Esa misma noche, volví a oír la canción. Otra vez sufrí la misma angustia. Mi corazón acelerado, truenos estallando en mi cabeza, un sudor frío y asfixiante y luego la excitación y éxtasis, los deseos de tener intimidad, mordiendo mis labios, frotando mis muslos, acariciando mis caderas, sintiendo mis pechos erguidos como grandes colinas y de nuevo el viento rebotando en las ventanas, y la oscuridad impenetrable, envolviéndome como una gran manta. Y escuché la canción, a lo lejos, como si viniera caminando despacio, arrastrando los pies, haciéndose desesperadamente lenta.
"Dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y prende luces en tu mirada". Sentí mucho miedo y volví a escuchar los peldaños crujiendo y esta vez oí tintinear una cauchara en una taza, como si alguien estuviera revolviendo la azúcar. Mis pelos volvieron a erizarse, se me puso la piel de gallina y me metí debajo de los edredones, temblando de miedo, llorando, sintiendo mi corazón reventar en un millón de pedazos. Fue una noche larguísima, angustiante, con muchos ruidos extraños en la casa, tintineando tazas y platos, cucharas que caían al suelo, pasos, ventanales que se abrían y cerraban y esa canción que después de tanto gustarme, ahora empezaba a odiar y aterrarme. Llegué a la oficina ojerosa, despeinada, cansada y ciertamente fea, como nunca. -¿La pasaste mal?-, me preguntó Alondra. -Una mala noche-, acepté, colgando mi cartera y mi abrigo. -Te decepcionó ese hombre-, fue pícara, mi amiga. -No estuve con nadie, simplemente no podía dormir-, arrugué mi naricita. -Necesitas entretenimiento, alguien que te relaje-, siguió siendo irónica y pícara Alondra. Me dejé llevar por los comentarios de Alondra. Pensé que ella tenía razón. Así pues, me dispuse pasarla bien con un hombre, tratar de recuperar mi vida afectiva y superar la herida abierta que tenía por el asesinato de Rudolph. A mí siempre me gustó y me atraía sobremanera uno de nuestros modelos de la agencia, Sebastián Dougi. Ya habían tenido intimidad con él a escondidas, en forma muy esporádica, pero intensa, antes que contrajera matrimonio. Él es casado pero mujeriego y yo, ya saben, soy muy hermosa, con muchas y apetitosas curvas, alta y cautivante, modestia aparte, y pues, Sebas no solo me deseaba sino que estaba prendado de mí incluso más que Rocío, su mujer. Aproveché para estar con él en las grabaciones que hicimos, muy temprano, por la mañana, para un avisaje de pantalones en una playa. La idea era mostrar a Sebas sin camisa pero con el pantalón, "resistente para toda ocasión", desafiando la arena, el mar, las olas y el viento fuerte. Alondra hizo las fotos y los videos. Yo fui al litoral con la única idea de encandilarme con Dougi y verlo sin camiseta, mostrando su infinidad de vellos alfombrando su pecho, su espalda grandota, sus músculos tan pronunciados y sus bíceps bien pincelados, armónicos, fuertes y sólidos como las rocas. Estaba avasallador, muy varonil y los fuegos se me encendieron de repente, igual a un lanzallamas, calcinándome en un santiamén. En realidad yo había deseado siempre a Sebastián, aún más que él a mí, je je je. Es un hombre hermoso, alto, fuerte, bello, con su nariz perfecta, sus pómulos grandes y su barba bien dibujada en su cara de general romano. Apenas lo veía la sangre chapoteaba en mis venas, mi corazón se aceleraba, golpeaba mis rodillas y mis pechos se erguían igual a grandes colinas, con las ansias de que me bese, me acaricie y me haga suya. Sebastián no era tonto. Se dio cuenta cómo lo miraba yo, con muchas ansias, y reía con esa sonrisa tan majestuosa y señorial que me desbarataba y rendía, me volvía una gran antorcha y desataba mis cascadas. Y esa mañana él estaba más lindo, apetitoso y contemplable que nunca. Así, pues, después de la sesión de fotos y videos, fuimos a mi casa, en mi