No me podía quedar, tampoco, con los brazos cruzados. A mi marido lo habían matado de seis balazos, calibre 38, y no le robaron nada, entonces fue un ajuste de cuentas, una venganza o alguien que estaba celoso de él y de nuestro matrimonio. Entonces pensé en Nelson Sams como le había dicho a Palacios.
Sams fue mi primer enamorado como le conté a Palacios. Estuvimos juntos cuatro años. Era súper romántico, muy dulce y estaba acaramelado de mí. Yo le gustaba mucho y se deleitaba con mis labios, mis curvas, mi piel lozana y le encantaba estar conmigo en la playa admirando mi figura pincelada en diminutas tangas que me aseguraban un perfecto bronceado. Para él, yo era una reina universal de belleza. -Me saqué la lotería contigo-, solía decirme, engolosinado con mis labios, saboreando mi deífico elixir, quedando ebrio de mis besos. -Ni que fuera un premio-, me molestaba pero igual quedaba encandilada con su boca tan áspera que encendía mis llamas igual a una gran bola de fuego. Me hacía suya todas las noches. Era implacable conmigo, en realidad. Me sometía a su vehemencia y era muy febril cuando estaba a mi lado, besándome con mucho afán y encono, de pies a cabeza y me convertía en un helado, lamiendo mis pechos, mis posaderos, los muslos, el ombligo y el cuello. Se volvía iracundo cuando invadía mis abismos, obnubilándome y eclipsándome, llevándome a las estrellas, dejándome sin aliento y parpadeando una y otra vez, extraviada en un universo de muchas luces y colores. Estremecida por su impetuosidad, yo le mordía los brazos o me arranchaba los pelos desesperada y angustiada, mientras colonizaba mis profundidades y llegaba hasta fronteras lejanas e ignotas, de mi intimidad, parajes que realmente ignoraba y que me daban un placer inaudito y también vehemente, descontrolándome y volviéndome una verdadera mujer lobo, aullando el resto de la velada. Yo lo adoraba, es verdad, pero era muy joven e inexperta, incluso neófita en el amor. Apenas había terminado el colegio cuando me enamoré perdidamente de Sams. Ya estaba dedicada al modelaje, participaba en pasarelas y aparecía revistas y me interesaba mucho la publicidad. Él en cambio, se había obsesionado conmigo. Yo le era, en efecto, un premio mayor en su ego masculino y no perdía ocasión para presentarme a sus amigos, que eran muchísimos, y llevarme a ruidosas y multitudinarias fiestas. Y siempre me rogaba que usara leggins, minifaldas o minivestidos. -Me exhibes como si fuera la ganadora del derby de caballos-, me enfadaba pero él, como les conté, me sometía, yo estaba muy enamorada y me tenía, literalmente, en la palma de las manos. Ufff, sus amigos quedaban boquiabiertos, sorprendidos, maravillados y eclipsados conmigo, mirándome y admirándome, de pies a cabeza. Y él se ufanaba conmigo, se acaramelaba más de la cuenta, me besaba, me acariciaba, me tenía encadenada, provocando los celos y las ansias de sus amigotes. Y uno de esos tipos se encandiló demasiado conmigo y eso motivó nuestro traumático rompimiento. Eso fue en su cumpleaños. Me puse un vestido súper entallado rojo, cortísimo, de esos que está prohibido sentarse, y el sujeto quedó hipnotizado a mis curvas. Yo me había alborotado el pelo para lucir más hermosa, me hice un sensual maquillaje y a mi enorme estatura sumé zapatos de taco catorce que me hacía aún más enorme. Estaba deliciosa. Sams, por supuesto, estaba feliz a mi lado. Me besaba, me abrazaba, me acariciaba, incluso en no en una sino en muchas ocasiones, me agarró los glúteos. Me puse más roja que un tomate y le pedí susurrándole al oído que se controlara. -Tú eres mi mujer-, me dijo, sin dejar de reír. ¡¡¡Yo no soy premio de nadie!!! reclamé tan solo para mis adentros para no malograr la velada. Había gastado mucho dinero en la comida, el DJ, los arreglos y le regalé un móvil de ultima gama. Pero ese tipo que se maravilló conmigo, pensó que yo era fácil y coqueta. Mientras Sams hablaba con sus amigotes, él aprovechó para sacarme a bailar. Yo encantada le acepté. Me gusta bailar, la fiesta