El impacto resonó a través del silencio de la noche, y el cyborg, imperturbable, giró su cabeza metálica con una lentitud calculada. Su rostro, una máscara de serenidad artificial, no revelaba emoción alguna.—Suéltalo —la voz de Beltaine, firme y cargada de una autoridad que desafiaba su apariencia desaliñada, cortó el aire como una cuchilla. La pelirroja lo encaraba, pistola en mano, su mirada tan fija y letal como la amenaza que pendía de sus labios—. O juro que te vaciaré los ojos con plomo y furia.El cyborg inclinó la cabeza, un gesto casi humano, y sus labios se deslizaron en un lento y siniestro lamido.—¿Alucinaciones mías o acaso deseas unirte al juego, querida? ¿Quieres hacerme escuchar tus gritos y gemidos de dolor..?Sin darle tiempo a más provocaciones, Beltaine apretó el gatillo. Tres disparos estallaron en la quietud, y la muñeca del cyborg se desprendió de su brazo con una precisión quirúrgica.—¡Agghh! —el grito desgarrador del cyborg se mezcló con un gruñido animal—
El viento siseaba entre los escombros del rascacielos, llevando consigo el eco de una batalla recién concluida. Beltaine, con su cabellera pelirroja como llamas en la penumbra, se presionaba el muslo izquierdo, intentando contener la hemorragia que manaba entre sus dedos. Su piel, antes pálida, ahora estaba salpicada de moretones y cortes, testimonios de su enfrentamiento con el cyborg.Con un esfuerzo sobrehumano, se arrastró hacia un hueco en la arquitectura, un error en el diseño que ahora le servía de refugio. El corazón le latía con fuerza, bombeando adrenalina a través de su cuerpo maltrecho. Cada respiración era un recordatorio punzante de su situación precaria.Los pasos del cyborg resonaban en el silencio, metálicos y determinados. Beltaine ladeó la cabeza, escuchando, calculando. Su enemigo no era solo una máquina de matar; era un depredador en busca de su presa.—¿Dónde te has metido, maldita escoria humana?—gruñó el cyborg, su voz una distorsión gutural que se mezclaba con
Beltaine sintió el metal frío de la bala entre sus dedos, el único peso en su existencia mientras corría. El cyborg, una sombra implacable, se elevó ante ella, su presencia una promesa de muerte. Solo un segundo, eso fue todo lo que tuvo para procesar la amenaza antes de que su instinto la empujara hacia adelante.—¡Corre!—gritó su mente. La pierna herida protestaba con cada zancada, pero el miedo era un maestro cruel que no aceptaba excusas. Las balas se derramaron de su bolsillo como lágrimas de metal, perdidas en el polvo y el caos. Solo una quedó, rescatada en un acto desesperado, y la introdujo en su arma con una oración silenciosa.El mundo detrás de ella explotaba en furia y fuego. “¡Más rápido!” se reprendió, pero su cuerpo no obedecía. El cyborg se acercaba, su paso inalterable, una marcha de destrucción.El cyborg, con su presencia amenazante, emitió un sonido que heló la sangre de Beltaine, una risa metálica que resonó con un eco siniestro. La pelirroja, atrapada en el jueg
El cyborg elevó sus cejas hasta el nacimiento de su cabello, su expresión una mezcla de sorpresa y desdén.—¿Saltó? ¿Esa pelirroja se lanzó desde este coloso de concreto y acero? —susurró el adversario, casi admirando la locura de la acción—. Debe haber perdido la razón.Con un gesto teatral, giró su cuello metálico, emitiendo un sonido siniestro.—¡La muerte es un arte, y tú, querida, has elegido una salida vulgar! —proclamó, escalando el barandal con gracia robótica—. ¡Pero no te preocupes, seré yo quien diseñe tu final!En un destello de agilidad cibernética, atrapó a la pelirroja en el aire, su red metálica brillando al sol como una telaraña de acero. Pero un eslabón cedió, transformándose en una cuerda elástica improvisada.—¡Oh, qué error has cometido! —rió el cyborg, su voz una mezcla de burla y triunfo.Beltaine, colgando del tobillo, sonrió con desdén.—¿Error? Querido, esto es estrategia.El enemigo frunció el ceño, una sombra de duda cruzando su semblante metálico.—¿Qué tr
