Adeline se estremeció al escuchar tal pregunta, que inmediatamente dirigió la vista hacia su esposo para escuchar su respuesta. En tanto, Ashal mantuvo su expresión estoica y contestó sin titubear: —Si es necesario para acabar con esta guerra, lo haría sin dudar. Aunque la respuesta era la que esperaba, Hina no estaba del todo de acuerdo, así que añadió con preocupación. —El tío Adolf nunca me inspiró confianza, y no dudo que ahora está dispuesto a todo con tal de arrebatarte el trono de Mont Risto. Sin embargo, considero que asesinarlo no resolverá todos los problemas. A lo cual, Ashal señaló: —Sé lo que te preocupa, pero lo que importa ahora es que ustedes estén a salvo en el país del Sur. Después de que ustedes salgan de Mont Risto, volveré rápidamente a la capital para poner fin a esta absurda guerra. Inconforme con la resolución de su hermano, Hina objetó: —Sé que quieres mantenernos lejos de las intensiones perversas de nuestro tío, pero me gustaría ayudarte de alguna for
Posterior a su encuentro con Azabach, Damien se sentía confundido con lo que había ocurrido la noche anterior, cuando ella besó la palma de su mano e hizo que volviera la sensibilidad en sus dedos. Por otro lado, estaba el hecho de su vergonzosa súplica para impedir que ella se marchara de su lado. «¡Maldita sea! ¿En qué rayos estaba pensando cuando le dije esas cosas? ¡Soy un estúpido! Ni siquiera tenemos una relación cercana», pensó irritado, desahogando su ira contra las sábanas. Como no quería seguir recordando ese vergonzoso momento, Damien decidió enfocarse en la sensibilidad recién adquirida en su mano izquierda. «¡Arg! Dejemos eso a un lado y mejor me pondré a trabajar, necesito levantarme de esta cama cuanto antes», pensó al tiempo que enfocaba su mente en que sus nervios volvieran a reaccionar como antes. Fue así que la pasó el resto de la noche intentando mover la extremidad izquierda, hasta que ya bien entrada la madrugada consiguió mover un dedo. Satisfecho, decidió re
Tal como habían acordado, Ashal acompañó a sus hermanos hasta la frontera sur. Fueron escoltados por Marion y los dos soldados desertores del ejército del Norte, Carsen y Gedeón. Como ellos habían mencionado, a unos kilómetros antes de llegar a la frontera se toparon con soldados de Adolf Dunesque, quienes al identificar a sus compañeros, les dieron el paso sin tomarse la molestia en revisar el vehículo. Cuando retomaron marcha, Hina murmuró un tanto aliviada. —Por lo menos esos idiotas están de nuestro lado. El emperador frunció el ceño y respondió. —Eso parece. Aún no me fío de ellos. Por lo menos está Marion, en caso de que esos idiotas quieran tendernos una trampa. —¡Ah! Solo espero que lleguemos pronto a la frontera sur y nos concedan el asilo —añadió Hina con ansias. En esto, Adeline preguntó tímidamente. —¿Quién dirige el país del sur? ¿Es un aliado? A lo cual, Ashal suspiró y comenzó a explicar perezosamente. —El rey Adal Pesol es el gobernante del reino de Bulgania.
