Alondra sospechaba que algo le había ocurrido a mi marido en la clínica, quizás una pelea, una discusión, un altercado o algo así, eso le dije a Palacios, sin embargo Rudolph no tenía enemigos en su centro de trabajo. Jamás se quejó de algún incidente, es más, me hablaba maravillas siempre de sus compañeros de trabajo, sobre todo del doctor Watson. -No conozco hombre más divertido que Watson, nos reímos de cualquier cosa-, me dijo una tarde mientras comíamos unas deliciosas hamburguesas en la cafetería de la clínica. -Tú eres muy distendido-, le reconocí acariciando sus barbas. -Soy tranquilo y afable, igual que todos mis compañeros de trabajo, el doctor Watson es muy alegre y entusiasta, él nos dice siempre que esa es la manera de afrontarlo todo: con una larga sonrisa. "El mejor paliativo contra las dolencias es la risa", nos dice siempre-, me contaba Rudolph muy entusiasmado. Nunca me dijo de algún enemigo, alguien que lo odiase, que lo detestara, que le tuviera tirria
Me senté junto a la mesa a esperar a Rudolph. Me puse muy linda. Aleoné mis pelos, me pinté la boca, me hice sombras bajo los ojos, me coloreé las mejillas y me puse un vestido rojo muy entallado, de amplio escote que a él le fascinaba. También pantimedias y zapatos muy altos, con taco catorce. Además me apliqué el perfume que a él lo desquiciaba y que lo volvía febril e impetuoso, tanto que hacíamos el amor, de inmediato, olvidando nuestros compromisos. Le serví café igualmente , en la taza que él usaba siempre, esa que tenía un corazoncito dibujado con la palabra "i love you" impresa en rojo. Yo me hice una limonada fresca porque hacía bastante calor. Apagué las luces y para no dormirme me puse a editar en mi móvil las fotos y los videos de la galería, con el slogan que había pensado: "de todo para ti" y que le encantó mucho al dueño. A las tres de la mañana en punto se apareció Rudolph y no me asusté. -Hola, Patricia-, me dijo él. Estaba más hermoso que nunca, con esa mirada
Desperté en mi cama, en top y short, como solía dormir siempre. Ya eran las siete y treinta de la mañana. Parpadeé varias veces y me sentí rara y mareada. Tenía arcadas y sentía un fuego intenso revoloteando en mi intimidades. Junté los dientes y me arreglé los pelos desconcertada. Luego me fui a bañar. Alondra me esperaba para ir hacer una fotos y videos de un arenero en la playa. Era la novedad de ese verano. El contrato nos era muy provechoso. Camino al litoral, Alondra me miró largo rato tratando de adivinar mis pensamientos y sentimientos. -¿Lo viste otra vez?-, me preguntó entonces. Yo manejaba el auto pero me sentía que en realidad flotaba en una nube y que no había pista sino vacío. Mi cuerpo parecía extraviado en otras parte, tan solo estaban mis pensamientos y las imágenes confusas de Rudolph disfrutando mis pechos. -Sí, me insistió que mi vida corre peligro, que alguien muy cercano a mí quiere matarme-, la miré a ella. Alondra sintió la pegada. -Yo no te toc
Hicimos muchos videos y fotos con los jóvenes que contratamos, haciendo rugir los areneros entre las olas, la arena, saltando lomas y posando con los novedosos vehículos aerodinámicos que eran el furor en todo el litoral. Luego Alondra me dijo que me quedara en tanga y me subiera a uno de esos aparatos. No debí elegir una tanga tan diminuta. Y es que ni sabía que iba a terminar participando en las tomas. Era una tela tan microscópica que se perdía en mi armoniosa y bien pincelada humanidad, imantando la mirada de todos los hombres y el asombro de las chicas. -No se ha puesto nada-, dijo divertida una rubia de ojos verdes. -Se necesita una lupa para saber el color de su tanga-, le siguió el juguete una pelirroja. Yo estaba más roja que un tomate. Luego de tomarme un millón de fotos y videos posando con los vehículos, recostada, subida al asiento, tomando el timón, echada, incluso sobre los asientos, hicimos, luego, sin problemas las tomas volando por los aires. Los areneros er
