La mañana comenzó con una extraña quietud. El cielo se cubría con nubes grises que difuminaban la luz del sol, y el viento apenas rozaba los ventanales de la mansión. Ava despertó con una sensación punzante en el pecho, como si una advertencia silenciosa se hubiese colado en su subconsciente durante la noche. Sin embargo, no dejó que eso arruinara el inicio del día.Se levantó sin hacer ruido, cuidando de no despertar a Ethan, aunque para entonces él ya no estaba en la cama. Un mensaje en su teléfono le confirmaba lo que la noche anterior él mismo le había dicho: “Salgo temprano, tengo que firmar unos documentos importantes. La reunión es larga. Si necesitas algo, llámame.”Ava soltó un suspiro breve, pero no de fastidio, sino de resignación. Sabía que Ethan trabajaba incansablemente por su empresa y por mantener a salvo a su familia, y no podía reprocharle nada. Se puso una bata de seda clara, ató el cinturón con firmeza y se dirigió a la cocina. El sonido de las pequeñas risas prove
—¿Quién te hizo llorar, Ava?La vocecita de Donkan resonó como una campanita quebrada, suave y preocupada, mientras caminaba descalzo por el pasillo en pijama, arrastrando un peluche viejo de dinosaurio por el suelo encerado. Sus ojos, grandes y atentos, observaban a su hermana mayor con temor y ternura que hizo que Ava apretara los labios para contener una nueva lágrima.Rápidamente se secó la que acababa de caer.—Nadie, mi amor —respondió, obligándose a sonreír mientras se agachaba para quedar a su altura—. Solo se me metió algo en el ojo.—¿Fue esa señora? —preguntó él con franqueza, señalando hacia donde Helena había desaparecido con Adrián—. ¿Y por qué hay tantas monjas en la casa? Están limpiando todo. ¡Hasta la pecera! Dijeron que era parte de la purificación espiritual, pero... no parecen muy santas.Ava no pudo evitar sonreír un poco, a pesar del nudo en su estómago.—No son monjas, cariño, solo son... señoras con uniforme blanco.—Pero actúan raro —insistió él, frunciendo e
La mañana había sido larga y, sin embargo, Ethan no sentía haber avanzado demasiado. El sol apenas se filtraba por las cortinas pesadas de su oficina privada, dibujando líneas doradas sobre la alfombra persa. Una taza de café helado descansaba en la esquina del escritorio, olvidada hace más de una hora. Frente a él, Arthur sostenía una carpeta con varios documentos y fotografías, todos relacionados con la misma persona: Helena.—Aquí está el resumen —dijo Arthur con tono neutro, aunque en su mirada había algo más—. Como me pediste, indagué en sus movimientos financieros, y encontré varias cosas... preocupantes.Ethan alzó la vista. Sus ojos estaban cansados, no por el trabajo, sino por la incertidumbre. Desde la reaparición de Helena, su mente no había dejado de cavilar en círculos, recordando momentos pasados y contrastándolos con el presente. Cada minuto que ella pasaba cerca de Adrián era un riesgo que no podía permitirse.—¿Qué encontraste? —preguntó, con voz ronca. A pesar de su
La llamada de Arthur resonó en su oído como un disparo en la oscuridad.—Ethan… los encontré. Ava, Donkan y Adrian están en el hospital donde está internada la mamá de Ava —dijo Arthur, con un tono de voz contenido, pero claramente agitado—. Estoy afuera, acabo de hablar con una enfermera. Ava estaba alterada, y no la han vuelto a ver desde que llegó.Ethan no respondió. Se quedó en silencio durante un segundo que pareció una eternidad. En ese breve instante, todos los escenarios posibles pasaron por su mente: uno peor que el otro. El hospital. La madre de Ava. Ava desaparecida. Donkan. Adrian. La urgencia le trepó por la espalda como un escalofrío.—Voy para allá —fue lo único que dijo, con voz seca y grave, antes de colgar y salir como un relámpago por la puerta.El trayecto al hospital fue una especie de tortura: Ethan apretaba el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Conducía con la mirada fija en la carretera, pero su mente estaba en otra parte. Imágen
