Leela se puso de pie con gran esfuerzo, pues la herida de su brazo dolía hasta quitarle la respiración. Empezó a deshacerse de la bata que el príncipe le envío la noche anterior para darse un baño reconfortante. Ese era el segundo día en la casa de su arrogante amor platónico. Ya se sentía mejor, pero esa herida le hacía estragos. Soltó su cabello, puesto que tenía mucho que no lo lavaba y de repente la puerta se abrió, Leela quedó petrificada al ver la cara del príncipe roja como un tomate. Él no pudo evitar recorrerla con la mirada por unos segundos.
—¡¿Qué no sabe tocar?! —reprochó cubriéndose con lo primero que agarró de la cama. Él cerró la puerta tras sí sin decir palabras, pudo escuchar a Leela desde afuera echando pestes, pero él estaba demasiado ensimismado para responder.
***
—¡Qué vergüenza! —Tapó su rostro con desesperación mientras se lamentaba—. ¿Como lo voy a mirar a la cara? —se quejaba sentada sobre la cama. Había pasado dos horas del incidente, pero el príncipe no volvió a buscarla —cosa que ella agradeció— y ella no había salido de la habitación desde entonces. Los toques en la puerta la sobresaltaron y Leela se puso roja y nerviosa—. ¡Qué no sea el príncipe! ¡Qué no sea el príncipe!
—Señorita, su desayuno. —Se escuchó la voz de una mujer detrás de la puerta. Leela respiró profundo y abrió.
—Gracias —respondió nerviosa—. Por cierto... ¿Ha visto al príncipe?
—Él me envió.
—Y... ¿Estaba enojado? —preguntó temerosa.
—Ummm... —La muchacha pensó un rato—. Enojado, no. Pero estaba extraño.
—¿Extraño?
—Sí —afirmó—. Por cierto, dijo que cuando desayune vaya a su estudio.
—¿Qué? —Llevó una mano a su frente—. ¡Oh Dios, no! —gritó como si hubiera recibido la peor noticia de mundo ganando la atención de la chica, quien abrió los ojos con sorpresa.
—¿Pasa algo? —La muchacha preguntó. Leela negó, por consiguiente, la criada salió de la habitación dejándola sola con su lucha mental.
—¡Ay nooooo! ¡Qué vergüenza! —se lamentó.
***
Leela iba despacio por el pasillo como evitando llegar a su destino o por lo menos alargar la llegada. Tragó en seco cuando se vio frente a la puerta. Respiró varias veces, pero, esto no calmaba su ansiedad. ¿Cómo mirarlo a los ojos? ¿Cómo estar frente a él y fingir que nada pasó? O en este caso, que él no vio nada. Se tapó el rostro con sus dos manos, mientras giraba su cabeza con violencia.
—¡Entra de una buena vez! —Escuchó la voz ronca del príncipe a través de la puerta. Respiró y abrió la puerta lentamente, entonces entró con sus ojos apuntando al piso, pues no tenía el valor de mirarlo. El príncipe dejó salir una sonrisa que ella no notó—. Siéntate, por favor.
—Sí, príncipe —asintió aun con la mirada hacia el pulido suelo y se sentó en un mueble que quedaba cerca de la puerta.
—¿Qué crees que haces? —le reclamó.
—Dijo que me sentara, eso hice —respondió evadiendo su mirada.
—Si vieras en mi dirección entenderías a qué me refiero. —Ella lo miró y entonces entendió. Jing estaba sentado sobre una alfombra con utensilios médicos y mirada inexpresiva—. Te llamé para limpiar tu herida. Acércate, por favor —le pidió con cortesía y ella obedeció sentándose a su lado sin mirarlo, la expresión de él cambió a una más relajada, pues le entretenía su reacción.
—Al parecer, nadie te había visto desnuda antes —respondió con picardía. Ella lo miró y ambos se sonrojaron.
—Le pido por favor que no mencione ese tema. —Ella lo miró fulminante y él no pudo evitar reírse—. ¿Qué es tan gracioso? —preguntó enojada.
—La forma tan inmadura e infantil en que estás tomando el asunto.
—¿Infantil? ¿Inmadura? —Sentía que explotaría de la rabia—. Usted puede ser muy príncipe y dueño de su casa, pero debe aprender a tocar antes de entrar a una habitación, me debe una disculpa. —Se cruzó de brazos.
