Hicimos muchos videos y fotos con los jóvenes que contratamos, haciendo rugir los areneros entre las olas, la arena, saltando lomas y posando con los novedosos vehículos aerodinámicos que eran el furor en todo el litoral. Luego Alondra me dijo que me quedara en tanga y me subiera a uno de esos aparatos. No debí elegir una tanga tan diminuta. Y es que ni sabía que iba a terminar participando en las tomas. Era una tela tan microscópica que se perdía en mi armoniosa y bien pincelada humanidad, imantando la mirada de todos los hombres y el asombro de las chicas. -No se ha puesto nada-, dijo divertida una rubia de ojos verdes. -Se necesita una lupa para saber el color de su tanga-, le siguió el juguete una pelirroja. Yo estaba más roja que un tomate. Luego de tomarme un millón de fotos y videos posando con los vehículos, recostada, subida al asiento, tomando el timón, echada, incluso sobre los asientos, hicimos, luego, sin problemas las tomas volando por los aires. Los areneros er
Nos quedamos hasta la madrugada editando los videos y las fotos. Alondra tenía esa mañana una presentación de la campaña publicitara de una cadena de hipermercados, una promoción que nos significaba un súper millonario contrato, por lo que yo me encargué de la presentación de los videos y fotos de los nuevos modelos de areneros. Fui a la fábrica con un impecable sastre rojo de saco y minifalda, pantimedias, zapatos oscuros y una blusa crema con una coqueta corbata también roja. Mis pelos estaban muy aleonados y se me veía sexy y sensual, tanto que acaparaba las miradas de los hombres que volteaban a ver cómo meneaba las caderas. La presentación fue un gran éxito. Presenté los spots en pantalla grande los videos, los diseños de los avisos holográficos y en 3 D para las webs y las pautas gigantes para diarios y revistas. Yo aparecía en los videos saltando por los aires con los areneros y también era la modelo principal de los vehículos playeros, echada sobre ellos, conduciendo, e
-Tú estás más loca que yo-, le reclamé a Alondra. Estábamos sentadas en la sala de espera del consultorio del doctor Marving, un reconocido y cotizado parapsicólogo, de mucha fama en el país, incluso en el extranjero. Mi amiga lo llamó e hizo una cita. Él tipo aceptó encantado e interesado por todo lo que le había contado ella de lo que me estaba pasando. -Las dos estamos locas, Patricia. Yo también he visto a Rudolph y a Darrow, no lo olvides, tú no eres la única que ha perdido un tornillo en toda esta historia, las dos vemos a los fantasmas y eso me aterra-, estaba ella decidida a hablar con el especialista. Yo no quería. Ella, en realidad, me llevó a rastras a ver a ese doctor. -Estamos sicoseadas, lo que estamos viendo son inventos de nuestras cabezas, quizás estamos estresadas de tanto trabajo-, le dije sin dejar de protestar, incluso pegando puñetazos al aire. -No me importas lo que digas, no quiero seguir viendo fantasmas correteándonos y asustándonos-, dijo mi amiga
Cuando dejamos el consultorio del doctor ese, fuimos a tomar un café y comer tostadas en un restaurante cercano. -¿Y si nosotras somos capaces de ver fantasmas, algo así como clarividentes?-, le pregunté a Alondra mientras mordíamos las deliciosas tostadas untadas con mantequilla haciendo estallar sus esquirlas. A ella le asustaba mucho todo ese tema de los fantasmas, del más allá, de muertos y esas cosas. No quería volver a encontrarse con Rudolph, tampoco, y le aterraba pensar que había estado hablando con un finado, en el caso de Darrow que hasta flirteó con nosotras. Pensaba que todo eso era una pesadilla que quizás estábamos confundiendo las cosas o que simplemente algo que estábamos comiendo o bebiendo nos estaba provocando alucinaciones. -No, no creo, aquí está pasando algo raro-, estaba ella escéptica, sin embargo. A Alondra también le preocupaba que yo viviera sola, a merced de los fantasmas. -¿Por qué no llamas a Sebas?-, me preguntó sonriéndome pícara. -No, no,