Cuando escuchó esa voz, todo a su alrededor se congeló. Adeline miró con incredulidad cómo Ashal y los demás lucían como maniquís, estáticos y sin vida. Desesperada, comenzó a mirar para todos lados, buscando el origen de ese extraño mensaje. —¿Quién eres? ¿Qué está pasando? ¡Manifiéstate! En ese momento, la voz del misterioso ser volvió a sonar en toda la habitación. —¿Acaso lo olvidaste? Tú hiciste un pacto conmigo. Estoy aquí porque me invocaste. En respuesta a tu petición, es imposible, ya que no puedo evitar sus destinos. Incluso si Ashal es quien te trajo de nuevo a este universo, no hay garantías de que ustedes puedan continuar juntos. —¿Por qué nuestra sentencia es la muerte? —comenzó Adeline a reclamar—. ¿Qué te hicimos para hacernos repetir esta amarga experiencia? Incluso en nuestra segunda vida, cuando ni siquiera nuestros caminos se habían cruzado, te atreviste a cortar nuestras existencias. ¿Por qué no nos permites vivir felices? ¿Qué ganas con torturarnos de esta for
Ashal había percibido la extraña presencia, pero antes de poder reaccionar, quedó atrapado en el imponente poder y solo pudo ser testigo de la plática que tenía con su esposa. «¡Maldita sea! ¡Es esa deidad! ¿Por qué no puedo moverme? ¡Necesito hablar con él!», pensó desesperado. No fue sorpresivo para él cuando ese misterioso ser le respondió, al mismo tiempo que seguía charlando con Adeline. —Solo te permito que veas, no interfieras. Después de esto, Ashal sintió una terrible descarga eléctrica, que recorrió por todo su cuerpo. A pesar del dolor, no pudo emitir sonido alguno o siquiera moverse, debido al estado de inmovilidad en el que se encontraba. «¡Maldito! ¡¿Cómo te atreves a burlarte de mí?!», gruñó mentalmente. Desesperado, intentó por todos los medios mover alguna extremidad, pero su esfuerzo resultó en vano, ya que el poder de ese ente misterioso era bastante imponente. Mientras lidiaba con la inmovilidad, pudo escuchar la conversación entre ambos y esto lo llevó a una
Cuando la aeronave despegó del andén, Ashal y Adeline se quedaron observando el cielo hasta que el aparato desapareció. Como estaban absortos en sus pensamientos, no notaron la presencia de Marion, hasta que este los llamó con voz fuerte. —Majestades, es hora de marcharnos. Ambos volvieron en sí y Ashal dijo seriamente. —Bien, no tenemos tiempo que perder. Tras decir esto, se encaminó para hablar con el comandante Mori. Al ver que su esposo se alejaba, Adeline lo siguió apurada. Cuando llegaron ante el líder militar, el emperador dijo seriamente. —Agradezco su cooperación para que mi familia consiguiera el asilo político. —Al contrario, majestad, es un honor para nosotros haber sido de ayuda. —De todas formas, reitero mi enorme agradecimiento, estoy seguro de que su labor será recompensada. —Luego de decir esto, miró a su esposa y añadió con seriedad—. Nos marchamos, tenemos que volver a Mont Risto cuanto antes, mi gente me necesita. En ese momento el comandante recordó algo y
Tras regresar de su visita a Damien, Adolf Dunesque se refugió en su campamento para afinar detalles del próximo ataque al palacio de Mont Risto. Ya había pasado casi una semana desde que comenzó la invasión al territorio, sin embargo, le irritaba el hecho de que sus avances aún no mermaban el ejército de su sobrino. «¡Maldita sea! Esas ratas no se rinden, ya he conseguido que más de 30 lores se hayan rendido y aun así la capital sigue sin caer. Tengo que hacer algo más contundente para aplastarlos», pensó mientras analizaba detenidamente un mapa de los territorios conseguidos. Como estaba concentrado en ellos, no prestó atención cuando su asistente entró a su carpa. Este se acercó rápidamente al escritorio y dijo con una expresión preocupada: —Señor, le traigo noticias, pero tal vez no son las que espera. —Habla —respondió Adolf sin mucho interés. A pesar de la indiferencia de su jefe, Thomas dijo sin anestesia: —La heredera de los nómadas escapó. El duque alzó la mirada y cues
En la noche, Gérard sostenía una reunión virtual con el capitán Pliniel, quien se encontraba en el frente donde se llevaba la batalla contra las fuerzas invasoras. —¿Cómo está la situación allá? —preguntó con voz ronca. —Mis hombres descubrieron donde estaban ocultas las armas del enemigo y las destruimos. En el ataque, varios soldados del duque resultaron heridos, si no es que algunos murieron —reportó el líder militar con frialdad. Conforme con este informe, Gérard volvió a preguntar. —Bien, ¿averiguaron algo sobre la supuesta arma que el duque Dunesque planeaba usar contra nosotros? A lo cual, el capitán Pliniel respondió. —Sobre eso, al parecer fue destruida en el ataque de hoy. —¿En serio? —preguntó Gérard asombrado. —Sí —afirmó el frío hombre—. Interceptamos una conversación de radio, donde el líder de ese escuadrón informaba a su superior del ataque. En el mensaje mencionaron algo llamado ensordecedor y la cantidad de armamento que les quedaba disponible. —¿Ensordecedor