Esa semana no dormí nada de nada, ni siquiera una siestecita. No quería dormir tampoco. Pensaba que si el sueño me ganaba, al despertar, ya no vería, nunca más a Rudolph. Su crimen estaba resuelto, Sebastián lo había matado, enceguecido por la obsesión de poseerme y convertirme en su propiedad por siempre, y por ende, temía, él, mi marido, tendría que irse de éste mundo y desaparecer de mi vida para siempre. Le pedí a Alondra descansar toda esa semana, no ir a la agencia, porque "estaba muy afectada" y ella aceptó de mala gana porque teníamos mucho trabajo y contratos pendientes. Yo lo que hacía era ayudarla desde casa con los textos de los encartes, los slogans y los textos de la publicidad. La gestación de Alondra también estaba avanzada. No dejaba que Rudolph se fuera a ver a sus amigos finados, tampoco, je. En realidad lo encadené a mi lado toda esa semana. Tal era la psicosis en que me encontraba de que él desapareciera ahora que su crimen estaba resuelto, que hacía las compr
Mi pancita estaba sospechosamente enorme. Me asustaba eso porque no era normal. Alondra decía que yo iba a dar a luz a un gigante, pero no estaba convencida. Al cumplirse la semana 18 de mi embarazo fui a hacerme la ecografía. Ir a la clínica, sin embargo, una gran agonía para mí. No quería dejar a Rudolph porque temía que, al volver, ya no lo encontraría. Esa era mi tormento... encontrar la casa vacía y que mi marido se haya ido para siempre. Temblaba y me sentía en plena agonía y en dramáticos cuadros de suspenso, ansiedad y pánico. -Yo voy a estar aquí, Patricia, esperándote y me digas cómo está nuestro bebé-, me anunció, sin embargo, muy tranquilo Rudolph y le creí. Era el momento, entonces, de confirmar si esperaba un varoncito. Cuando llegué a la clínica, George estaba terminando unos informes importantes y me dijo que lo esperara unos minutos. Las enfermeras se reían de mi panzota. -Oye, ¿darás a luz a Hércules?-, decían divertidas mirándome inflada como un aerostáti
Con Alondra acordamos tomarnos, entonces, el descanso por maternidad. Ella también ya estaba muy adelantada en su gestación y daría a luz, incluso, antes que yo. Cumplimos con todos los contratos pendientes y anunciamos a nuestros clientes que recién volveríamos en seis meses. Seguí sin dormir, empero, ahora esperando a Rudolph. Todas las noches me ponía muy linda, le preparaba su café, jalaba la silla, encendía luces discretas, acomodaba en la mesa las ecografías de los trillizos que me hacía mes a mes, constatando sus progresos, escribí en una hojita los nombres que había elegido para ellos, y aguardaba impaciente, golpeando mis rodillas, horas de horas... pero Rudolph no venía ni volvió a mi lado. Lloraba entonces a gritos, arranchándome los pelos, estropeando mi maquillaje y me tumbaba sobre las ecografías, golpeando la mesa afligida y desilusionada de no tener a mi lado a mi marido. -¡¡¡Vuelve mi amor, vuelve, no me dejes sola, te lo ruego, por favor!!!-, sollozaba,
Por las mañanitas, al despertarme le hablaba a los bebés de su padre. Les decía que Rudolph era un hombre maravilloso, muy bueno y divertido y que esperaba que ellos fueron tan lindos como su papás, distendidos y graciosos. -Su padre era la persona más buena del mundo, él los hubiera querido mucho, los adoraría y jugaría día y noche con ustedes-, les contaba. Les decía que a él le gusta reír mucho y que siempre contaba chistes. -¡¡¡Cómo se hubieran reído meciéndose en las rodillas de su papá!!!-, decía y estallaba en llanto, sin poder contenerme. Mandé hacer una foto enorme de Rudolph, lo pusieron en un cuadro y con la ayuda de Alondra lo colgamos en el comedor, justo arriba de dónde él solía sentarse a tomar su café. Me sentí muy contenta, incluso percibía que lo sentía muy juntito de mí, Por las noches tenía las orejas paradas, esperando que apareciera cantando la canción que me dedicada, pero el viento se burlaba de mí. En sus soplidos parecía entonar la melodía, incluso
