Palacios no dejaba de reír, incluso se mecía jocoso y divertido en su silla. Se ahogaba por la risa, además, y las lágrimas estallaban en sus ojos. -Es lo más chistoso que he escuchado en mi vida, señoritas-, decía el jefe de la policía entrecortado por las carcajadas. Alondra y yo estábamos azoradas sin saber qué hacer con nuestras manos, rojas como tomates, soportando las risas irónicas de Palacios. -Darrow murió, se estrelló con su carro, ese sujeto está cinco metros bajo tierra ja ja ja-, decía sin contener las carcajadas. -Lo que pensamos es que alguien quiere volvernos locas y se hace pasar por ese sujeto-, dijimos, las dos, a la vez. -Podría ser, pero ¿Darrow vivo? ja ja ja, esa sí que es buena, yo mismo lo vi hecho una mazamorra después que se estrelló ja ja ja-, volvió a la carga con sus risotadas. Le dimos nuestros móviles pero el número de Jeremy no estaba, ni siquiera estaba registrada la llamada que nos había hecho. -Las dos lo hemos visto, yo hablé con él, a
Alondra tocó varias veces el timbre, incluso con mucha persistencia e ira ira, tanto que relampagueó en toda la casa. Escuchamos la voz de una mujer. -Ya voy, ya voy, ya voy, ¿por qué tanta insistencia?-, estaba ella molesta. Se abrió una pequeña ventana en el portón y apareció una naricita afilada y unos ojitos celestes muy lindos. -¿Qué desean?-, estaba ella, sin embargo, muy molesta. -Queremos hablar con Jeremy Darrow-, cruzó los brazos Alondra. Yo me agazapé detrás de los hombros de mi amiga, muerta de miedo. Me daba demasiado temor todo ese asunto de los fantasmas. -El señor Darrow murió hace un par de semanas-, dijo ella. -¿Usted es su familiar?-, insistió Alondra. -Soy su hija-, se molestó aún más la joven. -Podríamos hablar con usted-, me empiné sobre la espalda de mi amiga. Ella cerró la ventanita, destrabó el portón y nos hizo pasar. El jardín era grandote, con bancas y zona de parrillada, también habían columpios y una piscina chica bien cuida
A los dos de la mañana, exacto, Rudolph fue a la mesa a tomar su café y cuando se sentó en su silla, recién me vio. Yo estaba en un rincón del comedor, con los brazos cruzados, furiosa, con mi rostro fruncido, mis pelos revueltos y mis ojos hechos fogatas. Tenía mi corazón acelerado y no tenía miedo ni pánico ni temor porque estaba realmente colérica, igual a una ola a presión, pensando y volviendo a pensar que mi marido, a quien me había entregado con mucha devoción, al que idolatraba y lo pensaba el hombre más sincero y fiel de la tierra, me había traicionado con la mujer de otro sujeto. Eso yo no podía tolerarlo y no me cabía en la cabeza que él había estado besando, afanando, seduciendo, flirteando, acariciando y quizás haciendo el amor con esa mujer a quien no conocía ni quería conocer jamás. -Me engañabas con la mujer de Darrow, por eso me decías que era un tipo malo, el demonio porque tú lo odiabas-, mascullé entonces, chasqueando la boca enfurecida y colérica. Mi malhum
Ahora sí recordaba a Catalina, claro. La conocí el día de nuestra boda, en la recepción, sí, ya me acordaba, pero no me dijo que era Catalina. -Ella es Cata, mi mejor amiga-, me la presentó Rudolph. Ella era espléndida, rubia, hermosa y con una figura de sirena que me daba envidia. -¿Has venido sola?-, le pregunté ya bastante ebria de tanto brindis con champán. -Ay, mi marido está de viaje en Singapur con mi hija, por unos areneros que ha fabricado su empresa-, me contó divertida, haciendo brillar sus ojos de picardía. ¡¡¡Qué tonta!!! Catalina, Cata, claro. Quedé boquiabierta. -¿Qué quiere Darrow?-, jalé mi silla y mi semblante cambió, incluso le tomé el brazo a Rudolph. -Él siempre ha pensado que yo afanaba a Catalina, ahora que está muerto, seguro quiere hacerme la vida imposible, vengarse de mí, haciéndote sufrir-, a él parecía que no le importaba nada. -¿ Darrow te mató?-, desorbité mis ojos. -No, no, no, no, él no fue. Tenía razones para hacerlo, era celoso, explo
