—¿A dónde debo acudir mañana?
Ethan tomó una tarjeta del escritorio y se la extendió. —Aquí está la dirección. Mañana a las siete en punto. Ava la tomó y se puso de pie. —De acuerdo. Nos vemos mañana señor... —Ava dirigió su vista al pequeño —Nos vemos pronto tesoro. Adrian levantó la vista paulatinamente y después se concentró en seguir rayando en las hojas. Ethan no respondió. Simplemente volvió su atención a los documentos frente a él. Mientras miraba al pequeño Adrián de reojo. Ava salió de la oficina con la sensación de haber firmado algo más que un simple contrato. Caminó hasta la estación de autobús con la vista fija en el pavimento, repasando en su mente cada palabra de Ethan. "Es rebelde, testarudo… sabe cómo manipular a las personas." Algo en su instinto le decía que Adrián no era simplemente un niño problemático. Era un niño falto de amor. Lo pudo sentir mientras lo atrapaba mientras corría en momentos antes, para ella el solo estaba queriendo llamar la atención de su padre, ya que al tenerla solo se relajo y parecía un niño bien tranquilo rayando en sus hojas. Ava se abrazó a sí misma. Pensar en eso le provocaba un nudo incómodo en el pecho. Cuando llegó a su vecindario, la escena que la recibió fue un puñetazo directo al estómago. Un camión de mudanza estaba estacionado frente a su casa. Hombres con overoles sacaban los muebles con indiferencia, mientras su madre, con una bata y un abrigo delgado sobre los hombros, intentaba detenerlos con desesperación. —¡No pueden llevarse eso! ¡Por favor! Ava sintió un calor furioso expandirse en su pecho y corrió hacia ella. —¡Mamá! Su madre giró hacia ella con los ojos llenos de lágrimas. —Ava, por favor… Uno de los hombres la empujó suavemente a un lado. —Señora, solo hacemos nuestro trabajo. Ava se interpuso entre ellos y su madre. —¡Basta! ¡Nos iremos! Solo… solo dennos un momento. El hombre se encogió de hombros y regresó al camión. Ava rodeó a su madre con los brazos. —Vamos adentro. La mujer se dejó guiar con pasos débiles. Su piel estaba caliente al tacto. Ava la sentó en el sofá que era uno de los pocos muebles que aún quedaban y corrió a la cocina. Llenó un vaso con agua y regresó a su lado. —Bebe. —Todo se está desmoronando… Ava tragó el nudo en su garganta. —No. Voy a solucionarlo. Su madre la miró con tristeza. —Cariño… no quiero que hagas sacrificios por esto. Ava sonrió, aunque su pecho dolía. —Ya firmé un contrato. Con un empresario, cuidare a un pequeño tesorito, no te preocupes mamá muy pronto saldremos de esto, y recuperaremos nuestra vida. Ya verás que también podremos pagar tu tratamiento. Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de su madre, pero no dijo nada. Ava se inclinó y besó su frente. —Duerme, mamá. Yo me encargo. Debes descansar para recuperarte. Cuando su madre cerró los ojos, Ava se quedó junto a ella, mirando la habitación casi vacía. Su padre regresó horas después ebrio, era más que obvio que él tomaba la situación de distinta manera a ellas. A la mañana siguiente, en la mansión Moreau, un hombre de traje impecable y expresión tensa recorría el pasillo con el ceño fruncido. —¡Adrián! ¡Sal de ahí ahora mismo! La voz de Arthur, el asistente de Ethan, retumbó en la habitación, pero el niño no parecía impresionado. El pobre Arthur ya no sabía que hacer, el pequeño no paraba de correr de un lado a otro y llevaba horas detrás de él. Desde su escondite debajo de la mesa, Adrián lo observaba con una sonrisita traviesa. —No —mencionó Adrián de forma firme sin siquiera detenerse para que Arthur lo tomara. Arthur apretó los dientes. No estaba preparado para esto. Su trabajo consistía en manejar contratos, reuniones y