—Antuan, no puedes dejar que lo haga...Trató de hablar Robert, callando al ver la mirada del rey sobre él.—Mi señor, perdón que le interrumpa, pero como alfa tengo ese derecho sobre mi luna. La única razón de que deba pedirle permiso es que es una princesa, pero por ley, tengo derecho a decidir eso —afirmó Alexander con firmeza.—No puedes obligarla. Ella va a odiarte. Además, si yo hubiera hecho eso, tú hoy no existirías —dijo Robert observando a Alexander—. Hay otras formas, podemos ver otras opciones.—Si lo hubieras hecho en su momento, jamás habrías tenido que renunciar a tu luna. Ella habría seguido feliz a tu lado, no habría tenido que casarse con alguien detestable para protegerme a mí, y yo no habría condenado a mi esposa a muerte por el simple hecho de llevar un hijo mío en el vientre —aseguró Alexander, para luego girarse a observar nuevamente al rey—. Mi señor, pido permiso para hacerlo y prometo buscar la solución al problema y darle herederos más adelante. Tenemos tiem
La tensión en la sala era palpable. Todos los presentes podían sentir el peso de las decisiones que se estaban tomando. Antuan, como rey y abuelo, sabía que su resolución tendría repercusiones profundas y duraderas. Miró a Franchesca y a Alexander, ambos jóvenes y llenos de un amor que ahora estaba amenazado por las sombras del pasado y las incertidumbres del futuro.—Alexander, Franchesca —dijo finalmente Antuan con voz firme—, entiendo la gravedad de la situación y el dolor que ambos están sintiendo. No tomaremos ninguna decisión precipitada. Consultaremos con los oráculos y exploraremos todas las opciones posibles. Pero quiero dejar algo claro: nadie tiene derecho a decidir sobre el cuerpo de Franchesca excepto ella misma. Como su alfa, tu papel es protegerla y apoyarla, no imponerle tus deseos.Alexander asintió lentamente, sintiendo el peso de la responsabilidad en sus hombros. Sabía que su impulso inicial había sido proteger a Franchesca a cualquier costo, pero ahora comprendía
Alexander sonrió con ironía, sus ojos brillaban en una muestra de todo lo que sentía por ella. Hay cosas que se pueden ocultar de muchas formas, pero los ojos jamás mienten cuando se trata del amor.—Un cliché tan antiguo como el tiempo mismo —replicó, acariciando la mejilla de Franchesca con el pulgar.La acercó aún más a su cuerpo, inhalando su dulce aroma como si fuera una droga adictiva, su droga, su marca favorita de heroína a la que no dejaría jamás porque no quería dejar de ser un adicto. En ese momento, el mundo entero se desvanecía, quedando solo él y ella. No existía nada más.—Un cliché que me encanta vivir contigo —respondió ella sin dejar de verlo a los ojos—. Te amo, y haría eso y más por conservarte a mi lado.Ella no dudó en acercarse a él, buscando su calor, porque estar lejos de él le provocaba frío el cual se iba con su cercanía. Su piel se erizó en el mismo instante que él deslizó su nariz por su cuello, haciéndola no solo estremecer sino también suspirar.—Y yo ha
Sophie volteó a ver a su rey y al hombre que conocía como Markus, haciéndole una señal a ambos machos para que se salieran con ella de la habitación, dejando a los dos príncipes a solas.Ambos machos salieron tras ella. Antuan fue el primero en tratar de hablar con ella. Sin embargo, ella lo hizo callar con tan solo un leve movimiento de su mano.Eso hizo sonreír levemente a Robert, o mejor dicho a Markus como todos lo conocían, ver a su amigo, un gran alfa negro, mostrándose de manera tierna y sumisa con su luna, lo hizo envidiarlo un poco.Él amaba a Teresa porque ella era la luna del cuerpo que ocupaba, pero su corazón le pertenecía a Alexandra, la madre de su hijo, con quien tenía el tipo de conexión que demostraban tener los dos reyes.La reina no paró de caminar hasta que los tres estuvieron en la sala especial de la reina, su lugar más privado del palacio.—Gracias por escucharme —dijo Markus al llegar hasta la puerta de esa sala.Antuan, aunque deseaba preguntarle muchas cosas
