Capítulo 5

Esa misma noche, volví a oír la canción. Otra vez sufrí la misma angustia. Mi corazón acelerado, truenos estallando en mi cabeza, un sudor frío y asfixiante y luego la excitación y éxtasis, los deseos de tener intimidad, mordiendo mis labios, frotando mis muslos, acariciando mis caderas, sintiendo mis pechos erguidos como grandes colinas y de nuevo el viento rebotando en las ventanas, y la oscuridad impenetrable, envolviéndome como una gran manta.  Y escuché la canción, a lo lejos, como si viniera caminando despacio, arrastrando los pies, haciéndose desesperadamente lenta.

   "Dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/  y prende luces en tu mirada".

   Sentí mucho miedo y volví a escuchar los peldaños crujiendo y esta vez oí tintinear una cauchara en una taza, como si alguien estuviera revolviendo la azúcar. Mis pelos volvieron a erizarse, se me puso la piel de gallina y me metí debajo de los edredones, temblando de miedo, llorando, sintiendo mi corazón reventar en un millón de pedazos.

  Fue una noche larguísima, angustiante, con muchos ruidos extraños en la casa, tintineando tazas y platos, cucharas que caían al suelo, pasos, ventanales que se abrían y cerraban y esa canción que después de tanto gustarme, ahora empezaba a odiar y aterrarme.

  Llegué a la oficina ojerosa, despeinada, cansada y ciertamente fea, como nunca.

  -¿La pasaste mal?-, me preguntó Alondra.

  -Una mala noche-, acepté, colgando mi cartera y mi abrigo.

  -Te decepcionó ese hombre-, fue pícara, mi amiga.

  -No estuve con nadie, simplemente no podía dormir-, arrugué mi naricita.

  -Necesitas entretenimiento, alguien que te relaje-, siguió siendo irónica y pícara Alondra.

 Me dejé llevar por los comentarios de Alondra. Pensé que ella tenía razón. Así pues, me dispuse  pasarla bien con un hombre, tratar de recuperar mi vida afectiva y superar la herida abierta que tenía por el asesinato de Rudolph. A mí siempre me gustó y me atraía sobremanera uno de nuestros modelos de la agencia, Sebastián Dougi. Ya habían tenido intimidad con él a escondidas, en forma muy esporádica, pero intensa, antes que contrajera matrimonio.  Él es casado pero mujeriego y yo, ya saben, soy muy hermosa, con muchas y apetitosas curvas, alta y cautivante, modestia aparte, y pues, Sebas no solo me deseaba sino que estaba prendado de mí incluso más que Rocío, su mujer.

   Aproveché para estar con él en las grabaciones  que hicimos, muy temprano, por la mañana, para un avisaje de pantalones en una playa. La idea era mostrar a Sebas sin camisa pero con el pantalón, "resistente para toda ocasión", desafiando la arena, el mar, las olas y el viento fuerte.  Alondra hizo las fotos y los videos.  Yo fui al litoral con la única idea de encandilarme con Dougi y verlo sin camiseta, mostrando su infinidad de vellos alfombrando su pecho, su espalda grandota, sus músculos tan pronunciados y sus bíceps bien pincelados, armónicos, fuertes y sólidos como las rocas. Estaba avasallador, muy varonil y los fuegos se me encendieron de repente, igual a un lanzallamas, calcinándome en un santiamén.

  En realidad yo había deseado siempre a Sebastián, aún más que él a mí, je je je. Es un hombre hermoso, alto, fuerte, bello, con su nariz perfecta, sus pómulos grandes y su barba bien dibujada en su cara de general romano. Apenas lo veía la sangre chapoteaba en mis venas, mi corazón se aceleraba, golpeaba mis rodillas y mis pechos se erguían igual a grandes colinas, con las ansias de que me bese, me acaricie y me haga suya.

  Sebastián no era tonto. Se dio cuenta cómo lo miraba yo, con muchas ansias, y reía con esa sonrisa tan majestuosa y señorial que me desbarataba y rendía, me volvía una gran antorcha y desataba mis cascadas. Y esa mañana él estaba más lindo, apetitoso y contemplable que nunca.

