Tal como había advertido Mikhail, un grupo de rebeldes había ingresado a la fuerza a las mazmorras, con el objetivo de “salvar” a su líder, Julius Zenitty. En el alboroto, comenzaron a liberar a los presos que se encontraban ahí, quienes aprovecharon la caótica situación para pelear contra los celadores. —¡Busquen en todas las celdas! ¡Julius tiene que estar en este lugar! —gritó uno de los rebeldes, quien lideraba la incursión. Sus secuaces continuaron abriendo las demás celdas en busca de Zenitty, pero luego de revisar en todas, no lo encontraron en ninguna parte. —¡Señor! ¡Aquí no está el señor Julius! —gritó uno de los rebeldes. —¡Acá tampoco lo tienen! —añadió otro. Al escuchar esto, el líder de la incursión se detuvo y pensó en voz alta. —Estábamos seguros de que Julius estaría aquí, ¿dónde lo habrán metido? —en ese punto, una idea peligrosa pasó por su mente—. ¿Acaso lo mataron? Tras llegar a esta conclusión, se acercó a uno de los guardias que yacía tirado en el piso tra
“Duerme mi niño, duerme ya, que pronto vendrá el duende de los sueños y te llevará a un lugar especial…” Ashal recordaba con nostalgia esa copla tan tierna, y más cuando su madre era quien se lo cantaba cada noche antes de dormir. Esa memoria se le quedó profundamente grabada, que durante mucho tiempo fue lo único que lo ayudó a conciliar el sueño después de su progenitora fuera expulsada de su habitación y él tuviera que aprender a dormir sin su compañía. «Madre… ¿Por qué te fuiste tan pronto? Incluso te llevaste a mi hermano y me dejaron solo», se lamentó, mientras miraba con anhelo una proyección de su madre que le sonreía con dulzura, cargando en brazos un pequeño bulto. De pronto, el triste sueño se esfumó gracias a un estruendo resonó en su cabeza y lo hizo volver en sí. Entonces abrió los ojos y se dio cuenta de que tenía las extremidades amarradas a una incómoda silla. «¿Qué pasó? ¿Cómo es que terminé aquí?», pensó confundido. Escaneando con la mirada a su alrededor, pudo
Adeline apenas podía conciliar el sueño tras lo ocurrido con Mikhail, que ni siquiera el medicamento para dormir ni la compañía de sus asistentes era suficiente para calmar sus nervios. Era tal su angustia, que solo se preguntaba mentalmente: «¿Qué sucede con esta historia? ¿Por qué todo es tan diferente a como lo leí en el libro? Jamás imaginé que esto llegaría a tal extremo. Estoy tan aterrada, que todos me parecen sospechosos y temo que si me duermo, alguien vendrá a matarme». Mientras daba vueltas en la cama, se quedó mirando hacia la ventana, en la cual solo podía ver la oscuridad del cielo sin estrellas. Esto le hizo ansiar que ya pronto amaneciera para sentirse más segura. «No quiero estar aquí. ¡Es más! ¿Por qué renací como la protagonista de esta novela? ¿Qué deidad tan cruel fue la que me trajo a este mundo para sufrir? Por lo menos en mi otra vida tenía una profesión y podía andar tranquilamente sin miedo a que alguien se acercara a mí con la intención de matarme», meditó.