auto, apurados, esquivando los carros, mirándonos impetuosos, ansiosos y febriles, anhelantes de dar rienda suelta a nuestros deseos. Él incluso se extasiaba mirándome las piernas pues el short que lucía para la ocasión, se había remangado más de la cuenta. Lo vi varias veces saboreándose, pasando la lengua por los labios, las manos inquietas y los ojos, incluso, desorbitados. Ni bien llegamos a mi casa, Sebastián me acaparó, me tomó entre sus brazos y empezó a besarme con locura y vehemencia. Ufff, los fuegos se me desbordaron por completo, mis pechos se irguieron más de la cuenta y empecé a gemir como una gata en celo, entusiasmada y ansiosa de ser poseída. Sebas al fin pudo acariciar mis piernas con embeleso y su ímpetu se bifurcó más allá, llegando a mi espalda, mis brazos, mis sentaderas y hasta estrujó muy afanoso mi busto, provocándome más y más sollozos sensuales. Yo me sentía muy sexy. Me dejé desnudar y le quité la camiseta y el pantalón a él, en un santiamén y quedamos desnudos en la alfombra, revocándonos igual a lobos hambrientos, deleitándonos con nuestros fuegos que eran ya una inmensa tea que nos calcinaba por completo. Como les he dicho, no era la primera vez que hacíamos el amor, sin embargo, ésta vez, me pareció más fantástico que las otras veces. Yo deliraba entre sus brazos, estaba encandilada y eclipsada y no dejaba de gemir y sollozar, mientras él tatuaba todos mis rincones, curvas, redondeces y quebradas con sus besos y caricias. Yo cerraba los ojos, me jalaba los pelos, alzaba mi naricita, balbuceaba, juntaba mis dientes, me sentía muy sexy y sensual, con mi feminidad explotando al máximo, mientras Sebas me hacía suya. No había tenido intimidad desde que mataron a Rudolph, ya hacía varios meses. No es tampoco que lo haya olvidado o que le fuera infiel, simplemente estaba turbada, afligida, angustiada y extraviada en mi dolor y desconcierto, tratando de salir de ese vacío donde estaba cayendo sin remedio. Aullé y chillé extasiada, cuando Sebas avanzó hacia mis entrañas, convertido en un volcán en erupción, arrasando con todas mis defensas y dejándome desarmada, eclipsada y sumida en un gran placer. Sintiendo el poder de Dougi, estremeciéndome, empecé a jalarme los pelos extasiada y le mordí, además, el brazo y el cuello, desesperada, tratando de no caer en la inconsciencia que me provocaba tanto éxtasis. Las descargas eléctricas se multiplicaban, haciendo que mis fuegos se hicieran aún más altivos. Cuando él llegó al clímax, desorbité los ojos y quedé perpleja y maravillada a la vez. Soplaba humo en mi aliento y me aferré con mis filudas uñas en su espalda, hundiéndose en sus carnes igual a puñales, abriéndole surco. Luego me derrumbé sobre las almohadas sudorosa, parpadeando mucho, con mi corazón rebotando desesperado en el busto, totalmente subyugada a la masculinidad de mi amante. Quedé tumbada sobre la cama, con mis pelos desparramados y arranchados, sin aliento, tratando de respirar y desacelerar mi corazón, complacida y extasiada, a la vez. Sebas siguió, sin embargo, taladrando mis abismos, queriendo llegar hasta los parajes más inhóspitos y lejanos de mis profundidades, a sensaciones inéditas que jamás había disfrutado y ni sabía que existían en mis vacíos. Yo ya no tenía fuerzas para nada, quedé convertida en un despojo, en un trapo, en una muñeca rota, exhalando humo hasta por los orejas, mi corazón vestido de fiesta, mordiendo ms labios, perdida en un limbo de muchos colores y luces, igual si flotara en una nube rodeada de muchos luceros fulgurando sobre mí. De pronto, ¡¡¡¡pin pin pin!!!! sonaron platos y tazas en la cocina. ¡¡¡Alguien estaba escondido en la casa!!!Sebastián se alzó sorprendido. Había estado lamiendo mis pechos, gozando de su encanto, convertidos en grandes globos que lo extasiaban y motivaban, cuando escuchó, también, el extraño tintineo que no dejaba de repicar en la cocina. -¿Quién está contigo?