agendas imposibles, no en perseguir a un niño de cinco años por la casa. —Adrián, sal de ahí y vístete. Tu padre me pidió que me asegurara de que estuvieras listo antes de irse. —Pues dile que no quiero, no quiero salir no quiero, dije que no... Arthur suspiró y se masajeó el puente de la nariz. —Mira, niño, podemos hacer esto por las buenas o… No terminó la frase, porque en ese instante Adrián tomó su taza de café (que había dejado sobre la mesa) y la volcó sobre el suelo de mármol. Arthur lo miró con horror. —¡Maldita sea! —gruñó Arthur. Adrián soltó una carcajada. —No digas groserías. Papá dice que no debemos de decir groserías o nos lleva el cucui —Adrian no paraba de sonreír. Arthur lo fulminó con la mirada y sacó su teléfono para llamar a Ethan, pero en ese momento la puerta principal se abrió y Ava entró. Al ver el desastre en el suelo y a Arthur con la cara roja de frustración, levantó una ceja. —¿Problemas? —preguntó Ava con una expresión confundida, viendo directamente a Arthur. Arthur la miró con ojos suplicantes. —Por favor, haz algo —rogó mientras unía sus manos en forma de súplica y desesperación. Ava miró a Adrián, que seguía escondido bajo la mesa. Se arrodilló y le sonrió con suavidad. —Hola, Adrián. Soy Ava. ¿Me recuerdas? Nos vimos ayer. El niño la miró con desconfianza. —No quiero niñera. Mi papá dijo que tú serías mi nueva niñera, pero yo solo quiero que papá me cuide. Ava no se inmutó. —Lo entiendo. A veces es difícil aceptar a alguien nuevo, ¿verdad? Adrián frunció el ceño. —Sí. Ava asintió. —Bueno, pero ¿sabes qué? Yo tampoco quería venir —pronunció Ava fingiendo indiferencia. Eso pareció sorprender al niño. —¿Por qué no? —Porque pensé que me encontraría con un niño muy, muy aburrido. Adrián abrió los ojos con indignación. —¡No soy aburrido! Ava fingió pensarlo. —Hmm… No sé. No pareces tan divertido. El niño apretó los labios. —¡Sí lo soy! Ava sonrió. —Demuéstramelo. Adrián la miró con suspicacia. —¿Cómo? —Vistiéndote rápido y yendo al parque conmigo. Arthur levantó una ceja. —¿Es en serio? Ava lo ignoró. Adrián cruzó los brazos. —¿Y si no quiero? —Entonces supongo que sí eres aburrido. El niño frunció el ceño y se levantó de un salto. —¡No soy aburrido! Y con esa declaración, salió corriendo escaleras arriba. Arthur la miró con incredulidad. —¿Eso funcionó? Ava se encogió de hombros con una sonrisa. —A veces los niños solo quieren un reto. Arthur la observó por un momento y luego suspiró. —Bien. Pero si él hace otro desastre, será tu responsabilidad. Ava sonrió. —Trato hecho. Arthur se retiró y se fue a la oficina para comenzar su jornada laboral. Mientras Ava ayudaba a Adrián a vestirse. Cuando Adrián estaba vestido, Ava le extendió la mano. —¿Listo para la aventura? Adrián la miró con un brillo en los ojos. —Sí. Y por primera vez, Ava sintió que había encontrado su lugar. —¿Te parece si desayunamos primero? —preguntó Ava. —Bien, pero después iremos al parque. Lo que Ava no sabía es que Adrián ya estaba planeando sus próximas travesuras para traer de vuelta a su padre.Ava exhaló con paciencia, observando a Adrián sentado en la mesa con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Sus pequeñas cejas permanecían arqueadas y la forma en que evitaba mirarla con sus ojos oscuros delataban su enojo. Si intentaba razonar con él en ese estado, solo conseguiría que se encerrara aún más en su mundo. En lugar de discutir, se dirigió a la cocina y comenzó a preparar panqueques. Batió la mezcla con cuidado, vertiéndola en la sartén caliente hasta que cada porción tomara un tono dorado y esponjoso. Luego untó mermelada de frutas en el centro y los colocó en un plato. Sabía que Adrián no era de los que cedían fácilmente, pero también sabía algo más: los panqueques eran su debilidad. Cuando puso el plato frente a él, el niño alzó la mirada con sorpresa y nostalgia. Sus labios temblaron levemente, como si luchara por mantener su enojo intacto.—Panqueques… mamá solia..—murmuró con voz apagada, se miraba triste pero Ava decidió interferir antes de que él se pusiera m
