Y así termina la segunda parte de esta historia. Continuará...
Adams amaneció con un regusto amargo en la boca. Se levantó en piloto automático rumbo a la cocina como cada día. Se detuvo en medio de la habitación para lanzarle una mirada a Nadia que dormía volteada hacia la balconera, cubierta casi hasta la cabeza. Insertó una capsula de Nespresso en la cafetera mientras se saboreaba una vez más, intentando recordar. Se relamió tratando de arrascar con los dientes la estela de sabor que quedaba impregnada en los labios. Terminó haciéndose sangre. Y le gustó. Descubrió que esa sensación de desasosiego se debía a un sueño, bueno en realidad una pesadilla. Quería recordar. —Adams, cari… —le llamó Nadia. Tomó las dos tazas de café y volvió a la habitación. Nadia aguardaba recostada al respaldo capitoneado con el pelo reposando sobre ambos hombros. Era la rutina de cada día: él llevaba el café a la cama antes de que ella se preparara para irse al trabajo. Adams no trabajaba, no de forma tradicional. —Tuve una pesadilla —le alcanzó el café y lueg
La rutina de cada mañana era simple: Adams compartía un café en la cama con Nadia, luego ella se iba al trabajo y él se quedaba remoloneando un poco más. De todas formas, el día se le hacía demasiado largo para hacer ejercicios, hacerse algunas fotos, compartirlas en I*******m y atender a sus seguidores. Lo mismo compartía secciones de entrenamiento en el gimnasio de la primera planta, un plato previamente aprendido de otro youtuber —que luego de las fotos terminaba en la basura—, o sencillamente posando. Algunas veces buscaba una película y terminaba durmiendo otra vez el resto de la tarde hasta la llegada de Nadia. Buscando que hacer en encerrado en esas cuatro paredes había probado los videos juegos, pero no terminaron de convencerle. Esa tarde, abandonó las pesas en medio de una rutina de bíceps. Ignorando sus propias reglas de contención con el vino, se fue a la cocina y sirvió una copa bien llena. Un mensaje iluminó la pantalla. Le sorprendió un culo, el culo de una chica blanca
Nadia y Fernanda habían organizado una cena en casa sin contar con él. Ellas dos, que últimamente se iban de juerga a algún bar y llegaban felices y borrachas, en alguna de esas embriagadas conversaciones se pusieron de acuerdo. ¿De cuál de las dos fue la grandiosa idea? Dos o tres horas con aquellas dos mujeres, después de lo sucedido con Fernanda. Lo sucedido con Fernanda era lo “no” sucedido con Fernanda. Nadia quería agradecerle la dedicación al trabajo. Eso le había dicho, pero él había escuchado entre líneas: necesito desesperadamente una amiga para esta patética existencia mía. Nadia era una mujer inteligente, bastante inteligente, pero esta vez se la metieron doblada, pensó Adams metido en la bañera con espuma. Hasta se animó a sonreír. Nadia no tenía amigos. ¡Qué triste! Él por lo menos tenía sus seguidores de internet. Pero ella ni eso. Los padres de Nadia estaban muertos, como los de él, pero él no los extrañaba. Estaban los dos solos en este mundo. ¡Qué triste! Nadia le p
Al rato, Adams se les unió a las chicas. Bebían vino y conversaban muy animadas. Fernanda metida en el papel de amiguísima libre de intenciones de comerle la polla al novio. Él se llenó una copa y se sentó junto a ellas en la isla. Miraba fijamente a Fernanda buscando indicios de molestia, pero la molestia que él sabía existía, estaba muy bien oculta. Después observó a Nadia. Su sabor, su olor, sin dudas eran sus mejores atributos. Ya no le parecía triste, le parecía más bien esos dulces deliciosos que no sabes valorar al no tener un aspecto espectacular. Una guanabana. Nadia era como una guanabana. Y hoy con esa ropa verde la comparación era más oportuna que nunca. Esa fruta verde muy similar a un erizo a la defensiva, y luego en el interior una masa inmaculada, pulposa. Exquisita. Era un hombre afortunado: una buena novia, sabía con la misma certeza que ella también daría la vida por él, como él la daría por ella. ¿Por qué últimamente estaba obsesionado con eso de dar la vida? ¡Qué