Bastian, con cada músculo tenso por el esfuerzo, guiaba a Beltaine hacia la seguridad del techo. —Cuidado—susurraba él, su voz un hilo de tensión en la calma del amanecer.Beltaine, colgando de la esperanza y del barandal, le respondía con una chispa de humor: —. No me sueltes, ¿eh? Aunque, admito que sería una caída memorable.Finalmente, con los pies firmes sobre el concreto, ambos se desplomaron, el alivio y el cansancio fundiéndose en el suelo frío. Beltaine, con la respiración aún agitada, bromeó: —. Por poco y hago un Beltaine-crater en la acera, ¿te imaginas?Bastian, aún recuperándose del susto, la miró con ojos como platos. —¿Todo bien?—preguntó, la preocupación evidente en su mirada.—Dios bendito, sí—respondió ella, su sonrisa iluminando el crepúsculo—. Tengo un ángel de la guarda con placa y todo.Con una risa cómplice, Beltaine levantó la mano para un choque de cinco. Bastian correspondió con entusiasmo: —. ¡Para eso estamos, compañera! Aunque preferiría menos drama la
Bastian observó la herida de Beltaine con preocupación, la gravedad de la situación era evidente. —Beltaine, tenemos que salir de aquí—insistió, su voz era un susurro urgente que resonaba en el silencio del alto edificio.Beltaine, con su cabello rojo fuego cayendo desordenadamente sobre su rostro, miró a Bastian con una mezcla de dolor y desafío. —No necesito tu ayuda, no estoy inválida, puedo bajar unos cuantos escalones de mierda—replicó con terquedad, aunque el temblor en su voz traicionaba su miedo.—Deja de ser tan orgullosa—dijo Bastian, su tono suave pero firme—. No es momento para juegos. No con esa herida.Ella intentó levantarse, pero el dolor la hizo caer de nuevo. Bastian se acercó y, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos preocupados, bromeó: —. Si sigues así, voy a pensar que disfrutas verme sufrir cargándote.Con un movimiento fluido, Bastian se arrodilló y le ofreció su espalda. —Vamos, antes de que este edificio se convierta en nuestra tumba.Con un gruñido fin
—Deberías estar descansando, Beltaine. Ayer casi te matan, ¿y aquí estás, trabajando como si nada?—No es para tanto, Bastian— la pelirroja sonrió con ironía—. Además, prefiero mil veces estar aquí que encerrada en casa.Ella apoyó con fuerza el pie en el suelo, desafiando el dolor de la herida en su muslo.—Mira, puedo soportarlo. Y no puedo soportar estar lejos de mis armas. Ellas no se van a pulir solas.Bastian sacudió la cabeza, su sonrisa era una mezcla de diversión y desafío. No había palabras que pudieran persuadir a Beltaine de detenerse en su tarea.—¿De verdad? Me alegra oír eso, aunque es un poco extraño… —comentó Bastian, señalando con un movimiento sutil de su barbilla. Su mirada se posó en Beltaine, cuya frente estaba ligeramente fruncida en concentración—. Pero cuéntame, te noto tensa, ¿qué te lleva a fregar tus armas con tanta vehemencia a estas horas de la mañana?Beltaine, que conocía bien su propio ritual de limpiar las armas para canalizar su frustración y rabia,
El silencio se cernía sobre ellos, tan denso y opresivo que parecía una entidad viva. Lylo, con el corazón latiendo en su garganta, temía haber cruzado un límite sagrado con su atrevida solicitud. La tensión en el aire era casi palpable, como si la ira de su Alfa estuviera a punto de desatarse en una tormenta furiosa.Sin embargo, para su asombro, Kyrios solo levantó la vista al cielo claro y despejado, donde las nubes se desplazaban con indiferencia ante los asuntos terrenales. Con un suspiro que parecía llevarse la carga del mundo, el Lord de los licántropos extendió su brazo derecho. Las palabras de un antiguo encantamiento comenzaron a fluir de sus labios, una melodía olvidada que solo los lores de su linaje podían entonar y entender. El aire alrededor de su bíceps vibró con la promesa de poder inminente.Y entonces, como si hubiera sido convocado desde las profundidades del tiempo, un brazalete de intrincado diseño apareció en su brazo, centelleando con una luz que no era de este