Al volver a casa fue enseguida a ver a Adams. Se trajo del trastero una bolsa de sangre. El sueño de Adams ya casi era hibernación. Lo trasfundió directamente por la vena del brazo. No pretendía despertarlo por el momento. Ya para ese entonces se habrán borrado las marcas de los pinchazos. Ya para ese entonces... ¿Cuánto tiempo planeaba tenerlo así? Era un misterio también para ella. Por momentos lo extrañaba, se sentía estúpida por amarle incondicionalmente. Fernanda no había sido la única culpable, aunque pagó como tal. Se había portado como una hija de puta, eso sin dudas, pero no merecía la muerte. Aunque le dolía aún, podía llegar a entender un poco la traición de Fernanda, seguramente se había enamorado de Adams como todas. Como no iba a entender eso, aunque no ha perdonarla, también había quedado claro. Él era el único culpable. Él no amaba a nadie, solo a sí mismo. Y ella, ella no podía hacer nada diferente a todo lo que había hecho. Lo peor es que era capaz de volverlo a
Nadia volvió al otro día al banco de sangre, pero aguardó lejos. No quería ser vista por nadie y mucho menos por la antigua compañera de Marcos. Odiaba causar pena. Efectivamente parecía que Marcos no volvería.De regreso a la tienda le pidió a Sandra, sin darle explicaciones, que llamara al hospital para saber de él. Las respuestas fueron las mismas. Logró saber su apellido por reseñas y entrevistas al personal del laboratorio. Así encontró su Facebook y su Instagram. Y pasaba lo mismo: en el Facebook y el Instagram las últimas publicaciones fueron por las fechas en que lo vio por última vez. Marcos había desaparecido.# # # # #Nadia decidió salir, pasear, bailar, emborracharse. Podía encontrar otra amiga. No podía ser tan difícil. Buscando en internet le salió el nombre de la Disc-restaurante “El cuello de la víctima”. Le pareció cuanto menos gracioso. Cuando iba a entrar, a la hora de la disco, porque comer sola en un restaurante de lujo era muy raro, vio un grupo de chicos. Una c
Con tanto silencio, con tanto tiempo para pensar Nadia recordó parte de la vida anterior, esa etapa donde vivieron en un pueblito dejado de la mano de Dios. Adams fue profesor y ella se abrió una tienda de ropa. Fue antes de descubrir su interés por las antigüedades. Fue antes de entender que como bruja o exbruja lo antiguo siempre estaría ligado a ella. El caso es que vivieron allí durante un año. Apenas un año y Adams comenzó a salir con una estudiante de dieciocho años. Una belleza de pueblo, ligera y amable. Lo cual provocó dos cosas, una que ella se sintiera fea una vez más, que sintiera que Adams no la amaría nunca y que se sintiera vieja. Adams no envejecería ni un día más. Adams siempre sería guapo, joven. Ella no podía ser bella, contra eso no había nada que hacer, pero podía poner remedio al paso del tiempo. Y aunque para ese entonces solo tenía veintiséis, nunca existió alguien de veintiséis que se sintiera tan viejo. Fue cómo si descubriera en ese momento que ella continua
—Podemos tomar esa copa ahora —dijo Nadia para calmarse. Adams estaba bien tenía un segundo para pensar, para asimilar esta locura de situación. —Eres de lo que no hay. Sírvete tú misma —Marcos visiblemente enojado abrió el minibar. Agarró solo una botellita para él. Parecía que ella le gustaba, parecía que le gustaba de verdad, más allá del efecto colateral que pudo provocarle la hipnosis. Ya no era un humano, ya sabía todo, y en su forma de actuar no había cambiado. Seguía siendo gentil, seguía siendo dulce. Y se veía muy apenado pro la situación. Podía parar ya: tampoco era tan descabellado que un chico quisiera invitarla a salir, llevársela a la cama y tener una relación. Lo que Adams no fuera capaz de darle, no era culpa del resto. —Lo siento —dijo ella y se acomodó el traje de lencería cubriéndose lo más posible. También agarró una botellita del minibar. Cerró la puerta. Marcos la miró incrédulo, decepcionado. Le debía más que un “lo siento” desganado. No era más que un chico
