Nora Allen
Se levantó alterada y con escalofríos, una angustia extraña la embargó y la sensación de vacío la envolvió. De nuevo, ese sueño con aquel príncipe y ese mundo extraño, pero hermoso. Se sentía tan real que a veces tenía la sensación de que despertaba en un sueño y dejaba atrás su verdadera vida. Probablemente, necesitaría ayuda psicológica porque tampoco tenía muchos recuerdos de su pasado ni una familia a quien preguntar sobre su origen. Es como si su vida se hubiera detenido en el tiempo, como si se hubiera interrumpido.
Edward Anderson Wang
Aprovechó su día libre para relajarse en la tranquilidad de su apartamento, el cual, dejaría de ser su hogar en unos días. Otra vez sintió la necesidad de pintar, no es que fuera un artista de oficio ni que este arte le apasionara. Lo aprendió en su niñez por mandato de su madre, quien los obligó a él y a su hermano aprender algún arte; pues según ella, eso les daría sensibilidad y disciplina, así también, les ayudaría a cultivar la paciencia. Nunca le había interesado pintar en su adultez, pero desde hace un tiempo que ni siquiera recuerda, no deja de pintar y dibujar a esa mujer guerrera y hermosa. Es como si estuviera oculta en su interior. Cada cierto tiempo, lo aborda esa sensación de vacío y pérdida, y lo único que lo calma es pintar o dibujar a esa extraña mujer que creyó haber visto dos semanas atrás.
***
—Nora, ¿estás bien? —Una voz masculina la sacó de su ensoñación.
—Lo siento, Marcos. —Fingió una sonrisa—. Me distraje un poco. —Él le entregó una carpeta llena de papeles.
Marcos era un periodista mimado por todos porque siempre llevaba los mejores reportajes. Su apariencia era bohemia y su rostro reflejaba despreocupación y carisma. Todos comentaban sobre ellos dos, aunque ella nunca lo había visto de otra manera que de un compañero más que le hacía fácil su edición porque era muy bueno en su trabajo. Él siempre vestía un pantalón de cuero, una camiseta, una chaqueta del mismo material que del pantalón y botas negras, como su vestuario. Su cabello oscuro siempre estaba muy corto.
—¿Qué vas a hacer esta noche? —preguntó mirando al vacío, como si evitara el contacto visual.
—¡Descansar! —Ella exhaló un suspiro.
—¡Qué aburrida! —Esta vez buscó su mirada—. Deberías salir más a menudo, últimamente estás muy encerrada en ti misma. —Acercó su rostro para observarla con detenimiento—. Hasta pareces otra persona. ¿Estás bien? ¿Necesitas hablar con alguien? —Nora negó.
—Todo está bien. No sé a qué te refieres con que he cambiado, siempre he sido así.
—¡Claro que no! —negó abrumado—. Siempre te ha gustado salir y divertirte, pero hace unos meses estás como fuera de lugar. Estoy preocupado por ti. —Ella lo miró confundida, pues no recuerda que le gustara salir a divertirse.
Se quedó pensativa toda la mañana y esa sensación de vacío la embargó de nuevo, sintió sus párpados pesados y sin percatarse, se quedó dormida. De repente se vio en otro lugar, el aire era puro y la sensación de estoy en mi hogar invadió su pecho. Vio una pequeña luz que provenía de una roca y caminó hacia ella, mientras más se acercaba, más brillante era aquella luz. Buscaba la causa de aquel resplandor, pero el brillo era tan intenso que no podía ver más, ya que este le estaba haciendo estragos a sus ojos. Trataba de descifrar lo que la luz quería que entendiera, sentía en su pecho que su brillo le decía algo, algo que no entendía, pero que necesitaba saber. Escuchó una voz débil.
—Leela... Leela... —La voz se intensificaba cada vez más—. ¡Nora! —brincó de su escritorio espantada.
—¿Por qué gritas, Lidia? —le reclamó a su amiga mientras dejaba salir un bostezo.
—¿Cómo puedes dormirte tan profundo en el trabajo? —Cruzó los brazos—. Tengo horas llamándote y pareces que te moriste durmiendo.
—¡Qué exagerada! —Rodó los ojos ante la hipérbole de su amiga.
—¿Cómo puedes dormir un día como hoy? —Se acercó cambiando la expresión a una más relajada.
—¿Un día como hoy? —inquirió confundida.
