—¡Qué dolor de cabeza! —se quejó en voz alta. Alguien entró a su oficina—. ¡A ti te quería ver, Lidia! —gritó eufórica—. ¿Cómo te atreviste a inventar ese rumor?
—Te dije que un chisme se acaba con otro chisme. —Sonrió airosa—. Ahora todos hablan sobre ti y Marcos. Deberías agradecerme.
—¡Ahhhh! —Se agarró los cabellos del coraje—. ¡¿Debería agradecerte?! Todos hablan de esa dichosa relación, incluso mi je... —Hizo silencio.
—¿Incluso...? —Lidia repitió esperando que completara la frase.
—¡Olvídalo!
—No te enojes. Solo será por un tiempo, luego surgirá algo nuevo que los hará olvidar el asunto.
—¡No es solo eso! No quiero malentendidos ni que eso aumente el interés de Marcos.
—¿Por qué no? —Su amiga posó las manos sobre su cintura—. Deberías darle una oportunidad. Eres tan afortunada de que él te mire con otros ojos. No te imaginas a cuantas les gustaría tener tu suerte.
—Pues a mí no me interesa—replicó tajante.
—Me imagino —la miró con picardía— y menos ahora que te atrae el jefe. —Nora se atragantó con su café y empezó a toser.
—¿De dónde sacas esa tontería? —cuestionó nerviosa—. Apenas conozco a ese hombre.
—¿Y? Es un papito delicioso. Es normal que te atraiga, pero cualquier cosa que estés empezando a sentir por él, debes eliminarlo. Eso te puede traer problemas —advirtió.
—Lo sé —dijo en forma de lamento—. Pero estás gastando saliva en balde, a mí no me interesa él.
—Entonces, sé una mujer normal y déjate llevar con Marcos. Él es un buen hombre —aconsejó con preocupación y salió de allí dejando a Nora pensativa.
—No creo que yo sea una persona común y corriente —dijo para sí y, por alguna razón extraña, sintió que alguien le había dicho eso antes.
***
Llegó a su casa muerta del cansancio, pues se había pasado el día entero en la oficina adelantando trabajo. Esa era la forma de evitar aquella situación que la estaba volviendo loca. No volvió a ver a su jefe, y si bien estaba algo aliviada con eso, por alguna razón extraña, se sentía ansiosa.
—Angelito, aquí estás. —Vio al gatito en la entrada—. ¿Estás bien, pequeño? —preguntó cuando se percató de que el animalito temblaba. Fue a acariciarlo, pero este arremetió en su contra mordiendo su mano con ira. Ella se apartó espantada y sorprendida a la vez, pues, el gato no había sido agresivo con ella antes. Él la enfrentaba con un bufido amenazante que dejaban ver sus pequeños colmillos—. ¿Qué te sucede, Angelito? —balbuceó con voz temblorosa. Estaba pasmada, con la mano ensangrentada y sin saber qué hacer, temía que el gato volviera a atacarla. El felino se le lanzó y ella lo atrapó con sus dos manos. Mala idea, pues, él empezó a arañarla y a morderla.
Ella tiró de él y éste salió corriendo, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Sus manos lucían horribles. Iba a ser difícil llamar un taxi, dadas las condiciones de estas. Su cartera se llenó de sangre al sacar el móvil que en ese momento sonó.
—¿Hola? —El número era desconocido.
—¿Nora? —¡Esa voz!
—¿Sr. Anderson? —preguntó sorprendida—. ¿Cómo tiene mi número?
—¡Es en serio! —espetó sarcástico y ella sonrió por su torpeza.
—Cierto, es mi jefe, me imagino que lo tomó de mi perfil de empleada. ¿Pasa algo?
—Ah... —Hubo un silencio—. Es que... —Nora se quejó, pues ya no soportaba el dolor y ardor—. ¿Está bien?
—En realidad, no —respondió sintiéndose mareada—. Justo iba a llamar un taxi para ir a emergencias.
—¿Qué sucedió? —Su tono subió con preocupación.
