Palacios, el jefe de policía, se interesó por el librero que compré un día después que mataron a Rudolph, sumida en el dolor y la angustia de haberlo perdido, de repente, de un momento a otro. Lo miraba con curiosidad. Enciclopedias de medicina, biología, anatomía y también selecciones de cuentos y novelas, estaban ordenados por abecedario, haciendo largas cordilleras disparejas, de diferentes colores y nombres raros y rebuscados.
-Pölöskei ¿es polaca?-, me preguntó. Yo no tenía ganas ni de hablar. Llevaba ya varios días llorando y tenía los ojos más grandes que sandías de tanto llanto. No podía aceptar que Rudolph no llegaría otra vez cantando, tumbando la puerta, lanzando sus zapatos al aire y esperando que lo reciba con un besote, colgada de su cuello. -Húngaro. Mi padre nació en Szombathely, es la ciudad más antigua de Hungría-, le conté. Él asintió. -¿Qué enemigos tenía su esposo?-, siguió observando los libros, incluso sacó uno que hablaba de bloqueo de nervios y terapia del dolor, inherentes en la especialidad de mi marido. Estaba fascinado. -Nadie que yo sepa. Él era un hombre bueno, muy querido por sus amigos y compañeros de trabajo, nunca escuché queja alguna contra él, jamás cometió error alguno, era eficiente, muy leal y un excelente profesional-, no mentí. -¿Y usted tiene enemigos?-, me miró entonces. Eso también lo venía pensando. ¿Quién podría odiarme? ¿A quién había hecho daño yo como para matar a mi marido? ¿Qué enemigos podría tener? Pensé en la competencia. La publicidad es un rubro de mucha fricciones y disputas por alcanzar los mejores clientes. Las agencias se destruyen unas a otras para arrebatarse los auspicios, se indisponen, inventan historias y hasta fabrican romances, traiciones conyugales y toda suerte de estrategias y disparos en pos de herirse mutuamente y apoderarse de la exclusividad de los avisajes. -Tengo competidores pero no creo que lleguen a extremos de matar a mi marido-, le dije a Palacios. -Puede ser, pero debemos ver todas las aristas-, me dijo él. Ya llevo cinco años en la publicidad. Cuando terminé el colegio, me dediqué al modelaje. Como soy muy alta, rubia, ojos celestes, delgada y muy hermosa, me coticé rápidamente y me convertí en imán de muchas agencias. Hice mucho dinero en pasarelas, revistas, televisión y hasta hice una película de bajo presupuesto que, sin embargo, fue éxito de taquillas: "La asesina", una mujer psicópata que mataba hombres por gusto. Pero lo que más me gustaba era la publicidad. Me encantaba modelar, me alocaban los vestidos y los zapatos. Así ingresé a un instituto para especializarme y allí conocí a Alondra, al terminar la carrera nos hicimos socias y pusimos nuestra agencia. Perder a su modelo estrella no le hizo gracia a muchos publicistas. Me hicieron la cruz. La competencia fue despiadada. Nos arranchaban, literalmente, a los clientes, y me amenazaban día y noche, con mensajes intimidantes, imágenes de pistolas, calaveras y videos de asesinatos sanguinarios. Sin embargo, no me rendí y salí adelante. Ahora tenía una agencia exitosa y millonaria. Los ataques callaron, pero Palacios quería los nombres. -Ya no me molestan-, quise ser cauta. -La venganza es parte inherente del ser humano-, dijo Palacios mirando ahora un cuadro de un hermoso paisaje con muchos árboles y golondrinas. -Fausto Melquis, Tadeus Gibz, Marcia Furris-, enumeré a mis principales enemigos. Él los apuntó en su móvil. -¿Ha tenido un ex novio, algún tipo que te celaba?-, preguntó con desinterés, como si estuviera decepcionado. -Antes de mi marido salía con Nelson Sams, pero lo dejé porque era muy violento-, le conté. -Ahhh, el sujeto que demolió a palos a un tipo hasta dejarlo hecho una mazamorra-, rompió él a reír. -Un mal recuerdo, sí-, junté los dientes. Fuertes campanadas empezaron a rebotar en medio de mis sesos. ¿Fue él? me pregunté boquiabierta.-Estaremos en contacto-, me dijo, finalmente, Palacios, y se marchó distendido, despreocupado, luego de haber recorrido toda la sala con mucha curiosidad, como si no le importara todo lo que le había contado. *****Con Rudolph éramos muy felices. Nos reíamos de todo. Él más por supuesto. Le daba risa cualquier cosa. Una vez tumbé, de casualidad, la vitrina y resbaló parte de la costosa cristalería, haciéndose añicos en el piso.