Markus se encontraba frente a Teresa, quien lo miraba llena de resentimiento. Él no podía culparla, pero tampoco podía seguir mintiendo sobre sus sentimientos. No podía confiarle por qué no podía amarla como se merecía, a pesar de ser su mate y ella su luna.Le costó una semana armarse de valor para decirle a Teresa el motivo por el cual no podía marcarla.—Eres un maldito, ¿lo sabías? —le dijo ella, golpeando su pecho. No podía creer lo que estaba oyendo, aunque siempre sospechó que algo extraño ocurría. Normalmente, los mates querían marcar a su luna cuanto antes, y él siempre intentaba alargar más ese momento.—Lo sé —fue lo único que respondió él.—Solo contéstame una cosa…—Te responderé lo que me preguntes —le dijo Markus, sosteniendo a Teresa entre sus brazos.No podía evitar odiar lastimarla. Ella era la luna del verdadero Markus, y si él no hubiera tomado posesión de ese cuerpo, la conexión entre ella y Markus se hubiera roto y ella habría podido encontrar a otro alfa que la
—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Franchesca, al ver que él titubeaba para acercarse.Ella sabía muy bien lo que hacía que su esposo se mantuviera alejado de ella. La delgadez de su cuerpo y su aspecto cadavérico lo hacían sentir culpable.—No pasa nada —mintió Alexander, aunque para él era cada vez más difícil no obligarla a hacer lo que realmente deseaba: renunciar a esos monstruos que crecían dentro de ella.—Alex —lo llamó Franchesca, tratando de acercarse a él y tomar su rostro.No obstante, Alexander se alejó, haciendo que ella sintiera no solo el dolor de su alfa, sino también rechazo, pero no por ella, sino por sus cachorros.—Iré a por algo de comer, debes alimentarte mejor. Esas cosas te están devorando —casi murmuró las últimas palabras mientras se giraba en dirección a la puerta.—Por favor no, no puedes culparlos a ellos —sollozó Franchesca, llevando sus manos hasta su vientre abultado—. Nuestros hijos no tienen la culpa de nada.Alexander se giró, observando a su esposa
Andrew se encontró de frente con Lamash. El odio en su mirada era algo que Markus no entendía. La última vez creyó que era por estar cerca de Alexandra, pero no, había algo más, algo que le hacía preguntarse qué relación había tenido en el pasado Andrew con el cuerpo que ahora habitaba.—Andrew —lo saludó Lamash, intentando que su expresión se viera lo más neutra posible. No sabía del todo cómo actuar; apenas habían tenido momentos a solas. En realidad, él lo había evitado para que no se le notara lo mucho que lo odiaba. Aunque sabía que ese odio era injustificado, ya que era su culpa que su hermano ocupará su lugar a lado de Alexandra.Andrew frunció el ceño al darse cuenta de que ese hombre parecía esforzarse por guardar la compostura con él.—Lamash —respondió Andrew, intentando mantenerse del mismo modo en que su interlocutor lo hacía, estudiando cualquier mínimo cambio en la expresión de su rostro—. ¿Me está evitando por alguna razón en concreto? ¿Hay algo que usted y yo debamos
—Alexander, ¿qué ha pasado? —preguntó Alexandra, apareciendo de repente atraída por el volumen del ruido en el lugar.—Se desmayó de repente —aseguró Alexander, apartándose de ellos y caminando directamente hacia donde estaban las chamanas.A Andrew no le pasó desapercibida la mirada que su esposa y el hombre con el que había estado peleando hasta el momento se dedicaron el uno al otro, como si ya lo supieran todo y a él se le escapara algo. Tuvo que contener un gruñido; aun así, apretó los puños intentando mantener la calma.Al llegar al salón de sanación, la chamana ya tenía varias velas encendidas y estaba quemando hierbas para preparar el espacio. No le sorprendió nada la forma en que Alexander llegó y antes de que pudiera decir nada, ella habló.—Deja a la princesa en medio del círculo.Todos se sorprendieron mucho al llegar junto a la chamana. Era como si esa mujer lo hubiera sabido todo, como si supiera o intuyera lo que iba a suceder.La chamana levantó la vista y miró a los d