Por la noche, después que regresé de la agencia, me di un buen baño y me hice una deliciosa cena, con muchas frituras y agua mineral. Prendí el televisor, también los parlantes y me puse a resolver crucigramas de los diarios. Entonces timbró mi móvil. Parpadeaba en la pantalla "número desconocido". Pensé que era un cliente. -Patricia Pölöskei-, dije, sin quitar los ojos de los crucigramas buscando resolver el cuestionario. -Disculpa que no haya podido estar en la presentación de tu campaña publicitaria, ufff, me encantó, te dije que eres muy hermosa, te ves muy felina con los areneros y esa tanga voltea los ojos ja ja ja-, dijo alguien hablándome como si me conociera de mucho tiempo. Su voz era festiva, efusiva y hasta eufórica. -Gracias, eres muy amable por tus elogios, ¿quién eres?-, movía yo mi tobillo, indiferente. -El hombre que te adora y estima, Jeremy Darrow, pues-, fue lo que me dijo él. ¡Pum! quedé fría, helada, congelada, entumecida, boquiabierta y estupefacta, s
Palacios no dejaba de reír, incluso se mecía jocoso y divertido en su silla. Se ahogaba por la risa, además, y las lágrimas estallaban en sus ojos. -Es lo más chistoso que he escuchado en mi vida, señoritas-, decía el jefe de la policía entrecortado por las carcajadas. Alondra y yo estábamos azoradas sin saber qué hacer con nuestras manos, rojas como tomates, soportando las risas irónicas de Palacios. -Darrow murió, se estrelló con su carro, ese sujeto está cinco metros bajo tierra ja ja ja-, decía sin contener las carcajadas. -Lo que pensamos es que alguien quiere volvernos locas y se hace pasar por ese sujeto-, dijimos, las dos, a la vez. -Podría ser, pero ¿Darrow vivo? ja ja ja, esa sí que es buena, yo mismo lo vi hecho una mazamorra después que se estrelló ja ja ja-, volvió a la carga con sus risotadas. Le dimos nuestros móviles pero el número de Jeremy no estaba, ni siquiera estaba registrada la llamada que nos había hecho. -Las dos lo hemos visto, yo hablé con él, a
Alondra tocó varias veces el timbre, incluso con mucha persistencia e ira ira, tanto que relampagueó en toda la casa. Escuchamos la voz de una mujer. -Ya voy, ya voy, ya voy, ¿por qué tanta insistencia?-, estaba ella molesta. Se abrió una pequeña ventana en el portón y apareció una naricita afilada y unos ojitos celestes muy lindos. -¿Qué desean?-, estaba ella, sin embargo, muy molesta. -Queremos hablar con Jeremy Darrow-, cruzó los brazos Alondra. Yo me agazapé detrás de los hombros de mi amiga, muerta de miedo. Me daba demasiado temor todo ese asunto de los fantasmas. -El señor Darrow murió hace un par de semanas-, dijo ella. -¿Usted es su familiar?-, insistió Alondra. -Soy su hija-, se molestó aún más la joven. -Podríamos hablar con usted-, me empiné sobre la espalda de mi amiga. Ella cerró la ventanita, destrabó el portón y nos hizo pasar. El jardín era grandote, con bancas y zona de parrillada, también habían columpios y una piscina chica bien cuida
A los dos de la mañana, exacto, Rudolph fue a la mesa a tomar su café y cuando se sentó en su silla, recién me vio. Yo estaba en un rincón del comedor, con los brazos cruzados, furiosa, con mi rostro fruncido, mis pelos revueltos y mis ojos hechos fogatas. Tenía mi corazón acelerado y no tenía miedo ni pánico ni temor porque estaba realmente colérica, igual a una ola a presión, pensando y volviendo a pensar que mi marido, a quien me había entregado con mucha devoción, al que idolatraba y lo pensaba el hombre más sincero y fiel de la tierra, me había traicionado con la mujer de otro sujeto. Eso yo no podía tolerarlo y no me cabía en la cabeza que él había estado besando, afanando, seduciendo, flirteando, acariciando y quizás haciendo el amor con esa mujer a quien no conocía ni quería conocer jamás. -Me engañabas con la mujer de Darrow, por eso me decías que era un tipo malo, el demonio porque tú lo odiabas-, mascullé entonces, chasqueando la boca enfurecida y colérica. Mi malhum