Cuando reconoció la voz, Adeline se levantó de golpe y dirigió su mirada hacia donde se encontraba esa persona. Incrédula de tener a Ashal frente a ella, balbuceó. —Tú… tú… tú… ¿Por qué estás aquí? A Ashal no le agradó este recibimiento, así que se acercó peligrosamente y respondió. —Estoy aquí para llevarme a mi esposa a casa. Sintiéndose acorralada, Adeline dio unos pasos atrás, en un intento por escapar de las garras de ese peligroso hombre, y balbuceó. —¿Qué? ¿De qué estás hablando? Ashal fue más rápido y, atrapando las frágiles muñecas de su esposa contra la pared, cuestionó con fiereza. —¿Quién te crees para abandonar al gran Ashal Dunesque? La mirada filosa de su marido estremeció a Adeline, que por un momento dudó en enfrentársele. A pesar de esto, recordó su misión y replicó con dignidad: —Majestad, ¿qué actitud es esa contra la sacerdotisa de este templo? ¡Suélteme o recibirá el castigo divino! Impactado por la actitud osada su esposa, Ashal aflojó su agarre, pero
—¡Ja! ¿Qué es lo que piensa negociar el gran Duque del Norte? ¿Tanto miedo tiene de morir? —exclamó sarcásticamente Gérard, al enterarse de que Adolf había solicitado una negociación. Por su parte, Damien mantuvo su expresión serena, a pesar de que en el fondo se quebraba la cabeza, deduciendo los planes de su tío: «¿Qué extraño? Cuando estuve en el Norte, no encontré nada sospechoso o que pudiera servir como “plan B” para Adolf Dunesque. ¿Acaso hay algo que no vi?». En tanto, Marion continuó exponiendo. —Interrogar al duque ha sido muy desgastante. Se ha negado a hablar desde su aprehensión. Después de varias horas encerrado en la sala, le dijo a uno de nuestros guardias que quería negociar con el emperador Ashal. Como sé que en estos momentos se encuentra fuera, vine inmediatamente a notificarte al respecto. Al escuchar esto, Gérard suspiró pesadamente y añadió: —Gracias, Marion, me encargaré de avisarle a Ashal sobre la petición de su tío. —En ese tenor, frunció el ceño de disg
Cuando salió de la habitación, Ashal notó algo extraño en el guardia que caminaba delante de él, así que se detuvo y preguntó con recelo. —Identifícate. El hombre se congeló al escuchar la gélida orden y, mirando de reojo, respondió maliciosamente. —¡Oh! Creo que no pude engañar fácilmente al emperador. Ashal lo jaló bruscamente para mirar bien al sujeto que lo había engañado y reclamó: —¿Quién eres? ¿A quién respondes? —Lo siento, majestad, pero mi misión ya está cumplida —contestó el falso militar, al tiempo que de su boca salía espuma y comenzaba a convulsionar. —¡Maldito! ¡Dime quién te envió! —gruñó Ashal, sacudiendo violentamente al sujeto que moría frente a él. En ese momento, aparecieron dos soldados imperiales, que inmediatamente se acercaron para auxiliar al emperador. —¡Majestad! ¿Qué sucedió? —¡Hay intrusos en el templo! ¡Atrapen a cualquiera que luzca sospechoso! —ordenó ferozmente. Antes de decir algo más, recordó que Adeline se encontraba sola y corrió rápida
Adeline se quedó sin argumentos para convencer a Ashal de no renunciar al trono, por lo que apenas pudo mencionar: —Tú… ¿Realmente dejarás todo por mí? El emperador se acercó para darle un beso en la frente y respondió con dulzura: —Eres demasiado importante para mí, que no pienso vivir más tiempo alejado de tu lado. Tales palabras conmovieron demasiado a Adeline, que empezó a llorar. Esto perturbó a Ashal e inmediatamente se disculpó: —Adi, tranquila, no te sientas mal… Ya no pudo terminar de hablar, debido a que ella se abalanzó a sus brazos, al tiempo que decía con emoción. —Yo siempre deseé escuchar que estabas dispuesto a todo por mí. Incluso cuando supe lo que habías hecho para corregir nuestro pasado, no había creído por completo en tu amor. Perdón, si dudé de ti. Ashal correspondió el abrazo y, estrechándola con todas sus fuerzas, reiteró. —Mi corazón siempre será tuyo y ahora lo que más me importa es que tú estés a mi lado. No puedo vivir sin ti. Al escuchar esto, la