Ava se quedó parada frente al escritorio de Ethan, esperando una respuesta que no llegó. A pesar de sus palabras, y de la tensión que flotaba en la habitación, él había vuelto a sus documentos como si ella no existiera. La impotencia se enredó en su pecho. Quería decirle algo más, quería gritarle que abriera los ojos y viera a su hijo. Pero sabía que no serviría de nada. Con un último vistazo a ese hombre frío y distante, giró sobre sus talones y salió de la oficina, cerrando la puerta tras de sí con un suspiro pesado. Cuando subió las escaleras en dirección a la habitación de Adrián, lo encontró dormido. Estaba acurrucado en su cama, abrazando una manta, con los labios entreabiertos y su pequeño pecho subiendo y bajando con suavidad. Parecía tan frágil así, tan distinto al niño desafiante que se negaba a jugar en el parque. Ava se acercó y con delicadeza le acomodó la manta sobre los hombros. —Duerme bien, pequeño tesoro —susurró. Y en ese instante, supo que haría lo impos
Ava permaneció en la sala después de que Ethan se fuera, con las palabras que había pronunciado todavía resonando en su mente. Se había quedado con la sensación de haber dicho algo importante, pero también con la incertidumbre de si había logrado algo. No era la primera vez que intentaba llegar a Ethan, pero a cada intento, las paredes de él parecían hacerse más gruesas y más altas. Aun así, en algún lugar de su interior, ella sabía que no podía rendirse. Si había algo que había aprendido con Adrián era que la perseverancia podía hacer maravillas. Suspiró profundamente, dejando que el aire se llenara de quietud. Por la mañana siguiente, la mansión era tan grande que a veces sentía que todo en ella estaba separado por un abismo. No era solo la distancia física; era la emocional. No solo entre ella y Ethan, sino también entre Adrián y su propio padre. Como un espectador distante, observaba cómo la figura paterna, que debería haber sido el refugio más seguro, se desmoronaba ante los
La casa estaba en silencio cuando Ava se despidió de Adrián. Lo dejó dormido, acurrucado entre las sábanas de su cama, envuelto en un sueño que, esperaba, fuera reparador para el pequeño que parecía cargar con demasiados temores para alguien de tan corta edad. Con un suspiro, Ava cerró la puerta suavemente y, tras un vistazo a la mansión, se alejó de la habitación. Aunque había sido un día largo, su mente no podía dejar de pensar en la tensión que se había ido acumulando entre Adrián y su padre. Un padre que, según ella, no solo era distante, sino incapaz de ofrecer lo más básico: cariño. El trayecto hacia su casa fue tranquilo, pero cada kilómetro recorría el terreno fértil de sus pensamientos. Llegó sin notarlo, como siempre, cuando la mente está ocupada más allá de las preocupaciones cotidianas. Cuando entró a su hogar, encontró a su madre en la sala, rodeada por sus plantas, como siempre. La calidez de la casa la recibió, pero no logró apaciguar la tormenta de emociones que tr
