Emperador, ¿maldito?
—Querido tío, hasta aquí llegó tu ambición.

Estas palabras retumbaron en la mente de Adolf Dunesque, que al verse solo en medio del caos, apretó los puños de rabia y frustración. A pesar de estar en esta situación, alzó el rostro con orgullo y replicó:

—¡Ah! Parece que estás muy seguro de que me has derrotado.

—¿Acaso ocultas un as bajo la manga? —reviró Ashal esbozando una sonrisa desdeñosa.

Tal provocación causó que el duque estallara en carcajadas, perturbando un poco a Ashal y Gérard, quienes no esperaban su reacción tan descolocada.

—¿Crees que comenzaría una guerra sin tener un plan de escape? Serías muy ingenuo si piensas eso —recalcó Adolf, manteniendo su actitud soberbia.

—No lo dudo, eres capaz de todo, incluso de usar a Damien para tus propios planes y hacerte del trono —señaló Ashal con frialdad.

—¡Ja! ¡Qué bien me conoces, querido sobrino! Aunque si no consigo el trono, mi premio de consolación será destruir lo que más te importa.

Ashal se crispó al escuchar tal ad
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