Cuando me desperté por la mañana no sabía como sentirme. Me había quedado dormida y para entonces él ya no estaba. Era sábado y estaba lidiando con la resaca y con el hecho de que me había acostado con mi jefe, con un hombre casado. La responsabilidad de eso último no era mía, y su matrimonio no iba bien, pero... ¿Cómo pude hacerlo?
Me quedé tumbada en la cama toda la mañana, sabía que tenía que ducharme pero ni si quiera una buena ducha de agua caliente pudo despejarme. Cuando volví a la habitación con el pijama puesto, ya no olía a Dante, ni a alcohol, ni a sexo. Pero Cindy estaba tirada en su cama y fue lo primero que señaló.
—Aquí huele a sexo —canturreó—. Siento lo del coche. Me di cuenta de que yo tenía las llaves cuando ya me había ido.
—¿Te fuíste con Logan?
Sonrió y se mordió el labio como una perra en celo.
—Fue increíble, mucho mejor que ese tío de la fraternidad. Supongo que es por la experiencia de la edad. Me llevó a un hotel cerca de la discoteca así que he recogido el coche al salir. —Dio vueltas y me miró con la cabeza colgando por el lateral de su cama—. ¿Me vas a contar lo que pasó con tu jefe? Porque anoche se os veía muy animados estando juntos. No parábais de hablar.
—Lo sé, ni siquiera me di cuenta de que te fuiste —admití.
—Ya, pero cuéntame, ¿el sexo qué tal? Porque te lo noto en la cara.
<< Aarrgg >> No podía creer lo que pasó, ¿de verdad dejé que mi jefe me...? Agarré mi almohada y me la puse en la cara, gritando. Cindy se rió desde su cama.
—A mi no me hace ninguna gracia. ¿Cómo voy a mirarle el lunes? ¡Es mi jefe, Cindy! ¡Y está casado!
Ella se encogió de hombros.
—¿Y qué? Tú misma me dijiste que su matrimonio iba mal. Quizás se está divorciando. Y por lo otro... El sexo es natural, finge que nada y ya está.
Fingir que no pasó nada me pareció la mejor idea aún si no dejaba de pensar en ello y recrearme. El sexo con Dante había sido bueno, más que bueno, mejor que mis últimas experiencias con un par de chicos en verano. Por suerte tenía todo el fin de semana por delante para ocuparme en otras cosas: como en llamar a mi padre.
Mis conversaciones con mi padre nunca duraban más de cinco minutos. No diría que teníamos la peor relación filial, pero no era tampoco la mejor. Sentía que los dos nos reprochábamos cosas mutuas que nunca nos dijimos: él a mi el echo de que mi madre nos abandonara y yo a él el echo de tratarme como si fuera cualquier niña y no su hija. Hasta llegué a pensar que no me pagaría la universidad. También llegué a pensar que me la estaba pagando sólo por no tenerme cerca.
—¿Se te está dándo bien el inicio de este curso? —me preguntó cuando le llamé el domingo.
—Sí. Estoy intentando organizarme mejor aunque es algo difícil ahora que tengo menos horas por el trabajo.
—Seguro que lo consigues, eres inteligente —me animó.
—Gracias.
La línea se quedó en silencio.
—Bueno... —empezó—. Ya te llamaré esta semana.
—Vale. Adiós.
—Adiós.
Tiré el teléfono al colchón y me pasé el resto de la tarde estudiando mis apuntes de clase. No sé cómo me organizaría cuando llegaran las fechas de los exámenes pero tenía que estructurar mis horas de estudio mejor.
El lunes llegó demasiado rápido, se me dio bien no pensar las cosas y centrarme en los apuntes y en el programa anual del curso. Tuve tiempo para organizar mis tareas del día antes de vestirme para ir al trabajo. Me puse unos pantalones de tela negra, un jersey beige y unas botas con poco tacón negras que se camuflaban con el pantalón. Casi no había dejado de llover en todo el fin de semana así que cuando me planté el abrigo y la capucha, corrí al coche. La verdad es que me venía de perlas que Cindy trabajara en el campus porque ella no usaba casi el coche y sin él, el viaje hasta la empresa se me haría de más de media hora en autobús.