—Y tú debes asegurarte de que la puerta esté cerrada antes de desnudarte. No te debo nada; entré porque la habitación estaba abierta y, supuse que serías una persona con el juicio bien puesto que no se quitaría la ropa con la puerta abierta.
—¡Ah! —gritó airada y llena de impotencia—. ¡No sabía que estaba abierta!
—¿Porque eres una despistada! Deberías sentir mi presencia y avisarme que no entre. Así me hubieras evitado el trauma. —Leela sintió que su corazón se partió en dos al escuchar aquello. Además de sentirse avergonzada, se le sumó la humillación. En parte él tenía razón, debió percatarse de su presencia y asegurarse de que la puerta estuviera cerrada antes de desnudarse, pero él también debió tocar, es lo que una persona con sentido común haría.
—Y usted es un indecente pervertido —replicó ofendida—. Debió tocar y no lo hizo. Debió salir al instante y tampoco lo hizo. Se quedó mirándome como idiota. Degenerado, imbécil sin escrúpulos. —Se tapó la boca al darse cuenta que acababa de ofender al príncipe. Puso su rostro en el suelo en forma de reverencia y empezó a disculparse. Talvez así le perdonaría la vida. Subió su rostro sorprendida, al escuchar las carcajadas de él. No sabía si sentir alivio o asustarse más, así que empezó a temblar y a sudar frío por la incertidumbre.
—¿Ya terminaste? —preguntó recuperándose de la risa. Leela se incorporó sorprendida.
—¿No va a castigarme? —preguntó con recelo.
—No sé cómo tomar lo que acabas de decir —bromeó—. ¿Acaso es una insinuación?
—¡Ah! —Leela tapó su rostro con las dos manos y el estalló de la risa otra vez—. ¡Usted! —Le apuntó con el dedo.
—En serio, ya —dijo tratando de recuperarse del ataque de risa—. No puedo contigo, Leela, si hubiera sabido que serías tan divertida, te habría invitado antes a mi casa.
Leela no creía lo que escuchaba. ¿De verdad saldría impune de aquello? Él castigó a una guerrera por un comentario que hizo en contra de ella, pero ella lo acababa de ofender y él, ¿se rio?
—¿Acaso me ve cara de bufón? —Se cruzó de brazos.
—Con lo roja que la tienes, diría que sí. —Sonrió—. ¡Pásame el brazo!
—¿Es usted un príncipe?
—¿Qué? —La miró confundido.
—Actúa muy raro.
—La rara eres tú qué quieres que te castigue.
—No es solo eso...
—Oh... Entonces quieres que te castigue...
—¡Claro que no! —negó—. Gracias por perdonar mi imprudencia. —Bajó el rostro—. Lo que no entiendo es por qué usted tiene que curarme —añadió. El príncipe se quedó pensativo. Ni él mismo entendía su comportamiento con ella.
—¿Hay algún problema? Si lo dejo en tus manos terminarás perdiendo el brazo y éste es muy valioso —Ella negó decepcionada. Después de todo, solo le interesaba que su guerrera esté lista para la batalla.
—¡Listo! —anunció guardando los utensilios en una caja.
—¿Puedo preguntarle algo? —Miró al piso avergonzada. Él asintió—. ¿Tan horrible me ve? —Su voz salió con tristeza. Él la miró confundido, pero entonces recordó el comentario anterior.
—Fue una mala broma, Leela —Él desvió la mirada avergonzado—. Aunque a veces, ver algo hermoso y saber que es prohibido te puede traumar.
—¿Ah?
—No te imaginas por la gran inhibición que tengo que pasar, por el hecho de ser un príncipe. —Ella se quedó sorprendida al ver tristeza en sus ojos—. Tú eres la única que me ha desafiado, te atreviste a tratarme como si fuéramos iguales... y por alguna razón extraña, eso no me desagrada. Puede que te considere una amiga, así como a Nico, Esteban y Bruno.
¿Una amiga? No sabía si emocionarse o llorar. Ella definitivamente, lo veía como más que un amigo, pero algo es algo. No todos se pueden dar el lujo de ser amigos del príncipe.
—Siento ser tan atrevida, yo... no pienso antes de hablar.
—Lo sé. —Sonrió. Acercó su rostro y acarició su mejilla. Leela cerró los ojos por instinto, disfrutando de su dulce caricia.
