Capítulo 2:

Ava nunca imaginó que su vida pudiera cambiar tan rápido. Hasta hace poco, sus preocupaciones eran mínimas: qué ropa ponerse, si salir al cine el fin de semana o quedarse en casa viendo series. No tenía lujos, pero sí estabilidad. Su padre dirigía un próspero negocio de importación de maquinaria, su madre manejaba la tienda con la que siempre había soñado, y ella se encargaba del cuidado de su hermano menor cuando sus padres no estaban en casa, lo cual ocurría con frecuencia. Debido al trabajo de su padre, a veces debían salir del país y solían dejarle la responsabilidad del pequeño Donkan.

Para él, su hermana mayor era como una madre, siempre atenta a sus necesidades. Los momentos a su lado estaban llenos de aventuras, y lo que más amaba eran las tardes en las que pasaban horas leyendo un cuento o viendo una película animada mientras disfrutaban de un enorme tazón de palomitas.

Todo en la familia era armonioso. Hasta que dejó de serlo.

Primero fueron las llamadas que su padre contestaba en voz baja, y siempre estaba tenso. Luego, las noches en que llegaba tarde sin dar explicaciones, con las ojeras marcadas y los hombros encorvados. Pero el golpe final llegó una madrugada, cuando Ava intentaba conciliar el sueño y su padre la llamó a su despacho.

—Ava, necesito hablar contigo.

El tono grave de su voz la inquietó. Cuando entró, vio a su padre con los codos apoyados en la mesa y las manos entrelazadas frente a su boca. Sus ojos estaban apagados.

—Papá, ¿qué pasa? —preguntó con preocupación.

Él exhaló y se frotó la cara con ambas manos, como si intentara borrar algo que lo atormentaba.

—El negocio… no está bien —confesó con voz áspera—. Lo he perdido todo.

Ava parpadeó, sintiendo que el aire se volvía espeso en la habitación.

—¿Todo?

—Las apuestas… y algunas malas decisiones —admitió, evitando su mirada—. Las deudas son enormes, Ava. No sé cómo vamos a salir de esta.

—¿Cuánto?

—Más de un millón —respondió con pesar.

El peso de esas palabras cayó sobre ella. Su hogar, la tienda de su madre, sus ingresos… todo se tambaleaba al borde de un abismo.

Los días siguientes se convirtieron en una pesadilla. Las llamadas de los acreedores no paraban, el alquiler quedó impago y la tienda de su madre estuvo a punto de cerrar. Los muebles que formaban parte de su vida comenzaron a desaparecer, vendidos en un intento desesperado por reunir algo de dinero.

Como si la humillación no fuera suficiente, Sebastián, su novio desde hacía dos años, decidió darle el golpe final.

—Ava, esto no está funcionando —dijo, sin siquiera intentar suavizar el golpe—. Todo se ha vuelto… complicado.

Ella lo miró en silencio. Ya no había ternura en sus ojos, solo una distancia que dolía más que las palabras que aún no había dicho.

—Mi familia tiene expectativas, ¿entiendes? No sé si pueda seguir con esto, con… nosotros.

Cuando Sebastián se marchó, Ava sintió que algo dentro se rompía. No era solo el dolor de la ruptura, sino la certeza de que la pobreza no solo arrebata cosas materiales, también aleja a las personas.

Pero aún no había tocado fondo.

La noche en que su madre cayó enferma, con fiebre y escalofríos que no cedían, Ava comprendió que el tiempo se había agotado, y lo que más le partía el corazón era ver los ojos tristes de su hermano que parecía no entender nada.

—Solo es cansancio, cariño —susurró su madre con una sonrisa débil, pero Ava vio la verdad en sus ojos.

Si quería ayudarla, no podía seguir esperando.

Pasó noches enteras buscando trabajo en internet, enviando currículos a empresas que jamás habría considerado. Sin embargo, las respuestas no llegaban.

Hasta que encontró un anuncio que la hizo detenerse.

"Se busca niñera. Salario competitivo. Contacto: Ethan Moreau."