estaba animada, todos estaban muy contentos y además yo tenía varios tragos encima. Así empezó mi agonía. El sujeto ese colaba su nariz entre mis orejas, me susurraba cosas, me tomaba la espalda, se pegaba demasiado conmigo, quería sentir mis pechos convertidos en cerros empinados y yo sentía explotar su virilidad. El tipo estaba demasiado entusiasmado y su aliento se me metía por mis narices como un viento candente, erótico lo que me provocada fuertes descargas de electricidad en todo mi cuerpo. Eso lo notó Sams. En realidad estábamos demasiado pegaditos y yo no me había dado cuenta. Él me tenía acaparada por completo. Los amigotes de Nelson se lo hicieron notar, se rieron, le tomaron el pelo, lo fastidiaron y le hicieron mofa. Y ya saben que la suma de celos y tragos da como resultado violencia extrema. Nelson tomó una escoba, la partió en dos con una furia incontrolable y sin pensarlo dos veces, dominado por los celos, con la sangre burbujeando en todo su cuerpo y el fuego de la ira chisporroteando por sus poros, fuera de sí, convertido en un energúmeno, atacó a su propio amigo, moliéndolo a palos. Ya se imaginan el alboroto y el caos. La fiesta se llenó de gritos y alaridos, empujones y empellones, incluso se desataron otros pugilatos entre amigos del agredido e incondicionales de Sams, dándose puñetazos en medio de nuestra sala. Reaccioné después de un rato, luego de haber estado gritando como una tonta, aterrada, viendo a Nelson darle de palazos a su amigo. -¡¡Cálmate!! ¡¡Lo vas a matar!!-, le dije tomándole de un brazo, pero él me hizo de lado y siguió machacando al sujeto que ya se había tornado en una masa informe, recostados sobre un gran charco de sangre, inerte y completamente abollado. La policía intervino alertada por los vecinos ante el descomunal escándalo que se desató en la casa y se llevaron detenidos a Nelson y sus amigos. Al pobre tipo lo cargaron al hospital de emergencia. -Termina ahora mismo con ese energúmeno-, me dijo Alondra, furiosa por todo el incidente. -Fue mi culpa, estaba demasiado coqueta-, quise defenderlo. -No seas tonta, Sams es un tipo neurasténico e irascible, te considera suya, mañana más tarde podría pegarte a ti-, me advirtió. Sin embargo no fue necesario dejarlo. A Sams lo condenaron diez años de prisión efectiva por la agresión a su amigo que terminó parapléjico por la golpiza. Ahora quería saber de él. Estaba segura que Nelson estaba libre y había matado a mi marido. Fui a buscarlo a su casa. Él vivía solo. No tenía familia y se dedicaba a la compra y venta de terrenos. Toqué varias veces el timbre, la puerta y hasta las ventanas, pero nadie respondió. Me empiné a ver por los vidrios pero las cortinas eran muy tupidas y grandes. Un vecino salió de inmediato sujetando a un perro enorme con una soga muy gruesa. -¡¿Qué busca??!-, me amenazó. Tragué saliva empalidecida y con mis pelos de punta. -A Nelson Sams-, tartamudeé. -¿Para qué?-, dijo el sujeto. El perro me ladraba, quería zafarse de la soga y tenía el hocico arrugado mostrándome sus fauces intimidantes. -Era su novia-, no mentí. -Ahhh, la modelo-, dijo el tipo. Recién lo recordaba. Era uno de sus amigotes, asiduos asistentes a sus fiestones donde me exhibía como su gran trofeo. -Ajá-, ahora me puse roja. -Sigue preso, señorita, le iban a dar libertad condicionada pero justo atacó a otro preso y le partió la cara con un fierro. A veces lo visito. ¿Le llevo su saludo?-, me dijo desalentado. Me sentí entre desconcertada y aliviada. -Sí, gracias-, se me ocurrió decir y me di vuelta, sumida en más dudas y miedos que antes.*****
-Podría ser un amigo de Sams el que mató a Rudolph-, me dijo Alondra cuando nos servimos un lonche en la agencia. Estábamos editando el aviso de una feria de automóviles nuevos que hicimos en la mañana. Modelé con todo tipo de carros flamantes, mostrando sus bondades y atributos, tanto que estaba súper cansada y me dolían horrores los pies. Me solté mis pelos, estaba descalza, sin pantimedias y hasta lancé por los aires el sostén.
