Capítulo 4

—¡Por fin he llegado, amor! ¡Disculpa la demora!—gritó mientras cerraba la puerta con un golpe. Se quitó el abrigo y lo lanzó al sofá, mientras le contaba a su esposo lo que había pasado en su día con entusiasmo.

—¡Ha sido un día de locos en el trabajo! Se presentaron un montón de ancianos despistados que querían recuperar sus recuerdos, y también ese cabrón de mi amigo del alma, ¿sabes? ¿Bastian? El muy cotilla me habló en el trabajo para invitarme a una parrillada el fin de semana y yo le dije que…

Dejó las llaves sobre la mesa.

—¿Has sido bueno y no has abierto a nadie en mi ausencia? Aquí te dejo las llaves, por si acaso…

Pero nadie le respondió. Solo el silencio de la casa la acogió. Miró una foto que había visto tantas veces como su propio reflejo junto al sacacorchos, mientras un recuerdo le asaltaba la mente.

INICIO DEL RECUERDO

—¡Qué bella te ves con ese traje de agente especial!

Ella hizo una pose, exagerando su gesto para hacerlo reír.

—Pues claro, ¿con quién te crees que te casas? Con la mejor agente especial del mundo, por supuesto.

Se paseó por el salón, estrenando su uniforme con orgullo.

—A partir de ahora serás tú quien me ofrezca protección, ¿eh cielo? Ahora serás tú el hombre de la casa.

Beltaine se montó sobre él y le atacó con cosquillas.

—¡Así será! ¡Que se atrevan a tocarte esos malnacidos y se las verán conmigo!

La imagen en su mente cambió de repente a otra habitación de la casa, la de los dos, donde su esposo yacía demacrado y débil.

—Gracias por traerme una nueva pieza de cerámica, seguro que mi máquina está llena de polvo…

Beltaine movió la cabeza con rapidez mientras dejaba el plato de cerámica junto a sus pies.

—No, amor, tu máquina de cerámica sigue limpia y cuidada, como la dejaste. No dejaré que se estropee porque tienes que volver a usarla cuando te pongas bien.

La cara de su esposo se ensombreció, pero trató de sonreír.

—Beltaine, cariño, sabes que esto…

—¡Ni una palabra más! ¡Ni se te ocurra! Vas a levantarte y salir por esa puerta para enseñarme una nueva obra de arte de barro horriblemente bonita… tú puedes hacerlo.

La escena volvió a cambiar, ella llegaba del trabajo y se dirigía al salón donde su esposo dormía. Se acercó, le dio un beso en la frente y se dio cuenta de que su pecho, antes musculoso, ya no se movía.

Llorando llamó a la ambulancia, solo para que horas después, en el hospital, le confirmaran la hora de su muerte.

FIN DEL RECUERDO

Beltaine giró la cabeza y fue hacia la cocina.

—¡Cómo sea! ¡Iré a hacer la cena mientras te das una ducha! ¿Vale, cariño?

Tarareó mientras abría el refrigerador. No había ningún ingrediente para cocinar.

—Maldita sea, espérame aquí, esposo mío, voy a traer algunas cosas del supermercado y vuelvo para hacerte tu comida favorita, ¿Si?

No esperó a que la casa le contestara en silencio de nuevo. Salió corriendo al supermercado.

(...)

Beltaine hizo crujir su cuello, llevaba muchas bolsas de comida para cenar con su esposo y en una de ellas habían algunas cerámicas hechas con pinturas acrílicas y moteadas. Ya se imagina lo feliz que se pondrá él al ver las cerámicas.

Mientras caminaba por las calles oscuras y solitarias de su país, tarareaba una canción pegajosa y horrible que había escuchado en la radio de su trabajo. Era de madrugada y ella apenas iba a preparar la cena. 

De pronto, vio algo raro en la acera y se detuvo en seco. Frunció el ceño. ¿Era sangre? ¿Azul? ¿De dónde había salido ese tipo de sangre?

Sin dudarlo, su instinto de detective se activó y empezó a seguir el rastro de sangre hacia los callejones sin luz, sintiendo una extraña atracción, como si ya hubiera visto esa sangre antes, como si ya hubiera conocido a su dueño.

¿Qué olor era ese? Además del hedor de la basura, había algo que…

Unos ojos rojos brillaron en la oscuridad, dejándola helada.

—¿Lobo?

Solo obtuvo un gruñido por respuesta. Se acercó con cautela hasta encontrar al enorme lobo acurrucado sobre sí mismo, cubierto de la sangre azul. Su propia sangre.

Beltaine soltó un jadeo y se acercó más, aunque le temblaban las manos por su imponente tamaño, sabía que no le haría daño. Él la había salvado una vez, así que ahora le tocaba a ella devolverle el favor.

—¿Qué haces aquí?

La voz del lobo resonó en su cabeza, Beltaine pegó un brinco pero no se asustó, de alguna forma tenía sentido que un lobo no pudiera hablar como humano.

—¿Yo? Debería preguntarte eso a ti. Y mira lo horrible que te ves. ¿Cuál se supone que es tu plan?

—Te estaba buscando a ti.

—¿A mí?—Beltaine puso cara de asco. La bestia gigante sangraba por todas partes, así que no podía distinguir cuál era la herida más grave—. ¿Qué demonios te ha pasado?

—No puedo explicarte ahora, tenemos que irnos de aquí. Hay alguien que me sigue, estoy débil ahora así que no voy a poder evitar que te maten también a ti en el proceso.

—¿Qué? ¿Quién nos sigue? ¿Qué está pasando? ¿Matarme?—Beltaine estaba confundida y asustada. No entendía nada de lo que ocurría.

El lobo no le respondió, solo la tomó de la cintura con sus grandes fauces a pesar de toda la sangre y las heridas, parecían no ser nada para él y saltó al techo de un edificio cercano. Beltaine soltó un grito ahogado y se agarró a su pelaje con fuerza.

—¡Suéltame, suéltame! ¡Me vas a matar! ¡Estás loco!

El lobo la ignoró y siguió saltando de edificio en edificio, esquivando las antenas, los cables y las chimeneas. Beltaine sentía que se le revolvía el estómago y que se le salía el corazón por la boca. ¡Y sus cosas! ¡Había olvidado su compra y la cerámica para su esposo!

—¡Te lo advierto, si me sueltas te mato! ¡Te arranco la cabeza! ¡Te hago un abrigo!

El lobo soltó una risa burlona en su cabeza, sin dejar de correr.

—Sí, sí, claro. Eres muy feroz, pequeña. Me das mucho miedo.

Beltaine se enfureció y le mordió una oreja, haciendo que el lobo gruñera de dolor.

—¡No soy pequeña! ¡Y no soy tu juguete! ¡Déjame en paz!

El lobo la miró con una mezcla de diversión e irritación, como si fuera un bebé amenazando.

—Cierra la boca que vas a despertar a toda la ciudad. Confía en mí, estamos yendo a tu departamento.

Beltaine no confiaba en él, pero no tenía más remedio que aguantar. Se preguntaba qué quería de ella, por qué la buscaba, y quién los seguía. Y sobre todo, se preguntaba qué era él, y qué era ella para él.

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