—Mañana tenemos entrenamiento —cambió el tema de repente sacándola de su ensoñación.
Ella asintió decepcionada y un amargor recorrió su pecho; tenerlo tan cerca y tan distante a la vez, le hacía daño. ¿Por qué sentía aquello? ¿Cómo haría para deshacerse de sus sentimientos por él?
—¿Estás bien? —Él le preguntó al ver su mirada triste, por lo que ella asintió fingiendo una sonrisa—. ¿Ya no te gusta entrenar? Porque antes te emocionabas con la idea, y después de lo que sucedió, estoy convencido de que tenemos que reforzar tus entrenamientos. Tus defensas y reflejos no están para nada bien... —Dejó de hablar por el asombro. ¡Leela lo estaba rodeando con sus brazos! No sabía cómo reaccionar, así que se quedó quieto. Ella apretó sus brazos contra él, ahogándose en su pecho, cubriendo las lágrimas que no pudo evitar dejar salir. No podía engañarse más, le dolía quererlo, le dolía que él no sintiera lo mismo y le dolía porque sabía que era imposible.
***
Pasaron cinco días y el brazo de Leela estaba mucho mejor gracias a los cuidados del príncipe y su mejor doctor. Él decidió posponer el entrenamiento hasta que ella se recuperara por completo.
Leela se levantó muy animada y llena de energía. Los primeros días lloraba todas las noches por la cercanía del príncipe, pero una mañana, decidió dejar sus sentimientos a un lado y enfocarse en mejorar y ser una buena guerrera y espía. Su relación con Jing cambió mucho de formal a informal, y pudo ver un lado más humano en él que causó que se enamorara más de lo que ya estaba. Pero no. Debía hacer caso omiso a esos sentimientos y enfocarse en mejorar sus reflejos, asimismo, en la batalla que se aproximaba.
Después de desayunar con el príncipe, salieron al hermoso patio y él la dirigió hacia el fondo donde empezaba el bosque.
—Vamos. —Extendió su mano hacia ella—. Tu entrenamiento como una verdadera espía oficial, empieza hoy.
—¡Ah! —Leela se quejó secando el sudor de su frente—. Admítalo, se está vengando por la ofensa del otro día —acusó hastiada, provocando que el príncipe explote de la risa—. ¡Y se atreve a reírse!—Ja, ja, ja, ja… —Jing no podía parar, las lágrimas salían de sus ojos mientras que Leela cruzó los brazos enojada—. Para que veas lo cortés que soy, te voy a dar una hora de descanso para que almuerces.—¡En serio! —gritó emocionada, ya que solo contaba con diez minutos para desayunar, quince para almorzar y diez para cenar. Luego entrenaban hasta tarde y dormían siete horas.—Vamos —le indicó. Ella lo siguió, se sentaron bajo un árbol y sacaron comida de una canasta. Jing sonrió al verla comer con tantas ansias—.
Después de lo sucedido, el comportamiento del príncipe cambió a frío e indiferente. Leela interpretó su arrebato como un sentimiento de lástima y pesar. No quería tener falsas esperanzas ni ilusionarse con un imposible. Siguieron sus entrenamientos como de costumbre, solo que recuperar la confianza y compañerismo que habían cultivado esos días antes de aquel beso, fue muy difícil.—¡Concéntrate! —Escuchaba la voz del príncipe en algún lugar. Ya hacían varios días que practicaban el mismo entrenamiento y, aunque había mejorado a diferencia del principio, todavía no lo dominaba.Tenía los ojos vendados y estaba vestida con una ropa especial que llevaba el triple de su peso. Al principio, no podía moverse, pero ahora le era fácil utilizar sus técnicas sin perder flexibilidad. La idea era per
Había pasado una semana desde el incidente con el gato, por lo que Nora decidió retomar su rutina. Pese a que su jefe le insistió para que se tomara unos días más, ella quiso volver a su trabajo, puesto que sus manos estaban mucho mejor.—¿Algún chisme nuevo? —preguntó a Lidia quien la siguió hasta la oficina.—¿Cómo lo supiste? —respondió con otra pregunta casi saltando de la emoción, ya que el chisme era su pasatiempo favorito.—No creo que me hayas seguido hasta aquí por lo mucho que me extrañaste —dijo con ironía, mientras se tiraba sobre su silla reclinable.—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Se hizo la ofendida—. Vine para saber cómo estás y por supuesto, aprovechar para darte la última bomba.—Unjú