«¿Vale la pena seguir peleando? Es agotador luchar por un trono, por el cual mis antepasados derramaron sangre. Incluso si mi revolución tenía el objetivo de erradicar el mal gobierno, al final, solo conseguí lastimar a mis seres queridos. De nada sirvió venir al pasado para enmendar mis errores, si siempre habrá alguien que se interponga en mi camino. ¿Acaso no merezco una vida pacífica?», reflexionó Ashal, mientras esperaba a que sus subordinados le dieran luz verde para comenzar a dar su mensaje al imperio. Tales ideas rondaban en su mente desde que se había apartado de Adeline, por lo que ahora sentía que había perdido el entusiasmo por seguir su propósito de gobernar el imperio. Es más, solo tenía deseos de abandonar todo y vivir como un simple mortal, sin otra ambición más en la vida. En lo que Gérard coordinaba la conexión con las distintas difusoras ubicadas a lo largo del territorio de Mont Risto, Damien se acercó para comprobar que Ashal estuviera seguro de su decisión: —
Los presentes miraron con preocupación el encuentro entre ambos hombres, cuyas auras distaban de ser amistosas. Damien estaba a punto de intervenir, cuando Azabach apareció para romper con el ambiente gélido. —¡Majestad! Lo siento, no esperaba que mi padre… —Así es —respondió Ashal a la pregunta de Julius, sin prestar atención a la llegada de la joven nómada. Azabach se congeló ante la reacción del emperador y luego miró a su padre, confundida. En tanto, el líder de los nómadas señaló con severidad. —Ya veo, Ashal, supongo que esa es la mejor solución que propones para esta crisis, ¿no? —¡Padre! —exclamó Azabach, preocupada por la actitud hostil de su progenitor. En cambio, Ashal se mantuvo imperturbable ante el cuestionamiento y solo respondió: —Lo he meditado bastante y esta es la solución que consideré mejor para todos. —¿Crees que la guerra acabará si haces esto? Escuché que había un grupo de disidentes amenazando el norte de la ciudad —volvió Julius a cuestionar. —Estoy s
Mientras se dirigían a su encuentro con Adolf Dunesque, los hermanos se mantuvieron callados por largo rato, hasta que Damien rompió el silencio. —¿No me preguntarás el porqué Julius está aquí en el palacio? —Asumo que lo hiciste para mantenerlo vigilado —contestó Ashal, despreocupadamente—. Este lugar es mucho mejor que la casa de seguridad donde lo teníamos resguardado. Cuando su hermano mencionó esto, Damien recordó lo sucedido el día cuando fueron a rescatar a Julius e inmediatamente comentó: —Ahora que lo mencionas, esa noche pasó algo extraño. —¿Extraño? ¿A qué te refieres? Damien se detuvo para acomodar sus ideas y luego respondió: —Sucedió que, cuando llegamos a donde nos dijiste, nos encontramos con que no había nadie resguardando el lugar. A primera vista, parecía como si todos los guardias hubieran abandonado sus puestos a toda prisa, porque había papeles y demás artículos regados en el piso. En un principio pensamos que no encontraríamos a Julius por ningún lado, pe
Damien y Ashal quedaron pasmados ante la impactante revelación, que por un momento sus mentes se nublaron. En tanto, Adolf Dunesque aprovechó el desconcierto de su interlocutor para continuar soltando su veneno. —No esperabas esto, ¿verdad? Nunca imaginaste que el grandioso Constantine se metía con todas las concubinas y hasta con su esposa, pero ninguna de ellas resultó embarazaba. —¡Basta! —gritó Ashal, al borde del colapso—. No quiero escucharte más, estás mintiendo. —¿Mentir? “Hijo”, —recalcó esto con sarcasmo—, ¿no te das cuenta de que te pareces más a mí que al “magnífico Constantine”? —insistió el soberbio hombre—. Si no hubiera sido por esa m*****a marca, yo habría sido el emperador por haber nacido primero antes que el estúpido de mi hermano. Pero lo irónico de todo es que conmigo continuó nuestro linaje, a pesar de no ser el emperador legítimo. El testimonio de su supuesto padre resultaba tan increíble para Ashal, que por un momento se quedó sin argumentos, sin embargo,