Capítulo 11

 —¡Qué dolor de cabeza! —se quejó en voz alta. Alguien entró a su oficina—. ¡A ti te quería ver, Lidia! —gritó eufórica—. ¿Cómo te atreviste a inventar ese rumor?

 —Te dije que un chisme se acaba con otro chisme. —Sonrió airosa—. Ahora todos hablan sobre ti y Marcos. Deberías agradecerme.

 —¡Ahhhh! —Se agarró los cabellos del coraje—. ¡¿Debería agradecerte?! Todos hablan de esa dichosa relación, incluso mi je... —Hizo silencio.

 —¿Incluso...? —Lidia repitió esperando que completara la frase.

 —¡Olvídalo! 

 —No te enojes. Solo será por un tiempo, luego surgirá algo nuevo que los hará olvidar el asunto.

 —¡No es solo eso!  No quiero malentendidos ni que eso aumente el interés de Marcos.

 —¿Por qué no? —Su amiga posó las manos sobre su cintura—. Deberías darle una oportunidad. Eres tan afortunada de que él te mire con otros ojos. No te imaginas a cuantas les gustaría tener tu suerte.

 —Pues a mí no me interesa—replicó tajante.

 —Me imagino —la miró con picardía— y menos ahora que te atrae el jefe. —Nora se atragantó con su café y empezó a toser.

 —¿De dónde sacas esa tontería? —cuestionó nerviosa—. Apenas conozco a ese hombre.

 —¿Y? Es un papito delicioso. Es normal que te atraiga, pero cualquier cosa que estés empezando a sentir por él, debes eliminarlo. Eso te puede traer problemas —advirtió.

 —Lo sé —dijo en forma de lamento—. Pero estás gastando saliva en balde, a mí no me interesa él.

 —Entonces, sé una mujer normal y déjate llevar con Marcos. Él es un buen hombre —aconsejó con preocupación y salió de allí dejando a Nora pensativa.

 —No creo que yo sea una persona común y corriente —dijo para sí y, por alguna razón extraña, sintió que alguien le había dicho eso antes.

***

Llegó a su casa muerta del cansancio, pues se había pasado el día entero en la oficina adelantando trabajo. Esa era la forma de evitar aquella situación que la estaba volviendo loca. No volvió a ver a su jefe, y si bien estaba algo aliviada con eso, por alguna razón extraña, se sentía ansiosa. 

 —Angelito, aquí estás. —Vio al gatito en la entrada—. ¿Estás bien, pequeño? —preguntó cuando se percató de que el animalito temblaba. Fue a acariciarlo, pero este arremetió en su contra mordiendo su mano con ira. Ella se apartó espantada y sorprendida a la vez, pues, el gato no había sido agresivo con ella antes. Él la enfrentaba con un bufido amenazante que dejaban ver sus pequeños colmillos—. ¿Qué te sucede, Angelito? —balbuceó con voz temblorosa. Estaba pasmada, con la mano ensangrentada y sin saber qué hacer, temía que el gato volviera a atacarla. El felino se le lanzó y ella lo atrapó con sus dos manos. Mala idea, pues, él empezó a arañarla y a morderla.

Ella tiró de él y éste salió corriendo, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Sus manos lucían horribles. Iba a ser difícil llamar un taxi, dadas las condiciones de estas. Su cartera se llenó de sangre al sacar el móvil que en ese momento sonó.

 —¿Hola? —El número era desconocido.

 —¿Nora? —¡Esa voz!

 —¿Sr. Anderson? —preguntó sorprendida—. ¿Cómo tiene mi número?

 —¡Es en serio! —espetó sarcástico y ella sonrió por su torpeza.

 —Cierto, es mi jefe, me imagino que lo tomó de mi perfil de empleada. ¿Pasa algo?

 —Ah... —Hubo un silencio—. Es que... —Nora se quejó, pues ya no soportaba el dolor y ardor—.  ¿Está bien?

 —En realidad, no —respondió sintiéndose mareada—. Justo iba a llamar un taxi para ir a emergencias.

 —¿Qué sucedió? —Su tono subió con preocupación.

 —Nada de qué preocuparse —restó importancia—. Fui atacada por un gato y mis manos están sangrando mucho, temo que se infecten.

 —¿Dónde está? —inquirió agitado, como si empezara a moverse con rapidez.

 —No se preocupe, yo llamó un taxi...

 —¡¿Dónde está?! —la interrumpió insistente.

 —Frente a mi casa —dijo dudosa.