—Leela... Leela... —La voz era como un susurro—. Estaba sola en una planicie alumbrada con la luz del cielo, pero no era el sol. Podía ver las estrellas y una luna ostentosa y amarilla, acompañadas de aquella luz brillante rodeada de diferentes colores, como si danzara con un arcoíris. De repente, un resplandor la envolvió, dentro de este, luces de colores y chispas amarillas se movían a su alrededor. En el centro había como una bombilla, al menos eso creía que era, porque era la fuente de aquella luz brillante—. Leela… —Escuchaba un poco más claro y mientras más se adentraba en el resplandor, más evidente era la voz, que dejó de ser una sola para convertirse en el murmullo de varias personas. Era confuso y difícil de entender lo que decían.—Tres tiempos. —Creyó haber escuchado, ya que todos hablaban a la par&mda
Después de desayunar, Leela se preparó para regresar al campamento. Salió a observar el hermoso patio por última vez. Todos los momentos vividos allí con el príncipe en esas tres semanas, inundaron su mente haciéndola reír como tonta.—¿Me esperas? —Salió de su ensoñación al escuchar esa voz que estremecía todo su ser—. Debo hacer algo antes de ir al campamento.—Prefiero irme por mi cuenta —expresó con frialdad—. Debo ir a casa antes de unirme al entrenamiento. Además, necesito ponerme una ropa que se adecúe más a mí—dijo mirando las anchas prendas.—Tienes razón. —La miró divertido—. Pareces una abuelita con esa ropa nada atractiva. —Jing se burló y ella bufó—. Entonces, nos vemos en el campamento. —Se le ace
Ese día había llovido con furia, por lo tanto, el atardecer estaba oscuro gracias a las nubes. Las calles eran mojadas por las pequeñas gotas que aún caían, aunque la fuerte lluvia ya había cesado.Una joven vestida de blanco y dorado se paró frente al palacio y entregó una carta a los guardias. Ellos examinaron la carta y después de recorrerla con una mirada morbosa, la dejaron pasar. La joven estaba ceñida con un top que apretaba su pecho marcando un llamativo escote. La prenda era ajustada, haciendo juego con su falda blanca y transparente, que cubría sus piernas hasta los tobillos. Su cabelloestaba cubierto, al igual que su rostro, por un turbante blanco con dorado ocultando también los pendientes y gargantillas de oro, pero no su exuberante juego de pulseras y anillo. Calzaba unas diminutas zapatillas doradas y llevaba un maquillaje sensual, claro, solo se podían apreci
Los rebeldes encendieron luces alrededor y en la entrada de la aldea. Aquel pequeño pueblo, estaba rodeado por un gran bosque alejándolos de una menuda y anticuada ciudad que era donde estaban los chicos hospedados. Todos los aldeanos estaban acorralados por una gran multitud de aquellos temidos guerreros. No solo eran crueles y despiadados, también vestían de una forma bestial que asustaba el tan solo mirarlos. Decorados por huesos yclavos entre sus narices y orejas, exagerados tatuajes y pintura sobre sus rostros. Estaban armados hasta los dientes y sus miradas transmitían maldad pura.—¡Pongan a las mujeres y niños aparte! —gritó un gigantón de cabello negro y largo, con una exuberante barba. Tenía una pulsera enorme con púas y ropa de acero. Su mirada era cruel y su voz áspera e intensa como trueno—. Mataremos a los hombres y a las viejas, nos gozaremos a todas
—Entonces, se va de vacaciones. —Edward la miró confundido—. Así de repente.—Sí —Nora asintió—. Hace mucho no las tomo y necesito una semana para resolver un asunto personal.—¿Irá de viaje? —preguntó curioso. Ella asintió.—Bien. —Sonrió—. ¿Nos vemos esta noche? —La miró con picardía.—No creo que eso esté bien, señor Anderson.—¿Por qué no estaría bien? —cuestionó con confusión—. Te irás por una semana, por lo menos dame esta noche. No te imaginas como te voy a extrañar. —Se paró de su silla y se agachó frente a ella, quien estaba sentada frente a su escritorio. Tomó su mentón y besó sus labios, pero Nora se apart&oacut