—¡No puede ser! —exclamó con dramatismo—. Nora, hoy es el día en que conoceremos a nuestro CEO, tú como una de las jefas deberías estar atenta y con tu presentación preparada, ¡y me preguntas que es lo que sucede hoy! Nora, ya me estás preocupando. —Puso rostro de alarmada.
—¡Oh cierto! —gritó saltando de la silla—. Debo llevar mis informes —dijo tomando unas carpetas del escritorio—. ¡Ni siquiera recuerdo a qué hora va a llegar! —Su mirada denotaba angustia.
—¡Cálmate! —Su amiga cruzó los brazos—. Deben llegar en una hora o algo así. El jefe irá a recogerlo y se reunirán en la sala de juntas donde primero lo conocerán ustedes y los supervisores; después nos reuniremos en el salón de eventos, donde la parte baja de la pirámide por fin conocerá a ese bombón. —Nora la miró entretenida. Ella era una buena diseñadora, mas debía ser escritora por sus ocurrencias.
—Ni el CEO se te salva. —Meneó la cabeza divertida.
—¿Acaso me vas a negar que es un bombón?
—No lo sé, nunca lo he visto —respondió restando importancia y su amiga abrió la boca anonadada.
—¡Cómo es eso posible!
—No investigo a las personas, Lidia. Además, ellos se mantienen muy a la sombra, el segundo hijo nunca sale en ninguna fotografía social.
—¡Claro que sí! —respondió la rubia—. Lo que sucede es que él va a pocas actividades. Bueno, ya verás lo guapo que es, y lo mejor es que está soltero.
—Vaya, hablas como si alguna de nosotras tuviera acceso a un tipo así. Esas personas se casan con gente de sus círculos sociales.
—Te vas muy lejos, amiga —dijo con una mirada pícara—. ¿Quién habló de casarse? —Nora rio ante su comentario atrevido.
***
Se levantó temprano para organizar algunas cosas que le faltaban, aunque no había llevado mucho con él, una mudanza no era nada fácil. Ya tenía tres días estableciéndose y revisando los documentos que recibió del CEO anterior. Ese día pisaría la compañía por primera vez, y por alguna razón extraña, sentía una opresión en el pecho y algunos escalofríos recorrerlo de vez en cuando, sumándose los temblores y sudores de sus manos. Otra vez necesitaba tomar su pincel. Trazó varias líneas de colores en el blanco lienzo, mientras el corazón le latía con violencia y sudores fríos acariciaban su piel, acompañado de un dolor extraño en el pecho, un vacío que se llenaba con cada pincelada en la tensa tela. Casi en un suspiro terminó su cometido, sus músculos se relajaron y la sensación de paz regresó a su pecho. Miró la pintura y la sorpresa y confusión lo invadió. Esta vez, no se reflejaba la imagen de esa misteriosa mujer; esta vez, el cuadro reflejaba una luz resplandeciente.
Salió de su apartamento al recibir la llamada del antiguo CEO, él lo llevaría a la compañía para presentarlo a los empleados y ubicarlo en la que fuera su antigua oficina. Después de un saludo cordial, ambos se sentaron en la lujosa limusina.
—Sr. Stone, necesitaré un vehículo para transportarme. —Edward avisó.
—Lo sé, ya encargué a su asistente para que mañana mismo se lo entreguen. Cuando necesite salir hoy, solo tiene que avisarle a ella para que la limusina pase por usted. —El hombre mayor respondió y él asintió satisfecho—. ¿Nervios? —Su antecesor preguntó examinándolo con una sonrisa.
—No, solo es una extraña sensación. Tal vez es la ansiedad de la gran responsabilidad que tengo sobre mis hombros, sabe lo demandante que son mis padres, en especial mi madre. —Suspiró tratando de relajarse. El viaje no fue muy largo, puesto que él había escogido un apartamento que le quedara cerca de la empresa.
Después de pasar por la recepción, se adentró por el gran pasillo que le daba acceso a varios departamentos y oficinas. Los dos hombres caminaban erguidos sin decir palabras a nadie, invadidos por las miradas curiosas de los trabajadores, murmullos se escuchaban a su alrededor, pero ellos siguieron su camino sin cambiar la expresión. Al llegar a otro pasillo que les daba varias direcciones, se encontraron con algunos hombres bien vestidos que los saludaron con respeto y profesionalidad. Empezaron a charlar de la junta para la presentación, hasta que algo inesperado sucedió, avergonzando al anterior CEO.
