—¡Cindy! —grité y empujé la puerta de la habitación—. ¿Adivina quién tiene trabajo?
Ella me miró desde su cama y bajó el teléfono. Levantó una ceja y sacudió la cabeza haciendo que su melena rubia se agitara en la coleta. Me sonrió como un payaso antes de reaccionar.
—¡¿De verdad?! —gritó y saltó de su cama para abrazarme—. ¡Qué bien! Podemos empezar a buscar piso para irnos de esta residencia. Estoy harta de vivir en el campus.
A mi me gustaba vivir en el campus, me gustaba el ánimo que se respiraba todos los días y el ambiente del ir y venir de estudiantes. Pero en la residencia se escuchaba todo: desde los gemidos de los del cuarto de al lado hasta las discusiones de compañeras al otro lado del pasillo.
Cindy y yo hablamos de que cuando las dos tuviéramos trabajo nos mudaríamos juntas a algún pequeño piso cerca del campus. Ella trabajaba en la cafetería del campus a cambio de créditos (que le hacían falta) y de algo de dinero. Nos acogimos la una a la otra en cuanto nos conocimos cuando llegamos al campus hacía cuatro años. No conocíamos nada, ni a nadie, ni a la nueva ciudad, así que cuando nos tocó compartir habitación en la residencia y nos conocimos, nos convertimos en mejores amigas. Si no fuera porque ella era rubia y yo morena, parecíamos hermanas muchas veces.
La envolví con fuerza, como a una hermana.
—Empiezo mañana —le comenté—. Voy a tener que comprarme ropa formal.
Sopesé las opciones. No tenía mucha ropa con la que consideraba que pudiera ir a trabajar a una empresa como aquella. Quería verme bien, formal.
—Tienes vestidos bonitos —dijo.
—Sí, los que uso para salir de fiesta. No puedo ir a una empresa con uno de esos escotes y así de cortos. O en chándal.
Se empezó a quitar el pijama delante de mi y sacó del armario unos vaqueros y un jersey.
—¡Genial! Vamos de compras. Yo necesito unas botas para cuando empiece a llover.
Por la mañana me desperté más animada que de costumbre y eso que mis clases no eran las más entretenidas. Siempre había querido estudiar la genética de animales y personas pero la carrera se me estaba haciendo cuesta arriba y eso que iba por mi cuarto año. Me consideraba aplicada y todas esas cosas estudiantiles, pero el primer año infravaloré lo que podía costarme empezar de cero la universidad tan lejos de casa. Todavía seguía acostumbrándome a algunas cosillas. El cuarto curso había empezado hacía menos de un mes y lo llevaba mejor de lo que creía.
Esperé a que pasara toda mi mañana para correr a la residencia y darme una ducha rápida antes de ponerme algo de lo que el día anterior conseguí comprar. Me metí en unos vaqueros ajustados y un jersey de color marrón claro a juego con unas botas que le cogí a Cindy de su armario. Era mi primer día, tenía y quería verme presentable. Me debatí casi cinco minutos entre si haerme una coleta o dejarme el pelo liso y suelto, como se me hacía tarde al final me lo dejé suelto y cogí mi bolso antes de salir pitando a mi coche. Era de alquiler, Cindy y yo lo compartíamos pero ella odiaba conducir la mayor parte del tiempo.
Conduje nerviosa los quince minutos de trayecto hasta la empresa. Me dieron una tarjeta personal para poder aparcar dentro del garaje privado del edificio y cogí aire una vez en el garaje. << Allá vamos>> Me animé y cogí el ascensor a la planta del vestíbulo. Jerry, el hombre que me hizo la entrevista, me estaba esperando y me pasé las primeras horas y los primeros días haciendo fotocopias y llevando cafés de un lado a otro. Para ser sinceros, eso es lo que me esperaba de ser becaria así que no me quejaba. El sueldo era bueno y el horario por las tardes me venía genial.
—¡Maya! —me reclamó Jerry desde su oficina—. ¿Y mi café? Te lo he pedido hace cinco minutos.
Resoplé. La cafetería estaba en el piso de abajo, ¡no era tan rápida!
—¡Voy!
Dejé las fotocopias en el despacho de una mujer (aun no me conocía los nombres de la gente y no conocí muchos), y corrí a las escaleras para llegar más rápido a la planta de abajo. La planta entera era una cafetería de lo más agradable, cuando tenía un rato (que no era usual) bajaba y me tomaba un café sentada en el taburete.