Tras resolver la crisis en el palacio, Gérard pasó el resto de la noche lidiando con el reforzamiento de la seguridad y la detención de posibles sospechosos que habrían colaborado con los rebeldes que habían violado la seguridad del palacio para liberar a Julius Zenitty. Ya casi estaba a punto de amanecer, cuando el cansancio lo venció y se durmió sobre el escritorio del emperador. No obstante, su sueño fue interrumpido al poco rato, cuando los soldados entraron a primera hora para darle un anuncio urgente. —Sir Bunger —llamó uno sin dilación—, un grupo de lores acaba de llegar y demandan una audiencia urgente. Malhumorado, levantó la cabeza y preguntó para confirmar. —¿Qué acabas de decir? —Varios lores están afuera exigiendo entrar y hablar con el emperador —repitió el soldado. Al escuchar esto, suspiró profundamente y se talló los ojos para despabilarse. Entonces, dijo con frustración. —¡Ains! Tal parece que los chismes vuelan rápido, que ahora estos carroñeros quieren ver si
Para Adeline, si la trama había cambiado completamente, daba lo mismo si se esforzaba por mantener la línea temporal o empezaba a forjar una nueva historia. Por lo tanto, aprovechando que sus asistentes y los soldados estaban entretenidos buscándola, ella se escabulló entre los pasillos hasta llegar a las habitaciones de los sirvientes, en donde hizo una parada para robarse la ropa de alguna de las sirvientas, con la intención de usarla como camuflaje y llevarse algunas otras dentro de su valija. «Sé que esto no es digno de Adeline Laval, pero yo estoy ocupando su cuerpo y no estoy dispuesta a morir fácilmente en este mundo», pensó decidida, mientras se vestía rápidamente y escondía sus ropas en el armario que se encontraba en la habitación. Luego de revisar en su valija que llevaba todo lo necesario, sacó la bolsita con las monedas que tenía disponibles para gastar durante su huida y las contó rápidamente. —¡Uf! Según los libros, estas monedas tienen un valor inferior al oro, por l
Adeline pensó que era su fin cuando el militar le ordenó quitarse la mascada que cubría la mitad de la cara. Ante esto, no le quedó de otra que aceptar que había fallado en su escape y revelar su identidad a esa persona. «¡Ah! Estoy acabada, no soy tan hábil en este tipo de cosas, así que tendré que regresar a ese palacio donde me espera la muerte», pensó con impotencia, al tiempo que se descubría el rostro. Cuando ella se retiró la mascada, el militar se sonrojó al descubrir las hermosas facciones de la pasajera y rápidamente se disculpó. —Perdone mi rudeza, señorita, pero tenemos la orden de confirmar las identidades de los pasajeros. Por lo tanto, podría decirme cuál es su nombre —pidió galantemente. «¿Cómo? ¿Este hombre no me reconoció? ¿Acaso jamás ha visto el rostro de la emperatriz? En ese caso, creo que puedo darle una identidad falsa, me parece que robé la identificación de la dueña de esta ropa. Como no tiene fotografía, tal vez me sirva para despistar a esta persona», pen
Tras recibir la noticia de que el palacio de Mont Risto había sido atacado y que Adeline estaba en peligro de muerte, Ashal se derrumbó. Se sentía incrédulo al saber que, a pesar de haber hecho las cosas bien, el resultado había sido similar y ya no le quedaba nada por qué luchar. En tanto, Damien mantuvo su expresión calmada, esperando que su mentira funcionara y finalmente consiguiera que el emperador cooperara con los planes de Adolf. —¿No dices nada? —preguntó de nuevo. —Realmente piensas que voy a creer en lo que dices —murmuró Ashal. —¿Qué? ¿Necesitas pruebas para comprobar que tu palacio cayó en manos de los rebeldes? Vamos, ¡responde! ¿Dónde está Julius Zenitty? «¡No! Estoy seguro de que Gérard no habría sido derrotado fácilmente si hubo algún ataque por parte de grupos rebeldes. Por otro lado, aún mantengo el poder del Ejército, así que es poco probable que Damien hubiera tenido oportunidad de orquestar un golpe de Estado», meditó Ashal, para después replicar con desgano
Gérard estaba al borde del colapso ante el hecho de que la emperatriz había desaparecido sin dejar rastro, que apenas su mente podía pensar en sitios probables en los que ella estuviera escondida. Mientras estaba derrumbado en el asiento detrás de su escritorio dándole vueltas al asunto, exclamó de frustración. —¡Maldita sea! ¿Cómo es posible que los soldados no hayan podido reconocer a una mujer tan delicada como la emperatriz Adeline? No es como que ella tenga una apariencia tan común como para salir tranquilamente del palacio sin ser reconocida. ¡Es absurdo! ¿Acaso todos estaban ciegos? Justo cuando azotaba su puño contra el escritorio para descargar su ira, entró el comandante Solep. Este último escuchó a su compañero de armas y dijo sarcásticamente: —Tienes que darle crédito al ingenio de la emperatriz Adeline para escapar de su habitación sin que los soldados se dieran cuenta. Es mucho más hábil que cualquier militar en misiones de encubierto —recalcó esto último un tanto dive