 —Espéreme ahí, estoy cerca. —Cortó la llamada.

En menos de diez minutos el carro de su jefe se parqueó frente a ella. Salió con prisa y la miró horrorizado.

 —¿Eso fue un gato?

 —Sí —asintió.

 —Vamos a una clínica rápido, eso se ve muy mal. —La tomó del brazo y le abrió el copiloto. Llegaron a emergencias y la atendieron con rapidez, pues, realmente estaba mal herida. Le recetaron antibióticos y analgésicos, además de un jabón y crema antiséptica para limpiar sus heridas. Salió con ambas manos vendadas. 

 —Vámonos. —Él caminó junto a ella con el bolso en mano. Mientras Nora era atendida, Edward aprovechó para limpiarlo en el baño. La ayudó a acomodarse en el auto y luego emprendió la marcha—. Debemos hacer una parada en la farmacia —Edward indicó.

 —¿Cree que encontremos alguna abierta? —preguntó atolondrada por el efecto del medicamento.

 —¡Por supuesto! —afirmó con seguridad—. Hay farmacias que no cierran. —Se estacionó frente a una droguería y salió del auto dejándola allí. A los pocos minutos regresó con una bolsa plástica. Emprendió el viaje, pero cuando habían avanzado el auto se detuvo de golpe en una calle solitaria. El impacto fue fuerte y Nora sintió que las manos se les desgarraban del dolor.

 —¿Está bien? —indagó preocupado y suspiró cuando Nora asintió—. ¡Lo que faltaba! —se quejó—. Se explotó una llanta. —Bajó sigiloso a observar la goma dañada.

 —Me imagino que tiene una repuesta. —Nora mencionó saliendo del vehículo.

 —¡Claro que sí! —respondió abriendo el baúl—. Creo que debería volver al auto y descansar.

 —Prefiero hacerle compañía y respirar aire fresco —refutó y él negó resignado. Hablaron de cosas vanas mientras su jefe cambiaba la llanta.

 —Por cierto, Nora, explíqueme como terminó herida por un gato.

 —Lo encontré frente a mi puerta hace unas semanas y desde entonces lo he cuidado y alimentado. Hoy estaba afuera temblando, me acerqué y él me atacó. Fue muy extraño, parecía poseído por algo.

 —Vaya... —dijo pensativo—. ¿Qué le habrá pasado? ¿Cree que haya tenido rabia? —inquirió alarmado.

 —No lo sé... —respondió dudosa—. Me vacunaron contra la rabia, ellos sospecharon que pudo haber sido eso.

 —¡Listo! —exclamó con una sonrisa de victoria.

 —¡Bien! —Ella celebró. Por fin podría ir a casa y descansar.

 —¡Mira lo que tenemos por aquí! —Un grupo de vándalos los rodearon. Edward se quedó quieto observándolos con recelo, mientras que Nora empezó a temblar de los nervios—. Ese auto se ve bien —ironizó uno de ellos.

 —Tomen lo que quieran —dijo Edward sin dejar de mirarlos.

 —Claro que lo haremos, pero primero vamos a divertirnos un poco. —El ladrón insinuó recorriendo a Nora con mirada lasciva.

 —¡Ni se te ocurra, idiota! —Edward lo fulminó con la mirada.

 —Ja, ja, ja, ja, ja. —El tipo empezó a reír con sorna y todo el grupo lo imitó—. A ti, niño lindo, te romperé cada hueso, y disfrutaré al desfigurar tu carita de galán. No sé qué haré primero, romperte la madre o jugar con este bombón... creo que será más divertido que me veas cogerme a tu novia. 

 —No creo que vaya a pasar nada de lo que dijiste. —Edward sonrió con malicia ganando la risa histérica del malandro, quien le lanzó un golpe, pero éste atrapó su brazo con fuerza y lo dobló hasta que se escuchó un sonido crujiente que desató un gritó de dolor en el vándalo. Los demás se apresuraron a atacarlo y él los esquivó, luego los pateó a todos, dejándolos tirados en el piso. Tomó a Nora del brazo y la subió al auto. Habían arrancado con rapidez, cuando ella salió de su asombro.

 —¡Qué rayos fue eso! —Ella soltó de repente rompiendo el silencio que reinaba en el vehículo.

 —Créame que estoy tan sorprendido como usted —le respondió sin quitar la mirada de la carretera.

 —No sabía que podía pelear de esa manera… —No salía de su asombro—. Los derribó de un solo movimiento y le rompió el brazo a ese tipo como si estuviera doblando un pedazo de masilla. ¿De dónde sacó esa fuerza? 