-, balbuceó él afilando la mirada para tratar de ver algo en el pasadizo. Al fondo no había nada, tan solo sombras. -Nadie-, dije, tratando de recuperar el aliento. Yo no tenía fuerzas para nada, estaba completamente calcinada por tanta pasión, era, en realidad, una gran pila de carbón humeante. Intentaba reaccionar pero no podía pese a mis esfuerzos. - Pueda que haya pericotes-, sonrió Sebas. -Ni por asomo-, me molesté por su comentario. Sebas se quedó también sin fuerzas y finalmente quedó tumbado sobre sus brazos. -¿Ya saben quién mató a Rudolph?-, sopló él su cansancio. -La policía está investigando-, musité. Ese tema me dolía mucho. Era una herida que permanecía abierta en mi corazón y me lastimaba. -¿Qué harás en e
No podía concentrarme en mi trabajo, perdí, incluso un par de clientes por una discusiones tontas y eso la molestó mucho a Alondra. -Estás fuera de órbita, mujer, o vuelves a poner los pies sobre la tierra o tendré que darte una buena tunda-, me amenazó. Ya no eran varias noches que escuchaba tintinear las tazas y los platos, también esa canción que ahora detestaba y que rebotaba en mis tímpanos, una y otra vez, como horripilantes campanadas que me atormentaban y molían mis sesos, "dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y prende luces en tu mirada". Eso me sumía en más miedo y desconcierto Esa mañana Alondra me dijo que yo participaría en una pasarela de modas. -Es un contrato importante, Patricia, la diseñadora de modas nos pagará una fortuna en la publicidad que haremos de su línea de ropa y sus lanzamientos de verano-, me explicó mientras preparaba las cámaras. Yo seguía desconcertada y aturdida, no ha
No quise dormir esa noche en mi casa. Le pedí a Alondra alojarme en su casa. Ella estaba preocupada por mis intempestivas reacciones. Yo lloraba como una niña, asustada, pensando que mi esposo asesinado estaba sufriendo mucho extraviado en el limbo. -Rudolph fue asesinado, Patricia, él no va a volver nunca-, intentaba sacarme del trance, pero yo estaba demasiado sensible, llorando incluso a gritos. -Lo vi, Alondra, lo escucho cantar, toma café, él está aquí, me busca, me quiere volver loca-, chillaba yo enfurecida. -Es tu idea, no puedes olvidarlo, lo amaste mucho y por eso fabricas fantasías-, siguió ella porfiando. -Sebastián lo escuchó también. Rudolph se molestó que hiciera el amor con él-, balbuceé hecha una tonta. -Deja a Sebas, olvídate de él, le vas a complicar su matrimonio-, se molestó Alondra, queriendo, además, desviar el tema, pero yo no dejaba de gritar y chillar. -¿No lo entiendes, ? Rudolph está aquí, él me busca, me atormenta-, le dije, y lanzándome s
-Despierta Patricia, despierta, no me asustes más- Escuché la vocecita dulce, musical, delicada y preocupada de Alondra. Yo tenía los labios mojados. Ella había pretendido darme agua pero el líquido resbaló por todo mi mentón el cuello y hasta el pecho porque yo no reaccionaba, incluso seguía tonta, meneando la cabeza, sintiéndome flotando en las nubes, igual si hubiera recibido una puñetazo en la cara, -¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?-, empecé a balbucear desconcertada. Traté de levantarme de la cama pero ella no me dejó. Puso su mano en mi pecho. -No sé, te encontré desmayada en el suelo, lo mejor es que sigas descansando-, me pidió Alondra. -¿Cómo pudiste cargarme hasta la cama?-, estaba yo sorprendida y aún eclipsada. -Ay, pesas como una vaca, pero tampoco te iba a dejar en el suelo-, se disgustó mi amiga. Intentó otra vez darme agua, pero esta vez si sorbí todo el vaso. Lentamente empecé a recuperarme, aunque no dejaba de parpadear y sentía rayos y truenos reventando en m
