En la noche, Gérard sostenía una reunión virtual con el capitán Pliniel, quien se encontraba en el frente donde se llevaba la batalla contra las fuerzas invasoras. —¿Cómo está la situación allá? —preguntó con voz ronca. —Mis hombres descubrieron donde estaban ocultas las armas del enemigo y las destruimos. En el ataque, varios soldados del duque resultaron heridos, si no es que algunos murieron —reportó el líder militar con frialdad. Conforme con este informe, Gérard volvió a preguntar. —Bien, ¿averiguaron algo sobre la supuesta arma que el duque Dunesque planeaba usar contra nosotros? A lo cual, el capitán Pliniel respondió. —Sobre eso, al parecer fue destruida en el ataque de hoy. —¿En serio? —preguntó Gérard asombrado. —Sí —afirmó el frío hombre—. Interceptamos una conversación de radio, donde el líder de ese escuadrón informaba a su superior del ataque. En el mensaje mencionaron algo llamado ensordecedor y la cantidad de armamento que les quedaba disponible. —¿Ensordecedor
Ante la urgencia de regresar a la capital, Ashal ordenó realizar una parada en lo que quedaba de la base aérea de Flines, para buscar un vehículo veloz que los trasladara lo más rápido posible. Cuando se encontraron ahí, Marion se marchó con los otros dos soldados para revisar si había una aeronave con las características que requerían, así como armas. En tanto, el emperador y Adeline se quedaron en el camión esperándolos. —¿Existen templos en el imperio? ¿Profesan alguna religión en particular? —preguntó ella repentinamente. Tales cuestionamientos aturdieron un poco a Ashal, que luego de pensar por un instante, respondió vagamente: —¿Eh? Me parece que antes la gente rezaba a la Deidad Suprema, pero tras la desaparición de los sacerdotes, la gente dejó de asistir a los templos, así que dudo mucho actualmente haya alguno funcional. ¿Por qué lo preguntas? Adeline sintió curiosidad por saber qué había pasado para que los sacerdotes hubieran desaparecido, pero como tenía algo en par
Marion frunció el ceño de extrañeza al escuchar que la emperatriz planeaba invocar a una deidad, que se quedó sin palabras. Adeline notó su contrariedad y respondió con sinceridad. —Sé que jamás habías escuchado sobre eso, pero… —Majestad —la interrumpió—, espero que no lo tome a mal, pero dudo mucho que podamos conseguir algo de un templo en ruinas. Esta observación sacudió un poco a Adeline, que luego de voltear hacia el edificio que tenía detrás, pudo notar a qué se refería su escolta. —¡Vaya! ¿Cuántos años lleva abandonado este lugar? Parece que pasó más de un siglo —señaló bastante impresionada. El comandante Solep meditó un poco y luego comenzó a relatar. —Según recuerdo, hace unos cinco años, cuando los sacerdotes desaparecieron, la gente comenzó a volverse atea, así que dejaron de frecuentar los templos y ofrecer ofrendas a las diversas deidades. —¿Eso fue lo que sucedió? —exclamó Adeline consternada. —Sí, incluso cuando comenzó la Guerra de los Mil Días —continuó expli
—¿Un demonio? —preguntó Adeline consternada. La Deidad Suprema se acercó y, pulsando el pecho de la Adeline, sacó de ella una especie de hilo brillante. —Mmm… Parece que no pudo robarte el alma completamente, pero tu tiempo de vida fue acortado gracias al pacto que hiciste con él. Adeline apenas podía creer lo que sus ojos veían, pero al escuchar que el pacto con Demon había acortado su vida, inmediatamente exclamó. —¿Cómo? ¿Es mi culpa que me quede poco tiempo? La entidad divina devolvió el hilo dorado al pecho de Adeline y respondió con dulzura. —Tranquila, no te quitó mucho tiempo de tu existencia gracias que tu esposo mencionó la oración de invocación. Esto debilitó a Demon y sus contratos con él se rompieron, por lo que ya no podrá meterse más con ustedes. Adeline dudó por un momento a qué se refería el Ente Divino, a lo que preguntó para confirmar si había escuchado bien. —Eso significa… ¿que no moriremos pronto? —Así es —respondió con una expresión cálida. Tras escuc