 —¡No lo sé! —profirió desconcertado.

 —¿No lo sabe? —cuestionó irritada.

 —No lo sé..., nunca en mi vida había peleado con alguien. No sé cómo rayos enfrenté a esos hombres.

 —¡No lo puedo creer! —exclamó no creyendo su respuesta. Él la miró de reojo.

 —Le juro que no estoy mintiendo. —Respiró profundo—. Últimamente me pasan cosas extrañas, Nora. 

 —¿Cosas extrañas?

 —No lo entendería.

Ella asintió pensativa. Talvez no era el momento de hablar, pero buscaría la forma de saber a qué se refería. Puede que él tuviera esas respuestas que ella tanto buscaba. Le daba la sensación de que ellos tenían algún tipo de conexión.

Llegaron a su apartamento en silencio, pues ambos estaban bajo los efectos de la impresión. Él la ayudó a salir del auto.

 —¿En cuál bolsillo está su llave? —preguntó avergonzado, pues le era incómodo rebuscar en el bolso de una mujer. Ella no pudo evitar la risa, así como derretirse de la ternura al ver su rostro sonrojado.

Entraron al pequeño, pero acogedor apartamento. Él observó todo el lugar con curiosidad. Estaba bien decorado pero un poco desordenado, todo lo contrario, al de él, que siempre estaba reluciente

—¡Y dicen que las mujeres son las ordenadas! —pensó en voz alta y Nora se sonrojó de la vergüenza.

 —Lo siento, he estado ocupada estos días... —Bajó el rostro con sonrojo.

 —No, no se preocupe. —Rascó su cabeza—. No es que esté tan desordenado...

  «¡Rayos!», maldijo en sus adentros por meter la pata otra vez.

  —¡Olvídelo, Nora! Es su apartamento y no está mal. Disculpe mi imprudencia. 

  —Está bien. Sí está un poco desordenado. —Sonrió. Él le devolvió la sonrisa y ambos se quedaron mirándose a los ojos—. Gracias por su ayuda.

 —No tiene que agradecerme, me encanta ayudarla. —Otra vez se cruzaron sus miradas y Nora sentía que el corazón le saldría del pecho. Miró sus labios carnosos. Él la descubrió y se sonrojó—. Ah... creo... que debo irme —balbuceó sin dejar de mirarla. No entendía ese sentimiento, esa sensación... ¿Esa atracción?

 —¿No quiere beber algo? —preguntó con timidez. ¿Acaso lo estaba reteniendo?— . Tengo un vino sin abrir.

 —No podría resistirme a eso. —Sonrió—. ¿Dónde está? —Ella le indicó donde encontrarlo y también la ubicación de las copas. Él sirvió del vino y la miró preocupado—. ¿Como va a tomarlo? —Miró sus manos vendadas.

 —No creo que sea tan grave sostener una copa —respondió tomándola y de inmediato sintió un punzón en la mano, pero disimuló el dolor. Ambos se sentaron en el sofá y otra vez sus miradas se cruzaron. ¿Por qué no podían dejar de mirarse? ¿Por qué le impresionaba tanto ese hombre? ¡Ah, cierto! ¡Los sueños! De repente, Nora se sintió tan cansada que se dejó caer en el costado del sofá y se durmió.

 —¡Lo que me faltaba! —Él meneó la cabeza—. Tendré que llevarla a su habitación y temo lo que pueda encontrar allí mal puesto —dijo para sí mirando el apartamento—. Nora... Nora... —Trató de despertarla, pero fue inútil.

La tomó en sus brazos y empezó a adivinar donde quedaba el dormitorio, cosa que no fue difícil, dado el tamaño del lugar. Abrió la puerta y trató de enfocar su mirada solo en la cama. La puso con cuidado y quitó sus zapatos. No pudo evitar mirar sus largas y entonadas piernas. Lamió sus labios y meneó su cabeza con fuerza para deshacerse de esos pensamientos. Se acercó a ella y la ternura lo invadió. Se veía tan linda dormida.

 Se quedó como tonto admirando su respiración entretenido, entonces no pudo soportar la tentación de acariciar sus mejillas suavemente y sintió como si estuviera viviendo un déjà vu. Tenía la sensación de que había experimentado algo similar. Pero ¿dónde? ¿Cuándo? ¿Con quién? Miró sus labios. Debía salir de allí o se volvería loco. Besó su frente y dejó el apartamento con desconcierto.

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