Al poco tiempo, Gaston envió a su secretaria, Judith, para que esté conmigo y me acompañe a toda hora. Él ya me lo había dicho. Me llamó una noche antes. -No me importa lo que pienses o lo que digas o si te gusta o no, pero Judith estará contigo hasta que des a luz y no se moverá de tu lado en ningún momento-, me anunció, aunque en realidad, ordenó. Me dijo que era su secretaria desde hace algunos años, una chica joven, entusiasta, cordial, divertida y responsable y que le tenía muchísima confianza y por ello le había encargado estar a mi lado en esos últimos días de mi embarazo, aún no me gustase. Obviamente me opuse, sin embargo, como él me advirtió, no le importaba lo que yo dijera o protestara, je. Así, Judith llegó un martes, muy tempranito con sus maletas, lista a instalarse en mi casa. Por suerte yo tenía una cama compacta que acomodé cerca a la mía, en mi cuarto. Ella era muy linda, sus pelos oscuros muy largos y lacios, hasta la cintura, los ojos verdes, espigada y delg
El cuarto de los bebés, con sus tres cunitas, los juguetes, las cómodas con las ropitas, las cortinas, los dibujos y pegatines de jirafas y los parlantes con la música suave y apacible, ya estaba listo, bien ambientado, iluminado y ventilado, pintadito de rosado, cuando me vinieron las contracciones y los intensos dolores de parto. Eso fue, exactamente a las 8 y 23 de la mañana, cuando con Judith terminamos de colgar los mosquiteros. La primera contracción la sentí como un estrujón fortísimo que me dobló y me hizo trastabillar. Tuve que tomarme de una silleta porque parecía derretirme como una mantequilla. -¿Qué pasó?-, me tomó del brazo Judith alarmada y preocupada viéndome con la cara ajada. -Creo que ya-, junté los dientes y achiné mis ojitos. De pronto me vino otra contracción, esta vez aún más fuerte y doloroso. Me aferré a su brazo. -Ya, Judith, confirmado-, arrugué mi naricita sintiendo un geiser muy caliente, quemando mis entrañas. -¿La fuente?-, preguntó Judith.
En ese momento que perdía la conciencia, agonizaba y que desfallecía irremediablemente, recordé al pez arowana. -¡¡¡Tú me prometiste que Rudolph volvería!!! ¡¡¡Cumple tu promesa, pez arowana!!! ¡¡¡No me defraudes ni me hagas pensar que eres un gran fraude!!!-, aullé con las últimas fuerzas que me quedaban. Yo estaba segura que iba a morir junto a mis bebés y eso me frustraba, me hacía sentir aterrada y defraudada conmigo mismo y me aferraba a la idea de que tan soplo mi marido podría salvarnos. La angustia iba en aumento, el miedo se multiplicaba en el área de partos, Murphy estaba mucho más desesperado que al comienzo y veía las miradas de las enfermeras que amontonaban las lágrimas en los ojos, estaban empalidecidas e incrédulas. El desconcierto era tal que todo era gritos, empellones, desesperación y angustia. Cerré los ojos y me dije que había fallado y le pedí perdón a mis bebés. ¡¡¡Les fallé hijitos, lo siento, pero me iré con ustedes, yo nunca los voy a dejar!!!, les decía
Como George ya me había anunciado antes, llegaron muchísimos periodistas y reporteros para el gran acontecimiento. Para la clínica era un orgullo y un éxito que ocurriera un parto múltiple, por inseminación asistida y con el semen de un hombre muerto hacía ya varios años y eso fue lo que captó la atención e interés de todo el país. Me tomaron muchas fotos e hicieron videos con mis bebés en brazos, yo aparecía sonriente, feliz, muy hermosa, encandilada y con mis mejillas pintadas de rosado. Les conté a los reporteros que a mi marido lo asesinaron pero que él tuvo el tino de apuntarse, antes, en el banco de semen de la clínica donde él además laboraba. -Prevenir no está demás, jamás-, les dije a todos y los periodistas estallaron en fortísimas risotadas. George fue muy entrevistado, los reporteros lo acapararon en realidad y él se sentía en la gloria. Yo lo miraba a Rudolph y él también reía, muy divertido, viendo el éxito de su amigo, su compañero de tantas faenas, fiestas, risas y