Me quedé más tranquila cuando vi que su coche no estaba en el garaje. Cogí el ascensor y me topé con un par de trabajadores que ya me dieron trabajo y ni había llegado a fichar mi turno. Entre el ir y venir de dar cafés y enviar papeles a otros departamentos, me crucé con Jerry como si nada.
—Maya —me llamó—. Necesito que transcribas un vídeo.
—Vale, pero tengo que...
—Lo mío es más urgente —me dijo y le seguí hasta su despacho. Era un despacho increíble aunque todos lo eran en ese edificio—. Siéntate.
Me senté en su silla acolchada y el brillo de la enorme pantalla de su ordenador me cegó. Me dio las indicaciones de lo que debía hacer y preferí que no comentara nada de la fiesta, simplemente siguió a lo suyo y me dejó sola en el despacho. ¡Una hora de video! Era un coñazo pero lo escribí todo, y en la seguridad de su despacho no me encontraría a Dante ni de coña. Me vino de perlas porque cuando terminé, mi turno había acabado y pasé el día sin problema. Ese día y el resto de la semana hasta el viernes. A duras penas llegué a tiempo a la empresa después del ajetreo del día en el campus; bajé del coche y azoté la puerta.
—Llegas tarde.
Pegué un bote y me llevé la mano al pecho. << M****a >> Miré la hora en mi teléfono y me lo hundí en el bolsillo de los vaqueros.
—Dos minutos —me excusé.
Era la primera vez que nos encontrábamos desde lo del viernes pasado. Dios. Nos habíamos acostado. << Haz como si nada —me recordé >> Así que seguí mi rutina hasta el ascensor mientras me quitaba la coleta. Lo sentí seguirme y el corazón se me subió a la boca. Intenté que no se me notara cuando nos montamos juntos en el ascensor. Me quise entretener mirándome en el espejo para ponerme decente pero estaba viendo como él me miraba y nuestos ojos conectaron en el espejo.
—¿Qué? —solté y no pretendí hacerlo.
Hasta él pareció sorprendido. Se le levantaron las cejas y apretó los labios.
—¿Me estás evitando? —preguntó.
—Mmm... No —respondí. ¿Por qué lo haría? ¿Porque nos habíamos acostado? ¿Porque estaba casado? ¿Porque era mi jefe?—. ¿Por qué lo haría?
¿Por qué tuve que preguntarlo? Me di un golpe mental.
Me pasé los dedos por el pelo haciendo un esfuerzo sobre humano para no mirarlo y babear por lo guapo que iba.
—Lo sabes muy bien, Maya.
—Fue un error —asumí. Lo fue. Un error que me gustó demasiado, pero un error—. No pensamos las cosas y estábamos borrachos.
—¿Es de lo que quieres autoconvencerte?
¿Es que siempre tardaba tanto ese maldito ascensor?
—Prefiero pensar que lo estábamos —confesé y me arrinconé a mí misma en la esquina del ascensor—. Estuvo mal.
—¿Porque soy el dueño de la empresa?
—Y porque estás casado, Dante. —Cuando sonó el indicador de la llegada a mi planta pude respirar mejor—. Tengo que trabajar.
Salí del ascensor y me cayó un monto de papeles encima. << Genial >>
—Necesito que te pases por los despachos y que firmen estos papeles —me dijo la mujer de recursos humanos de la empresa.
No miré atrás pero sentí el peso de su mirada hasta que las puertas del ascensor se cerraron. Esperaba que no tocara el tema, jamás. Había sido un desliz.
Me pasé una hora recogiendo firmas, entre un despacho y otro bajé a por café y envíe algunos correos. Cuando di toda la vuelta a las tres plantas de despachos personales me monté en el ascensor y bajé a devolver los papeles.
—Oh, no —me dijo la misma mujer—. Llévaselos a Dante. Él también tiene que firmarlos.