Cogí el café cuando me lo dieron y subí los escalones de dos en dos. Atravesé a algunas personas y llegué al despacho, golpeé dos veces y entré. Me estaba quemando los dedos.
—Mira qué bien —escuché que dijo pero estaba centrada en soltar el vaso de cartón—. Esta es Maya, la nueva becaria. Lleva aquí ya dos semanas.
Me soplé los dedos y se me cortó el aire cuando lo vi. << Dios mío >> << Qué Adonis >> Bajé la mano, pero la volví a estirar hacia él, pero la volví a bajar. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo se saludaba al dueño tan multimillonario y guapo de la empresa?
—Umm... Hola —salude. ¿Hola?
Volví a estirar la mano y esa vez él alargó la suya antes de que yo me arrepintiera y la estrechó contra la mía. Sus dedos me envolvieron y me miró con sus ojos tan oscuros, casi negros, entre los pocos mechones de pelo corto y negro que le caían por la frente. Tenía la piel pálida y una mandíbula fuerte con algo de barba. Iba en traje pero sin la americana y a través de la camisa blanca pude notar lo musculado que debía estar. Y era alto. Yo tenía una debilidad por los hombres tan altos y él era tan atractivamente masculino...
—Dante —se presento y soltó mi mano—. Soy el dueño de la empresa. ¿Te adaptas bien?
Se me ocurrieron un par de tonterías pero las dejé pasar.
—Sí, bastante bien —dije y sonreí.
Jerry me hizo un gesto de cabeza.
—Deberías volver al trabajo, se te acumulan las tareas.
Sí, tenía que fotocopiar un par de papeles más y mandar otros tantos por fax, y a saber quién más quería un café. Levanté la mano y me despedí.
—Un placer, Dante —dije.
Prácticamente salí huyendo, empezaba a ponerme nerviosa y eso que creía que yo no tenía problemas con los hombres. Claro, con hombres de mi edad y de mi alcance. Porque más tarde, cuando volví a la residencia, Cindy y yo lo buscamos en internet y me quedé con la boca abierta.
—¿Y este es tu jefe? —me preguntó mientras navegábamos por sus fotos y parte de la wikipedia—. Oh, vaya, está casado y no me extraña. Está súper buenorro.
Pinchó sobre el nombre de su esposa y salió una súper modelo súper guapa, súper rubia, súper alta y súper todo. << Wow >> No sé que me esperaba tampoco, era de esperarse que un hombre como Dante estaría con una mujer como Sophia. Pero eso nunca me prohibió mirarlo cuando estaba en la empresa.
En pocas semanas descubrí que era un hombre reservado, era estricto en sus negocios pero era un gran jefe. Nos trataba bien y cuando nos cruzábamos siempre me saludaba con amabilidad. Era una buena persona y si a eso le sumaba lo malditamente guapo y caliente que era... No me extrañaba que en poco más de un mes de trabajo ya me gustara. Me gustaba mi jefe. Mi jefe, que, además, estaba casado, y era diez años mayor que yo.
<< Menuda niñata —me dije a mí misma >>
En la empresa nadie me tomaba en serio, sólo era la becaria pero a mi me venía bien porque hacía tareas fáciles por un sueldo bastante bueno.
Un viernes por la tarde, entre el ajetreo de la empresa, alguien me puso unos papeles en los brazos y me mandó al despacho de Dante para llevárselos. Había subido pocas veces a la última planta, su despacho era enorme y tenía unas vistas increíbles a la ciudad y al río que pasaba cerca. La última planta era suya, sólo estaba su despacho y una mujer algo mayor sentada tras un mostrador. Me pregunté si su mujer era una de esas celosas que le hubiera reclamado tener a una mujer más joven como secretaria.
—Hola, Maya —me saludó su secretaria sobre sus gafas de pasta rosas.
—Hola. Esto es para Dante, ¿puedo...?
—Sí, está libre ahora.
Asentí y caminé hasta la imponente puerta de madera que tocaba el techo. Golpeé la puerta con los nudillos y casi se me cayeron los papeles al girar el pomo para entrar.
—Sophia, no me jodas, deja tus gilipolleces —escuché que decía y me quedé clavada en el suelo. Ups—. No tengo la cabeza ni las ganas para aguantarte.