-No creo, nadie le debía nada a Sams, que yo recuerde, él no hacía favores a nadie, no prestaba dinero y tampoco extorsionaba ni era un gángster o un sicario-, arrugué mi naricita, desalentada. Nos hicimos café con leche y pusimos panes en la waflera. -¿Qué dice Palacios?-, se interesó Alondra. -Que investigará a los publicistas enemigos nuestros-, mordí uno de los crujientes panes. -Ufff, son como quinientos, les estamos quitando muchos clientes a esos tipos je je je-, sonrió mi amiga. -Lo único que sé es que a Rudolph lo mataron por venganza y no para robarle-, suspiré muy dolida. Alondra recibió la llamada del acuario. Ella iluminó su mirada y ensanchó su sonrisa. Colgó entusiasmada. -¡¡¡Los del acuario están súper contentos con nosotras por el éxito de la campaña publicitaria!!!-, estalló festiva. Me emocioné también. -Hicimos un gran trabajo, pues-, brindamos con el café con leche. -El acuario es fantástico-, aceptó Alondra. Pensé en eso. Miré irónica a mi amiga y junté los dientes. -¿Crees en las sirenas?-, le pregunté. Ella estalló en carcajadas. -No, para nada, porque no existen los sirenos, pues, ja ja ja, ¿para qué van a tener tremendos pechos las sirenas si no hay sirenos que los disfrute? ja ja ja-, no dejaba sus risotadas mi amiga. Contagiada le lancé muchas migajas a Alondra. -Idiota-, le dije sin dejar de reírme.Me sentía mal. La cabeza me daba vueltas, sudaba y no respiraba bien, me ahogaba y la garganta se me había hecho un nudo asfixiante. Quería despertar pero tampoco podía. No tenía una pesadilla sino lo que sentía era mucha angustia y aflicción. Tiraba puñetes a la cama una y otra vez y pataleaba como si me estuviera peleando con alguien. un viento fuerte se colaba por las ventanas entreabiertas, haciendo trepidar los vidrios. Afuera el céfiro alocado rebotaba en los árboles con violencia y escuchaba su silbo inclemente como un horripilante aserradero que no dejaba de atormentarme y hacerme sentir mal y afiebrada. Era la primera vez que sentía eso. Jamás me había ocurrido. Nunca tuve insomnio, resultaba raro que tuviera pesadillas y siempre dormía bien y era, además, lo que más me gustaba, estar metida debajo de los edredones, hecha un ovillo, disfrutando de mis almohadas. Lo peor es que no podía despertar. Algo me atenazaba a la cama, me encadenaba a estar allí. Por eso daba pu
Esa misma noche, volví a oír la canción. Otra vez sufrí la misma angustia. Mi corazón acelerado, truenos estallando en mi cabeza, un sudor frío y asfixiante y luego la excitación y éxtasis, los deseos de tener intimidad, mordiendo mis labios, frotando mis muslos, acariciando mis caderas, sintiendo mis pechos erguidos como grandes colinas y de nuevo el viento rebotando en las ventanas, y la oscuridad impenetrable, envolviéndome como una gran manta. Y escuché la canción, a lo lejos, como si viniera caminando despacio, arrastrando los pies, haciéndose desesperadamente lenta. "Dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y prende luces en tu mirada". Sentí mucho miedo y volví a escuchar los peldaños crujiendo y esta vez oí tintinear una cauchara en una taza, como si alguien estuviera revolviendo la azúcar. Mis pelos volvieron a erizarse, se me puso la piel de gallina y me metí debajo de los edredones, temblando de miedo, llor
Sebastián se alzó sorprendido. Había estado lamiendo mis pechos, gozando de su encanto, convertidos en grandes globos que lo extasiaban y motivaban, cuando escuchó, también, el extraño tintineo que no dejaba de repicar en la cocina. -¿Quién está contigo?-, balbuceó él afilando la mirada para tratar de ver algo en el pasadizo. Al fondo no había nada, tan solo sombras. -Nadie-, dije, tratando de recuperar el aliento. Yo no tenía fuerzas para nada, estaba completamente calcinada por tanta pasión, era, en realidad, una gran pila de carbón humeante. Intentaba reaccionar pero no podía pese a mis esfuerzos. - Pueda que haya pericotes-, sonrió Sebas. -Ni por asomo-, me molesté por su comentario. Sebas se quedó también sin fuerzas y finalmente quedó tumbado sobre sus brazos. -¿Ya saben quién mató a Rudolph?-, sopló él su cansancio. -La policía está investigando-, musité. Ese tema me dolía mucho. Era una herida que permanecía abierta en mi corazón y me lastimaba. -¿Qué harás en e