-Voy a dormir contigo y sabremos realmente qué es lo que está pasando-, me dijo Alondra, cuando volvíamos en mi auto después de la presentación de los videos y las fotos de los nuevos lanzamientos de ropa la diseñadora con la que habíamos firmado contrato. Ella había quedado tan satisfecha y conforme con nuestro trabajo que nos regaló toda la colección de verano de tangas. Eso nos puso eufóricas. ¡¡¡Eran divinas!!! Yo me prendé de una atigrada tan microscópica que se perdía entre mis manos. -No es necesario que te quedes, Alondra, estaré bien-, le dije, pero mi amiga es más terca que un burro. Pasamos por su apartamento, tomó su pijama, una muda de ropa, cosméticos, sus artículos de aseso, el peluche de un oso desgarbado por el tiempo, y marchamos a mi casa. -¿Y ese quién es?-, le pregunté divertida por el muñeco. El oso estaba repleto de parches. -Es Jeremías, me acompaña desde que era niña, je je je-, sonrió coqueta mi amiga. Ya era tarde, casi las once. Yo no quería dor
-Son dos cosas, me dijo Alondra mientras desayunábamos, inconscientemente abriste la lata de café para recordar siempre a tu marido, porque tu mente o tu subconsciente, no se resigna a su muerte, o él ha venido a buscarte- Ya se imaginarán. Yo seguía con los pelos de punta, estaba muy asustada y no dejaba de temblar. -Lo mejor es que te vayas a dormir a mi casa-, me dijo Alondra. -Yo lo quiero mucho a Rudolph y estoy segura que él me amó demasiado, no me haría, jamás, daño, seguramente que quiere comunicarse conmigo-, sorbí el café con leche que me había preparado ella. Alondra había comprado los panes y mantequilla en la panadería. Estaban crocantes. Ella mordió uno con deleite. -Seguramente quiere darte un mensaje, es posible que sepa quién fue el que lo mató-, especuló mi amiga. -Yo lo veo muy feliz, contento, natural y normal, como si no hubiera pasado nada-, suspiré dolida. -Es que Rudolph siempre fue así, nunca se preocupaba de nada y siempre tomaba las c
Fui donde Palacios, el jefe de policía. Lo que yo pensaba era que Rudolph quería darme un mensaje de que no podía descansar en paz porque no había sido resuelto su crimen y por eso se aparecía a cada momento. Y mientras no se supiera quién era el criminal, él estaría allí, flotando en la casa, quizás viviendo su propia pesadilla de estar muerto. -Señora Pölöskei-, qué gusto verla, siempre tan hermosa-, se mostró Palacios muy galante. Yo no estaba de humor para halagos. -¿Qué ha conseguido averiguar de mi marido muerto?-, fui de frente al grano, ciertamente mortificada. -Tenemos algunas pistas-, intentó darme ánimo pero yo sabía que no era cierto. Su mirada lo delataba. Estaba vacía. No sabía mentir. -Mi marido era un hombre bueno, oficial-, traté de no llorar. -Lo sé, señora Pölöskei, estamos siguiendo todas las posibilidades para dar con los asesinos-, intentó justificarse él, conmovido de las lágrimas que empezaron a rodar, impertinentes, por mis mejillas. -Yo sé que
Tengo un serio defecto. Soy demasiado impetuosa y vehemente. Me convencí que Marcia era la mala de la película y fui a encararla en su propia oficina. Su secretaria se sorprendió cuando me vio aparecer muy seria. -Señorita Pölöskei, la señorita Furris está en una reunión muy importante-, intentó ella atajarme, pero la esquivé y de un golpe abrí la puerta de su despacho. Marcia se besaba muy acaramelada con un tipo, incluso estaba media desnuda, subida a sus piernas, engolosinada a los labios del fulano ese. -¿Qué demonios, Patricia?-, se alzó turbada Furris, abotonando su blusa y jalando, apurada, su falda. -Quiero hablar contigo-, crucé los brazos. El sujeto arregló su corbata y su saco, y se marchó embozado en sus hombros, agazapado incluso, tratando que no lo vea la cara. Era un infiel a su hogar, sin duda alguna. Furris se puso sus zapatos, arregló sus pelos, se pintó la boca y pidió que me sentara. -¡Paola! que nadie nos interrumpa-, pidió a su secretaria. Luego me miró