Alexandra y Markus vieron con desesperación cómo su hijo desaparecía en el bosque tras haberse transformado.—Lexie... —dijo Markus, caminando hacia la puerta de su auto.La preocupación en su rostro era suficiente para que Alexandra supiera que él haría todo lo posible por ayudar a su hijo.—Lo sé, debes ir tras él y evitar que haga algo de lo que pueda arrepentirse después —respondió ella desde la puerta de la cabaña, donde la vieja chamana la sujetaba—. No te preocupes por mí, en este momento lo importante es ayudar a Alexander.Markus tuvo que hacer uso de todo su autocontrol para no ir hacia Alexandra y besarla antes de marcharse.El trayecto de regreso al castillo fue mucho más rápido que el viaje a la cabaña de la chamana en el territorio Di Angelo. Esta vez, Alexandra no iba en el asiento trasero luchando por su vida. Su única preocupación era detener a Alexander.Sabía lo que su hijo estaba pensando hacer, y no lo culpaba. Si en el pasado no hubiera encontrado otra manera de
—Majestad, permita que Markus hable primero. Estoy seguro de que comprenderá lo que nos une —insistió Alexander.Un silencio sepulcral se apoderó de la sala del trono tras la súplica de Alexander. La mirada de Antuan se clavaba en Markus, intentando entender lo que sucedía.El rey, al final, asintió con la cabeza, aceptando que fuera él quien se expresara. Era hora de que la verdad saliera a la luz, por dura que fuera.—Yo soy Robert, el padre de Alexander —confesó con voz firme—. En realidad, Markus dejó de existir hace tiempo y mi alma entró en su cuerpo.Las palabras de Robert resonaron en la sala como un trueno, golpeando a Antuan con la fuerza de un mazazo. Su mejor amigo, el confidente con quien había compartido risas, secretos y sueños, su compañero de juegos en la infancia, había muerto muchos años atrás, y a él le había costado aceptarlo. Ahora lo tenía ahí, diciéndole que no había muerto y que tampoco se había comunicado con él en treinta años.Un torrente de preguntas inund
—Antuan, no puedes dejar que lo haga...Trató de hablar Robert, callando al ver la mirada del rey sobre él.—Mi señor, perdón que le interrumpa, pero como alfa tengo ese derecho sobre mi luna. La única razón de que deba pedirle permiso es que es una princesa, pero por ley, tengo derecho a decidir eso —afirmó Alexander con firmeza.—No puedes obligarla. Ella va a odiarte. Además, si yo hubiera hecho eso, tú hoy no existirías —dijo Robert observando a Alexander—. Hay otras formas, podemos ver otras opciones.—Si lo hubieras hecho en su momento, jamás habrías tenido que renunciar a tu luna. Ella habría seguido feliz a tu lado, no habría tenido que casarse con alguien detestable para protegerme a mí, y yo no habría condenado a mi esposa a muerte por el simple hecho de llevar un hijo mío en el vientre —aseguró Alexander, para luego girarse a observar nuevamente al rey—. Mi señor, pido permiso para hacerlo y prometo buscar la solución al problema y darle herederos más adelante. Tenemos tiem
La tensión en la sala era palpable. Todos los presentes podían sentir el peso de las decisiones que se estaban tomando. Antuan, como rey y abuelo, sabía que su resolución tendría repercusiones profundas y duraderas. Miró a Franchesca y a Alexander, ambos jóvenes y llenos de un amor que ahora estaba amenazado por las sombras del pasado y las incertidumbres del futuro.—Alexander, Franchesca —dijo finalmente Antuan con voz firme—, entiendo la gravedad de la situación y el dolor que ambos están sintiendo. No tomaremos ninguna decisión precipitada. Consultaremos con los oráculos y exploraremos todas las opciones posibles. Pero quiero dejar algo claro: nadie tiene derecho a decidir sobre el cuerpo de Franchesca excepto ella misma. Como su alfa, tu papel es protegerla y apoyarla, no imponerle tus deseos.Alexander asintió lentamente, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus hombros. Sabía que su impulso inicial había sido proteger a Franchesca a cualquier costo, pero ahora comprendía
