Capítulo 3

  No me podía quedar, tampoco, con los brazos cruzados. A mi marido lo habían matado de seis balazos, calibre 38,  y no le robaron nada, entonces fue un ajuste de cuentas, una venganza o alguien que estaba celoso de él y de nuestro matrimonio. Entonces pensé en Nelson Sams como le había dicho a Palacios. 

  Sams fue mi primer enamorado como le conté a Palacios. Estuvimos juntos cuatro años. Era súper romántico, muy dulce y estaba acaramelado de mí. Yo le gustaba mucho y se deleitaba con mis labios, mis curvas, mi piel lozana y le encantaba estar conmigo en la playa admirando mi figura pincelada en diminutas tangas que me aseguraban un perfecto bronceado. Para él, yo era una reina universal de belleza. -Me saqué la lotería contigo-, solía decirme, engolosinado con mis labios, saboreando mi deífico elixir, quedando ebrio de mis besos.

  -Ni que fuera un premio-, me molestaba pero igual quedaba encandilada con su boca tan áspera que encendía mis llamas igual a una gran bola de fuego.

  Me hacía suya todas las noches. Era implacable conmigo, en realidad. Me sometía  a su vehemencia y era muy febril cuando estaba a mi lado, besándome con mucho afán y encono, de pies a cabeza y me convertía en un helado, lamiendo mis pechos, mis posaderos, los muslos, el ombligo y el cuello.  Se volvía iracundo cuando invadía mis abismos, obnubilándome y eclipsándome, llevándome a las estrellas, dejándome sin aliento y parpadeando una y otra vez, extraviada en un universo de muchas luces y colores.

   Estremecida por su impetuosidad, yo le mordía los brazos o me arranchaba los pelos desesperada y angustiada, mientras colonizaba mis profundidades y llegaba hasta fronteras lejanas e ignotas, de mi intimidad, parajes que realmente ignoraba y que me daban un placer inaudito y también vehemente, descontrolándome y volviéndome una verdadera mujer lobo, aullando el resto de la velada.

  Yo lo adoraba, es verdad, pero era muy joven e inexperta, incluso neófita en el amor. Apenas había terminado el colegio cuando me enamoré perdidamente de Sams. Ya estaba dedicada al modelaje, participaba en pasarelas y aparecía revistas y me interesaba mucho la publicidad. Él en cambio, se había obsesionado conmigo. Yo le era, en efecto, un premio mayor en su ego masculino y no perdía ocasión para presentarme a sus amigos, que eran muchísimos, y llevarme a ruidosas y multitudinarias fiestas. Y siempre me rogaba que usara leggins, minifaldas o minivestidos. -Me exhibes como si fuera la ganadora del derby de caballos-, me enfadaba pero él, como les conté, me sometía, yo estaba muy enamorada y me tenía, literalmente, en la palma de las manos.

  Ufff, sus amigos quedaban boquiabiertos,  sorprendidos, maravillados y eclipsados conmigo, mirándome y admirándome, de pies a cabeza. Y él se ufanaba conmigo, se acaramelaba más de la cuenta, me besaba, me acariciaba, me tenía encadenada, provocando los celos y las ansias de sus amigotes.

   Y uno de esos tipos se encandiló demasiado conmigo y eso motivó nuestro traumático rompimiento. Eso fue en su cumpleaños. Me puse un vestido súper entallado rojo, cortísimo, de esos que está prohibido sentarse, y el sujeto quedó hipnotizado a mis curvas. Yo me había alborotado el pelo para lucir más hermosa, me hice un sensual maquillaje y a mi enorme estatura sumé zapatos de taco catorce que me hacía aún más enorme. Estaba deliciosa.

   Sams, por supuesto, estaba feliz a mi lado. Me besaba, me abrazaba, me acariciaba, incluso en no en una sino en muchas ocasiones, me agarró los glúteos. Me puse más roja que un tomate y le pedí susurrándole al oído que se controlara.

  -Tú eres mi mujer-, me dijo, sin dejar de reír.

  ¡¡¡Yo no soy premio de nadie!!! reclamé tan solo para mis adentros para no malograr la velada. Había gastado mucho dinero en la comida, el DJ, los arreglos y le regalé un móvil de ultima gama. 

   Pero ese tipo que se maravilló conmigo, pensó que yo era fácil y coqueta.  Mientras Sams hablaba con sus amigotes, él aprovechó para sacarme a bailar.  Yo encantada le acepté. Me gusta bailar, la fiesta estaba animada, todos estaban muy contentos y además yo tenía varios tragos encima. Así empezó mi agonía.

  El sujeto ese colaba su nariz entre mis orejas, me susurraba cosas, me tomaba la espalda, se pegaba demasiado conmigo, quería sentir mis pechos convertidos en cerros empinados y yo sentía explotar su virilidad. El tipo estaba demasiado entusiasmado y su aliento se me metía por mis narices como un viento candente, erótico lo que me provocada fuertes descargas de electricidad en todo mi cuerpo.

   Eso lo notó Sams. En realidad estábamos demasiado pegaditos y yo no me había dado cuenta. Él me tenía acaparada por completo. Los amigotes de Nelson se lo hicieron notar, se rieron, le tomaron el pelo, lo fastidiaron y le hicieron mofa. Y ya saben que la suma de celos y tragos da como resultado violencia extrema.