-Necesitaremos muchos días para pegar los pedazos ja ja ja-, reía alborozado, mientras yo me jalaba los pelos, al borde del llanto, viendo los vidrios esparcidos en un millón de esquirlas por toda la casa. Sin embargo, al verlo tan distendido, me contagió su risa y estallé también en risotadas. -Idiota-, le decía una y otra vez, sin contener las carcajadas. Le encantaban mis chascarrillos. Una tarde, después de almorzar, bebiendo limonada, se me ocurrió contarle uno. -Un hombre encuentra a su amigo, vestido de deportista. "¿A dónde vas?", se extrañó el hombre. Su amigo sonrió, "al estadio, voy a prepararme para los Juegos Olímpicos", le dijo. El hombre se turbó. "Pero tú no eres deportista", le aclaró pero su amigo sonrió orgulloso, "es que el médico que me atiende me ha dicho que tengo pie de atleta" ja ja ja-, sonreí coqueta pero Rudolph reventó en risas. -¡¡¡Pie de atleta!!! ¡¡¡¡Los juegos Olímpicos!!!! ¡¡¡Genial!!!-, no se cansaba de decir una y otra vez, revolcándose de la risa, dejándome boquiabierta y turbada, viéndolo tan efusivo y festivo por la broma. Hacíamos el amor en toda ocasión, incluso en mi oficina o en su consultorio. Era apasionado y vehemente. Me hacía delirar con sus besos y caricias. Me convertía en una inmensa bola de fuego, apenas comenzaba a tatuar mi piel con sus labios. Iba y venía por mis brazos, el cuello, los pechos y le encantaba morderme por doquiera. Me estrujaba, además, las posaderas y eso me volvía más iracunda. Sollozaba entre sus brazos, me hacía una gran antorcha y me eclipsaba por completo, tanto que hasta perdía la consciencia. Todo lo mío le gustaba. Mis pelos, mi naricita que lamía entusiasmado y febril, mi busto, mis muslos tan suaves y lozanos y disfrutaba la melodía mágica de mis gemidos, cuando avanzaba, hecho un gran río tórrido y caudaloso, por mis entrañas, desbordándose y arrastrando todas mis defensas, dejándome inerme y a su entera merced. Y a mí me encantaba que me hiciera suya. No oponía resistencia alguna. Me convertía en una muñeca en sus brazos, dejando que conquiste y colonice mis encrespados, mis amplios valles, las redondeces y curvas de mi apetitosa anatomía y lo único que hacía era gemir y sollozar, eclipsada por tanta pasión que volcaba sobre mí. Me arranchaba los pelos, presa de la euforia, sintiendo su fuerza avanzando hacia los inhóspitos parajes de mi intimidad. Quedábamos rendidos, extenuados, sudorosos, con nuestros corazones alborozados, tumbados en las almohadas, soplando humo en nuestros alientos acelerados, parpadeando sin detenernos. -Eres fantástica, Patricia-, me decía, siempre Rudolph, saboreándose los labios, con los ojos extraviados en el éxtasis. -Tú eres maravilloso-, le acepté también aún extraviada entre los brillos de las estrellas, flotando en nubes de algodón. Rudolph se alzaba sobre sus codos y me miraba encandilado y rendido a mi encanto, lamiendo una y otra vez mi naricita. -Créeme siempre, Patricia, seré tuyo hasta en mi otra vida-, me decía, sumergiéndose otra vez entre mis pechos, gozando de esos globos grandes que le fascinaban tanto y no se cansaba jamás de besar, acariciar y paladear su mágico encanto. Alondra me volvió a la realidad. -Tenemos que hacer las fotos y videos del acuario-, alzó la voz desde su escritorio. Recién había vuelto a la oficina, casi dos semanas después que mataron a Rudolph. Aún estaba tambaleante, dubitativa, inerte y con los ojos encharcados de lágrimas. Mi maquillaje era una miseria y me sentía fatal. Alondra sabía eso y trataba de animarme pero yo no respondía a su entusiasmo. No podía resignarme a ya no tenerlo junto a mí, otra vez. -El acuario es un contrato importante-, acepté secando mis lágrimas. -Lleva algo casual, jean, camiseta, te sueltas los pelos, debes dar un aire de naturalidad, recuerda que el acuario es para todos-, me dijo, alistando las cámaras. El acuario