Al poco tiempo, Gaston envió a su secretaria, Judith, para que esté conmigo y me acompañe a toda hora. Él ya me lo había dicho. Me llamó una noche antes. -No me importa lo que pienses o lo que digas o si te gusta o no, pero Judith estará contigo hasta que des a luz y no se moverá de tu lado en ningún momento-, me anunció, aunque en realidad, ordenó. Me dijo que era su secretaria desde hace algunos años, una chica joven, entusiasta, cordial, divertida y responsable y que le tenía muchísima confianza y por ello le había encargado estar a mi lado en esos últimos días de mi embarazo, aún no me gustase. Obviamente me opuse, sin embargo, como él me advirtió, no le importaba lo que yo dijera o protestara, je. Así, Judith llegó un martes, muy tempranito con sus maletas, lista a instalarse en mi casa. Por suerte yo tenía una cama compacta que acomodé cerca a la mía, en mi cuarto. Ella era muy linda, sus pelos oscuros muy largos y lacios, hasta la cintura, los ojos verdes, espigada y delg
El cuarto de los bebés, con sus tres cunitas, los juguetes, las cómodas con las ropitas, las cortinas, los dibujos y pegatines de jirafas y los parlantes con la música suave y apacible, ya estaba listo, bien ambientado, iluminado y ventilado, pintadito de rosado, cuando me vinieron las contracciones y los intensos dolores de parto. Eso fue, exactamente a las 8 y 23 de la mañana, cuando con Judith terminamos de colgar los mosquiteros. La primera contracción la sentí como un estrujón fortísimo que me dobló y me hizo trastabillar. Tuve que tomarme de una silleta porque parecía derretirme como una mantequilla. -¿Qué pasó?-, me tomó del brazo Judith alarmada y preocupada viéndome con la cara ajada. -Creo que ya-, junté los dientes y achiné mis ojitos. De pronto me vino otra contracción, esta vez aún más fuerte y doloroso. Me aferré a su brazo. -Ya, Judith, confirmado-, arrugué mi naricita sintiendo un geiser muy caliente, quemando mis entrañas. -¿La fuente?-, preguntó Judith.
En ese momento que perdía la conciencia, agonizaba y que desfallecía irremediablemente, recordé al pez arowana. -¡¡¡Tú me prometiste que Rudolph volvería!!! ¡¡¡Cumple tu promesa, pez arowana!!! ¡¡¡No me defraudes ni me hagas pensar que eres un gran fraude!!!-, aullé con las últimas fuerzas que me quedaban. Yo estaba segura que iba a morir junto a mis bebés y eso me frustraba, me hacía sentir aterrada y defraudada conmigo mismo y me aferraba a la idea de que tan soplo mi marido podría salvarnos. La angustia iba en aumento, el miedo se multiplicaba en el área de partos, Murphy estaba mucho más desesperado que al comienzo y veía las miradas de las enfermeras que amontonaban las lágrimas en los ojos, estaban empalidecidas e incrédulas. El desconcierto era tal que todo era gritos, empellones, desesperación y angustia. Cerré los ojos y me dije que había fallado y le pedí perdón a mis bebés. ¡¡¡Les fallé hijitos, lo siento, pero me iré con ustedes, yo nunca los voy a dejar!!!, les decía
Como George ya me había anunciado antes, llegaron muchísimos periodistas y reporteros para el gran acontecimiento. Para la clínica era un orgullo y un éxito que ocurriera un parto múltiple, por inseminación asistida y con el semen de un hombre muerto hacía ya varios años y eso fue lo que captó la atención e interés de todo el país. Me tomaron muchas fotos e hicieron videos con mis bebés en brazos, yo aparecía sonriente, feliz, muy hermosa, encandilada y con mis mejillas pintadas de rosado. Les conté a los reporteros que a mi marido lo asesinaron pero que él tuvo el tino de apuntarse, antes, en el banco de semen de la clínica donde él además laboraba. -Prevenir no está demás, jamás-, les dije a todos y los periodistas estallaron en fortísimas risotadas. George fue muy entrevistado, los reporteros lo acapararon en realidad y él se sentía en la gloria. Yo lo miraba a Rudolph y él también reía, muy divertido, viendo el éxito de su amigo, su compañero de tantas faenas, fiestas, risas y
