El sol comenzaba a descender lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de un tono naranja cálido que, a pesar de la belleza del momento, no lograba suavizar la tensión palpable entre los protagonistas de este encuentro. Ethan, con la mirada fija en Helena, sentía cómo su corazón latía con fuerza, como si cada golpe del mismo lo acercara más a una decisión que no estaba preparado para tomar, pero que de alguna manera ya había sido decidida por su mente. No importaba cuánto luchara, el poder de las palabras de Helena había dejado una marca, una cicatriz profunda que no sabía si se curaría con el tiempo. La amenaza de perder a Adrián, su hijo, lo quemaba por dentro.Al alejarse de ella, sin mirar atrás, Ethan sintió el peso de la situación más que nunca. Era como si el aire mismo se hubiese vuelto más denso, y sus piernas, aunque firmes, no lograban avanzar tan rápido como quisiera. La única meta en su mente era acercarse a Adrián, asegurarse de que su hijo estuviera bien, de que no q
Apenas el auto se detuvo frente a la majestuosa entrada de la mansión, Adrián abrió la puerta sin esperar a que Ethan lo ayudara y salió corriendo con una energía contagiosa. Sus risas rebotaban en las paredes de piedra mientras sus pequeños pies cruzaban el vestíbulo. Donkan, que estaba jugando con bloques en la sala principal, alzó la vista, y al ver a su mejor amigo, soltó un grito de alegría.—¡Adrián! —exclamó Donkan, dejando caer los bloques de colores que sostenía en sus manos. Corrió hacia él y lo abrazó con fuerza, como si quisiera asegurarse de que su amigo era real y no una ilusión.—¡Te extrañé mucho! —continuó Donkan, con los ojos brillantes de emoción.—¡Y yo a ti! —respondió Adrián sin soltar la sonrisa que llevaba desde el parque. Sus mejillas sonrojadas reflejaban la emoción del momento—. Fui al parque con mi mamá. Jugamos, comimos helado y me prometió que pronto vendrá a vivir con nosotros. ¡Los cinco vamos a ser una familia!Donkan lo miró sin comprender del todo, p
El silencio que se instaló en el estudio tras el abrazo de Ethan y Ava fue largo y cálido, como si el mundo se hubiese detenido en ese instante para permitirles respirar, y para darles una tregua. Afuera, el sol comenzaba a ocultarse, tiñendo el cielo con tonos anaranjados y violáceos, como si la naturaleza misma quisiera bendecir aquel momento de reconciliación.Durante un largo rato, ninguno de los dos dijo nada. Permanecieron así, envueltos en un abrazo que era más que físico: era una promesa, una súplica muda, y una declaración sin palabras. Los brazos de Ethan rodeaban a Ava con una firmeza tierna, como si temiera que, si la soltaba, se desvanecería. Y Ava, por su parte, se aferraba a él con una mezcla de necesidad y alivio, como si finalmente hubiera encontrado el lugar donde debía estar.Podían oírse sus respiraciones, acompasadas, y el tenue latido de sus corazones resonaba en el silencio, creando una melodía íntima,e invisible, solo para ellos.Ethan fue el primero en moverse
Capítulo 78 papáElla estaba acurrucada contra su pecho, con su respiración acompasada y tranquila, como si al fin hubiese soltado todo el peso que llevaba consigo. Ethan la observaba en silencio, con los ojos fijos en ella, recorriendo con la mirada cada línea de su rostro, como si quisiera memorizarla. Había en sus facciones una paz que no había visto antes, un reposo frágil, como si el sueño fuera el único lugar en el que podía estar a salvo. La luz tenue de la habitación, proveniente de una lámpara de sal encendida en la esquina, proyectaba sombras suaves sobre su piel, dibujando contornos delicados y resaltando la serenidad que ahora la envolvía.Pero la paz que había encontrado en sus brazos era solo una parte del rompecabezas. Una parte cálida, necesaria, pero momentánea. Ethan lo sabía. Siempre lo sabía. No podía permitirse el lujo de bajar la guardia, ni siquiera por ella. Menos ahora. Su mente, siempre en alerta, procesaba cada posibilidad con meticulosidad quirúrgica. Helen
