Fui donde Palacios, el jefe de policía. Lo que yo pensaba era que Rudolph quería darme un mensaje de que no podía descansar en paz porque no había sido resuelto su crimen y por eso se aparecía a cada momento. Y mientras no se supiera quién era el criminal, él estaría allí, flotando en la casa, quizás viviendo su propia pesadilla de estar muerto. -Señora Pölöskei-, qué gusto verla, siempre tan hermosa-, se mostró Palacios muy galante. Yo no estaba de humor para halagos. -¿Qué ha conseguido averiguar de mi marido muerto?-, fui de frente al grano, ciertamente mortificada. -Tenemos algunas pistas-, intentó darme ánimo pero yo sabía que no era cierto. Su mirada lo delataba. Estaba vacía. No sabía mentir. -Mi marido era un hombre bueno, oficial-, traté de no llorar. -Lo sé, señora Pölöskei, estamos siguiendo todas las posibilidades para dar con los asesinos-, intentó justificarse él, conmovido de las lágrimas que empezaron a rodar, impertinentes, por mis mejillas. -Yo sé que
Tengo un serio defecto. Soy demasiado impetuosa y vehemente. Me convencí que Marcia era la mala de la película y fui a encararla en su propia oficina. Su secretaria se sorprendió cuando me vio aparecer muy seria. -Señorita Pölöskei, la señorita Furris está en una reunión muy importante-, intentó ella atajarme, pero la esquivé y de un golpe abrí la puerta de su despacho. Marcia se besaba muy acaramelada con un tipo, incluso estaba media desnuda, subida a sus piernas, engolosinada a los labios del fulano ese. -¿Qué demonios, Patricia?-, se alzó turbada Furris, abotonando su blusa y jalando, apurada, su falda. -Quiero hablar contigo-, crucé los brazos. El sujeto arregló su corbata y su saco, y se marchó embozado en sus hombros, agazapado incluso, tratando que no lo vea la cara. Era un infiel a su hogar, sin duda alguna. Furris se puso sus zapatos, arregló sus pelos, se pintó la boca y pidió que me sentara. -¡Paola! que nadie nos interrumpa-, pidió a su secretaria. Luego me miró
Por la noche hice el amor, furiosa, vehemente, descontrolada, con Sebas, esta vez en un hotelucho escondido en la ciudad, no por el temor al fantasma de mi marido, sino que Sebastián estaba convencido que su mujer sabía de sus traiciones y que lo estaba vigilando. A mí no me importaba eso. En realidad yo era egoísta. No veía más allá de mis narices e ignoraba el drama que padecía Sebas. No había visto los cambios repentinos de su mujer, su enfado, sus ataques con frases con doble sentido y desconocía que ya no había la fiesta de antes en su casa. Incluso ella, la esposa, había descubierto folletos de viajes al extranjero. Él estaba sumido en sus preocupaciones maritales y yo frustrada porque pensaba que Rudolph quería le ayudase a descubrir a su asesino. Entonces mientras yo estallaba en sensualidad y deseos, él era una marioneta de mis ansias, dejándose morder y arañar por mi ímpetu y afanes de disfrutar de una velada erótica y pletórica de placer. Y es lo que hice. Me con
Alondra consiguió un importante contrato para la publicidad de un banco. Yo hice de cajera para los fotos y los videos y los chicos que contratamos de modelos, simularon ser los clientes. También sumamos personas maduras. Todo salió a pedir de boca. Hicimos la locación en la sucursal más amplia, cómoda y elegante de la entidad financiera. -Su dinero se multiplica día a día-, fue la frase que dije coqueta, detrás de la ventanilla, con mis pelos desparramados sobre el elegante uniforme de aquella institución bancaria. -¿Por qué no actúa en una película? Usted es muy hermosa, señorita Pölöskei-, me sugirió el jefe de prensa del banco, después que terminamos las grabaciones y las fotos y disfrutábamos de un ágape que nos ofreció la entidad. Era lo mismo que me decía siempre, Rudolph. -Eres más linda que muchas cotizadas actrices, muy natural, tienes una vocecita muy dulce y tierna y gracias a la publicidad y el modelaje, has conseguido un gran dominio de cámara-, me decía después
