Había pasado una semana desde el incidente con el gato, por lo que Nora decidió retomar su rutina. Pese a que su jefe le insistió para que se tomara unos días más, ella quiso volver a su trabajo, puesto que sus manos estaban mucho mejor.
—¿Algún chisme nuevo? —preguntó a Lidia quien la siguió hasta la oficina.
—¿Cómo lo supiste? —respondió con otra pregunta casi saltando de la emoción, ya que el chisme era su pasatiempo favorito.
—No creo que me hayas seguido hasta aquí por lo mucho que me extrañaste —dijo con ironía, mientras se tiraba sobre su silla reclinable.
—¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Se hizo la ofendida—. Vine para saber cómo estás y por supuesto, aprovechar para darte la última bomba.
—Unjú
—Leela... Leela... —La voz era como un susurro—. Estaba sola en una planicie alumbrada con la luz del cielo, pero no era el sol. Podía ver las estrellas y una luna ostentosa y amarilla, acompañadas de aquella luz brillante rodeada de diferentes colores, como si danzara con un arcoíris. De repente, un resplandor la envolvió, dentro de este, luces de colores y chispas amarillas se movían a su alrededor. En el centro había como una bombilla, al menos eso creía que era, porque era la fuente de aquella luz brillante—. Leela… —Escuchaba un poco más claro y mientras más se adentraba en el resplandor, más evidente era la voz, que dejó de ser una sola para convertirse en el murmullo de varias personas. Era confuso y difícil de entender lo que decían.—Tres tiempos. —Creyó haber escuchado, ya que todos hablaban a la par&mda
Después de desayunar, Leela se preparó para regresar al campamento. Salió a observar el hermoso patio por última vez. Todos los momentos vividos allí con el príncipe en esas tres semanas, inundaron su mente haciéndola reír como tonta.—¿Me esperas? —Salió de su ensoñación al escuchar esa voz que estremecía todo su ser—. Debo hacer algo antes de ir al campamento.—Prefiero irme por mi cuenta —expresó con frialdad—. Debo ir a casa antes de unirme al entrenamiento. Además, necesito ponerme una ropa que se adecúe más a mí—dijo mirando las anchas prendas.—Tienes razón. —La miró divertido—. Pareces una abuelita con esa ropa nada atractiva. —Jing se burló y ella bufó—. Entonces, nos vemos en el campamento. —Se le ace
Ese día había llovido con furia, por lo tanto, el atardecer estaba oscuro gracias a las nubes. Las calles eran mojadas por las pequeñas gotas que aún caían, aunque la fuerte lluvia ya había cesado.Una joven vestida de blanco y dorado se paró frente al palacio y entregó una carta a los guardias. Ellos examinaron la carta y después de recorrerla con una mirada morbosa, la dejaron pasar. La joven estaba ceñida con un top que apretaba su pecho marcando un llamativo escote. La prenda era ajustada, haciendo juego con su falda blanca y transparente, que cubría sus piernas hasta los tobillos. Su cabelloestaba cubierto, al igual que su rostro, por un turbante blanco con dorado ocultando también los pendientes y gargantillas de oro, pero no su exuberante juego de pulseras y anillo. Calzaba unas diminutas zapatillas doradas y llevaba un maquillaje sensual, claro, solo se podían apreci
Los rebeldes encendieron luces alrededor y en la entrada de la aldea. Aquel pequeño pueblo, estaba rodeado por un gran bosque alejándolos de una menuda y anticuada ciudad que era donde estaban los chicos hospedados. Todos los aldeanos estaban acorralados por una gran multitud de aquellos temidos guerreros. No solo eran crueles y despiadados, también vestían de una forma bestial que asustaba el tan solo mirarlos. Decorados por huesos yclavos entre sus narices y orejas, exagerados tatuajes y pintura sobre sus rostros. Estaban armados hasta los dientes y sus miradas transmitían maldad pura.—¡Pongan a las mujeres y niños aparte! —gritó un gigantón de cabello negro y largo, con una exuberante barba. Tenía una pulsera enorme con púas y ropa de acero. Su mirada era cruel y su voz áspera e intensa como trueno—. Mataremos a los hombres y a las viejas, nos gozaremos a todas
—Entonces, se va de vacaciones. —Edward la miró confundido—. Así de repente.—Sí —Nora asintió—. Hace mucho no las tomo y necesito una semana para resolver un asunto personal.—¿Irá de viaje? —preguntó curioso. Ella asintió.—Bien. —Sonrió—. ¿Nos vemos esta noche? —La miró con picardía.—No creo que eso esté bien, señor Anderson.—¿Por qué no estaría bien? —cuestionó con confusión—. Te irás por una semana, por lo menos dame esta noche. No te imaginas como te voy a extrañar. —Se paró de su silla y se agachó frente a ella, quien estaba sentada frente a su escritorio. Tomó su mentón y besó sus labios, pero Nora se apart&oacut
—Debe ser difícil ser una guerrera. —La princesa se dirigió a Leela con curiosidad. Ella estaba sentada sobre su cama y Leela parada cerca de la puerta. Pey, la criada de Elena, le servía el desayuno. La princesa Elena no era muy extrovertida y pocas veces comía en el comedor.—Lo es. —Leela la miró con una sonrisa. Pese a que ella era la prometida del hombre que amaba, Elena, hasta el momento parecía ser una chica amable y no tenía la culpa de todo ese asunto entre ella y Jing—. Pero es emocionante, también.—No obstante... no es muy femenino serlo —Elena la miró con desprecio— y matas personas. Tienes las manos sucias de sangre.—Su majestad, usted depende de nosotros los guerreros para su protección. Si ahora mismo viniera su enemigo y la atacara, a usted no le importaría que yo me ensucie las manos para sa
—Leela, no te alejes. —Su madre le advirtió mientras cocinaba en el gran fogón. Su aldea era pequeña y de gente con pocos recursos económicos. Su padre había muerto en la batalla meses atrás, por consiguiente, su madre y ella vivían de la pensión que el rey le dio. Leela tenía doce años y su cuerpo estaba empezando a cambiar por lo que su madre la cuidaba con recelo, dado que no tenían quien las protegiera.Leela siempre fue una niña traviesa e inquieta y a su madre le era difícil controlarla. Ella acostumbraba a adentrarse en el bosque a practicar las técnicas de combate que su padre le había enseñado, pese al regaño y advertencia de su progenitora. Ese día ella se alejó más de la cuenta. Salió a una carretera poco transitada y se adentró en un bosque que quedaba al cruzar la solitaria c
—Cuando vi a Búho en los aires quedé anonadada- —Eli le contaba a Leela con emoción—. Nunca había visto pelear a alguien así. Y luego se unió el príncipe. Había escuchado que es un buen guerrero, pero no sabía que fuera a esa dimensión. Y la forma en que él y Búho se acoplaron, ¡fue increíble! —Una sensación de tristeza y melancolía embargó a Leela. No entendía cómo dos personas que se complementaban tanto como ella y el príncipe, no podían estar juntos. Recordó lo mucho que lloró aquella noche que se despidieron de lo que sentían para empezar de nuevo. Ahora su relación no pasaría más allá que de un príncipe y su subordinada. Llegaron a ese acuerdo y ella no haría nada para obstaculizar las responsabilidades de Jing, aunque se estaba muriendo por