El cielo estaba nublado. No llovía, pero el aire tenía ese aroma húmedo y agrio que suele preceder a la tormenta. Las nubes grises se agrupaban en lo alto, como si el cielo mismo compartiera el luto que envolvía la ciudad. Era una mañana silenciosa, como si el mundo supiera que algo había terminado para siempre.Ava se despertó antes de que saliera el sol. La penumbra de la habitación la envolvía, pero sus ojos ya estaban abiertos, fijos en el techo. No era insomnio ni ansiedad. Era la simple necesidad de hacer lo que debía hacerse. La vida, cruelmente indiferente, no se detenía por el dolor.Se incorporó lentamente, sintiendo el peso de la noche en sus hombros. El reloj marcaba las 5:30 a.m. Se dirigió al baño, donde el espejo reflejaba un rostro cansado, con ojeras profundas y ojos enrojecidos. Tomó el cepillo y comenzó a peinarse, con cada movimiento meticuloso, como si al alisar su cabello pudiera también alisar las arrugas de su alma.Ethan se ofreció a hacer los trámites por ell
Ethan conducía en silencio por una avenida poco transitada. Su mirada, fija en el camino, reflejaba una tensión contenida. El interior del vehículo estaba envuelto en una calma tensa, donde el sonido del motor apenas se mezclaba con el leve murmullo de la radio que nadie había querido apagar. A su lado, Ava observaba por la ventana, con los hombros ligeramente encogidos. Aunque no decía nada, su postura delataba la ansiedad que la recorría.Durante varios minutos, la ciudad pasó desapercibida, como un decorado distante. Ethan no desviaba los ojos del camino, pero en su mente, el peso del inminente proceso legal se hacía cada vez más insoportable. Era él quien estaba a punto de perder a su hijo. Y ahora, la amenaza de perderlo era real.El teléfono móvil de Ethan vibró con insistencia. Con movimientos tensos, lo tomó y respondió. La voz al otro lado era directa y formal.—Señor, le habla el Licenciado de divorcios. Lamento interrumpir, pero debo informarle que la señora Helena ha decid
Al entrar a la mansión, Ethan no se detuvo a saludar a nadie. Sus pasos eran firmes, casi furiosos, como si cada pisada golpeara el suelo con el peso de sus pensamientos. No se quitó el abrigo, no dejó el maletín, ni siquiera miró a su alrededor. Fue directo a su oficina, cruzando el pasillo principal como un huracán silencioso, ignorando las voces apagadas de los empleados que lo veían pasar con preocupación.Al llegar a la oficina, cerró la puerta con un golpe seco. La habitación, decorada con madera oscura, libros encuadernados en cuero y grandes ventanales, parecía un refugio del caos exterior, pero en ese momento era solo una caja de presión. Ethan arrojó el maletín sobre el escritorio sin preocuparse por cómo caía y tomó el teléfono con manos temblorosas. Marcó el número de Arthur y esperó, caminando de un lado a otro.—¿Y bien? —preguntó Ethan apenas escuchó que contestaban, con su voz tensa, profunda, y cargada de impaciencia—. ¿Lograste averiguar algo?Del otro lado de la lín
Ava no se había movido del borde del ataúd desde que llegaron al cementerio. La tierra húmeda bajo sus pies, el viento frío que le agitaba el cabello, nada de eso le importaba. Tenía los ojos clavados en la caja de madera que guardaba a su madre. Sus manos temblaban. Su rostro estaba pálido, sus mejillas marcadas por las lágrimas que no había dejado de derramar desde que el funeral empezó.La brisa helada acariciaba su piel, pero ella apenas lo notaba. El murmullo de las hojas secas arrastradas por el viento parecía un lamento que se sumaba al suyo. Las voces de los asistentes al funeral eran un eco distante, irrelevante en su mundo de dolor. Cada palabra, cada murmullo, cada susurro de consuelo, se desvanecía como si fuera un suspiro que se perdía en el aire. Nada podía tocarla, nada podía consolarla. En ese momento, solo existía ella y la caja que contenía lo que quedaba de su madre y de su vida.Cuando los trabajadores comenzaron a bajar el ataúd, Ava se llevó las manos a la boca p