Alexander sonrió con ironía, sus ojos brillaban en una muestra de todo lo que sentía por ella. Hay cosas que se pueden ocultar de muchas formas, pero los ojos jamás mienten cuando se trata del amor.—Un cliché tan antiguo como el tiempo mismo —replicó, acariciando la mejilla de Franchesca con el pulgar.La acercó aún más a su cuerpo, inhalando su dulce aroma como si fuera una droga adictiva, su droga, su marca favorita de heroína a la que no dejaría jamás porque no quería dejar de ser un adicto. En ese momento, el mundo entero se desvanecía, quedando solo él y ella. No existía nada más.—Un cliché que me encanta vivir contigo —respondió ella sin dejar de verlo a los ojos—. Te amo, y haría eso y más por conservarte a mi lado.Ella no dudó en acercarse a él, buscando su calor, porque estar lejos de él le provocaba frío el cual se iba con su cercanía. Su piel se erizó en el mismo instante que él deslizó su nariz por su cuello, haciéndola no solo estremecer sino también suspirar.—Y yo ha
Sophie volteó a ver a su rey y al hombre que conocía como Markus, haciéndole una señal a ambos machos para que se salieran con ella de la habitación, dejando a los dos príncipes a solas.Ambos machos salieron tras ella. Antuan fue el primero en tratar de hablar con ella. Sin embargo, ella lo hizo callar con tan solo un leve movimiento de su mano.Eso hizo sonreír levemente a Robert, o mejor dicho a Markus como todos lo conocían, ver a su amigo, un gran alfa negro, mostrándose de manera tierna y sumisa con su luna, lo hizo envidiarlo un poco.Él amaba a Teresa porque ella era la luna del cuerpo que ocupaba, pero su corazón le pertenecía a Alexandra, la madre de su hijo, con quien tenía el tipo de conexión que demostraban tener los dos reyes.La reina no paró de caminar hasta que los tres estuvieron en la sala especial de la reina, su lugar más privado del palacio.—Gracias por escucharme —dijo Markus al llegar hasta la puerta de esa sala.Antuan, aunque deseaba preguntarle muchas cosas
Markus se encontraba frente a Teresa, quien lo miraba llena de resentimiento. Él no podía culparla, pero tampoco podía seguir mintiendo sobre sus sentimientos. No podía confiarle por qué no podía amarla como se merecía, a pesar de ser su mate y ella su luna.Le costó una semana armarse de valor para decirle a Teresa el motivo por el cual no podía marcarla.—Eres un maldito, ¿lo sabías? —le dijo ella, golpeando su pecho. No podía creer lo que estaba oyendo, aunque siempre sospechó que algo extraño ocurría. Normalmente, los mates querían marcar a su luna cuanto antes, y él siempre intentaba alargar más ese momento.—Lo sé —fue lo único que respondió él.—Solo contéstame una cosa…—Te responderé lo que me preguntes —le dijo Markus, sosteniendo a Teresa entre sus brazos.No podía evitar odiar lastimarla. Ella era la luna del verdadero Markus, y si él no hubiera tomado posesión de ese cuerpo, la conexión entre ella y Markus se hubiera roto y ella habría podido encontrar a otro alfa que la
—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Franchesca, al ver que él titubeaba para acercarse.Ella sabía muy bien lo que hacía que su esposo se mantuviera alejado de ella. La delgadez de su cuerpo y su aspecto cadavérico lo hacían sentir culpable.—No pasa nada —mintió Alexander, aunque para él era cada vez más difícil no obligarla a hacer lo que realmente deseaba: renunciar a esos monstruos que crecían dentro de ella.—Alex —lo llamó Franchesca, tratando de acercarse a él y tomar su rostro.No obstante, Alexander se alejó, haciendo que ella sintiera no solo el dolor de su alfa, sino también rechazo, pero no por ella, sino por sus cachorros.—Iré a por algo de comer, debes alimentarte mejor. Esas cosas te están devorando —casi murmuró las últimas palabras mientras se giraba en dirección a la puerta.—Por favor no, no puedes culparlos a ellos —sollozó Franchesca, llevando sus manos hasta su vientre abultado—. Nuestros hijos no tienen la culpa de nada.Alexander se giró, observando a su esposa