Guerra, ¿sin fin?
Cuando salió de la habitación, Ashal notó algo extraño en el guardia que caminaba delante de él, así que se detuvo y preguntó con recelo.

—Identifícate.

El hombre se congeló al escuchar la gélida orden y, mirando de reojo, respondió maliciosamente.

—¡Oh! Creo que no pude engañar fácilmente al emperador.

Ashal lo jaló bruscamente para mirar bien al sujeto que lo había engañado y reclamó:

—¿Quién eres? ¿A quién respondes?

—Lo siento, majestad, pero mi misión ya está cumplida —contestó el falso militar, al tiempo que de su boca salía espuma y comenzaba a convulsionar.

—¡Maldito! ¡Dime quién te envió! —gruñó Ashal, sacudiendo violentamente al sujeto que moría frente a él.

En ese momento, aparecieron dos soldados imperiales, que inmediatamente se acercaron para auxiliar al emperador.

—¡Majestad! ¿Qué sucedió?

—¡Hay intrusos en el templo! ¡Atrapen a cualquiera que luzca sospechoso! —ordenó ferozmente.

Antes de decir algo más, recordó que Adeline se encontraba sola y corrió rápida
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