No sé por qué me quedé. ¿Estaba teniendo problemas matrimoniales? Entonces se giró, dejó de mirar por el ventanal y me vio ahí fisgoneando.
—Ummm... —empecé.
—Ahora no, Sophia —sentenció él y colgó el teléfono. Lo tiró encima de su escritorio—. No me agrada que estés ahí escuchando conversaciones privadas.
—Tu secretaria me ha dejado pasar, te traigo unos papeles con supuesta urgencia.
Atravesé su despacho con el corazón latiéndome con fuerza contra el pecho y solté los papeles en su escritorio.
—¿Supuesta?
—Es lo que me han dicho a mi. Yo sólo repito. —Me alisé la falda con las manos sudorosas. Era una tonta, ¿cómo me podía gustar mi jefe?—. ¿Estás bien?
No sé ni por qué lo pregunté. Se suponía que no debía interesarme por su vida personal.
Se pasó las manos por el pelo dejándoselo revuelto y ondulado y se acercó a ver los papeles. Su espalda ancha se marcó bajo la camisa negra y se le tensaron los músculos.
—No te cases nunca, es una putada —me dijo.
Así que sí: su matrimonio iba mal. Nunca le vi un anillo en el dedo, pero creía que era más por privacidad. Aunque, ¿Qué privacidad? Encontré su vida entera en internet.
—Soy insoportable, nadie me aguanta para tanto —bromeé y él me miró con una ceja levantada—. Es una broma —aclaré. O tal vez no. Ningún novio me duraba más de unos pocos meses—. ¿Tú estás casado? —fingí no saberlo, no quería que pensara que me había dedicado a buscarlo por un par de páginas.
—Algo así.
¿Algo así?
—¿Algo así? —se me escapó preguntarlo así que sacudí la mano—. No importa, yo... debería volver a bajar.
Levanté la mano para despedirlo, Dante me hizo un gesto de cabeza y sentí su mirada pesada sobre mi espalda poniéndome nerviosa. Alcé la mano al pomo para abrir la puerta.
—Maya —dijo y yo me giré.
—¿Sí?
Pero sacudió la cabeza y volvió a girarse para encorvarse sobre los papeles.
—Nada —finalizó—. Vuelve al trabajo.
Volví al trabajo y le vi una última vez cuando me monté en el ascensor para bajar hasta el aparcamiento. Era viernes, lo que significaba que Cindy y yo iríamos a alguna fiesta en algún club. Todavía teníamos veintiún años, a veces no estaba de más salir de las fiestas de fraternidad.
Entré en el ascensor, Dante estaba apoyado contra la esquina y me dio una miradita cuando entré yo también. Me puse en la esquina contraria.
—¿Siempre estás por aquí? —le pregunté, más por no hacer el viaje en ascensor en un silencio incómodo.
—A veces —me respondió—. Tú no eres de aquí —dijo.
¿Por mi acento sureño?
—No, soy de Arizona. Estoy aquí por la universidad.
—¿Qué estudias?
—Biogenética y biotecnología. Estoy en mi cuarto año.
Meneó levemente la cabeza.
—Suena jodido. Demasiado que estudiar.
—Ya... Pero bueno, no me importa estudiar tanto ahora si voy a conseguir la carrera. ¿Y tú? ¿Eres de aquí?
Asintió.
—¿UIC? —preguntó y yo asentí.
La Universidad de Illinois era la univiersidad pública de Chicago y la que mi padre podía costearse. No estaba mal, a mí me gustaba.
—¿También estudiaste allí? —curioseé. Nunca estaba de más hablar con él. Pocas veces tenía la oportunidad de hablar tanto con él.
—Sí.
Las puertas del ascensor se abrieron en la puerta del garaje y ver su coche me hizo ponerle una mueca al mío. Tenía un deportivo negro súper moderno y ultra cuidado, y Cindy y yo teníamos uno de a-saber-cuántas-manos que tenía un par de arañazos.
De vuelta en la residencia se notaba que era viernes, había un ir y venir de estudiantes y en las duchas había un par de chicos. Aunque la residencia era femenina siempre había chicos de un lado a otro. Detrás de una larga ducha me sequé el pelo en la habitación mientras Cindy me contaba los planes de la noche.
Sería una buena noche.