—¡Lo siento! —Ella trataba de limpiar inútilmente la mancha de café al nuevo CEO. Tenía tanta vergüenza que no podía alzar la mirada.
—No se preocupe, es solo una mancha, y como mi traje es oscuro no se va a notar. —Su voz era dulce y calmada. Estaba tan sorprendida como apenada, pues, esperaba otra reacción de su nuevo jefe, una reacción que fuera típica del hijo de los dueños del lugar.
—Nora...—Su antiguo jefe dijo entre dientes para que dejara de tocar con esa servilleta arruinada el brazo de su sucesor. Era obvio que su última conversación con él sería un regaño. Ella continuaba sin mirar a su nuevo jefe. ¿Cómo podría tener tanta mala suerte? Dar esa impresión de distraída en su primer encuentro.
—Señorita... —Edward mencionó tratando de que ella completara la frase con la información que él carecía. Nora levantó el rostro con timidez y sus ojos se agrandaron de la sorpresa. Él se perdió en su mirada gris y su rostro se tensó. ¿Era real lo que veía? ¿Acaso estaba alucinando? Ambos se quedaron en silencio con las miradas cruzadas. No era posible aquello.
—Ella es Nora Allen, jefe de edición. —Uno de los hombres rompió el extraño silencio, pero no recibió respuesta. Ambos seguían inmóviles con las miradas cruzadas y llenos de un gran asombro. Ella parpadeó con fuerza varias veces, tenía que ser un sueño de nuevo.
—Mucho gusto, Señorita Allen. —Su nuevo jefe extendió su mano para saludarla. Ella la sostuvo dudosa y sin quitarle la mirada de encima—. Soy Edward Anderson, el nuevo CEO —añadió. Ella solo asintió. Estaba ida y su mirada era torpe. Después de unos largos segundos, sus manos se separaron y él volvió la atención a sus acompañantes, ellos lo dirigieron hacia el camino izquierdo donde había terminado el pasillo y ella se quedó observándolo hasta que la puerta de la sala de juntas se cerró tras ellos.
—¡Qué crees que haces! —La exclamación de su amiga la despertó de su aturdimiento—. Se supone que debes entrar antes que ellos, no después, Nora.
—Ah... ¿Perdón? —preguntó atolondrada con voz débil y mirada perdida.
—¿Estás bien? —Su amiga la miró con preocupación—. Pareciera que viste un fantasma.
—Tal vez no vi un fantasma, pero... creo que vi una ilusión, o la personificación de una fantasía —respondió en un susurro, con la mirada aterrada.
—¡Ja, ja, ja, ja, ja, ja! —Lidia estalló de la risa—. ¡¿Tanto te impresionó el bombón?! —Meneó la cabeza con diversión—. Necesitas un hombre y ya. No puedes seguir así, mírate, estás pálida.—No fue eso lo que me impresionó. Tú y tus cosas —se quejó ofendida, pero sus manos aún temblaban.—Amiga... debes actuar como las personas normales. El primer paso es olvidar esos sueños o más bien, no darles importancia —aconsejó—. Mientras más te aferres a ellos, más difícil será desenvolverte en la realidad. Mira como actúas solo con ver a un hombre que está bueno, creo que tus sueños son un grito de desesperación por tu falta de vivir, ya que te la pasas encerrada en el trabajo y en tu apartamento s
Fue un día ajetreado y con muchas emociones, solo quería que terminara al fin; pues para ella fue extraño, bochornoso y horrible.—Esta vez no te puedes negar. —Marcos la sorprendió rodeando sus hombros con su brazo, mientras salían del edificio.—Lo siento, pero en realidad necesito ir a casa. Tuve un día de perros —respondió con un resoplido.—Sí, escuché algo así —dijo en tono divertido.—¡Vaya! Aquí las noticias vuelan. —Sacudió su cabeza maravillada.—Sabes los chismosos que somos —manifestó con picardía—. Trabajas en una empresa de periodismo, ¿lo olvidas? —Ella rio ante la ironía—. Por cierto, ¿es verdad lo del nuevo jefe?—¿Es verdad qué? —preguntó confun