—Nada de qué preocuparse —restó importancia—. Fui atacada por un gato y mis manos están sangrando mucho, temo que se infecten.
—¿Dónde está? —inquirió agitado, como si empezara a moverse con rapidez.
—No se preocupe, yo llamó un taxi...
—¡¿Dónde está?! —la interrumpió insistente.
—Frente a mi casa —dijo dudosa.
—Espéreme ahí, estoy cerca. —Cortó la llamada.
En menos de diez minutos el carro de su jefe se parqueó frente a ella. Salió con prisa y la miró horrorizado.
—¿Eso fue un gato?
—Sí —asintió.
—Vamos a una clínica rápido, eso se ve muy mal. —La tomó del brazo y le abrió el copiloto. Llegaron a emergencias y la atendieron con rapidez, pues, realmente estaba mal herida. Le recetaron antibióticos y analgésicos, además de un jabón y crema antiséptica para limpiar sus heridas. Salió con ambas manos vendadas.
—Vámonos. —Él caminó junto a ella con el bolso en mano. Mientras Nora era atendida, Edward aprovechó para limpiarlo en el baño. La ayudó a acomodarse en el auto y luego emprendió la marcha—. Debemos hacer una parada en la farmacia —Edward indicó.
—¿Cree que encontremos alguna abierta? —preguntó atolondrada por el efecto del medicamento.
—¡Por supuesto! —afirmó con seguridad—. Hay farmacias que no cierran. —Se estacionó frente a una droguería y salió del auto dejándola allí. A los pocos minutos regresó con una bolsa plástica. Emprendió el viaje, pero cuando habían avanzado el auto se detuvo de golpe en una calle solitaria. El impacto fue fuerte y Nora sintió que las manos se les desgarraban del dolor.
—¿Está bien? —indagó preocupado y suspiró cuando Nora asintió—. ¡Lo que faltaba! —se quejó—. Se explotó una llanta. —Bajó sigiloso a observar la goma dañada.
—Me imagino que tiene una repuesta. —Nora mencionó saliendo del vehículo.
—¡Claro que sí! —respondió abriendo el baúl—. Creo que debería volver al auto y descansar.
—Prefiero hacerle compañía y respirar aire fresco —refutó y él negó resignado. Hablaron de cosas vanas mientras su jefe cambiaba la llanta.
—Por cierto, Nora, explíqueme como terminó herida por un gato.
—Lo encontré frente a mi puerta hace unas semanas y desde entonces lo he cuidado y alimentado. Hoy estaba afuera temblando, me acerqué y él me atacó. Fue muy extraño, parecía poseído por algo.
—Vaya... —dijo pensativo—. ¿Qué le habrá pasado? ¿Cree que haya tenido rabia? —inquirió alarmado.
—No lo sé... —respondió dudosa—. Me vacunaron contra la rabia, ellos sospecharon que pudo haber sido eso.
—¡Listo! —exclamó con una sonrisa de victoria.
—¡Bien! —Ella celebró. Por fin podría ir a casa y descansar.
—¡Mira lo que tenemos por aquí! —Un grupo de vándalos los rodearon. Edward se quedó quieto observándolos con recelo, mientras que Nora empezó a temblar de los nervios—. Ese auto se ve bien —ironizó uno de ellos.
—Tomen lo que quieran —dijo Edward sin dejar de mirarlos.
—Claro que lo haremos, pero primero vamos a divertirnos un poco. —El ladrón insinuó recorriendo a Nora con mirada lasciva.
—¡Ni se te ocurra, idiota! —Edward lo fulminó con la mirada.
—Ja, ja, ja, ja, ja. —El tipo empezó a reír con sorna y todo el grupo lo imitó—. A ti, niño lindo, te romperé cada hueso, y disfrutaré al desfigurar tu carita de galán. No sé qué haré primero, romperte la madre o jugar con este bombón... creo que será más divertido que me veas cogerme a tu novia.