-Hice el amor con Rudolph-, le confesé a Alondra. Ella tomaba las fotos a dos hombres hermosos para la promoción de los nuevos jean para caballeros que sería furor en el otoño que se venía, ya, a toda prisa. Ella estaba encantada con los modelo porque, la verdad, estaban súper excitantes, muy lindos. Mi amiga mordía los labios impetuosa y excitada y vi sus pechos empinados como grandes globos en el busto, víctima de la calentura que la había vuelto una antorcha. La candela chisporroteaba por todos sus poros. Los chicos lucían apetitosos, sexys, insinuantes, avasalladores y esplendorosos con sus cuerpos bien delineados y sólidos, como verdaderos mastodontes en busca de hembras. Ellos estaban con los dorsos desnudos y descalzos, tan solo con los jean y posaban con motocicletas, árboles, jardines, automóviles deportivos y con perros de raza, es decir todas las imágenes eran sugerentes, muy excitantes y Alondra se había vuelto en un verdadero lanzallamas lanzando sus fuegos hasta de las
Esa noche esperé, otra vez, a Rudolph. Me puse muy hermosa otra vez, incluso me puse un baby doll transparente porque, en realidad, quería volverlo loco y quería que él me destroce a dentelladas. Ya me había acostumbrado a verlo siempre. Dejé de tenerle miedo y por el contrario, me alegraba las noches no solo con sus ocurrencias sino también con su mirada divertida, masculina y me encantaba sentir sus besos y caricias deleitándose con mi cuerpo, completamente afiebrado por la pasión. Le tenía lista su taza, el frasco de café, le ponía una cuchara y le compraba tostadas sin embargo jamás él las comía. Solo sorbía el cafecito que le parecía delicioso y nada más, luego se engolosinaba conmigo. Ahora quería volver hacer el amor con él en forma desenfrenada. Mi cuerpo lo reclamaba a gritos y quería sentir, de nuevo su tacto áspero, haciéndome suya. Él volvió aparecer por la cocina, saliendo del baño, peinándose, acariciando sus barbas bien recortaditas y tan varoniles que me desquic
Y entonces tuvimos nuestra primera pelea. Esa fue dos noches después. Él ya estaba enojado cuando se sentó junto a la mesa del comedor, a tomar su café. Yo me había puesto una minifalda súper cortísima porque había modelado para una fábrica de vidrios y debía lucir muy sugerente y sexy, pero Rudolph se molestó cuando me vio, esperándolo ansiosa de enredarme, otra vez, entre sus brazos. -Estás demasiado provocativa, todos los hombres te estaban mirando-, me dijo. Por primera vez, desde que había regresado de la muerte, tenía la frente arrugada, la boca ajada y me miraba fastidiado y colérico. -Ay, ni que estuviera desnuda-, intenté ser dócil y sumisa con él. -No me gusta que todos esos sujetos te admiren-, estaba él muy molesto. Le regalé la mejor de mis sonrisas. -Sabes que a mí no me importa ninguno de todos esos hombres, tú eres el único en mi vida-, seguí siendo dulce y tierna como una gatita. Rudolph sorbió su café, en silencio. Eso me incomodó y metí la pata. Le dije
Sebastián Dougi era uno de los modelos contratados por Alondra y que nos esperaban en el mall. Estaba hermoso, ese día, con sus pelos revueltos, la barbita crecida y sus brazos grandes como troncos que me enervaban y desataban, de inmediato, mis cascadas. Me encantó, en realidad, verlo tan apetitoso, besable y acariciable. Me dio un besote que me estremeció por completo. Sus manos se deslizaron por mis brazos, disfrutando de la lozanía de mi piel. -Qué bella estás, Patricia-, me dijo embriagándose, además, con mi perfume. Se encandiló con mis ojos brillando como luceros deseándolo con afán y vehemencia, mi sonrisa y mis pelos resbalando muy provocativos sobre mis hombros, haciendo de mí, una postal muy provocativa que debía terminar en la alcoba. -Eres muy galante, Sebas-, le dije juntando los dientes, coqueta en extremo, con mi feminidad estallando como un volcán en erupción. Con Sebastián, ya les conté, la pasamos de maravillas varias veces antes de casarme con Rudolph y