Me puse un vestido negro, de tirantes finos y ajustado con un escote en V que me sentaba bien para el pecho de tamaño normal que tenía. Me gustaba el deporte, salía a correr los fines de semana cuando me levantaba, y hacía algunas pesas en el gimnasio de la universidad. No me quejaba de mi cuerpo aunque sí de los granos que me salían de vez en cuando por el cuerpo y la cara.Me puse unas botas negras, altas y con tacón y aunque tenía el pelo liso me di unas pasadas con la plancha mientras esperaba a que Cindy terminara de meterse en su vestido rojo. Cuando estuvimos listas me tocó conducir a mi hasta CLOUT. Era una buena discoteca y estaba cerca de la playa. Tuve que aparcar a un par de calles y esperamos casi una hora para poder entrar. La música de colores me golpeó la cara y le di la mano a Cindy hasta encontrarnos un hueco en la pista. Para casi las dos y media de la madrugada ya iba algo mareada y me reía por una tontería cuando Cindy me cogió de la muñeca y me llevó hasta los b
Cuando me desperté por la mañana no sabía como sentirme. Me había quedado dormida y para entonces él ya no estaba. Era sábado y estaba lidiando con la resaca y con el hecho de que me había acostado con mi jefe, con un hombre casado. La responsabilidad de eso último no era mía, y su matrimonio no iba bien, pero... ¿Cómo pude hacerlo?Me quedé tumbada en la cama toda la mañana, sabía que tenía que ducharme pero ni si quiera una buena ducha de agua caliente pudo despejarme. Cuando volví a la habitación con el pijama puesto, ya no olía a Dante, ni a alcohol, ni a sexo. Pero Cindy estaba tirada en su cama y fue lo primero que señaló.—Aquí huele a sexo —canturreó—. Siento lo del coche. Me di cuenta de que yo tenía las llaves cuando ya me había ido.—¿Te fuíste con Logan?Sonrió y se mordió el labio como una perra en celo.—Fue increíble, mucho mejor que ese tío de la fraternidad. Supongo que es por la experiencia de la edad. Me llevó a un hotel cerca de la discoteca así que he recogido el
No sé ni por qué lo hice pero me roqué frente al espejo del ascensor. Paré cuando me di cuenta de la tontería que eso era. Llegué a la última planta, el viaje se me hizo demasiado corto y en un abrir y cerrar de ojos estaba delante de la puerta de su despacho. Jeanne (así descubrí que se llamaba su secretaria) me miró sobre sus gafas de pasta y me hizo un gesto con la mano. Yo no quería volver a pillarlo discutiendo con su mujer, mucho menos entonces.—Adelante, está libre —me repite ella—. ¿Quieres que le avise primero? Vi como cogió el teléfono pero negué con la cabeza. Tampoco quería que pareciera que eso me importaba tanto. Golpeé la puerta con los nudillos, lo suficientemente fuerte para advertirle y que le diera tiempo colgar el teléfono si es que estaba hablando. Giré el pomo y empujé la puerta. Estaba sentado detrás de su escritorio y no debí pensar en lo atractivo que se veía haciendo sus cosas de empresario. La tela de la camisa se apretaba contra sus musculosos brazos y te
Terminamos en una pizzería en primera línea de playa, no era la primera vez que iba pero para ser pizza era algo caro. Pero estaba bien. Veíamos las olas del mar a través de los ventanales y aunque en verano estaba mucho mejor el ambiente, me gustó muchísimo aquella noche. —¿Nunca has salido del país? —me preguntó. —No. Sólo he cogido aviones para ir y venir de Arizona. —¿No había universidades allí? —se interesó. —Sí, pero ya me aburría. Vivía en un pueblo en mitad del desierto y la facultad de ciencias de la universidad estatal estaba bastante olvidada. —¿Siempre has querido estudiar lo que haces? Asentí, pero luego lo dudé. Había querido ser tantas cosas... —No tanto —admití—. Empecé queriendo estudiar ingeniería aeroespacial y astronomía, luego quise ver la rama de paleontología e historia pero en los exámenes de acceso tuve una nota superior y vi más futuro en intentar mejorar la genética que en cosas del espacio o de hace miles de años. No dejaba de mirarme, pensé que
