Capítulo 61

En la sala de cine me callaron tantas veces que ya ni recuerdo. Rudolph no dejaba de hablarme, contarme chistes, reírse de la película y hasta se sabía el argumento completo del film, sin haberlo visto jamás, y no me dejaba seguir el trama que estaba súper interesante. Lo peor es que todos los otros espectadores me veían hablando y riendo sola. Yo estaba azorada y más roja que un tomate ante tantas miradas indiscretas.

-Todos me miran, Rudolph, deja de hablarme-, le suplicaba yo, pero él seguía con sus chistes interminables.

-El colmo de un marinero es tener un mar de problemas ja ja ja-, decía y yo no podía contener las risas, me jalaba, incluso los pelos eufórica y los espectadores se volvían enojados a pedirme silencio y hasta pedían, a gritos, que de me desalojen de la sala.

Al final, me acostumbré a todo eso. A las miradas, a los reclamos, a las burlas, al asombro y la perplejidad de la gente. Y empecé a disfrutarlo, porque, la verdad, yo estaba loca, loca, loca por Rudol
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