A Fernanda le gustaba la gente que cuidaba de sus casas, que se creaba un hogar al cual desear volver. Una tarde Nadia llegó a su despacho pidiendo un proyecto para la reforma: —Tengo un espacio espectacular, difícil de encontrar en estas zonas de Barcelona y tenemos que poder aprovecharlo. Mi esposo tiene una enfermedad muy rara en la piel y le hace daño la luz del sol. He estado mirando fotos en internet y más o menos ya sé qué busco. Te envío las fotos. A Fernanda también le gustaba la gente —y en especial los clientes— seguros. Le facilitaban el trabajo y le ahorraban horas de dudas y las mismas preguntas: ¿Y qué tú crees? ¿Quedará bien? No sé. No estoy seguro. Recordaba sobre todo la sensación que le había quedado tras la primera visita de Nadia al despacho mientras tocaba el timbre por quinta vez. Nadia le pareció una mujer enamorada de alguien que requería mucho cuidado. Lo que más le impresionó fue que lo llevaba —por lo poco que la conocía— de forma alegre y vital. Lej
Fernanda miraba a Nadia bailar sola con la botella en la mano, algunos mechones de cabello se le deslizaban delante de la cara. Era la única que bailaba. De vez en cuando le hacía señas para que se le uniera. Fernanda levantaba su botella, hacía un brindis al aire y negaba con la cabeza. Por suerte su compañera desistía rápido, volvía a cerrar los ojos y dejarse llevar por la música. Fernanda podía jurar que también estaba deprimida —y con también se refería a Adams, claro—, solo pensaba en él y lo que estuviera relacionado. Nadia era una mujer normal, físicamente, pero algo en ella le hacía especial. Aún no sabía qué. Algo debía de tener para conseguir a Adams. Pero podía jurar que ambos estaban deprimidos cada uno a su forma, y por separado. Tal vez ocultándoselo entre sí. Nadia volvió a su asiento brillando de sudor. Volvió a sacudirse el pelo. —¿Todo bien? —le preguntó Fernanda. —Todo muy bien —¿No vas a llamar a Adams? Son las ocho y media. —Se me ha ido el tiempo. Hacía ta
Fernanda volvió con una brigada para la reforma. Todos los días iba a la obra alegando que supervisaba el trabajo, pero solo quería verlo a él. Se quedaba incluso luego de que los trabajadores se fueran. Esa tarde el día había estado nublado. Cuando lo vio llegar a la cocina, enseguida fue a su encuentro. —¿Alguna vez te sientes deprimida? —preguntó él. Ella se colocó el pelo detrás de la oreja y le miró a los ojos. — Veamos…, ¿aparte de los lunes, los San Valentín, las navidades y mis cumples? Si, algunas veces... Entonces lo vio sonreír por primera vez, una sonrisa completa, no esas pequeñas muecas que le hacían lucir sexi y provocador. Una sonrisa limpia. —¿Qué tan deprimido tengo que estar para hablar de depresión con una desconocida? —Mucho. Pero si sirve de algo te sienta bien la depresión. Te da un halo misterioso. —Nadia sería capaz de matarte si se entera que te has follado a su novio. Fernanda enrojeció con el cambio brusco, pero quiso lucir atrevida —¿Eso voy a
Nadia fue quien la recibió aquella noche. Por la ropa que llevaba, Fernanda supo que aún no estaba lista. —El tiempo se me ha ido volando —se justificó Nadia—. Pero entra, ya sabes que estás en tu casa. Acomódate, prepárate algo de beber. Enseguida estoy. Fernanda sonrió mientras avanzaba por el pasillo. Genial, ni porque está en su casa está lista a tiempo. En esas tardes de bar, inducida por la bebida había aceptado la invitación para comer. Al otro día le pareció muy mala idea, y no se atrevió a cancelar. Tomó el teléfono en la mano unas tres veces, pero nunca marcó. Le gustaba mantener su palabra, pero ahora allí en medio de la sala sabiendo Adams aparecería de un momento estaba muy nerviosa. “Que no bajen él antes. No puedo estar a solas con él. No debí venir. Me pareció que podía que podía hacerle frente como si nada. Pero no puedo”, pensó mientras caminaba de un lado a otro en el recibidor. Nadia se perdió escaleras arriba antes de que ella terminara sus pensamientos “Tal