No tenía sueño. No quería dormir tampoco. Estuve, casi, una hora allí sentada, mirando mi móvil, viendo mis uñas, jalando mis pelos aún mojados, repasando lo que había comprado en el mercado, cuando tintinearon, al fin, las tazas y las cucharas y de repente, se desató un viento fuerte, golpeando los ventanales de la casa, incluso el ciclón repentino azotó la puerta principal. Tragué saliva- -Hora de la verdad, mi amor-, me dije convencida, apretando los puños con resolución, dispuesta a enfrentar al fantasma de mi marido. Hubo un largo silencio en toda la casa y hacía muchísimo frío, me congelaba en realidad. Yo estaba aterrada pasmada, sin moverme de la escalera, entornillada en el peldaño, pese a que quería estar tranquila, serena, y sentía todo mi cuerpo envuelta en piel de gallina, mis pelos estaban erizados, temblaba, y mi corazón no dejaba de tamborilear en el pecho. No sabía qué es lo que haría si lo vería allí, delante mío. Imaginé que me desmayaría otra vez, gritaría, sen
Después de ver una película romántica, Alondra y yo nos metimos a la cama tomadas de las manos. -No te vayas a dormir-, le pedí a mi amiga y ella riéndose me dijo, -aquí estaré, bebita-, pero, sin embargo, a los pocos minutos se quedó profundamente dormida. Me molesté. -Valiente ayuda que me da, ésta mujer-, moví la cabeza aturdida. No pude dormir. Por más que cerré los ojos, conté ovejas, recordé chistes o inventé una novela de amor, no pude conciliar el sueño. Estaba asustada, en realidad, y seguía pensando que Rudolph sufría mucho extraviado en el limbo. Ésta vez quería enfrentarlo sí o sí. Cerca de las tres de la mañana tintinearon, al fin, las cucharas. desorbité mis ojos, mi corazón otra vez se encimó en mi busto y comencé a temblar peor que si tuviera terciana. No fue necesario sacudir para despertara Alondra. Ella sintió mis repentinos escalofríos. -¿Es él?-, parpadeó tratando de empinar sus párpados. -Sí ¿lo escuchas?-, le pregunté. Alondra se alzó de la almo
Alondra sospechaba que algo le había ocurrido a mi marido en la clínica, quizás una pelea, una discusión, un altercado o algo así, eso le dije a Palacios, sin embargo Rudolph no tenía enemigos en su centro de trabajo. Jamás se quejó de algún incidente, es más, me hablaba maravillas siempre de sus compañeros de trabajo, sobre todo del doctor Watson. -No conozco hombre más divertido que Watson, nos reímos de cualquier cosa-, me dijo una tarde mientras comíamos unas deliciosas hamburguesas en la cafetería de la clínica. -Tú eres muy distendido-, le reconocí acariciando sus barbas. -Soy tranquilo y afable, igual que todos mis compañeros de trabajo, el doctor Watson es muy alegre y entusiasta, él nos dice siempre que esa es la manera de afrontarlo todo: con una larga sonrisa. "El mejor paliativo contra las dolencias es la risa", nos dice siempre-, me contaba Rudolph muy entusiasmado. Nunca me dijo de algún enemigo, alguien que lo odiase, que lo detestara, que le tuviera tirria
Me senté junto a la mesa a esperar a Rudolph. Me puse muy linda. Aleoné mis pelos, me pinté la boca, me hice sombras bajo los ojos, me coloreé las mejillas y me puse un vestido rojo muy entallado, de amplio escote que a él le fascinaba. También pantimedias y zapatos muy altos, con taco catorce. Además me apliqué el perfume que a él lo desquiciaba y que lo volvía febril e impetuoso, tanto que hacíamos el amor, de inmediato, olvidando nuestros compromisos. Le serví café igualmente , en la taza que él usaba siempre, esa que tenía un corazoncito dibujado con la palabra "i love you" impresa en rojo. Yo me hice una limonada fresca porque hacía bastante calor. Apagué las luces y para no dormirme me puse a editar en mi móvil las fotos y los videos de la galería, con el slogan que había pensado: "de todo para ti" y que le encantó mucho al dueño. A las tres de la mañana en punto se apareció Rudolph y no me asusté. -Hola, Patricia-, me dijo él. Estaba más hermoso que nunca, con esa mirada