Había pasado casi tres horas desde que la emperatriz había desaparecido, que Marion estaba a punto de perder la cordura al no poder encontrarla. En su desesperación, comenzó a sacar con sus manos el agua estancada de la fuente, con tal de buscar alguna grieta por donde ella hubiera sido succionada. —¡Maldita sea! ¡Necesito encontrar a la emperatriz! ¡No puede haber desaparecido así como así! —gritaba angustiado mientras raspaba el piso de la pila con un artilugio que había encontrado por los alrededores. De pronto, un temblor sacudió violentamente el lugar y la fuente volvió a llenarse de agua. Esto último no llamó la atención de Marion, que estaba más preocupado por sostenerse de algún lado, sin embargo, al ver que el techo se movía peligrosamente, decidió escapar de ahí cuanto antes. En el proceso, cayó al piso y, antes de poder incorporarse, se congeló al ver que la emperatriz aparecía en medio de un intenso resplandor y su cuerpo caía lentamente sobre la orilla de la pileta. —M
Mientras observaba las enormes columnas de humo originadas por los ataques del enemigo, Gérard notó que una aeronave se acercaba por el horizonte. De inmediato se puso en guardia y se dirigió a sus subalternos. —Hay una aeronave sospechosa viniendo del Sur, confirmen si es enemiga o no. —Sí, señor —dijo el militar, al tiempo que se acercaba a la radio para establecer contacto—. Aeronave sin identificar, habla Palacio, ¡respondan! Tras decir esto, el sonido distorsionado de la radio fue lo único que se escuchó, a lo que el soldado volvió a solicitar. —Aeronave desconocida, habla Palacio, ¡identifíquense o procederemos a derribarlo! De nuevo, solo el ruido se escuchó y esto causó tensión entre los presentes. Entonces el otro soldado, que estaba monitoreando el cielo a través del radar, dijo a Gérard con preocupación. —Sir Bunger, la aeronave se está acercando peligrosamente, ¿cómo procedemos? Al escuchar esto, Gérard suspiró de frustración y pensó: «¡Carajo! ¿Acaso Adolf está tan
Los soldados del duque se miraron entre sí, confundidos al enterarse de que estaban frente a la emperatriz de Mont Risto. Entonces, el primero sujeto que la confrontó, se adelantó y cuestionó con ironía. —¿Cómo es que la emperatriz de Mont Risto se encuentra en este lugar? La actitud de esa persona irritó bastante a Adeline, que respondió con arrogancia: —Eso no te incumbe, quiero hablar con tu líder. —¿Cómo se atreve a hablarme de esa forma? —gruñó el tosco militar, que alzó la mano como si estuviera a punto de golpear a su interlocutora, pero fue detenido por Marion, quien sacó su arma y, apuntándola hacia su cabeza, amenazó. —Te atreves a golpearla y yo me encargaré de poner una bala en tu cabeza. El tipo miró retadoramente a Marion, pero como este lucía bastante dispuesto a disparar, bajó lentamente la mano y dijo con desdén. —¡Ja! ¿Acaso un simple soldado puede ser capaz de enfrentarse a todo un ejército? —¡No es un soldado! —intervino Adeline, manteniendo su actitud sobe
La presencia de las fuerzas imperiales conmocionó a los que se encontraban en la plaza, en especial los habitantes de Tirón, quienes comenzaron a temer por sus vidas ante una posible invasión. En tanto, Adeline se sintió tranquila al verlos y por un momento pensó que Ashal los había enviado, sin embargo, se preocupó al ver que el lord de Tirón se aceró al líder del escuadrón y ordenó con autoridad. —¡Me alegra que hayan venido! ¡Capturen a esa mujer que asegura ser la emperatriz y tiene la osadía de decir que es una sacerdotisa! Furioso por la actitud de ese traidor, el comandante Solep se paró frente a Adeline para protegerla y exclamó: —¡Cómo te atreves a ofender a la emperatriz Adeline de esa forma! ¡Deberías morir por negarla frente a todos! Ignorando los reclamos, Roman estaba dispuesto sacrificar a la emperatriz con tal de librarse de la prisión, así que continuó con sus injurias. —¡Mentira! Esa mujer no es la emperatriz, ¡miren sus ropas! Luce como cualquier pueblerina. So