No sé ni por qué lo hice pero me roqué frente al espejo del ascensor. Paré cuando me di cuenta de la tontería que eso era. Llegué a la última planta, el viaje se me hizo demasiado corto y en un abrir y cerrar de ojos estaba delante de la puerta de su despacho. Jeanne (así descubrí que se llamaba su secretaria) me miró sobre sus gafas de pasta y me hizo un gesto con la mano. Yo no quería volver a pillarlo discutiendo con su mujer, mucho menos entonces.—Adelante, está libre —me repite ella—. ¿Quieres que le avise primero? Vi como cogió el teléfono pero negué con la cabeza. Tampoco quería que pareciera que eso me importaba tanto. Golpeé la puerta con los nudillos, lo suficientemente fuerte para advertirle y que le diera tiempo colgar el teléfono si es que estaba hablando. Giré el pomo y empujé la puerta. Estaba sentado detrás de su escritorio y no debí pensar en lo atractivo que se veía haciendo sus cosas de empresario. La tela de la camisa se apretaba contra sus musculosos brazos y te
Terminamos en una pizzería en primera línea de playa, no era la primera vez que iba pero para ser pizza era algo caro. Pero estaba bien. Veíamos las olas del mar a través de los ventanales y aunque en verano estaba mucho mejor el ambiente, me gustó muchísimo aquella noche. —¿Nunca has salido del país? —me preguntó. —No. Sólo he cogido aviones para ir y venir de Arizona. —¿No había universidades allí? —se interesó. —Sí, pero ya me aburría. Vivía en un pueblo en mitad del desierto y la facultad de ciencias de la universidad estatal estaba bastante olvidada. —¿Siempre has querido estudiar lo que haces? Asentí, pero luego lo dudé. Había querido ser tantas cosas... —No tanto —admití—. Empecé queriendo estudiar ingeniería aeroespacial y astronomía, luego quise ver la rama de paleontología e historia pero en los exámenes de acceso tuve una nota superior y vi más futuro en intentar mejorar la genética que en cosas del espacio o de hace miles de años. No dejaba de mirarme, pensé que
Me desperté por la mañana, desnuda en ese sofá negro y cubierta por una manta gruesa. Tenía unas pocas agujetas pero me senté y sujeté la manta contra mi cuerpo para taparme. Mi ropa estaba ordenada sobre la mesa de centro y la chimenea seguía funcionando. ¿Y Dante? No se escuchaba nada, así que me vestí y doblé la manta antes de coger mi teléfono y descubrir los mensajes de Cindy y una llamada perdida de mi padre. Ya hablaría con ellos después. Estaba abrochándome los botones de la camisa cuando la puerta se abrió y él apareció. Iba con unos pantalones de chándal grises y sin camiseta; ¿Hacía calor de nuevo, era yo o era el calor de la chimenea? —Buenos días —dijo.—Hola. ¿Puedes llevarme a la residencia? Asintió con la cabeza pero no dejó de mirarme ni hizo nada por moverse.—¿Te estás comiendo la cabeza otra vez?Negué.—¿Por qué lo haría?—Lo hiciste la otra vez.—Era diferente. Estuve a punto de decir que sólo era un divorciado más, pero remover ese tema a Dante le afectaba,
No volví a verlo hasta pasados unos días, el jueves. Estaba haciendo de becaria como mejor se daba: con el ir y venir de cafés. Llevé un par al despacho en conjunto de contabilidad de la empresa y alguien me pasó un post-it con un número escrito y unas indicaciones.—Para el jefe.Cogí el ascensor hasta la última planta y Jeanne me recibió igual de amable que siempre.—Hola, Jeanne, vengo a traer más recados. ¿Está disponible? —Sí, le pillas justo, acaba de irse un socio. Puedes pasar.Cogí aire y golpeé en su puerta antes de girar el pomo. Estaba de pie en mitad del despacho y giró el cuello para mirarme de reojo.—Dime que no tengo más cosas hoy —me pidió.Me reí.—Te traigo un número de teléfono de contabilidad. Dicen que tienes que llamar.Resopló y estiró la mano. Le pasé el papel y sus dedos rozaron los míos. Lo vi fruncir el ceño y pegó el post-it en la madera de su escritorio. Parecía desganado, me pregunté si tenía algo que ver con su mujer.—¿Va todo bien? —me interesé—. Me