   Así, pues, después de la sesión de fotos y videos, fuimos a mi casa, en mi auto, apurados, esquivando los carros, mirándonos impetuosos, ansiosos y febriles, anhelantes de dar rienda suelta a nuestros deseos. Él incluso se extasiaba mirándome las piernas pues el short que lucía para la ocasión, se había remangado más de la cuenta. Lo vi varias veces saboreándose, pasando la lengua por los labios, las manos inquietas y los ojos, incluso, desorbitados.

 Ni bien llegamos a mi casa, Sebastián me acaparó, me tomó entre sus brazos y empezó a besarme con locura y vehemencia. Ufff, los fuegos se me desbordaron por completo, mis pechos se irguieron más de la cuenta y empecé a gemir como una gata en celo, entusiasmada y ansiosa de ser poseída. Sebas al fin pudo acariciar mis piernas con embeleso y su ímpetu se bifurcó más allá, llegando a mi espalda, mis brazos, mis sentaderas y hasta estrujó muy afanoso mi busto, provocándome más y más sollozos sensuales.

   Yo me sentía muy sexy. Me dejé desnudar y le quité la camiseta y el pantalón a él, en un santiamén y quedamos desnudos en la alfombra, revocándonos igual a lobos hambrientos, deleitándonos con nuestros fuegos que eran ya una inmensa tea que nos calcinaba por completo.

   Como les he dicho, no era la primera vez que hacíamos el amor, sin embargo, ésta vez, me pareció más fantástico que las otras veces. Yo deliraba entre sus brazos, estaba encandilada y eclipsada y no dejaba de gemir y sollozar, mientras él tatuaba todos mis rincones, curvas, redondeces y quebradas con sus besos y caricias.  Yo cerraba los ojos, me jalaba los pelos, alzaba mi naricita, balbuceaba, juntaba mis dientes, me sentía muy sexy y sensual, con mi feminidad explotando al máximo, mientras Sebas me hacía suya.

   No había tenido intimidad desde que mataron a Rudolph, ya hacía varios meses. No es tampoco que lo haya olvidado o que le fuera infiel, simplemente estaba turbada, afligida, angustiada y extraviada en mi dolor y   desconcierto, tratando de salir de ese vacío donde estaba cayendo sin remedio.

  Aullé  y chillé extasiada, cuando Sebas avanzó hacia mis entrañas, convertido en un volcán en erupción, arrasando con todas mis defensas y dejándome desarmada, eclipsada y sumida en un gran placer. Sintiendo el poder de Dougi, estremeciéndome, empecé a jalarme los pelos extasiada y le mordí, además, el brazo y el cuello, desesperada, tratando de no caer en la inconsciencia que me provocaba tanto éxtasis. Las descargas eléctricas se multiplicaban,  haciendo que mis fuegos se hicieran aún más altivos.

   Cuando él llegó al clímax, desorbité los ojos y quedé perpleja y maravillada a la vez. Soplaba humo en mi aliento y me aferré con mis filudas uñas en su espalda, hundiéndose en sus carnes igual a puñales, abriéndole surco. Luego me derrumbé sobre las almohadas sudorosa, parpadeando mucho, con mi corazón rebotando desesperado en el busto, totalmente subyugada a la masculinidad de mi amante.

 Quedé tumbada sobre la cama, con mis pelos desparramados y arranchados, sin aliento, tratando de respirar y desacelerar mi corazón, complacida y extasiada, a la vez. Sebas siguió, sin embargo, taladrando mis abismos, queriendo llegar hasta los parajes más inhóspitos y lejanos de mis profundidades, a sensaciones inéditas que jamás había disfrutado y ni sabía que existían en mis vacíos.

  Yo ya no tenía fuerzas para nada, quedé convertida en un despojo, en un trapo, en una muñeca rota, exhalando humo hasta por los orejas, mi corazón vestido de fiesta, mordiendo ms labios, perdida en un limbo de muchos colores y luces, igual si flotara en una nube rodeada de muchos luceros fulgurando sobre mí.

   De pronto, ¡¡¡¡pin pin pin!!!! sonaron platos y tazas en la cocina. ¡¡¡Alguien estaba escondido en la casa!!!

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