“Fui maldecido por Dios”. Mientras se dirigían al río en un vehículo para ir en busca de Julius Zenitty, Damien le daba vueltas a la charla que había tenido minutos atrás con Ashal. Aunque este no había sido claro sobre esa supuesta maldición, en el fondo sentía que él era la causa por la cual su medio hermano se encontrara en esa condición. Azabach, que no era indiferente al silencio de Damien, se atrevió a preguntar. —Damien, ¿hay algún problema? Desde que nos despedimos del emperador, no has dicho nada en todo el camino. La voz de Azabach hizo que Damien volviera en sí y respondiera vagamente: —¡Ah! No es nada. Sin creer en tales palabras, la joven nómada cuestionó de nuevo. —¡Qué dices! Si hace un momento parecías bastante ansioso al enterarte de que la enfermedad del emperador Ashal era degenerativa. Al sentirse descubierto, Damien aclaró la garganta y dijo seriamente. —No quiero hablar más de eso, primero enfoquémonos en encontrar a tu padre. —¡No desvíes el tema! —recl
—¡El emperador ha entrado en paro! —gritó un soldado, que ingresó intempestivamente al despacho donde se encontraba Gérard trabajando con sus subalternos. Al escuchar esto, el asistente del emperador soltó los documentos que tenía en la mano y preguntó con incredulidad. —¿Qué acabas de decir? El soldado se acercó rápidamente y, entregando una nota, comenzó a explicar. —La clínica envió un mensaje urgente para avisar que el emperador Ashal entró en paro y ahora mismo lo están operando de emergencia. Aun sin poder creer lo que acababa de escuchar, Gérard se desplomó en su asiento y, llevándose la mano a la frente, balbuceó. —No… no puede ser… —Además —continuó el soldado diciendo—, nos reportan que el ex general Chevalier, quien se suponía estaba inmovilizado, desapareció de su habitación y el personal del hospital no sabe cómo es que ocurrió esto. Bunger alzó el rostro y, mirando con estupefacción a su interlocutor, preguntó: —Damien…. ¿Desapareció de la clínica? —Así es. Seg
Sumamente confundido, Ashal se incorporó lentamente para intentar recordar el sueño que había tenido. —Acaso eso fue… ¿Una visión? Mientras analizaba las palabras que Adeline había pronunciado en ese extraño sueño, Gérard entró a la habitación y, al ver a su amigo despierto, se acercó presuroso. —¡Ashal! ¡Al fin despertaste! —exclamó entre lágrimas. Cuando su amigo lo abrazó, Ashal se apartó rápidamente, incómodo por el afectuoso gesto. —¡Oye! ¡Quítate que me asfixias! —¡Ey! ¿Por qué eres tan insensible? ¿Acaso no aprecias a tu amigo que estuvo preocupado porque llevabas días sin despertar? —se quejó Gérard, haciendo gesto de puchero. Cuando su amigo mencionó esto, Ashal le preguntó extrañado. —¿Qué dijiste? ¿Cuánto tiempo llevo dormido? ¡No! Mejor dicho, ¿qué me pasó? Al ver el asombro del emperador, Gérard recuperó la compostura y respondió diligentemente. —Bueno, sufriste un paro y tuvieron que operarte de emergencia. Como estuviste a punto de morir en el proceso, los doct
Cuando reconoció la voz, Adeline se levantó de golpe y dirigió su mirada hacia donde se encontraba esa persona. Incrédula de tener a Ashal frente a ella, balbuceó. —Tú… tú… tú… ¿Por qué estás aquí? A Ashal no le agradó este recibimiento, así que se acercó peligrosamente y respondió. —Estoy aquí para llevarme a mi esposa a casa. Sintiéndose acorralada, Adeline dio unos pasos atrás, en un intento por escapar de las garras de ese peligroso hombre, y balbuceó. —¿Qué? ¿De qué estás hablando? Ashal fue más rápido y, atrapando las frágiles muñecas de su esposa contra la pared, cuestionó con fiereza. —¿Quién te crees para abandonar al gran Ashal Dunesque? La mirada filosa de su marido estremeció a Adeline, que por un momento dudó en enfrentársele. A pesar de esto, recordó su misión y replicó con dignidad: —Majestad, ¿qué actitud es esa contra la sacerdotisa de este templo? ¡Suélteme o recibirá el castigo divino! Impactado por la actitud osada su esposa, Ashal aflojó su agarre, pero
