Cuando Azabach soltó esa frase, ambos hombres se sintieron incómodos, en especial Damien, que al instante cubrió la boca de la atrevida joven y reclamó avergonzado. —¿Qué carajo estás diciendo? Tú y yo… Al notar que entre ellos había complicidad, Ashal dijo un tanto divertido. —Interesante, jamás pensé que ustedes dos se llevaran tan bien. —Luego se dirigió a Damien y señaló con cierto resentimiento—. Es más, me sorprende saber que te interesen otras mujeres además de mi esposa. Avergonzado por este señalamiento, Damien se apartó y aseguró nerviosamente. —Yo… yo no tengo nada que ver con ella. Azabach se sintió dolida al escuchar este rechazo, que golpeó con furia el hombro del fornido sujeto y reclamó. —¡Eres de lo peor! Yo que hice todo para estar a tu lado y me sales con esto. ¡Realmente no mereces mi amor! —¡Jamás te dije que éramos algo más! —reviró Damien, bastante alterado. Estas palabras hirieron más a Azabach, que sus lágrimas comenzaron a salir. —¡Te odio! No debí h
La intromisión de Damien sorprendió a ambos, en especial a Azabach, que no entendía a qué se refería con la frase “capaz de matar a su propio hermano”. En tanto, Ashal resopló de fastidio, para después defenderse. —No sé por qué sigues acusándome de la muerte de Ovidio, ya te dije que jamás me atreví lastimar a mi propia familia. —Luego se dirigió a Azabach y continuó diciendo—. Sobre el paradero de tu padre, él está resguardado en una casa de seguridad ubicada a las afueras de la ciudad, junto al río. Puedes estar tranquila de que él está bien protegido de cualquiera que intente atacarlo o raptarlo para sus propios intereses. Esto último lo resaltó en referencia al duque del Norte. Azabach no dudó de las palabras del emperador y entusiasmada, señaló. —Agradezco su sinceridad, majestad. No hay duda de que usted sí cumple sus promesas. —Tras decir esto, se acercó a Damien y dijo con frialdad—. Supongo que ahora que estás de pie, tienes otros planes, ¿no es así? Este comentario
Un dolor en el pecho hizo que Adeline despertara. Confundida, lentamente se incorporó para reconocer su entorno. Cuando su visión se volvió más clara, notó que se encontraba en una habitación desconocida, pero lo bastante cómoda e iluminada. —¿Dónde estoy? —murmuró. En ese momento entró una mujer con ropas sencillas, quien al ver a la emperatriz levantada, se apresuró y dijo preocupada. —¡Majestad! ¡Ya está despierta! ¿Cómo se siente? ¿Le duele algo? ¿Quiere que llame al médico? Tantas preguntas aturdieron bastante a la joven, que apenas pudo responder: —Eh, bueno… yo me siento bien… creo. La mujer, no convencida con esta respuesta, volvió a insistir. —¿En serio se siente bien? ¿No le duele la herida? Cuando la mujer señaló esto, Adeline se llevó la mano al pecho y el dolor le recordó lo sucedido durante la crisis en Tirón. —¿Cuánto dormí? —preguntó repentinamente. —¡Oh! Bueno, estuvo inconsciente toda la noche, hasta ahora —contestó la diligente empleada. —¿Qué ocurrió con
Adeline casi se fue de espaldas al enterarse de que Ashal había colapsado, que en su mente retumbaron las palabras de la Deidad Suprema: “fue hasta él para atacarlo directamente, quitándole su energía vital para que muera lentamente”. Sumamente consternada, Adeline exclamó al tiempo que se levantaba rápidamente de la cama. —¡Necesito ver a Ashal! Al ver que la emperatriz hacía esto, Marion intentó detenerla. —¿Qué es lo que piensa hacer, Majestad? Usted necesita quedarse aquí para que termine su recuperación. —¡No puedo! Ashal está en peligro y tengo que estar con él en este momento —insistió la desesperada mujer. Mientras forcejeaban, la sirvienta, que había llegado antes a atender a Adeline, preguntó sorprendida. —¿Qué está sucediendo? Marion se distrajo con la intromisión, oportunidad que fue aprovechada por Adeline, que empujó a su guardián para dirigirse hacia la mujer que acababa de entrar. —Ayúdame a vestirme, tengo que salir ahora mismo. La mujer la miró confundida, p