  Nelson tomó una escoba, la partió en dos con una furia incontrolable y sin pensarlo dos veces, dominado por los celos, con la sangre burbujeando en todo su cuerpo y el fuego de la ira chisporroteando por  sus poros, fuera de sí, convertido en un energúmeno, atacó a su propio amigo, moliéndolo a palos.

  Ya se imaginan el alboroto y el caos. La fiesta se llenó de gritos y alaridos, empujones y empellones, incluso se desataron otros pugilatos entre amigos del agredido e incondicionales de Sams, dándose puñetazos en medio de nuestra sala.

  Reaccioné después de un rato, luego de haber estado gritando como una tonta, aterrada, viendo a Nelson darle de palazos a su amigo.  -¡¡Cálmate!! ¡¡Lo vas a matar!!-, le dije tomándole de un brazo, pero él me hizo de lado y siguió machacando al sujeto que ya se había tornado en una masa informe, recostados sobre un gran charco de sangre, inerte y completamente abollado.

 La policía intervino alertada por los vecinos ante el descomunal escándalo que se desató en la casa  y se llevaron detenidos a Nelson y sus amigos. Al pobre tipo lo cargaron al hospital de emergencia.

   -Termina ahora mismo  con ese energúmeno-, me dijo Alondra, furiosa por todo el incidente.

   -Fue mi culpa, estaba demasiado coqueta-, quise defenderlo.

   -No seas tonta, Sams es un tipo neurasténico e irascible, te considera suya, mañana más tarde podría pegarte a ti-, me advirtió.

  Sin embargo no fue necesario dejarlo. A Sams lo condenaron diez años de prisión efectiva por la agresión a su amigo que terminó parapléjico por la golpiza.

  Ahora quería saber de él. Estaba segura que Nelson estaba libre y había matado a mi marido.  Fui a buscarlo a su casa. Él vivía solo. No tenía familia y se dedicaba a la compra y venta de terrenos. Toqué varias veces el timbre, la puerta y hasta las ventanas, pero nadie respondió. Me empiné a ver por los vidrios pero las cortinas eran muy tupidas y grandes. Un vecino salió de inmediato sujetando a un perro enorme con una soga muy gruesa.

 -¡¿Qué busca??!-, me amenazó.

  Tragué saliva empalidecida y con mis pelos de punta. -A Nelson Sams-, tartamudeé.

  -¿Para qué?-, dijo el sujeto. El perro me ladraba, quería zafarse de la soga y tenía el hocico arrugado mostrándome sus fauces intimidantes.

  -Era su novia-, no mentí.

  -Ahhh,  la modelo-, dijo el tipo. Recién lo recordaba.  Era uno de sus amigotes, asiduos asistentes a sus fiestones donde me exhibía como su gran trofeo.

  -Ajá-, ahora me puse roja.

  -Sigue preso, señorita, le iban a dar libertad condicionada pero justo atacó a otro preso y le partió la cara con un fierro. A veces lo visito. ¿Le llevo su saludo?-, me dijo desalentado.

  Me sentí entre desconcertada y aliviada. -Sí, gracias-, se me ocurrió decir y me di vuelta, sumida en más dudas y miedos que antes.

*****

 -Podría ser un amigo de Sams el que mató a Rudolph-, me dijo Alondra cuando nos servimos un lonche en la agencia.  Estábamos editando el aviso de una feria de automóviles nuevos que hicimos en la mañana. Modelé con todo tipo de carros flamantes, mostrando sus bondades y atributos, tanto que estaba súper cansada y me dolían horrores los pies. Me solté mis pelos, estaba descalza, sin pantimedias y hasta lancé por los aires el sostén.  

  -No creo, nadie le debía nada a Sams, que yo recuerde, él no hacía favores a nadie, no prestaba dinero y tampoco extorsionaba ni era un gángster o un sicario-, arrugué mi naricita, desalentada. Nos hicimos café con leche y pusimos panes en la waflera.

  -¿Qué dice Palacios?-, se interesó Alondra.

  -Que investigará a los publicistas enemigos nuestros-, mordí  uno de los crujientes panes.

  -Ufff, son como quinientos, les estamos quitando muchos clientes a esos tipos je je je-, sonrió mi amiga.

  -Lo único que sé es que a Rudolph lo mataron por venganza y no para robarle-, suspiré muy dolida.

  Alondra recibió la llamada del acuario.  Ella iluminó su mirada y ensanchó su sonrisa. Colgó entusiasmada.

  -¡¡¡Los del acuario están súper contentos con nosotras por el éxito de la campaña publicitaria!!!-, estalló festiva.

   Me emocioné también. -Hicimos un gran trabajo, pues-, brindamos con el café con leche.

   -El acuario es fantástico-, aceptó Alondra.

  Pensé en eso. Miré irónica a mi amiga y junté los dientes. -¿Crees en las sirenas?-, le pregunté.

  Ella estalló en carcajadas.  -No, para nada, porque no existen los sirenos, pues, ja ja ja, ¿para qué van a tener tremendos pechos las sirenas si no hay sirenos que los disfrute? ja ja ja-, no dejaba sus risotadas mi amiga. Contagiada le lancé muchas migajas a Alondra. -Idiota-, le dije sin dejar de reírme. 

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