Adams amaneció con un regusto amargo en la boca. Se levantó en piloto automático rumbo a la cocina como cada día. Se detuvo en medio de la habitación para lanzarle una mirada a Nadia que dormía volteada hacia la balconera, cubierta casi hasta la cabeza. Insertó una capsula de Nespresso en la cafetera mientras se saboreaba una vez más, intentando recordar. Se relamió tratando de arrascar con los dientes la estela de sabor que quedaba impregnada en los labios. Terminó haciéndose sangre. Y le gustó. Descubrió que esa sensación de desasosiego se debía a un sueño, bueno en realidad una pesadilla. Quería recordar. —Adams, cari… —le llamó Nadia. Tomó las dos tazas de café y volvió a la habitación. Nadia aguardaba recostada al respaldo capitoneado con el pelo reposando sobre ambos hombros. Era la rutina de cada día: él llevaba el café a la cama antes de que ella se preparara para irse al trabajo. Adams no trabajaba, no de forma tradicional. —Tuve una pesadilla —le alcanzó el café y lueg
La rutina de cada mañana era simple: Adams compartía un café en la cama con Nadia, luego ella se iba al trabajo y él se quedaba remoloneando un poco más. De todas formas, el día se le hacía demasiado largo para hacer ejercicios, hacerse algunas fotos, compartirlas en I*******m y atender a sus seguidores. Lo mismo compartía secciones de entrenamiento en el gimnasio de la primera planta, un plato previamente aprendido de otro youtuber —que luego de las fotos terminaba en la basura—, o sencillamente posando. Algunas veces buscaba una película y terminaba durmiendo otra vez el resto de la tarde hasta la llegada de Nadia. Buscando que hacer en encerrado en esas cuatro paredes había probado los videos juegos, pero no terminaron de convencerle. Esa tarde, abandonó las pesas en medio de una rutina de bíceps. Ignorando sus propias reglas de contención con el vino, se fue a la cocina y sirvió una copa bien llena. Un mensaje iluminó la pantalla. Le sorprendió un culo, el culo de una chica blanca
Nadia y Fernanda habían organizado una cena en casa sin contar con él. Ellas dos, que últimamente se iban de juerga a algún bar y llegaban felices y borrachas, en alguna de esas embriagadas conversaciones se pusieron de acuerdo. ¿De cuál de las dos fue la grandiosa idea? Dos o tres horas con aquellas dos mujeres, después de lo sucedido con Fernanda. Lo sucedido con Fernanda era lo “no” sucedido con Fernanda. Nadia quería agradecerle la dedicación al trabajo. Eso le había dicho, pero él había escuchado entre líneas: necesito desesperadamente una amiga para esta patética existencia mía. Nadia era una mujer inteligente, bastante inteligente, pero esta vez se la metieron doblada, pensó Adams metido en la bañera con espuma. Hasta se animó a sonreír. Nadia no tenía amigos. ¡Qué triste! Él por lo menos tenía sus seguidores de internet. Pero ella ni eso. Los padres de Nadia estaban muertos, como los de él, pero él no los extrañaba. Estaban los dos solos en este mundo. ¡Qué triste! Nadia le p
Al rato, Adams se les unió a las chicas. Bebían vino y conversaban muy animadas. Fernanda metida en el papel de amiguísima libre de intenciones de comerle la polla al novio. Él se llenó una copa y se sentó junto a ellas en la isla. Miraba fijamente a Fernanda buscando indicios de molestia, pero la molestia que él sabía existía, estaba muy bien oculta. Después observó a Nadia. Su sabor, su olor, sin dudas eran sus mejores atributos. Ya no le parecía triste, le parecía más bien esos dulces deliciosos que no sabes valorar al no tener un aspecto espectacular. Una guanabana. Nadia era como una guanabana. Y hoy con esa ropa verde la comparación era más oportuna que nunca. Esa fruta verde muy similar a un erizo a la defensiva, y luego en el interior una masa inmaculada, pulposa. Exquisita. Era un hombre afortunado: una buena novia, sabía con la misma certeza que ella también daría la vida por él, como él la daría por ella. ¿Por qué últimamente estaba obsesionado con eso de dar la vida? ¡Qué