No podía concentrarme en mi trabajo, perdí, incluso un par de clientes por una discusiones tontas y eso la molestó mucho a Alondra. -Estás fuera de órbita, mujer, o vuelves a poner los pies sobre la tierra o tendré que darte una buena tunda-, me amenazó. Ya no eran varias noches que escuchaba tintinear las tazas y los platos, también esa canción que ahora detestaba y que rebotaba en mis tímpanos, una y otra vez, como horripilantes campanadas que me atormentaban y molían mis sesos, "dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y prende luces en tu mirada". Eso me sumía en más miedo y desconcierto Esa mañana Alondra me dijo que yo participaría en una pasarela de modas. -Es un contrato importante, Patricia, la diseñadora de modas nos pagará una fortuna en la publicidad que haremos de su línea de ropa y sus lanzamientos de verano-, me explicó mientras preparaba las cámaras. Yo seguía desconcertada y aturdida, no ha
No quise dormir esa noche en mi casa. Le pedí a Alondra alojarme en su casa. Ella estaba preocupada por mis intempestivas reacciones. Yo lloraba como una niña, asustada, pensando que mi esposo asesinado estaba sufriendo mucho extraviado en el limbo. -Rudolph fue asesinado, Patricia, él no va a volver nunca-, intentaba sacarme del trance, pero yo estaba demasiado sensible, llorando incluso a gritos. -Lo vi, Alondra, lo escucho cantar, toma café, él está aquí, me busca, me quiere volver loca-, chillaba yo enfurecida. -Es tu idea, no puedes olvidarlo, lo amaste mucho y por eso fabricas fantasías-, siguió ella porfiando. -Sebastián lo escuchó también. Rudolph se molestó que hiciera el amor con él-, balbuceé hecha una tonta. -Deja a Sebas, olvídate de él, le vas a complicar su matrimonio-, se molestó Alondra, queriendo, además, desviar el tema, pero yo no dejaba de gritar y chillar. -¿No lo entiendes, ? Rudolph está aquí, él me busca, me atormenta-, le dije, y lanzándome s
-Despierta Patricia, despierta, no me asustes más- Escuché la vocecita dulce, musical, delicada y preocupada de Alondra. Yo tenía los labios mojados. Ella había pretendido darme agua pero el líquido resbaló por todo mi mentón el cuello y hasta el pecho porque yo no reaccionaba, incluso seguía tonta, meneando la cabeza, sintiéndome flotando en las nubes, igual si hubiera recibido una puñetazo en la cara, -¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?-, empecé a balbucear desconcertada. Traté de levantarme de la cama pero ella no me dejó. Puso su mano en mi pecho. -No sé, te encontré desmayada en el suelo, lo mejor es que sigas descansando-, me pidió Alondra. -¿Cómo pudiste cargarme hasta la cama?-, estaba yo sorprendida y aún eclipsada. -Ay, pesas como una vaca, pero tampoco te iba a dejar en el suelo-, se disgustó mi amiga. Intentó otra vez darme agua, pero esta vez si sorbí todo el vaso. Lentamente empecé a recuperarme, aunque no dejaba de parpadear y sentía rayos y truenos reventando en m
-Voy a dormir contigo y sabremos realmente qué es lo que está pasando-, me dijo Alondra, cuando volvíamos en mi auto después de la presentación de los videos y las fotos de los nuevos lanzamientos de ropa la diseñadora con la que habíamos firmado contrato. Ella había quedado tan satisfecha y conforme con nuestro trabajo que nos regaló toda la colección de verano de tangas. Eso nos puso eufóricas. ¡¡¡Eran divinas!!! Yo me prendé de una atigrada tan microscópica que se perdía entre mis manos. -No es necesario que te quedes, Alondra, estaré bien-, le dije, pero mi amiga es más terca que un burro. Pasamos por su apartamento, tomó su pijama, una muda de ropa, cosméticos, sus artículos de aseso, el peluche de un oso desgarbado por el tiempo, y marchamos a mi casa. -¿Y ese quién es?-, le pregunté divertida por el muñeco. El oso estaba repleto de parches. -Es Jeremías, me acompaña desde que era niña, je je je-, sonrió coqueta mi amiga. Ya era tarde, casi las once. Yo no quería dor
-Son dos cosas, me dijo Alondra mientras desayunábamos, inconscientemente abriste la lata de café para recordar siempre a tu marido, porque tu mente o tu subconsciente, no se resigna a su muerte, o él ha venido a buscarte- Ya se imaginarán. Yo seguía con los pelos de punta, estaba muy asustada y no dejaba de temblar. -Lo mejor es que te vayas a dormir a mi casa-, me dijo Alondra. -Yo lo quiero mucho a Rudolph y estoy segura que él me amó demasiado, no me haría, jamás, daño, seguramente que quiere comunicarse conmigo-, sorbí el café con leche que me había preparado ella. Alondra había comprado los panes y mantequilla en la panadería. Estaban crocantes. Ella mordió uno con deleite. -Seguramente quiere darte un mensaje, es posible que sepa quién fue el que lo mató-, especuló mi amiga. -Yo lo veo muy feliz, contento, natural y normal, como si no hubiera pasado nada-, suspiré dolida. -Es que Rudolph siempre fue así, nunca se preocupaba de nada y siempre tomaba las c