“Fui maldecido por Dios”. Mientras se dirigían al río en un vehículo para ir en busca de Julius Zenitty, Damien le daba vueltas a la charla que había tenido minutos atrás con Ashal. Aunque este no había sido claro sobre esa supuesta maldición, en el fondo sentía que él era la causa por la cual su medio hermano se encontrara en esa condición. Azabach, que no era indiferente al silencio de Damien, se atrevió a preguntar. —Damien, ¿hay algún problema? Desde que nos despedimos del emperador, no has dicho nada en todo el camino. La voz de Azabach hizo que Damien volviera en sí y respondiera vagamente: —¡Ah! No es nada. Sin creer en tales palabras, la joven nómada cuestionó de nuevo. —¡Qué dices! Si hace un momento parecías bastante ansioso al enterarte de que la enfermedad del emperador Ashal era degenerativa. Al sentirse descubierto, Damien aclaró la garganta y dijo seriamente. —No quiero hablar más de eso, primero enfoquémonos en encontrar a tu padre. —¡No desvíes el tema! —recl
—¡El emperador ha entrado en paro! —gritó un soldado, que ingresó intempestivamente al despacho donde se encontraba Gérard trabajando con sus subalternos. Al escuchar esto, el asistente del emperador soltó los documentos que tenía en la mano y preguntó con incredulidad. —¿Qué acabas de decir? El soldado se acercó rápidamente y, entregando una nota, comenzó a explicar. —La clínica envió un mensaje urgente para avisar que el emperador Ashal entró en paro y ahora mismo lo están operando de emergencia. Aun sin poder creer lo que acababa de escuchar, Gérard se desplomó en su asiento y, llevándose la mano a la frente, balbuceó. —No… no puede ser… —Además —continuó el soldado diciendo—, nos reportan que el ex general Chevalier, quien se suponía estaba inmovilizado, desapareció de su habitación y el personal del hospital no sabe cómo es que ocurrió esto. Bunger alzó el rostro y, mirando con estupefacción a su interlocutor, preguntó: —Damien…. ¿Desapareció de la clínica? —Así es. Seg
Sumamente confundido, Ashal se incorporó lentamente para intentar recordar el sueño que había tenido. —Acaso eso fue… ¿Una visión? Mientras analizaba las palabras que Adeline había pronunciado en ese extraño sueño, Gérard entró a la habitación y, al ver a su amigo despierto, se acercó presuroso. —¡Ashal! ¡Al fin despertaste! —exclamó entre lágrimas. Cuando su amigo lo abrazó, Ashal se apartó rápidamente, incómodo por el afectuoso gesto. —¡Oye! ¡Quítate que me asfixias! —¡Ey! ¿Por qué eres tan insensible? ¿Acaso no aprecias a tu amigo que estuvo preocupado porque llevabas días sin despertar? —se quejó Gérard, haciendo gesto de puchero. Cuando su amigo mencionó esto, Ashal le preguntó extrañado. —¿Qué dijiste? ¿Cuánto tiempo llevo dormido? ¡No! Mejor dicho, ¿qué me pasó? Al ver el asombro del emperador, Gérard recuperó la compostura y respondió diligentemente. —Bueno, sufriste un paro y tuvieron que operarte de emergencia. Como estuviste a punto de morir en el proceso, los doct
Cuando reconoció la voz, Adeline se levantó de golpe y dirigió su mirada hacia donde se encontraba esa persona. Incrédula de tener a Ashal frente a ella, balbuceó. —Tú… tú… tú… ¿Por qué estás aquí? A Ashal no le agradó este recibimiento, así que se acercó peligrosamente y respondió. —Estoy aquí para llevarme a mi esposa a casa. Sintiéndose acorralada, Adeline dio unos pasos atrás, en un intento por escapar de las garras de ese peligroso hombre, y balbuceó. —¿Qué? ¿De qué estás hablando? Ashal fue más rápido y, atrapando las frágiles muñecas de su esposa contra la pared, cuestionó con fiereza. —¿Quién te crees para abandonar al gran Ashal Dunesque? La mirada filosa de su marido estremeció a Adeline, que por un momento dudó en enfrentársele. A pesar de esto, recordó su misión y replicó con dignidad: —Majestad, ¿qué actitud es esa contra la sacerdotisa de este templo? ¡Suélteme o recibirá el castigo divino! Impactado por la actitud osada su esposa, Ashal aflojó su agarre, pero