La mañana comenzó con una extraña quietud. El cielo se cubría con nubes grises que difuminaban la luz del sol, y el viento apenas rozaba los ventanales de la mansión. Ava despertó con una sensación punzante en el pecho, como si una advertencia silenciosa se hubiese colado en su subconsciente durante la noche. Sin embargo, no dejó que eso arruinara el inicio del día.Se levantó sin hacer ruido, cuidando de no despertar a Ethan, aunque para entonces él ya no estaba en la cama. Un mensaje en su teléfono le confirmaba lo que la noche anterior él mismo le había dicho: “Salgo temprano, tengo que firmar unos documentos importantes. La reunión es larga. Si necesitas algo, llámame.”Ava soltó un suspiro breve, pero no de fastidio, sino de resignación. Sabía que Ethan trabajaba incansablemente por su empresa y por mantener a salvo a su familia, y no podía reprocharle nada. Se puso una bata de seda clara, ató el cinturón con firmeza y se dirigió a la cocina. El sonido de las pequeñas risas prove
—¿Quién te hizo llorar, Ava?La vocecita de Donkan resonó como una campanita quebrada, suave y preocupada, mientras caminaba descalzo por el pasillo en pijama, arrastrando un peluche viejo de dinosaurio por el suelo encerado. Sus ojos, grandes y atentos, observaban a su hermana mayor con temor y ternura que hizo que Ava apretara los labios para contener una nueva lágrima.Rápidamente se secó la que acababa de caer.—Nadie, mi amor —respondió, obligándose a sonreír mientras se agachaba para quedar a su altura—. Solo se me metió algo en el ojo.—¿Fue esa señora? —preguntó él con franqueza, señalando hacia donde Helena había desaparecido con Adrián—. ¿Y por qué hay tantas monjas en la casa? Están limpiando todo. ¡Hasta la pecera! Dijeron que era parte de la purificación espiritual, pero... no parecen muy santas.Ava no pudo evitar sonreír un poco, a pesar del nudo en su estómago.—No son monjas, cariño, solo son... señoras con uniforme blanco.—Pero actúan raro —insistió él, frunciendo e
La mañana había sido larga y, sin embargo, Ethan no sentía haber avanzado demasiado. El sol apenas se filtraba por las cortinas pesadas de su oficina privada, dibujando líneas doradas sobre la alfombra persa. Una taza de café helado descansaba en la esquina del escritorio, olvidada hace más de una hora. Frente a él, Arthur sostenía una carpeta con varios documentos y fotografías, todos relacionados con la misma persona: Helena.—Aquí está el resumen —dijo Arthur con tono neutro, aunque en su mirada había algo más—. Como me pediste, indagué en sus movimientos financieros, y encontré varias cosas... preocupantes.Ethan alzó la vista. Sus ojos estaban cansados, no por el trabajo, sino por la incertidumbre. Desde la reaparición de Helena, su mente no había dejado de cavilar en círculos, recordando momentos pasados y contrastándolos con el presente. Cada minuto que ella pasaba cerca de Adrián era un riesgo que no podía permitirse.—¿Qué encontraste? —preguntó, con voz ronca. A pesar de su
La llamada de Arthur resonó en su oído como un disparo en la oscuridad.—Ethan… los encontré. Ava, Donkan y Adrian están en el hospital donde está internada la mamá de Ava —dijo Arthur, con un tono de voz contenido, pero claramente agitado—. Estoy afuera, acabo de hablar con una enfermera. Ava estaba alterada, y no la han vuelto a ver desde que llegó.Ethan no respondió. Se quedó en silencio durante un segundo que pareció una eternidad. En ese breve instante, todos los escenarios posibles pasaron por su mente: uno peor que el otro. El hospital. La madre de Ava. Ava desaparecida. Donkan. Adrian. La urgencia le trepó por la espalda como un escalofrío.—Voy para allá —fue lo único que dijo, con voz seca y grave, antes de colgar y salir como un relámpago por la puerta.El trayecto al hospital fue una especie de tortura: Ethan apretaba el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Conducía con la mirada fija en la carretera, pero su mente estaba en otra parte. Imágen