después de todo lo que vivieron juntos. Después de que se acostó con él.—¡Soy una tonta! —sollozó en voz alta ganando la atención del taxista, pero a ella no le importaba lo que é
Leela duró dos semanas en la aldea Dee, donde dejó a un maestro asignado para los entrenamientos.—Maestro —Ken se le acercó bajando el rostro—. Lo voy a extrañar, maestro. Le prometo que voy a entrenar con fervor y voy a ser el mejor guerrero de la aldea. Lograré que se sienta orgulloso de mí.—Deja de referirte a mí como si fuera hombre. —Frunció el ceño—. Y claro que estaré orgullosa de ti. Cuídate y cuida de tus compañeros. —Le levantó el mentón y le dedicó una sonrisa. Él le sonrió también.—¡Gracias, maestro! —Volvió a hacer reverencia. Leela giró los ojos y después de despedirse de todos, se marchó.—¡Leela! —Eli la recibió con un fuerte abrazo—. ¡Qué bueno que está