La luna de miel de Alondra se prolongó más de la cuenta. Ya llevaba tres semanas con su flamante marido, disfrutando de su intenso amor, mientras yo debía encargarme de todo el trabajo que, como nunca, llegaba en aluvión. Debía ir de un sitio a otro y prácticamente ni almorzaba o cenaba, por estar abocada a hacer videos y tomar fotos. Las chicas y los chicos modelos se portaron de maravillas, soportando, también la intensa carga de trabajo. El único que se molestó fue Tobías, el muchacho más lindo de todos ellos. -No puede ser, Patricia, tú eres la que debes estar con nosotros posando y no tomando fotos ni haciendo videos-, me dijo riéndose pero ciertamente fastidiado. -Alondra está de luna de miel, así es que me toca reemplazarla-, junté los dientes coqueta. -Esa mujer sí que le estará exprimiendo al pobre tipo ja ja ja-, estalló en carcajadas Tobías. Todo salí bien, sin embargo. Yo misma me encargué de hacer los textos de los trípticos, de los encartes, hice los slogans, prep
Uffffff qué larga se me hizo esa noche. ¡¡¡No amanecía nunca!!! Rudolph me contó muchos chistes para matizar la larga espera. -Señor necesito lentes, dijo una señora achinando sus ojos, el tipo le respondió, sí, ya veo, porque esto es una ferretería ja ja ja-, me contaba riéndose y yo no podía contener las risotadas incluso estruendosas remeciendo los ventanales y las vitrinas de la casa. -He decidido que mi hijo estudie derecho, le dijo un amigo a otro, ¿le gusta las leyes? preguntó el amigo y el tipo sonrió, no, nada que ver, sino que mi hijo tiene problemas de postura", ja ja ja-, decía él, haciéndome explotar en carcajadas. Al fin, cuando ya era temprano, me duché, me vestí y salí corriendo hacia el súper mercado que abría sus puertas muy temprano. Lo que antes demoraba, tan solo, seis minutos para llegar, esta vez me pareció media hora, por más que me apuré y hasta corrí, desafiando las trajinadas avenidas que rodean el centro comercial. Fui de frente a la farmacia, sin p
Alondra llegó de su luna de miel un miércoles por la tarde, cuando yo ya tenía tres semanas de embarazo. Ella se enconraba recién en su primer mes de gestación. Apenas entró a la oficina y me vio con mis ojitos brillando, la sonrisa larga y blanca, mi carita de fiesta y mis mejillas totalmente sonrojadas, lo adivinó de inmediato. -¡¡¡Noooooo!!!-, dijo eufórica, desorbitando los ojos, erizando sus pelos y pegndo brincos como una conejita. -¡¡¡Síiiiii!!!-, le grité yo y nos dimos un abrazote enorme, enredadas en nuestra emoción por un momento tan sublime e inolvidable, dándonos de besos, chillando como locas. George, el cotor que estaba a mi cargo, no sabía nada de que ya estaba embarazada, incluso había preparado una nueva inseminación para mí con las enfermeras. Para él era algo común. La inseminación artificial siempre resulta difícil. Me esperó con una larga sonrisa. -Bueno, amiga Patricia, segundo round-, me dijo contento, forrado como un astronauta con sus mascarilla, el
De pronto empezaron a asaltarme feas pesadillas una y otra vez, alterándome, sacándome de mis cabales, haciéndome sentir asustada y temerosa. Escuchaba tosidos horribles retumbando en mis oídos, martillando mis sesos, golpeando mi cráneo y desatando muchos truenos que me aterraban y me sobrecogían, incluso desataban mi llanto incontrolable. Muchas veces me despertaba pasmada, sudando, parpadeando de prisa y sin poder respirar. Sentía como un ahogo que me hacía sentir fatal. Mi garganta se anudaba y sentía mi corazón alborotado, rebotando frenético en mi busto. Pensaba, incluso que me iba a morir. -¿Qué pasa, mi amor?-, se asustaba, también, Rudolph. Desde que le dije que estaba embarazada, ya no se iba de mi lado, durmiendo conmigo, hasta casi, cuando ya era de mañanita. Estaba siempre a mi lado, acariciándome y besándome y se quedaba contemplándome ensimismado, como si yo fuera una postal que hablaba de romance, poesía y de mucho amor. -Una pesadilla, muy fea-, decía, yo s