En efecto, Judith me acompañó una semana en la casa, atenta a todos las necesidades de mis bebés, muy hacendosa, precavida y ordenada y disciplinada. Rudolph no se fue de mi lado, pese a que ella estaba en la casa, incluso dormíamos juntos, pero no hacíamos el amor, porque, como les conté, la cama de Judith estaba cerca a la mía je je je. Mi marido me contaba chistes y yo trataba de no reírme pero me era imposible. -El colmo de un bombero es que le corten el agua por no pagar ja ja ja-, decía él y por más esfuerzo que hacía estallaba en carcajadas, sorprendiendo y asustando a la secretaria de Brown que se alzaba incrédula y boquiabierta viéndome reír como una loca. Me bañaba junto a Rudolph, riéndonos, besándonos, dándonos muchas caricias. Judith, creo, se convenció finalmente de que me faltaba un tornillo, porque yo me reía a carcajadas con las lamidas que me daba mi marido a los pechos y eso me estremecía hasta el delirio, y ella movía la cabeza como diciendo, "pobre loca" je
Me gustaba ver a Rudolph jugando con los bebés. -¿Te van a ver siempre?-, le pregunté esa tarde que les cambiaba sus pañalitos. Él me miraba divertido y le hacía juego a sus hijos practicando muecas y gestos. Ellos reían, se entusiasmaban y querían que él los cargase, estirando sus bracitos impacientes y porfiados. -Solo hasta que empiecen a recordar las cosas, entonces ya no me podrán ver, es lo que creo-, me confesó trastabillando con su aflicción. -¿Y yo?-, alcé mi naricita. -Tú siempre me verás, mi amor-, me dijo, y me dio un gran besote en la boca. Primero le cambié sus pañalitos a una de las niñas la levanté y se la puse en los brazos de Rudolph. -Ella es Alondra, es la más chillona-, le dije mordiendo mi lengua. Él la tomó con mucho cuidado chasqueando la boca, haciéndole mimos y la bebé pasó sus deditos por los labios de su padre, encantada y contenta. Luego preparé a Rudolph Junior e hicimos el intercambio. y mientras acostaba en su cunita a Alondra, mi marido j
Reabrimos la agencia de publicidad a los seis meses exactos, como habíamos acordado con Alondra cuando dimos paso a nuestra ansiada maternidad. Fue emocionante. Hicimos el anuncio incluso por televisión y los clientes nos mandaron muchísimos regalos, empresas grandes con las que habíamos trabajado, igualmente enviaron presentes y arreglos florales y los modelos también, incluso nos hicieron una fiesta con muchos tragos y bocaditos en nuestro hall que quedó muy chico ante tantos invitados. Nos divertimos mucho hasta altas horas de la noche. Rápidamente recuperamos la rutina y teníamos, además, nuevos prospectos en cartera, con empresarios muy interesados en la publicidad y como habíamos hecho fama, querían nuestros servicios de inmediato ofreciéndonos jugosos y millonarios contratos. De repente estábamos otra vez disfrutando del éxito, aunque eso sí, desplegando mucho trabajo, movilizándonos siempre de una locación a otra, casi sin respiro. Sin embargo, nos dábamos nuestro ti
La agencia recuperó de inmediato su vigencia en los medios publicitarios, los contratos se multiplicaron, hacíamos muchísimos encartes, revistas, trípticos, carteles, videos e inundamos los canales de televisión de cable y abiertos con nuestros avisajes y eso, obvio, nos deparaba muchísimo dinero y satisfacciones. Alondra y yo estábamos encantadas y ampliamos el negocio incluso a nuevas agencias en otras ciudades porque no podíamos darnos abasto con tanta demanda. De repente el éxito era abrumador para nosotras. Seguí siendo modelo, además, pese mi múltiple embarazo y las complicaciones del parto. Recuperé rápidamente mi buena forma y figura y me convertí en imagen de muchas marcas que, incluso, se peleaban por conseguirme y lograr que sea el ícono que deseaban para promocionar sus productos. No solo en línea de ropa o lencería, sino también clubes de fútbol, galerías comerciales, tiendas y hasta súper mercados, todos ellos me tenían como su símbolo y eso, obviamente, me hacía sen