Un día de mucho trabajo y explicaciones del tema que la estaba volviendo loca. Necesitaba escapar de allí cuanto antes; estaba sumida en sus pensamientos de escape cuando el sonido del teléfono de su oficina la espantó.—Señorita Allen. —Esa voz—. Estoy esperando por usted en mi oficina. ¿No me diga que olvidó su deuda conmigo?—¡Oh por Dios! —soltó olvidándose de la persona en la otra línea.—Allen, ¿está bien?—Sí, sí. No se preocupe, estaré ya en su oficina. —Entonces recordó el chisme en que estaba metida y salir a la vista de todos con su jefe no era la mejor de las ideas—. ¡Estoy acabada! —dijo para sí.—Allen... ¿Dijo algo? —Escuchó la voz de su jefe con tono confundido.—No..., e
El príncipe Jing tenía su propia casa cerca del palacio. Era un lugar rodeado de árboles y hermosos jardines, muy exclusivo y privado, donde pocas personas eran invitadas.El maestro Lee le dio un documento a Leela.—Esto es una invitación del príncipe a su casa —informó con esa serenidad que lo caracterizaba y Leela agrandó los ojos del asombro.—E.… el... prin...—tartamudeaba.—Leela, articula bien las palabras o no hables —le reprochó perdiendo la paciencia. Ella respiró profundo para recuperar la compostura.—¿El príncipe me invitó a su casa? —dijo al fin.—¿Por qué te sorprendes? Estás bajo su comando y eres su guerrero favorito. —Ella asintió sonrojada. Salió a toda prisa y se dirigió a la lujosa casa del pr&ia
El príncipe recibió una notificación y sacó su dispositivo. Frunció el cejo al leer el mensaje.—¿Pasa algo? —Bruno lo abordó. Él siempre había sido su mano derecha y su mejor amigo. El chico se destacaba en el manejo de todo tipo de armas incluyendo su creación. Era respetado por todos y amado por las féminas. Se podría describir como un chico alto y fuerte, con cabello rizado oscuro, piel color chocolate y ojos verdes. Todo un espectáculo a la vista que hacía suspirar y llorar a más de una, puesto que el moreno no dejaba pasar un ligue y nunca tomaba a nadie en serio. Reparó en el rostro casi inexpresivo del príncipe y si no lo conociera tan bien, no habría notado que algo le preocupaba.—Búho me mandó toda la información que colectó —respondió con desdén.&nb
—¡Qué dolor de cabeza! —se quejó en voz alta. Alguien entró a su oficina—. ¡A ti te quería ver, Lidia! —gritó eufórica—. ¿Cómo te atreviste a inventar ese rumor?—Te dije que un chisme se acaba con otro chisme. —Sonrió airosa—. Ahora todos hablan sobre ti y Marcos. Deberías agradecerme.—¡Ahhhh! —Se agarró los cabellos del coraje—. ¡¿Debería agradecerte?! Todos hablan de esa dichosa relación, incluso mi je... —Hizo silencio.—¿Incluso...? —Lidia repitió esperando que completara la frase.—¡Olvídalo!—No te enojes. Solo será por un tiempo, luego surgirá algo nuevo que los hará olvidar el asunto.—¡No es solo eso! No
Leela se puso de pie con gran esfuerzo, pues la herida de su brazo dolía hasta quitarle la respiración. Empezó a deshacerse de la bata que el príncipe le envío la noche anterior para darse un baño reconfortante. Ese era el segundo día en la casa de su arrogante amor platónico. Ya se sentía mejor, pero esa herida le hacía estragos. Soltó su cabello, puesto que tenía mucho que no lo lavaba y de repente la puerta se abrió, Leela quedó petrificada al ver la cara del príncipe roja como un tomate. Él no pudo evitar recorrerla con la mirada por unos segundos.—¡¿Qué no sabe tocar?! —reprochó cubriéndose con lo primero que agarró de la cama. Él cerró la puerta tras sí sin decir palabras, pudo escuchar a Leela desde afuera echando pestes, pero él estaba demasiado ensimismado para responder
—¡Ah! —Leela se quejó secando el sudor de su frente—. Admítalo, se está vengando por la ofensa del otro día —acusó hastiada, provocando que el príncipe explote de la risa—. ¡Y se atreve a reírse!—Ja, ja, ja, ja… —Jing no podía parar, las lágrimas salían de sus ojos mientras que Leela cruzó los brazos enojada—. Para que veas lo cortés que soy, te voy a dar una hora de descanso para que almuerces.—¡En serio! —gritó emocionada, ya que solo contaba con diez minutos para desayunar, quince para almorzar y diez para cenar. Luego entrenaban hasta tarde y dormían siete horas.—Vamos —le indicó. Ella lo siguió, se sentaron bajo un árbol y sacaron comida de una canasta. Jing sonrió al verla comer con tantas ansias—.