Nos quedamos hasta la madrugada editando los videos y las fotos. Alondra tenía esa mañana una presentación de la campaña publicitara de una cadena de hipermercados, una promoción que nos significaba un súper millonario contrato, por lo que yo me encargué de la presentación de los videos y fotos de los nuevos modelos de areneros. Fui a la fábrica con un impecable sastre rojo de saco y minifalda, pantimedias, zapatos oscuros y una blusa crema con una coqueta corbata también roja. Mis pelos estaban muy aleonados y se me veía sexy y sensual, tanto que acaparaba las miradas de los hombres que volteaban a ver cómo meneaba las caderas. La presentación fue un gran éxito. Presenté los spots en pantalla grande los videos, los diseños de los avisos holográficos y en 3 D para las webs y las pautas gigantes para diarios y revistas. Yo aparecía en los videos saltando por los aires con los areneros y también era la modelo principal de los vehículos playeros, echada sobre ellos, conduciendo, e
-Tú estás más loca que yo-, le reclamé a Alondra. Estábamos sentadas en la sala de espera del consultorio del doctor Marving, un reconocido y cotizado parapsicólogo, de mucha fama en el país, incluso en el extranjero. Mi amiga lo llamó e hizo una cita. Él tipo aceptó encantado e interesado por todo lo que le había contado ella de lo que me estaba pasando. -Las dos estamos locas, Patricia. Yo también he visto a Rudolph y a Darrow, no lo olvides, tú no eres la única que ha perdido un tornillo en toda esta historia, las dos vemos a los fantasmas y eso me aterra-, estaba ella decidida a hablar con el especialista. Yo no quería. Ella, en realidad, me llevó a rastras a ver a ese doctor. -Estamos sicoseadas, lo que estamos viendo son inventos de nuestras cabezas, quizás estamos estresadas de tanto trabajo-, le dije sin dejar de protestar, incluso pegando puñetazos al aire. -No me importas lo que digas, no quiero seguir viendo fantasmas correteándonos y asustándonos-, dijo mi amiga
Cuando dejamos el consultorio del doctor ese, fuimos a tomar un café y comer tostadas en un restaurante cercano. -¿Y si nosotras somos capaces de ver fantasmas, algo así como clarividentes?-, le pregunté a Alondra mientras mordíamos las deliciosas tostadas untadas con mantequilla haciendo estallar sus esquirlas. A ella le asustaba mucho todo ese tema de los fantasmas, del más allá, de muertos y esas cosas. No quería volver a encontrarse con Rudolph, tampoco, y le aterraba pensar que había estado hablando con un finado, en el caso de Darrow que hasta flirteó con nosotras. Pensaba que todo eso era una pesadilla que quizás estábamos confundiendo las cosas o que simplemente algo que estábamos comiendo o bebiendo nos estaba provocando alucinaciones. -No, no creo, aquí está pasando algo raro-, estaba ella escéptica, sin embargo. A Alondra también le preocupaba que yo viviera sola, a merced de los fantasmas. -¿Por qué no llamas a Sebas?-, me preguntó sonriéndome pícara. -No, no,
Por la noche, después que regresé de la agencia, me di un buen baño y me hice una deliciosa cena, con muchas frituras y agua mineral. Prendí el televisor, también los parlantes y me puse a resolver crucigramas de los diarios. Entonces timbró mi móvil. Parpadeaba en la pantalla "número desconocido". Pensé que era un cliente. -Patricia Pölöskei-, dije, sin quitar los ojos de los crucigramas buscando resolver el cuestionario. -Disculpa que no haya podido estar en la presentación de tu campaña publicitaria, ufff, me encantó, te dije que eres muy hermosa, te ves muy felina con los areneros y esa tanga voltea los ojos ja ja ja-, dijo alguien hablándome como si me conociera de mucho tiempo. Su voz era festiva, efusiva y hasta eufórica. -Gracias, eres muy amable por tus elogios, ¿quién eres?-, movía yo mi tobillo, indiferente. -El hombre que te adora y estima, Jeremy Darrow, pues-, fue lo que me dijo él. ¡Pum! quedé fría, helada, congelada, entumecida, boquiabierta y estupefacta, s