Capítulo 8

Beltaine despertó vomitando. Descargó todo su estómago a un lado, sintiendo las arcadas absorberle todo el malestar. 

—¿Qué coño me ha pasado? ¿Dónde coño estoy? ¿Y la zorra rubia? ¿Y Bastian?

—¿Ya te has despabilado?

Beltaine suspiró aliviada. Por fin, su mejor amigo había aparecido y la pesadilla se había acabado.

—Joder, Bastian, no te imaginas lo que he soñado. Era una flipada, yo...

La pelirroja se quedó con la boca abierta al ver a su lado a un hombre enorme, de músculos duros y piel fría como el hielo. Su cabello negro como el carbón le caía en una cascada lisa por la espalda. Lo que hizo que Beltaine se quedara helada de miedo fueron esos ojos rojos, unos ojos que nunca podría olvidar. La pesadilla no había terminado, la pesadilla era real.

—Hace siglos que no me transformo en un humano —dijo Kyrios, moviendo el cuello con un crujido—. Es raro no tener pelo por todo el cuerpo.

Beltaine vio su paquete colgando entre las piernas. El muy bastardo estaba equipado tan bien que tuvo que desviar la mirada de su desnudez. La cara se le volvió colorada.

—Yo…tú…quiero decir…

—¡Lylo no se equivocaba! ¡Tienes un cuerpo resistente y atlético!—Kyrios se carcajeó mientras le acariciaba el pelo a la pelirroja como si fuera una mascota—. Aguantaste el poder directo del Lord de los lycans, eso te hace una humana excepcional—le guiñó el ojo con una sonrisa pícara. Beltaine no sabía qué era más surrealista, si el hombre lobo en su forma salvaje o el hombre lobo sonriéndole como si estuvieran de vacaciones. Seguramente lo segundo—. Voy a necesitar tu cuerpo más a menudo así que desde ahora y por el poder que el lazo de mates me otorga, te prohíbo morir o hacerte daño. Eres mi única llave para entrar en mi Reino, más valiosa de lo que jamás esperé. Sería un fastidio si mueres porque tendría que buscar otra humana compatible y eso es muy difícil…

A la pelirroja se le revolvieron las tripas ante tanta información. No podía creer lo que estaba oyendo. ¿Lazo de mates? ¿Reino? ¿Compatible? 

—¿Mi muerte? ¿De qué hablas?—Trató de apartar al lycan pero era como una roca sólida e inmovible—. ¡Quítame de encima, monstruo! ¡No te me acerques más! ¡Me da igual lo que seas, te voy a arrancar las manos si vuelves a hacer lo que hiciste al principio!

Kyrios sonrió, enseñando sus colmillos de licántropo, afilados.

—¿El qué? Yo no hice nada.

—No hice nada una m****a. ¡Ni se te ocurra volver a tocarme en tu vida!

—Pero si fue divertido. ¡Repetimos! ¡Te juro que no usaré tanto poder del Lord de los lycans esta vez!

—¿Es que no me oyes, idiota? ¡Pírate de mi cara, cabrón!—ella retrocedió cuando el hombre lobo se acercó con una sonrisa en los labios—. ¡Basta! ¡Aléjate o voy a buscar mi pistola! ¡Maldita sea…! ¡Ahhhhh!

El hombre lobo la agarró por la cintura y la levantó del suelo, acercándola a su pecho. Beltaine se debatió con todas sus fuerzas, pero no pudo soltarse.

—Tranquila, preciosa. No te voy a hacer daño. Solo quiero jugar un poco contigo. Eres mi mate, después de todo. Y yo soy tu Lord. —Kyrios le susurró al oído, mordiéndole el lóbulo. Beltaine sintió un escalofrío de horror y repulsión.

(...)

—¡Fuera, m*****a bestia! —le gritó, sin ocultar su irritación.

Kyrios se incorporó con una sonrisa burlona, mostrando sus colmillos. Sus manos esposadas le impedían acomodarse la ropa que le quedaba apretada y arrugada.

—Vaya, qué delicada eres, pelirroja. No te preocupes, no voy a mancharte tu precioso uniforme —dijo con sarcasmo—. Aunque me gustaría ver qué hay debajo de él.

Beltaine sintió un escalofrío. Lo ignoró y lo empujó hacia el edificio donde trabajaba.

—No te hagas el gracioso. Estás en un lío muy gordo y lo sabes. Vas a tener que dar muchas explicaciones a mis superiores.

