—El secuestrador —dijo ella contrayendo el cuerpo, poniéndose a la defensiva. —Yo mismo —contestó Samuel—. A diferencia de Marcos no soy un remilgado. Yo no temo ensuciarme las manos. A diferencia de Marcos y por lo que escuché detrás de la puerta, es lo que tengo en común contigo: que hago lo que haga falta por la gente que quiero. Lo que pasa, Marcos, es que tú nunca has sido ni serás la gente por la que ella o yo hacemos cosas. Tú eres al que le hacen cosas, al que le pasan por encima para llegar a esas cosas. —Tú no me conoces —dijo ella. —Tienes razón no te conozco, pero algo sé. Estás lejos de ser una vampira ordinaria para estar con Leonardo. —¿Qué? —preguntó Marcos. ¿Leonardo, el famoso y buscado Leonardo era el novio de Vanesa? —Tu cara en este momento no tiene precio —dijo Samuel a Marcos—. ¿Dónde está Leonardo? ¿En casa esperándote? —preguntó a ella y luego volvió a mirar a marcos con condescendencia—. Del que te ponías celoso es Leonardo. Es el vampiro al que Paula es
Luego de hundirle los ojos en el cráneo a Fernanda, Nadia arrastró el cuerpo lejos de la puerta de entrada para evitar que la sangre se escurriera por debajo. Entonces se sentó en una silla de la cocina y desde allí observó el pasillo y el cadáver. Permaneció tanto tiempo allí que terminó mirando sin mirar, sin pensar. Se quedó en una especie de Standby durante una hora aproximadamente. Luego de ese tiempo realizar los rimeros movimientos le cató más de lo que hubiera podido figurarse.Lo primero era deshacerse del móvil. Arriba Adams permanecería hipnotizado hasta que ella pronunciara las palabras que lo sacarían del letargo.Su cartera colgaba de la percha de la entrada, agarró dinero en efectivo y salió en coche. En una tienda de productos para el cabello compró una peluca rubia y base para piel blanca.Al volver a casa, subió al cuarto. Entró intentando no mirar a Adams aún desnudo. Ya se ocuparía de él. Fue a su armario, y agarró una falda y una chaqueta negra, un vestuario simil
Al volver a casa fue enseguida a ver a Adams. Se trajo del trastero una bolsa de sangre. El sueño de Adams ya casi era hibernación. Lo trasfundió directamente por la vena del brazo. No pretendía despertarlo por el momento. Ya para ese entonces se habrán borrado las marcas de los pinchazos. Ya para ese entonces... ¿Cuánto tiempo planeaba tenerlo así? Era un misterio también para ella. Por momentos lo extrañaba, se sentía estúpida por amarle incondicionalmente. Fernanda no había sido la única culpable, aunque pagó como tal. Se había portado como una hija de puta, eso sin dudas, pero no merecía la muerte. Aunque le dolía aún, podía llegar a entender un poco la traición de Fernanda, seguramente se había enamorado de Adams como todas. Como no iba a entender eso, aunque no ha perdonarla, también había quedado claro. Él era el único culpable. Él no amaba a nadie, solo a sí mismo. Y ella, ella no podía hacer nada diferente a todo lo que había hecho. Lo peor es que era capaz de volverlo a
Nadia volvió al otro día al banco de sangre, pero aguardó lejos. No quería ser vista por nadie y mucho menos por la antigua compañera de Marcos. Odiaba causar pena. Efectivamente parecía que Marcos no volvería.De regreso a la tienda le pidió a Sandra, sin darle explicaciones, que llamara al hospital para saber de él. Las respuestas fueron las mismas. Logró saber su apellido por reseñas y entrevistas al personal del laboratorio. Así encontró su Facebook y su Instagram. Y pasaba lo mismo: en el Facebook y el Instagram las últimas publicaciones fueron por las fechas en que lo vio por última vez. Marcos había desaparecido.# # # # #Nadia decidió salir, pasear, bailar, emborracharse. Podía encontrar otra amiga. No podía ser tan difícil. Buscando en internet le salió el nombre de la Disc-restaurante “El cuello de la víctima”. Le pareció cuanto menos gracioso. Cuando iba a entrar, a la hora de la disco, porque comer sola en un restaurante de lujo era muy raro, vio un grupo de chicos. Una c