—No creo que vaya a pasar nada de lo que dijiste. —Edward sonrió con malicia ganando la risa histérica del malandro, quien le lanzó un golpe, pero éste atrapó su brazo con fuerza y lo dobló hasta que se escuchó un sonido crujiente que desató un gritó de dolor en el vándalo. Los demás se apresuraron a atacarlo y él los esquivó, luego los pateó a todos, dejándolos tirados en el piso. Tomó a Nora del brazo y la subió al auto. Habían arrancado con rapidez, cuando ella salió de su asombro.
—¡Qué rayos fue eso! —Ella soltó de repente rompiendo el silencio que reinaba en el vehículo.
—Créame que estoy tan sorprendido como usted —le respondió sin quitar la mirada de la carretera.
—No sabía que podía pelear de esa manera… —No salía de su asombro—. Los derribó de un solo movimiento y le rompió el brazo a ese tipo como si estuviera doblando un pedazo de masilla. ¿De dónde sacó esa fuerza?
—¡No lo sé! —profirió desconcertado.
—¿No lo sabe? —cuestionó irritada.
—No lo sé..., nunca en mi vida había peleado con alguien. No sé cómo rayos enfrenté a esos hombres.
—¡No lo puedo creer! —exclamó no creyendo su respuesta. Él la miró de reojo.
—Le juro que no estoy mintiendo. —Respiró profundo—. Últimamente me pasan cosas extrañas, Nora.
—¿Cosas extrañas?
—No lo entendería.
Ella asintió pensativa. Talvez no era el momento de hablar, pero buscaría la forma de saber a qué se refería. Puede que él tuviera esas respuestas que ella tanto buscaba. Le daba la sensación de que ellos tenían algún tipo de conexión.
Llegaron a su apartamento en silencio, pues ambos estaban bajo los efectos de la impresión. Él la ayudó a salir del auto.
—¿En cuál bolsillo está su llave? —preguntó avergonzado, pues le era incómodo rebuscar en el bolso de una mujer. Ella no pudo evitar la risa, así como derretirse de la ternura al ver su rostro sonrojado.
Entraron al pequeño, pero acogedor apartamento. Él observó todo el lugar con curiosidad. Estaba bien decorado pero un poco desordenado, todo lo contrario, al de él, que siempre estaba reluciente
—¡Y dicen que las mujeres son las ordenadas! —pensó en voz alta y Nora se sonrojó de la vergüenza.
—Lo siento, he estado ocupada estos días... —Bajó el rostro con sonrojo.
—No, no se preocupe. —Rascó su cabeza—. No es que esté tan desordenado...
«¡Rayos!», maldijo en sus adentros por meter la pata otra vez.
—¡Olvídelo, Nora! Es su apartamento y no está mal. Disculpe mi imprudencia.
—Está bien. Sí está un poco desordenado. —Sonrió. Él le devolvió la sonrisa y ambos se quedaron mirándose a los ojos—. Gracias por su ayuda.
—No tiene que agradecerme, me encanta ayudarla. —Otra vez se cruzaron sus miradas y Nora sentía que el corazón le saldría del pecho. Miró sus labios carnosos. Él la descubrió y se sonrojó—. Ah... creo... que debo irme —balbuceó sin dejar de mirarla. No entendía ese sentimiento, esa sensación... ¿Esa atracción?
—¿No quiere beber algo? —preguntó con timidez. ¿Acaso lo estaba reteniendo?— . Tengo un vino sin abrir.
—No podría resistirme a eso. —Sonrió—. ¿Dónde está? —Ella le indicó donde encontrarlo y también la ubicación de las copas. Él sirvió del vino y la miró preocupado—. ¿Como va a tomarlo? —Miró sus manos vendadas.
—No creo que sea tan grave sostener una copa —respondió tomándola y de inmediato sintió un punzón en la mano, pero disimuló el dolor. Ambos se sentaron en el sofá y otra vez sus miradas se cruzaron. ¿Por qué no podían dejar de mirarse? ¿Por qué le impresionaba tanto ese hombre? ¡Ah, cierto! ¡Los sueños! De repente, Nora se sintió tan cansada que se dejó caer en el costado del sofá y se durmió.