era fantástico, con grandes vitrinas donde se paseaban peces de todos los tamaños, incluso enormes tiburones, también lobos marinos, delfines y hasta gigantescas mantarrayas. Los vidrios se empinaban, además, en forma de arco, a lo largo de los pasadizos, de manera que los visitantes parecían sumergirse en el mundo acuático. Julio Hauss director nos esperaba con sus empleados sonriente y entusiasmado a la vez. -Señorita Pölöskei, siempre tan hermosa-, me dijo. Eso de "señorita Pölöskei" es un detalle que Rudolph siempre me exigió. Cuando nos casamos, yo le dije que ahora era la señora Smith, pero él se opuso en forma terminante. -No, no, no, mi amor, tú eres por siempre, la señorita Pölöskei, no eres mi propiedad, somos socios en nuestras vidas. Yo soy una mitad y tú la otra. Así será por siempre-, me dijo una de las poquísimas veces que estaba serio. Entonces quedé como la señorita Pölöskei. Alondra hizo los videos y las fotos. Yo aparecía recorriendo los ambientes del acuario, junto a los enormes tiburones con sus intimidantes fauces, jugando con los delfines y los lobos marinos, al lado de las focas y alimentando a miles de pececitos revoloteándose en los canales haciendo renglones a paradisíacos paisajes. Con todos los empleados se hicieron escenas de refuerzo recorriendo, igualmente por los mágicos ambientes del acuario que incluía un museo con réplicas de animales prehistóricos. -Lamento lo de su esposo-, me dijo el director del acuario cuando terminamos la sesión de fotos. -El destino suele ser cruel-, acepté, juntando los labios. Nos había invitado un delicioso almuerzo en el restaurante temático que estaba en un amplio paraje, rodeado de mucha naturaleza que desembocaba por un largo pasadizo . -¿Usted cree en las sirenas?-, me preguntó entonces el director del acuario. -Son seres mitológicos-, reí, pero Hauss se detuvo de golpe y pidió a Alondra y a sus empleados, que nos esperen en el comedor. Me jaló de la mano y me llevó hacia un pequeño ambiente donde había un gran vitral repleto de rocas y algas y sumergido completamente en el agua. -Mire-, me pidió. Acerqué mi naricita a los vidrios y vi una especie de renacuajo que iba y venía culebreándose en el agua. Parecía un salmón pero sus aletas eran igual a manitos. Era dorado y el oro de sus escamas parecían fulgurar delante de mis ojos. -¿Qué es?-, estaba extrañada. -estoy seguro que es una sirena-, sonrió Hauss, estirando al máximo su sonrisa. Sonreí también incrédula. -Parece un sapo-, no podía contener mis carcajadas. -Eso piensa la gente, pero es una sirena, son seres capaces de crear ilusiones a través de sus voces, las cuales tienen el poder de hechizar a todos aquellos que las escuchen.-, insistió el director del acuario. -Pues es una sirena muy fea y no tiene pechos-, le seguí el juguete. -Pídele un deseo, pero no lo diga, solo piénselo-, cruzó él sus brazos. Sin duda, Hauss era un fanático del mundo acuático y su parque le era un mundo fantástico e irreal que lo sumía hasta el delirio, pero tampoco iba a defraudarlo o tratarlo como a un demente. Era un empresario exitoso, tenía fábricas y negocios por doquier y el acuario le era la consumación de un caro anhelo, un sueño cristalizado con su denodado esfuerzo. "Que Rudolph no se vaya nunca de mi lado", se me ocurrió decir. Acaricié el vitral y vi al renacuajo sacudirse en el agua, agitar su cola, mover las manitos y hasta la escuché cantar, clarito, como si fuera una dulce tonada que hablaba de amor y romance, tanto que me dio risa. Volví a insistir que si ese animalejo era una sirena, pues era bien fea. -Estar vivo es tener fe, señorita Pölöskei, morir es perder la fe-, fue lo que me dijo Hauss cuando marchamos riéndonos hacia el comedor.No me podía quedar, tampoco, con los brazos cruzados. A mi marido lo habían matado de seis balazos, calibre 38, y no le robaron nada, entonces