DANTE —No está queriendo firmar los papeles —me comunicó mi abogado. > No quería seguir atado a una mujer como Sophia. Era jodido porque había estado con ella siete años y la mayoría fueron años buenos; era una mujer extraordinaria cuando no se estaba follando a sus compañeros de trabajo. Yo también fui un gilipollas, le perdoné demasiado y me terminé follándome a sus amigas. Nuestro matrimonio estaba roto desde hacía tiempo. —¿Y si vamos a juicio? Me miró y sacudió la cabeza. ¿Por qué coño no los firmaba? —¿De verdad quieres remover todo esto y que se haga público todo? No te conviene meterte en una pelea de juicios. Sus abogados saldrán con tus antecedentes. Resoplé. Había amado a Sophia pero había estado a punto de joderme la vida. Era una buena manipuladora hasta con lo que yo sentía. —¿Entonces? Han pasado ocho meses. —Deja que piense otra estrategia para que los firme por voluntad propia. Lo resolveremos. —Eso espero porque por algo te he contratado a ti. Haz b
Me quedé en casa de Dante hasta que se hizo de noche, hasta que sacó unas pizzas de su congelador y las metió en el horno. Haber pasado el día juntos me estaba gustando, era mucho más de lo que yo había hecho con algún exnovio. A mitad de nuestra cena, Cindy me llamó y Dante estuvo mirándome mientras hablaba con ella. —He llamado, podemos ir mañana por la mañana a ver un par de apartamentos. ¡Qué emoción! Me hizo reír. —Vale. Estaré de vuelta en un rato. Te veo luego. —¡Adiós! Dejé el teléfono sobre la isla, los pies me colgaban del taburete y los balanceé. —Puedes dormir aquí —me dijo. Me sorprendió, ¿estábamos ya en ese punto? Lo sopesé bien. Sabía que vivía solo, que nadie entraría y nos vería solos. Dante me gustaba, empezaba a hacerlo demasiado y había llegado a pensar que quizás debería frenarlo un poco. Pero era joven, ¿por qué no? Quería vivir intensamente las cosas mientras duraran porque sabía que muchas cosas no eran para siempre. —¿Vas a madrugar para llevarme p
El lunes, entre clase y clase llamé para solicitar visitar los apartamentos que quedaban, supuse que el sábado volvería a ser un día de visita. Después de estar dos horas en el laboratorio pasé por la residencia para quitarme el chándal y verme decente antes de partir a la empresa. Había llovido un poco y eso limpió un poco el coche. De todos los que había en el garaje de la empresa, el mío, era el peor y el más feo, pero también sería el más barato y para lo que lo usábamos Cindy y yo nos iba de perlas. No salí ni del ascensor cuando Jerry me llamó y atravesé hasta su despacho.—Llama a Jeanne o sube, tiene que darte unos papeles con información de una reunión social.Así que no salí del ascensor, pulsé el botón de la última planta y subí. No había visto el coche de Dante y Jeanne me confirmó que no estaba.—Si buscas a Dante no ha llegado aún, no sé si vendrá hoy.—No, Jerry me manda aquí. Dice que tienes unos papeles para él. Se le abrieron los ojos tras los cristales gruesos de
Levanté la mano y le di un saludo, vi el ligero asentimiento de cabeza que me dio y deseé que bajara para estar juntos un rato, pero las cosas esa noche no estaban a mi favor respecto a él. Yo no podía subir a la VIP sin invitación pero si él hubiera querido, podría haber bajado para vernos un rato o hablar, pero no lo hizo. Por el momento, con el alcohol y la bruma de la fiesta junto a la diversión, me conseguí olvidar un poco de que él estaba ahí arriba aunque lo pillé mirándome más de una vez cuando levantaba la vista. Gia me tiró del brazo y vi como contoneaba un par de porros entre los dedos. Me pegó la boca al oído. —¿Te apetece? Yo asentí. De vez en cuando lo consumía y no consideraba que fuera tan malo. Me cogió del brazo al momento que moví la cabeza y me arrastró serpenteando entre la gente hasta la puerta trasera de la discoteca. Todos los fumadores salían por allí a fumar sin salir del recinto del local. La puerta estaba entornada y por culpa del viento frío que hacía