Había escuchado rumores sobre Ethan. Un hombre de negocios implacable, sin paciencia para la debilidad. Se decía que no aceptaba un “no” como respuesta.

Al día siguiente, se presentó en la dirección indicada por el correo.

Ava inspiró hondo antes de cruzar las puertas automáticas. Un recepcionista la guió hasta un ascensor privado que subió en silencio hasta el último piso.

Cuando las puertas se abrieron, un niño pequeño pasó corriendo junto a ella.

—¡Oye! —exclamó, girándose en su dirección.

El niño, de no más de cinco años, tenía el cabello oscuro y alborotado. Sus mejillas estaban enrojecidas y, en su rostro, se dibujaba una expresión de triunfo.

—¡Atrápame si puedes! —gritó divertido antes de desaparecer por el pasillo.

Sin pensarlo, Ava fue tras él, ya que gracias a su escurridizo hermano ella ya se concideraba una experta en ese tipo de situaciones. Lo encontró en una oficina, escondido detrás de un sillón.

Ava cruzó los brazos.

—Depende. ¿Prefieres que te atrape yo o que lo haga el hombre de seguridad que viene por el pasillo?

Los ojos del niño se abrieron como platos.

—¡No me delates!

—Entonces ven conmigo. Te llevaré con tus padres.

El niño suspiró exageradamente y extendió la mano. Ava la tomó con naturalidad y lo sacó de su escondite.

Fue en ese momento cuando Ethan Moreau apareció en la puerta.

—Adrián —exclamó Ethan preocupado. —¿Dónde demonios te habías metido?

—No es mi culpa —se defendió Adrián un poco tenso por la aparición de su padre—. Tú me trajiste aquí. Yo no quería venir.

Ethan le lanzó una mirada severa antes de fijarse en Ava.Y después en Adrián que sujetaba la mano de Ava, Adrián no mantenía esa calma con nadie.

—¿Cómo lo encontraste? —preguntó Ethan. —¿Quién eres tú?

—Lo encontré corriendo por la oficina. Y lo seguí hasta aquí, mucho gusto mi nombre es Ava Sullivan, estoy aquí por qué tengo una cita con el CEO Ethan Moreau para una entrevista de trabajo. Vengo para el puesto de niñera.

El hombre entrecerró los ojos.

—Adrián ven aquí —mencionó dirigiéndose al pequeño quién caminó hacia él y lo tomo de la mano.

—¿Tienes experiencia con niños?... ¿Le parece si vamos a mi oficina?, yo soy Ethan Moreau.

—Sí —respondió sin dudar—. He trabajado cuidando niños antes. Y aparte tengo un hermano que tiene casi la misma edad que su hijo sueñor Moreau.

Ethan no pareció sorprendido por la información, lo que no paraba de sorprenderle es como Ava había tenido tanta química con su hijo, en el día había ya tenido cinco entrevistas y Adrián no parecía contento con ninguna niñera, así que esa oportunidad no la dejaría pasar.

Se acercó a su escritorio, tomó un documento y lo deslizó hacia ella.

—Entonces, si estás interesada en el trabajo, lee esto.

Ava tomó el contrato y repasó cada punto con interés... Levantó la vista.

—Es muy estricto con su hijo señor..

Ethan arqueó una ceja.

—Adrián es… complicado.

—¿Complicado cómo?

Ethan exhaló con impaciencia y se reclinó en su silla.

—Solo digamos que es difícil de tratar, pero por lo que veo usted le agradó.

—¿Cuántos años tiene Adrián?

—Cinco.

Ava volteo a ver a Adrián con ternura mientras Ethan siguió hablando.

—Tu trabajo es asegurarte de que no causé problemas.

Ava sintió que algo en su interior se revolvía ante la frialdad con la que hablaba de su propio hijo.

Ava apretó los labios. Miró el contrato y, con un suspiro, firmó.

Ethan tomó el papel de vuelta con la misma calma con la que se lo había entregado.

—A partir de mañana, estarás a cargo de Adrián.

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