Ava dudó por un instante antes de aceptar la oferta de Ethan para que la llevara a su casa. La lluvia había comenzado a caer con fuerza, y aunque preferiría estar en casa tranquila, evitando cualquier otro enfrentamiento con él, la necesidad de salir de allí, de escapar de la tensión, era más fuerte. Ethan, con su tono dominante y esa actitud fría que la desconcertaba tanto, insistió sin titubeos.—Sube al coche, Ava. No voy a dejarte ir bajo la lluvia —dijo él, sin mirar hacia ella.Ava no tenía muchas opciones. No iba a caminar bajo la lluvia y, a pesar de todo, no tenía ganas de discutir más. Sus pensamientos se encontraban enredados, y la salida de la mansión, junto a Ethan, era la única forma de aclararlos, aunque la incomodidad del momento lo hiciera aún más difícil.Con una pequeña exhalación, Ava subió al coche y, tan pronto como se acomodó, la carretera se desplegó ante ellos como un espacio vacío, tal vez tan vacío como el silencio entre ellos. Ethan no decía nada, y ella ta
A la mañana siguiente, Ava preparó el desayuno con una rapidez casi mecánica. Le dio la medicina a su madre y, tras dejarla descansando, salió nuevamente hacia la mansión de los Moreau. Al llegar, se sorprendió al ver a Adrián sentado en la mesa, concentrado en un dibujo. Se acercó en silencio y observó el trabajo del niño. Cuando Adrián la vio, le mostró su dibujo con una sonrisa orgullosa. —¡Mira, Ava! ¡Te dibujé! —exclamó, con sus ojos brillando con emoción. Ava se agachó y, al ver la imagen, se quedó sin palabras. El dibujo mostraba a una figura fuerte, con capa y todo, representándola como una superheroína. —¿Qué harías si fueras una superheroína? —preguntó Adrián, su voz llena de esperanza. Ava miró el dibujo, y sin pensarlo mucho, le sonrió. —Creo que si fuera una superheroína, usaría mis poderes para proteger a los demás —dijo, tocando suavemente el dibujo. Adrián la miró fijamente y, por primera vez en días, se permitió abrir su corazón. —Si yo fuera un superhéroe… —
Ethan cerró la puerta del estudio detrás de él con más fuerza de la que pretendía, escuchando el retumbante sonido del golpe contra la pared. La molesta conversación con Ava aún resonaba en su mente. No entendía cómo ella podía rechazar la oferta que le había hecho. ¿Qué más quería? Le había ofrecido un sueldo triple, le había ofrecido tiempo libre para que pudiera ocuparse de su vida personal. ¿Por qué no aceptaba? Pero, lo que realmente lo inquietaba, era que no podía dejar de pensar en la forma en que ella hablaba de Adrián. Con su tono suave, esa chispa de amor en sus ojos cada vez que mencionaba al niño. ¿Qué quería decir eso? ¿Por qué le importaba tanto el bienestar de Adrián? Y, aún más importante, ¿por qué le molestaba tanto que a Ava pareciera importarle? Arthur lo miró desde su escritorio, levantando la vista de los papeles que había estado revisando. La expresión en el rostro de Ethan era de frustración pura, y, aunque intentaba disimularlo, la rabia se filtraba a travé
Ava, ajena a sus pensamientos, continuó hablando sobre lo bien que se lo había pasado con Adrián. Finalmente, Ethan, sin poder soportarlo más, volvió a lanzar la pregunta: —¿Por qué no trabajas a tiempo completo para mí? Te triplicaré el sueldo. Ava, mirando al frente, no le dio una respuesta inmediata. No quería decir lo que realmente pensaba, pero lo dijo de todos modos. —Tengo que cuidar a mi familia, Ethan —respondió de manera sencilla, sin darse cuenta de lo que esas palabras realmente significaban para él. Finalmente, llegaron a su destino. Ethan estacionó el coche, y cuando se bajaron, él la miró de nuevo. —Piensa en Adrián —le dijo, casi como una orden. Luego, dio un paso atrás y la dejó ir, observando cómo su figura se alejaba. Ethan, con el peso de sus pensamientos, regresó al coche, mirando por el retrovisor. Una sonrisa, aunque pequeña, apareció en su rostro. Por primera vez en mucho tiempo, algo parecía despertar en él. Sin embargo, rápidamente la reprimió, pensa