—¡Lo que me faltaba! —Él meneó la cabeza—. Tendré que llevarla a su habitación y temo lo que pueda encontrar allí mal puesto —dijo para sí mirando el apartamento—. Nora... Nora... —Trató de despertarla, pero fue inútil.
La tomó en sus brazos y empezó a adivinar donde quedaba el dormitorio, cosa que no fue difícil, dado el tamaño del lugar. Abrió la puerta y trató de enfocar su mirada solo en la cama. La puso con cuidado y quitó sus zapatos. No pudo evitar mirar sus largas y entonadas piernas. Lamió sus labios y meneó su cabeza con fuerza para deshacerse de esos pensamientos. Se acercó a ella y la ternura lo invadió. Se veía tan linda dormida.
Se quedó como tonto admirando su respiración entretenido, entonces no pudo soportar la tentación de acariciar sus mejillas suavemente y sintió como si estuviera viviendo un déjà vu. Tenía la sensación de que había experimentado algo similar. Pero ¿dónde? ¿Cuándo? ¿Con quién? Miró sus labios. Debía salir de allí o se volvería loco. Besó su frente y dejó el apartamento con desconcierto.
Leela se puso de pie con gran esfuerzo, pues la herida de su brazo dolía hasta quitarle la respiración. Empezó a deshacerse de la bata que el príncipe le envío la noche anterior para darse un baño reconfortante. Ese era el segundo día en la casa de su arrogante amor platónico. Ya se sentía mejor, pero esa herida le hacía estragos. Soltó su cabello, puesto que tenía mucho que no lo lavaba y de repente la puerta se abrió, Leela quedó petrificada al ver la cara del príncipe roja como un tomate. Él no pudo evitar recorrerla con la mirada por unos segundos.—¡¿Qué no sabe tocar?! —reprochó cubriéndose con lo primero que agarró de la cama. Él cerró la puerta tras sí sin decir palabras, pudo escuchar a Leela desde afuera echando pestes, pero él estaba demasiado ensimismado para responder
—¡Ah! —Leela se quejó secando el sudor de su frente—. Admítalo, se está vengando por la ofensa del otro día —acusó hastiada, provocando que el príncipe explote de la risa—. ¡Y se atreve a reírse!—Ja, ja, ja, ja… —Jing no podía parar, las lágrimas salían de sus ojos mientras que Leela cruzó los brazos enojada—. Para que veas lo cortés que soy, te voy a dar una hora de descanso para que almuerces.—¡En serio! —gritó emocionada, ya que solo contaba con diez minutos para desayunar, quince para almorzar y diez para cenar. Luego entrenaban hasta tarde y dormían siete horas.—Vamos —le indicó. Ella lo siguió, se sentaron bajo un árbol y sacaron comida de una canasta. Jing sonrió al verla comer con tantas ansias—.