Con tanto silencio, con tanto tiempo para pensar Nadia recordó parte de la vida anterior, esa etapa donde vivieron en un pueblito dejado de la mano de Dios. Adams fue profesor y ella se abrió una tienda de ropa. Fue antes de descubrir su interés por las antigüedades. Fue antes de entender que como bruja o exbruja lo antiguo siempre estaría ligado a ella. El caso es que vivieron allí durante un año. Apenas un año y Adams comenzó a salir con una estudiante de dieciocho años. Una belleza de pueblo, ligera y amable. Lo cual provocó dos cosas, una que ella se sintiera fea una vez más, que sintiera que Adams no la amaría nunca y que se sintiera vieja. Adams no envejecería ni un día más. Adams siempre sería guapo, joven. Ella no podía ser bella, contra eso no había nada que hacer, pero podía poner remedio al paso del tiempo. Y aunque para ese entonces solo tenía veintiséis, nunca existió alguien de veintiséis que se sintiera tan viejo. Fue cómo si descubriera en ese momento que ella continua
—Podemos tomar esa copa ahora —dijo Nadia para calmarse. Adams estaba bien tenía un segundo para pensar, para asimilar esta locura de situación. —Eres de lo que no hay. Sírvete tú misma —Marcos visiblemente enojado abrió el minibar. Agarró solo una botellita para él. Parecía que ella le gustaba, parecía que le gustaba de verdad, más allá del efecto colateral que pudo provocarle la hipnosis. Ya no era un humano, ya sabía todo, y en su forma de actuar no había cambiado. Seguía siendo gentil, seguía siendo dulce. Y se veía muy apenado pro la situación. Podía parar ya: tampoco era tan descabellado que un chico quisiera invitarla a salir, llevársela a la cama y tener una relación. Lo que Adams no fuera capaz de darle, no era culpa del resto. —Lo siento —dijo ella y se acomodó el traje de lencería cubriéndose lo más posible. También agarró una botellita del minibar. Cerró la puerta. Marcos la miró incrédulo, decepcionado. Le debía más que un “lo siento” desganado. No era más que un chico
Adams amaneció con un regusto amargo en la boca. Se levantó en piloto automático rumbo a la cocina como cada día. Se detuvo en medio de la habitación para lanzarle una mirada a Nadia que dormía volteada hacia la balconera, cubierta casi hasta la cabeza. Insertó una capsula de Nespresso en la cafetera mientras se saboreaba una vez más, intentando recordar. Se relamió tratando de arrascar con los dientes la estela de sabor que quedaba impregnada en los labios. Terminó haciéndose sangre. Y le gustó. Descubrió que esa sensación de desasosiego se debía a un sueño, bueno en realidad una pesadilla. Quería recordar. —Adams, cari… —le llamó Nadia. Tomó las dos tazas de café y volvió a la habitación. Nadia aguardaba recostada al respaldo capitoneado con el pelo reposando sobre ambos hombros. Era la rutina de cada día: él llevaba el café a la cama antes de que ella se preparara para irse al trabajo. Adams no trabajaba, no de forma tradicional. —Tuve una pesadilla —le alcanzó el café y lueg
La rutina de cada mañana era simple: Adams compartía un café en la cama con Nadia, luego ella se iba al trabajo y él se quedaba remoloneando un poco más. De todas formas, el día se le hacía demasiado largo para hacer ejercicios, hacerse algunas fotos, compartirlas en I*******m y atender a sus seguidores. Lo mismo compartía secciones de entrenamiento en el gimnasio de la primera planta, un plato previamente aprendido de otro youtuber —que luego de las fotos terminaba en la basura—, o sencillamente posando. Algunas veces buscaba una película y terminaba durmiendo otra vez el resto de la tarde hasta la llegada de Nadia. Buscando que hacer en encerrado en esas cuatro paredes había probado los videos juegos, pero no terminaron de convencerle. Esa tarde, abandonó las pesas en medio de una rutina de bíceps. Ignorando sus propias reglas de contención con el vino, se fue a la cocina y sirvió una copa bien llena. Un mensaje iluminó la pantalla. Le sorprendió un culo, el culo de una chica blanca