Palacios me esperaba con el rostro adusto. Se mecía en su silla y tamborileaba su escritorio con un lápiz. Estaba incómodo y malhumorado. Lo veía en sus ojos. -Los crímenes fueron cometidos por la misma persona. Es un asesino serial-, dijo, al fin, Palacios. Su perorata me pareció una agonía. -¿Eso qué quiere decir?-, me senté y crucé las piernas. Mordí mi lengüita. Me interesaban y mucho sus pesquisas. -Es un asesino serial, alguien que mata por el placer de matar y disfruta haciéndolo-, me anunció con el rostro fruncido. -¿Un psicópata?-, adiviné de inmediato. No me fue difícil. -Exacto, ese sujeto mató a varias personas con el mismo modus operandi: esperaba a sus víctimas en una esquina, los acribillaba a balazos y se iba campante y distendido, como si fuera lo más natural del mundo, eso le gusta a ese criminal, matar por el placer de matar-, me detalló. Era lo que había ocurrido en todos esos asesinatos que habían convulsionado a la ciudad y que le costó la vida a mi ma
Entré a un restaurante para desayunar porque me moría de hambre pese a que estaba desconcertada y sumida en muchas dudas, tratando de adivinar quién podría ser el asesino de mi esposo, qué sujeto o mujer podría estar de tanto crímenes, y que obviamente estaba loco o loca, estaba fuera de quicio y que le gustaba matar, que disfrutaba acribillando a tipos que ni conocía y que no podían defenderse como mi marido. Pedí café con leche y pancitos con mantequilla, también se me antojó un pye de manzana y solicité además aceitunas. Hummm, qué delicia. Empezaba a gustarme el asunto de los antojos, podía darme mis gustitos más intrínsecos, mis pasiones ocultas y tragaba literalmente, todo lo que podía, sin importarme la mirada de los otros comensales, que incluso se empinaban para verme comer como una náufraga recién rescatada del medio del océano. De pronto se apareció Julio Hauss frente a mis ojos, con una sonrisa larga dibujada en su cara. Ya no me asustaban los fantasmas. -Rudolph me d
Por la noche, cuando me disponía a dormir con Rudolph, él me pidió que me relajara, que estuviera más tranquila, que dejara de pensar en los crímenes, que no siguiera escarbando posibilidades de dar con el asesino en serie que estaba asolando la ciudad o que descubriera, finalmente, quién lo hubiera matado, porque eso podía afectar mi embarazo que era, por el momento, lo más importante para él y para mí. -Las pesadillas pueden afectar tu gestación, al bebé, a ti misma, tú eres una mujer muy sensible y propensa a sufrir cuadros de ansiedad y esto te está estresando demasiado-, estaba él muy preocupado por nuestro futuro heredero. Yo aún seguía martillando todo lo que había hablado con Palacios y Hauss y me mantenía obstinada en resolver todo ese misterio en torno al criminal que andaba sembrando el pánico por las calles con el fin de que no lo descubrieran. -Estoy muy cansada, creo que dormiré bien-, le dije, sin embargo, a Rudolph para que estuviera tranquilo y dejara de preocupar
Rudolph me insistió una y otra vez que vaya donde Palacios, pero yo me oponía en forma rotunda, decidida y llorando como una adolescente aterrada. -Si Sebastián te mató y lo capturan tú te irás, desaparecerás para siempre, y yo no quiero que tú te vayas, yo te necesito, eres la alegría de mi vida, te amo mucho como para perderte nuevamente, no podría soportarlo, no, no, no-, le dije sumergida en el llanto, angustiada, con mi carita hundida en mis manos, sintiéndome desvalida y sin protección como un pollito desamparado. -No me voy a ir, Patricia, yo me voy a quedar contigo por siempre, pero es necesario que se sepa la verdad, ese hombre es un asesino y podría seguir matando a más inocentes por su gusto de matar-, volvía a decirme él, pero yo estaba convencida que, resuelto el caso de Rudolph y al descubrir al asesino, mi marido se evaporaría y desaparecía para siempre porque entonces, tendría que cumplir con su viaje al más allá, al mundo sin retorno ¡¡¡y yo no quería que se vaya