Después de lo sucedido, el comportamiento del príncipe cambió a frío e indiferente. Leela interpretó su arrebato como un sentimiento de lástima y pesar. No quería tener falsas esperanzas ni ilusionarse con un imposible. Siguieron sus entrenamientos como de costumbre, solo que recuperar la confianza y compañerismo que habían cultivado esos días antes de aquel beso, fue muy difícil.—¡Concéntrate! —Escuchaba la voz del príncipe en algún lugar. Ya hacían varios días que practicaban el mismo entrenamiento y, aunque había mejorado a diferencia del principio, todavía no lo dominaba.Tenía los ojos vendados y estaba vestida con una ropa especial que llevaba el triple de su peso. Al principio, no podía moverse, pero ahora le era fácil utilizar sus técnicas sin perder flexibilidad. La idea era per
Había pasado una semana desde el incidente con el gato, por lo que Nora decidió retomar su rutina. Pese a que su jefe le insistió para que se tomara unos días más, ella quiso volver a su trabajo, puesto que sus manos estaban mucho mejor.—¿Algún chisme nuevo? —preguntó a Lidia quien la siguió hasta la oficina.—¿Cómo lo supiste? —respondió con otra pregunta casi saltando de la emoción, ya que el chisme era su pasatiempo favorito.—No creo que me hayas seguido hasta aquí por lo mucho que me extrañaste —dijo con ironía, mientras se tiraba sobre su silla reclinable.—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Se hizo la ofendida—. Vine para saber cómo estás y por supuesto, aprovechar para darte la última bomba.—Unjú
—Leela... Leela... —La voz era como un susurro—. Estaba sola en una planicie alumbrada con la luz del cielo, pero no era el sol. Podía ver las estrellas y una luna ostentosa y amarilla, acompañadas de aquella luz brillante rodeada de diferentes colores, como si danzara con un arcoíris. De repente, un resplandor la envolvió, dentro de este, luces de colores y chispas amarillas se movían a su alrededor. En el centro había como una bombilla, al menos eso creía que era, porque era la fuente de aquella luz brillante—. Leela… —Escuchaba un poco más claro y mientras más se adentraba en el resplandor, más evidente era la voz, que dejó de ser una sola para convertirse en el murmullo de varias personas. Era confuso y difícil de entender lo que decían.—Tres tiempos. —Creyó haber escuchado, ya que todos hablaban a la par&mda
Después de desayunar, Leela se preparó para regresar al campamento. Salió a observar el hermoso patio por última vez. Todos los momentos vividos allí con el príncipe en esas tres semanas, inundaron su mente haciéndola reír como tonta.—¿Me esperas? —Salió de su ensoñación al escuchar esa voz que estremecía todo su ser—. Debo hacer algo antes de ir al campamento.—Prefiero irme por mi cuenta —expresó con frialdad—. Debo ir a casa antes de unirme al entrenamiento. Además, necesito ponerme una ropa que se adecúe más a mí—dijo mirando las anchas prendas.—Tienes razón. —La miró divertido—. Pareces una abuelita con esa ropa nada atractiva. —Jing se burló y ella bufó—. Entonces, nos vemos en el campamento. —Se le ace
Ese día había llovido con furia, por lo tanto, el atardecer estaba oscuro gracias a las nubes. Las calles eran mojadas por las pequeñas gotas que aún caían, aunque la fuerte lluvia ya había cesado.Una joven vestida de blanco y dorado se paró frente al palacio y entregó una carta a los guardias. Ellos examinaron la carta y después de recorrerla con una mirada morbosa, la dejaron pasar. La joven estaba ceñida con un top que apretaba su pecho marcando un llamativo escote. La prenda era ajustada, haciendo juego con su falda blanca y transparente, que cubría sus piernas hasta los tobillos. Su cabelloestaba cubierto, al igual que su rostro, por un turbante blanco con dorado ocultando también los pendientes y gargantillas de oro, pero no su exuberante juego de pulseras y anillo. Calzaba unas diminutas zapatillas doradas y llevaba un maquillaje sensual, claro, solo se podían apreci
Los rebeldes encendieron luces alrededor y en la entrada de la aldea. Aquel pequeño pueblo, estaba rodeado por un gran bosque alejándolos de una menuda y anticuada ciudad que era donde estaban los chicos hospedados. Todos los aldeanos estaban acorralados por una gran multitud de aquellos temidos guerreros. No solo eran crueles y despiadados, también vestían de una forma bestial que asustaba el tan solo mirarlos. Decorados por huesos yclavos entre sus narices y orejas, exagerados tatuajes y pintura sobre sus rostros. Estaban armados hasta los dientes y sus miradas transmitían maldad pura.—¡Pongan a las mujeres y niños aparte! —gritó un gigantón de cabello negro y largo, con una exuberante barba. Tenía una pulsera enorme con púas y ropa de acero. Su mirada era cruel y su voz áspera e intensa como trueno—. Mataremos a los hombres y a las viejas, nos gozaremos a todas