—¡Ja! ¿Qué es lo que piensa negociar el gran Duque del Norte? ¿Tanto miedo tiene de morir? —exclamó sarcásticamente Gérard, al enterarse de que Adolf había solicitado una negociación. Por su parte, Damien mantuvo su expresión serena, a pesar de que en el fondo se quebraba la cabeza, deduciendo los planes de su tío: «¿Qué extraño? Cuando estuve en el Norte, no encontré nada sospechoso o que pudiera servir como “plan B” para Adolf Dunesque. ¿Acaso hay algo que no vi?». En tanto, Marion continuó exponiendo. —Interrogar al duque ha sido muy desgastante. Se ha negado a hablar desde su aprehensión. Después de varias horas encerrado en la sala, le dijo a uno de nuestros guardias que quería negociar con el emperador Ashal. Como sé que en estos momentos se encuentra fuera, vine inmediatamente a notificarte al respecto. Al escuchar esto, Gérard suspiró pesadamente y añadió: —Gracias, Marion, me encargaré de avisarle a Ashal sobre la petición de su tío. —En ese tenor, frunció el ceño de disg
Cuando salió de la habitación, Ashal notó algo extraño en el guardia que caminaba delante de él, así que se detuvo y preguntó con recelo. —Identifícate. El hombre se congeló al escuchar la gélida orden y, mirando de reojo, respondió maliciosamente. —¡Oh! Creo que no pude engañar fácilmente al emperador. Ashal lo jaló bruscamente para mirar bien al sujeto que lo había engañado y reclamó: —¿Quién eres? ¿A quién respondes? —Lo siento, majestad, pero mi misión ya está cumplida —contestó el falso militar, al tiempo que de su boca salía espuma y comenzaba a convulsionar. —¡Maldito! ¡Dime quién te envió! —gruñó Ashal, sacudiendo violentamente al sujeto que moría frente a él. En ese momento, aparecieron dos soldados imperiales, que inmediatamente se acercaron para auxiliar al emperador. —¡Majestad! ¿Qué sucedió? —¡Hay intrusos en el templo! ¡Atrapen a cualquiera que luzca sospechoso! —ordenó ferozmente. Antes de decir algo más, recordó que Adeline se encontraba sola y corrió rápida
Adeline se quedó sin argumentos para convencer a Ashal de no renunciar al trono, por lo que apenas pudo mencionar: —Tú… ¿Realmente dejarás todo por mí? El emperador se acercó para darle un beso en la frente y respondió con dulzura: —Eres demasiado importante para mí, que no pienso vivir más tiempo alejado de tu lado. Tales palabras conmovieron demasiado a Adeline, que empezó a llorar. Esto perturbó a Ashal e inmediatamente se disculpó: —Adi, tranquila, no te sientas mal… Ya no pudo terminar de hablar, debido a que ella se abalanzó a sus brazos, al tiempo que decía con emoción. —Yo siempre deseé escuchar que estabas dispuesto a todo por mí. Incluso cuando supe lo que habías hecho para corregir nuestro pasado, no había creído por completo en tu amor. Perdón, si dudé de ti. Ashal correspondió el abrazo y, estrechándola con todas sus fuerzas, reiteró. —Mi corazón siempre será tuyo y ahora lo que más me importa es que tú estés a mi lado. No puedo vivir sin ti. Al escuchar esto, la
«¿Vale la pena seguir peleando? Es agotador luchar por un trono, por el cual mis antepasados derramaron sangre. Incluso si mi revolución tenía el objetivo de erradicar el mal gobierno, al final, solo conseguí lastimar a mis seres queridos. De nada sirvió venir al pasado para enmendar mis errores, si siempre habrá alguien que se interponga en mi camino. ¿Acaso no merezco una vida pacífica?», reflexionó Ashal, mientras esperaba a que sus subordinados le dieran luz verde para comenzar a dar su mensaje al imperio. Tales ideas rondaban en su mente desde que se había apartado de Adeline, por lo que ahora sentía que había perdido el entusiasmo por seguir su propósito de gobernar el imperio. Es más, solo tenía deseos de abandonar todo y vivir como un simple mortal, sin otra ambición más en la vida. En lo que Gérard coordinaba la conexión con las distintas difusoras ubicadas a lo largo del territorio de Mont Risto, Damien se acercó para comprobar que Ashal estuviera seguro de su decisión: —