—¿Explicaciones? ¿De qué? ¿De por qué me has secuestrado y me has traído aquí? —preguntó el hombre lobo, fingiendo inocencia—. Por cierto, ¿de quién era esta ropa que me pusiste? ¿De tu novio? ¿De tu marido? ¿O de algún otro pobre desgraciado que cayó en tus garras?

Beltaine apretó los dientes. La ropa era de su difunto esposo, pero no iba a darle el gusto de saberlo. El hombre lobo había pasado toda la noche provocándola y burlándose de ella, y ella había pensado que lo mejor sería llevarlo a su trabajo, donde podría interrogarlo con calma y con el apoyo de sus colegas. Pero ahora se arrepentía de haberlo hecho. Algo en su interior le advertía que aquello iba a traerle más problemas que soluciones.

—Venga, pelirroja, no seas tan agria. Si me sueltas las manos, te aseguro que seré muy amable contigo —le susurró al oído, provocándola.

Beltaine se estremeció y le dio un empujón.

—¡Cállate, monstruo! No me tientes a darte una descarga eléctrica con mi pistola.

—Ay, qué cruel eres. ¿No ves que solo quiero charlar contigo? —dijo Kyrios, poniendo cara de inocente.

Beltaine lo ignoró y lo llevó al pasillo, donde se encontró con la mirada inquisitiva de Bastian, su mejor amigo y compañero de trabajo.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Bastian, señalando al hombre lobo con asombro. El hombre al menos media unos buenos dos metros.

—Eso es un problema. Y uno muy grande —respondió Beltaine, sin detenerse.

—¿De dónde lo has sacado? ¿Qué quieres hacer con él? —insistió Bastian, siguiéndola.

—Luego te lo explico. Ahora tengo que interrogarlo —dijo Beltaine, entrando en la sala de interrogatorios.

—Ten cuidado, Beltaine. Ese tipo no me da buena espina. Parece peligroso y astuto —le advirtió Bastian, observándolo con recelo.

—Tranquilo, Bastian. Sé lo que hago. Y tú vigílalo desde el otro lado del cristal, por si acaso —le dijo Beltaine, cerrando la puerta tras de sí.

La puerta de la sala de interrogatorios se abrió con un chirrido y Beltaine entró, arrastrando a Kyrios por el brazo. El hombre lobo se dejó llevar con una sonrisa burlona, como si todo fuera un juego. La pelirroja le soltó y le empujó una silla.

—Siéntate aquí y no te muevas —le ordenó con voz firme.

Kyrios obedeció, pero no sin antes lanzarle una mirada provocativa. Se recostó en la silla y apoyó los pies sobre la mesa, cruzando los tobillos. Beltaine sintió una punzada de irritación y respiró hondo. No podía creer que el hombre lobo hubiera accedido tan fácilmente a acompañarla. ¿Qué se traía entre manos el maldito can?

Maldito sinvergüenza, pensó Beltaine mientras se sentaba frente a él.

Ella esperaba que Kyrios se resistiera, que intentara escapar o que le gruñera. Pero no, el tipo se había comportado como un corderito, siguiéndola sin rechistar. ¿Acaso se estaba burlando de ella? ¿O tenía algún plan oculto?

Beltaine lo observó con recelo, buscando alguna señal de engaño en su rostro. Pero Kyrios solo le devolvió una sonrisa amplia, mostrándole sus colmillos blancos. El hombre lobo parecía divertirse con la situación, como si le gustara estar ahí, a solas con ella.

¿Qué demonios quieres?, se preguntó Beltaine, sintiendo una mezcla de curiosidad y temor.

Ella sabía que Kyrios no era un hombre lobo cualquiera. Él tenía algo que ver con la extraña marca que había aparecido en su piel, con el culto que buscaba la vida eterna y con la desaparición de todas esas personas que ingresaban al culto. Ella tenía que averiguar la verdad, costara lo que costara.

Beltaine sacó unos documentos de su carpeta y los extendió sobre la mesa, frente a Kyrios.

—Mira esto —le dijo, señalando las fotos—. Son varias personas que tienen la misma marca que yo... —Se tocó el muslo, donde la espada y la flor marchita se enroscaba sobre su piel—. Quiero que me digas qué significa esta marca, quién está detrás de todo esto y por qué me la hiciste a mí. Y no te atrevas a mentirme, porque lo sabré.

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