fue un ajuste de cuentas, una venganza o alguien que estaba celoso de él y de nuestro matrimonio. Entonces pensé en Nelson Sams como le había dicho a Palacios. Sams fue mi primer enamorado como le conté a Palacios. Estuvimos juntos cuatro años. Era súper romántico, muy dulce y estaba acaramelado de mí. Yo le gustaba mucho y se deleitaba con mis labios, mis curvas, mi piel lozana y le encantaba estar conmigo en la playa admirando mi figura pincelada en diminutas tangas que me aseguraban un perfecto bronceado. Para él, yo era una reina universal de belleza. -Me saqué la lotería contigo-, solía decirme, engolosinado con mis labios, saboreando mi deífico elixir, quedando ebrio de mis besos. -Ni que fuera un premio-, me molestaba pero igual quedaba encandilada con su boca tan áspera que encendía mis llamas igual a una gran bola de fuego. M
Me sentía mal. La cabeza me daba vueltas, sudaba y no respiraba bien, me ahogaba y la garganta se me había hecho un nudo asfixiante. Quería despertar pero tampoco podía. No tenía una pesadilla sino lo que sentía era mucha angustia y aflicción. Tiraba puñetes a la cama una y otra vez y pataleaba como si me estuviera peleando con alguien. un viento fuerte se colaba por las ventanas entreabiertas, haciendo trepidar los vidrios. Afuera el céfiro alocado rebotaba en los árboles con violencia y escuchaba su silbo inclemente como un horripilante aserradero que no dejaba de atormentarme y hacerme sentir mal y afiebrada. Era la primera vez que sentía eso. Jamás me había ocurrido. Nunca tuve insomnio, resultaba raro que tuviera pesadillas y siempre dormía bien y era, además, lo que más me gustaba, estar metida debajo de los edredones, hecha un ovillo, disfrutando de mis almohadas. Lo peor es que no podía despertar. Algo me atenazaba a la cama, me encadenaba a estar allí. Por eso daba pu
Esa misma noche, volví a oír la canción. Otra vez sufrí la misma angustia. Mi corazón acelerado, truenos estallando en mi cabeza, un sudor frío y asfixiante y luego la excitación y éxtasis, los deseos de tener intimidad, mordiendo mis labios, frotando mis muslos, acariciando mis caderas, sintiendo mis pechos erguidos como grandes colinas y de nuevo el viento rebotando en las ventanas, y la oscuridad impenetrable, envolviéndome como una gran manta. Y escuché la canción, a lo lejos, como si viniera caminando despacio, arrastrando los pies, haciéndose desesperadamente lenta. "Dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y prende luces en tu mirada". Sentí mucho miedo y volví a escuchar los peldaños crujiendo y esta vez oí tintinear una cauchara en una taza, como si alguien estuviera revolviendo la azúcar. Mis pelos volvieron a erizarse, se me puso la piel de gallina y me metí debajo de los edredones, temblando de miedo, llor
Sebastián se alzó sorprendido. Había estado lamiendo mis pechos, gozando de su encanto, convertidos en grandes globos que lo extasiaban y motivaban, cuando escuchó, también, el extraño tintineo que no dejaba de repicar en la cocina. -¿Quién está contigo?-, balbuceó él afilando la mirada para tratar de ver algo en el pasadizo. Al fondo no había nada, tan solo sombras. -Nadie-, dije, tratando de recuperar el aliento. Yo no tenía fuerzas para nada, estaba completamente calcinada por tanta pasión, era, en realidad, una gran pila de carbón humeante. Intentaba reaccionar pero no podía pese a mis esfuerzos. - Pueda que haya pericotes-, sonrió Sebas. -Ni por asomo-, me molesté por su comentario. Sebas se quedó también sin fuerzas y finalmente quedó tumbado sobre sus brazos. -¿Ya saben quién mató a Rudolph?-, sopló él su cansancio. -La policía está investigando-, musité. Ese tema me dolía mucho. Era una herida que permanecía abierta en mi corazón y me lastimaba. -¿Qué harás en e