Me desperté por la mañana, desnuda en ese sofá negro y cubierta por una manta gruesa. Tenía unas pocas agujetas pero me senté y sujeté la manta contra mi cuerpo para taparme. Mi ropa estaba ordenada sobre la mesa de centro y la chimenea seguía funcionando. ¿Y Dante? No se escuchaba nada, así que me vestí y doblé la manta antes de coger mi teléfono y descubrir los mensajes de Cindy y una llamada perdida de mi padre. Ya hablaría con ellos después. Estaba abrochándome los botones de la camisa cuando la puerta se abrió y él apareció. Iba con unos pantalones de chándal grises y sin camiseta; ¿Hacía calor de nuevo, era yo o era el calor de la chimenea? —Buenos días —dijo.—Hola. ¿Puedes llevarme a la residencia? Asintió con la cabeza pero no dejó de mirarme ni hizo nada por moverse.—¿Te estás comiendo la cabeza otra vez?Negué.—¿Por qué lo haría?—Lo hiciste la otra vez.—Era diferente. Estuve a punto de decir que sólo era un divorciado más, pero remover ese tema a Dante le afectaba,
No volví a verlo hasta pasados unos días, el jueves. Estaba haciendo de becaria como mejor se daba: con el ir y venir de cafés. Llevé un par al despacho en conjunto de contabilidad de la empresa y alguien me pasó un post-it con un número escrito y unas indicaciones.—Para el jefe.Cogí el ascensor hasta la última planta y Jeanne me recibió igual de amable que siempre.—Hola, Jeanne, vengo a traer más recados. ¿Está disponible? —Sí, le pillas justo, acaba de irse un socio. Puedes pasar.Cogí aire y golpeé en su puerta antes de girar el pomo. Estaba de pie en mitad del despacho y giró el cuello para mirarme de reojo.—Dime que no tengo más cosas hoy —me pidió.Me reí.—Te traigo un número de teléfono de contabilidad. Dicen que tienes que llamar.Resopló y estiró la mano. Le pasé el papel y sus dedos rozaron los míos. Lo vi fruncir el ceño y pegó el post-it en la madera de su escritorio. Parecía desganado, me pregunté si tenía algo que ver con su mujer.—¿Va todo bien? —me interesé—. Me
DANTE —No está queriendo firmar los papeles —me comunicó mi abogado. > No quería seguir atado a una mujer como Sophia. Era jodido porque había estado con ella siete años y la mayoría fueron años buenos; era una mujer extraordinaria cuando no se estaba follando a sus compañeros de trabajo. Yo también fui un gilipollas, le perdoné demasiado y me terminé follándome a sus amigas. Nuestro matrimonio estaba roto desde hacía tiempo. —¿Y si vamos a juicio? Me miró y sacudió la cabeza. ¿Por qué coño no los firmaba? —¿De verdad quieres remover todo esto y que se haga público todo? No te conviene meterte en una pelea de juicios. Sus abogados saldrán con tus antecedentes. Resoplé. Había amado a Sophia pero había estado a punto de joderme la vida. Era una buena manipuladora hasta con lo que yo sentía. —¿Entonces? Han pasado ocho meses. —Deja que piense otra estrategia para que los firme por voluntad propia. Lo resolveremos. —Eso espero porque por algo te he contratado a ti. Haz b
Me quedé en casa de Dante hasta que se hizo de noche, hasta que sacó unas pizzas de su congelador y las metió en el horno. Haber pasado el día juntos me estaba gustando, era mucho más de lo que yo había hecho con algún exnovio. A mitad de nuestra cena, Cindy me llamó y Dante estuvo mirándome mientras hablaba con ella. —He llamado, podemos ir mañana por la mañana a ver un par de apartamentos. ¡Qué emoción! Me hizo reír. —Vale. Estaré de vuelta en un rato. Te veo luego. —¡Adiós! Dejé el teléfono sobre la isla, los pies me colgaban del taburete y los balanceé. —Puedes dormir aquí —me dijo. Me sorprendió, ¿estábamos ya en ese punto? Lo sopesé bien. Sabía que vivía solo, que nadie entraría y nos vería solos. Dante me gustaba, empezaba a hacerlo demasiado y había llegado a pensar que quizás debería frenarlo un poco. Pero era joven, ¿por qué no? Quería vivir intensamente las cosas mientras duraran porque sabía que muchas cosas no eran para siempre. —¿Vas a madrugar para llevarme p