Los soldados del duque se miraron entre sí, confundidos al enterarse de que estaban frente a la emperatriz de Mont Risto. Entonces, el primero sujeto que la confrontó, se adelantó y cuestionó con ironía. —¿Cómo es que la emperatriz de Mont Risto se encuentra en este lugar? La actitud de esa persona irritó bastante a Adeline, que respondió con arrogancia: —Eso no te incumbe, quiero hablar con tu líder. —¿Cómo se atreve a hablarme de esa forma? —gruñó el tosco militar, que alzó la mano como si estuviera a punto de golpear a su interlocutora, pero fue detenido por Marion, quien sacó su arma y, apuntándola hacia su cabeza, amenazó. —Te atreves a golpearla y yo me encargaré de poner una bala en tu cabeza. El tipo miró retadoramente a Marion, pero como este lucía bastante dispuesto a disparar, bajó lentamente la mano y dijo con desdén. —¡Ja! ¿Acaso un simple soldado puede ser capaz de enfrentarse a todo un ejército? —¡No es un soldado! —intervino Adeline, manteniendo su actitud sobe
La presencia de las fuerzas imperiales conmocionó a los que se encontraban en la plaza, en especial los habitantes de Tirón, quienes comenzaron a temer por sus vidas ante una posible invasión. En tanto, Adeline se sintió tranquila al verlos y por un momento pensó que Ashal los había enviado, sin embargo, se preocupó al ver que el lord de Tirón se aceró al líder del escuadrón y ordenó con autoridad. —¡Me alegra que hayan venido! ¡Capturen a esa mujer que asegura ser la emperatriz y tiene la osadía de decir que es una sacerdotisa! Furioso por la actitud de ese traidor, el comandante Solep se paró frente a Adeline para protegerla y exclamó: —¡Cómo te atreves a ofender a la emperatriz Adeline de esa forma! ¡Deberías morir por negarla frente a todos! Ignorando los reclamos, Roman estaba dispuesto sacrificar a la emperatriz con tal de librarse de la prisión, así que continuó con sus injurias. —¡Mentira! Esa mujer no es la emperatriz, ¡miren sus ropas! Luce como cualquier pueblerina. So
—Querido tío, hasta aquí llegó tu ambición. Estas palabras retumbaron en la mente de Adolf Dunesque, que al verse solo en medio del caos, apretó los puños de rabia y frustración. A pesar de estar en esta situación, alzó el rostro con orgullo y replicó: —¡Ah! Parece que estás muy seguro de que me has derrotado. —¿Acaso ocultas un as bajo la manga? —reviró Ashal esbozando una sonrisa desdeñosa. Tal provocación causó que el duque estallara en carcajadas, perturbando un poco a Ashal y Gérard, quienes no esperaban su reacción tan descolocada. —¿Crees que comenzaría una guerra sin tener un plan de escape? Serías muy ingenuo si piensas eso —recalcó Adolf, manteniendo su actitud soberbia. —No lo dudo, eres capaz de todo, incluso de usar a Damien para tus propios planes y hacerte del trono —señaló Ashal con frialdad. —¡Ja! ¡Qué bien me conoces, querido sobrino! Aunque si no consigo el trono, mi premio de consolación será destruir lo que más te importa. Ashal se crispó al escuchar tal ad
«¿Dónde estoy? ¿Qué estaba haciendo hace un momento? ¿Por qué siento que esto ya lo he vivido antes?», eran las preguntas que se hacía una consciencia, que flotaba en medio de un espacio luminoso. De pronto, la imagen de un hombre corpulento y de mirada penetrante se proyectó frente a ella. «¿Quién es esa persona? ¿Por qué parece que me quiere decir algo, pero no puedo escucharlo?», pensó confundida. —Adeline… «¿Adeline? ¿Acaso es a mí a quien me hablan?», se preguntó contrariada. En ese plano astral, esa consciencia no podía percibirse como alguien o algo, a pesar de que se sentía como parte de ese espacio infinito. —Adeline… De nuevo escuchó esa voz lejana, que consternó a la consciencia, ya que en el fondo sentía que ese nombre le parecía familiar: «¿Adeline? ¿Quién es? ¿Por qué siento que la conozco de algún lado?», se preguntó. —¡Adeline! ¡Vuelve! «¿A dónde se fue esa persona? ¿Por qué la llaman con desesperación?», pensó la consciencia intrigada de escuchar a esa voz gri