No podía concentrarme en mi trabajo, perdí, incluso un par de clientes por una discusiones tontas y eso la molestó mucho a Alondra. -Estás fuera de órbita, mujer, o vuelves a poner los pies sobre la tierra o tendré que darte una buena tunda-, me amenazó. Ya no eran varias noches que escuchaba tintinear las tazas y los platos, también esa canción que ahora detestaba y que rebotaba en mis tímpanos, una y otra vez, como horripilantes campanadas que me atormentaban y molían mis sesos, "dime que soy tu amor/ mírame/ bésame/ y abrígate en mis brazos/ Dime que me amas/ tómame/ entrégate/ y prende luces en tu mirada". Eso me sumía en más miedo y desconcierto Esa mañana Alondra me dijo que yo participaría en una pasarela de modas. -Es un contrato importante, Patricia, la diseñadora de modas nos pagará una fortuna en la publicidad que haremos de su línea de ropa y sus lanzamientos de verano-, me explicó mientras preparaba las cámaras. Yo seguía desconcertada y aturdida, no ha
No quise dormir esa noche en mi casa. Le pedí a Alondra alojarme en su casa. Ella estaba preocupada por mis intempestivas reacciones. Yo lloraba como una niña, asustada, pensando que mi esposo asesinado estaba sufriendo mucho extraviado en el limbo. -Rudolph fue asesinado, Patricia, él no va a volver nunca-, intentaba sacarme del trance, pero yo estaba demasiado sensible, llorando incluso a gritos. -Lo vi, Alondra, lo escucho cantar, toma café, él está aquí, me busca, me quiere volver loca-, chillaba yo enfurecida. -Es tu idea, no puedes olvidarlo, lo amaste mucho y por eso fabricas fantasías-, siguió ella porfiando. -Sebastián lo escuchó también. Rudolph se molestó que hiciera el amor con él-, balbuceé hecha una tonta. -Deja a Sebas, olvídate de él, le vas a complicar su matrimonio-, se molestó Alondra, queriendo, además, desviar el tema, pero yo no dejaba de gritar y chillar. -¿No lo entiendes, ? Rudolph está aquí, él me busca, me atormenta-, le dije, y lanzándome s
-Despierta Patricia, despierta, no me asustes más- Escuché la vocecita dulce, musical, delicada y preocupada de Alondra. Yo tenía los labios mojados. Ella había pretendido darme agua pero el líquido resbaló por todo mi mentón el cuello y hasta el pecho porque yo no reaccionaba, incluso seguía tonta, meneando la cabeza, sintiéndome flotando en las nubes, igual si hubiera recibido una puñetazo en la cara, -¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?-, empecé a balbucear desconcertada. Traté de levantarme de la cama pero ella no me dejó. Puso su mano en mi pecho. -No sé, te encontré desmayada en el suelo, lo mejor es que sigas descansando-, me pidió Alondra. -¿Cómo pudiste cargarme hasta la cama?-, estaba yo sorprendida y aún eclipsada. -Ay, pesas como una vaca, pero tampoco te iba a dejar en el suelo-, se disgustó mi amiga. Intentó otra vez darme agua, pero esta vez si sorbí todo el vaso. Lentamente empecé a recuperarme, aunque no dejaba de parpadear y sentía rayos y truenos reventando en m
-Voy a dormir contigo y sabremos realmente qué es lo que está pasando-, me dijo Alondra, cuando volvíamos en mi auto después de la presentación de los videos y las fotos de los nuevos lanzamientos de ropa la diseñadora con la que habíamos firmado contrato. Ella había quedado tan satisfecha y conforme con nuestro trabajo que nos regaló toda la colección de verano de tangas. Eso nos puso eufóricas. ¡¡¡Eran divinas!!! Yo me prendé de una atigrada tan microscópica que se perdía entre mis manos. -No es necesario que te quedes, Alondra, estaré bien-, le dije, pero mi amiga es más terca que un burro. Pasamos por su apartamento, tomó su pijama, una muda de ropa, cosméticos, sus artículos de aseso, el peluche de un oso desgarbado por el tiempo, y marchamos a mi casa. -¿Y ese quién es?-, le pregunté divertida por el muñeco. El oso estaba repleto de parches. -Es Jeremías, me acompaña desde que era niña, je je je-, sonrió coqueta mi amiga. Ya era tarde, casi las once. Yo no quería dor