Al encontrarse frente a la puerta de la habitación de su amigo, Gérard se detuvo por un momento para pensar cómo abordaría el asunto sobre la emperatriz. «Se volverá loco si le digo que ella resultó herida durante la detención de los rebeldes en Tirón. ¡Arg! ¡Esto está totalmente mal!», pensó afligido. Mientras decidía lo que debía hacer, un soldado que vigilaba la entrada se atrevió a preguntar: —Sir Bunger, ¿va a entrar? Esto hizo que Gérard volviera en sí y respondiera bastante alterado. —¿Eh? Sí, tengo que hablar con el emperador antes de su traslado a la clínica. —¡Oh! Entiendo, adelante. En el momento en que los soldados se hicieron a un lado para cederle el paso, Gérard hizo una respiración profunda y abrió la puerta. Al entrar, sintió escalofríos al percibir el aura peligrosa de su amigo, que por un momento dudó en acercarse. Este, al notar su presencia, preguntó con frialdad: —¿Tienes noticias de Tirón? —Sí —respondió Gérard, aclarando la voz y acercándose lentamente
Azabach llegó a la habitación de Damien para contarle sobre la llegada de Ashal, pero, al entrar, sintió escalofríos al descubrir que no había rastros de él. —¿Dónde está Damien? Acaso él… Imaginando lo peor, salió apresurada para buscarlo entre las habitaciones. Como en ese momento había demasiados soldados resguardando la clínica, contuvo sus ansiosos impulsos y comenzó a caminar lentamente para evitar levantar sospechas. «¡Con un carajo! ¿Dónde te metiste, Damien? No creo que hayas sido capaz de ir con el emperador para atacarlo, si apenas hemos conseguido que movieras los dedos de tus pies. No tiene sentido», pensó angustiada, mientras buscaba con la mirada algún indicio de la presencia del escurridizo ex militar. Cuando llegó al pasillo que llevaba a la habitación de Ashal, se escondió detrás de una pared para analizar detenidamente la situación. «Si Damien logró burlar la seguridad, estoy segura de que ya está con el emperador, aunque… ¿qué es lo que planea hacer? ¿Acaso lo
Cuando Azabach soltó esa frase, ambos hombres se sintieron incómodos, en especial Damien, que al instante cubrió la boca de la atrevida joven y reclamó avergonzado. —¿Qué carajo estás diciendo? Tú y yo… Al notar que entre ellos había complicidad, Ashal dijo un tanto divertido. —Interesante, jamás pensé que ustedes dos se llevaran tan bien. —Luego se dirigió a Damien y señaló con cierto resentimiento—. Es más, me sorprende saber que te interesen otras mujeres además de mi esposa. Avergonzado por este señalamiento, Damien se apartó y aseguró nerviosamente. —Yo… yo no tengo nada que ver con ella. Azabach se sintió dolida al escuchar este rechazo, que golpeó con furia el hombro del fornido sujeto y reclamó. —¡Eres de lo peor! Yo que hice todo para estar a tu lado y me sales con esto. ¡Realmente no mereces mi amor! —¡Jamás te dije que éramos algo más! —reviró Damien, bastante alterado. Estas palabras hirieron más a Azabach, que sus lágrimas comenzaron a salir. —¡Te odio! No debí h
La intromisión de Damien sorprendió a ambos, en especial a Azabach, que no entendía a qué se refería con la frase “capaz de matar a su propio hermano”. En tanto, Ashal resopló de fastidio, para después defenderse. —No sé por qué sigues acusándome de la muerte de Ovidio, ya te dije que jamás me atreví lastimar a mi propia familia. —Luego se dirigió a Azabach y continuó diciendo—. Sobre el paradero de tu padre, él está resguardado en una casa de seguridad ubicada a las afueras de la ciudad, junto al río. Puedes estar tranquila de que él está bien protegido de cualquiera que intente atacarlo o raptarlo para sus propios intereses. Esto último lo resaltó en referencia al duque del Norte. Azabach no dudó de las palabras del emperador y entusiasmada, señaló. —Agradezco su sinceridad, majestad. No hay duda de que usted sí cumple sus promesas. —Tras decir esto, se acercó a Damien y dijo con frialdad—. Supongo que ahora que estás de pie, tienes otros planes, ¿no es así? Este comentario