2: Entre los humanos.

Leander.

—Bien vamos,  ¿quién está jugando conmigo? —cuestiono a todos.

Cinco días. Han pasado cinco días desde San Valentín, y cada mañana encuentro pequeños obsequios en mi escritorio. El primer día fue una caja de galletas con un ligero sabor a naranja que Near y yo dudamos en comer, pero terminamos amando. El segundo regalo fue una pulsera negra con un dige extraño que Near piensa que proviene de Egipto; luego fue un cupcake, un collar con el mismo dige, y hoy, de nuevo galletas.

—Eres el favorito de Dios, galán —me dice Kristin, coqueta—. No recibiste un regalo la semana pasada y ahora recibes uno diario. ¿Quién es la mujer que se ha arriesgado a conquistar a este bombón, eh?

Las demás chicas ríen pero solo juegan conmigo. Ninguna de ellas ha sido la causante de esto. Todas saben que no tienen oportunidad conmigo porque trabajamos juntos desde hace tres años y me he negado a todos sus intentos de coqueteo. Quizás piensan que soy gay, y eso es lo mejor.

—Come una, quiero saber si son de naranja —suplica Near.

Ruedo los ojos pero no le hago caso porque ya está comenzando a irritarme la situación. No me gusta tener más intriga de la que ya llevo. El día siguiente de mi encuentro con la humana Dania, fui a la empresa en donde vi salir aquel auto blanco; pregunté a la recepcionista por ella, pero mencionó que nadie con ese nombre trabaja allí. Así que he estado llegando al trabajo más temprano de lo usual solo para sentarme en la maldita banqueta de la calle y esperar verla entrar a cualquier otro sitio cercano, pero justo hoy Near dijo que debemos parar.

Aunque solo lo ha dicho porque está emocionado con los regalos en mi escritorio.

Tras otro día común en el trabajo, llega la noche y me despido de todas las chicas. Me encuentro esperando el uber, en la jodida butaca, y lo único que hago es revivir nuestro encuentro.

Near no lo quiere admitir pero sé que piensa constantemente en ella. No sabemos por qué. Nunca nos había pasado con otra humana.

—¿Y si no es una humana? —le pregunto a Near.

Él se sacude en el interior de mi mente.

—No es una mujer lobo.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo sé.

—Near… —Mi vista va hacia la esquina de donde la vi partir—. ¿Crees que nuestra compañera sea como nosotros?

—No lo sé, Leander. No sabemos mucho sobre nosotros.

Suspiro. Es verdad. Nuestro padre no responde muchas de nuestras preguntas, y no es como si pudiéramos encontrarlas en otra parte porque somos renegados, y no podemos arriesgarnos a ser descubiertos por los humanos.

Lo único que sabemos es que cuando veamos a nuestra compañera, lo sabremos.

¿Pero cómo?

Joder, si tan solo mamá estuviera viva, todo sería más fácil.

—¿Podemos tener de compañera a una humana?

—Leander... —Near gruñe, al parecer cansado.

—¿Cómo sabemos que no es ella? Digo, no la puedo sacar de mi cabeza, tú tampoco…

—¡Leander hay una pelea!

Su gruñido me alerta y mi olfato detecta sangre. Joder. Escucho los golpes contra la piel fácilmente, y no puedo quedarme tranquilo hasta saber qué sucede. Hay gritos cuando me aproximo a un callejón, y entonces puedo ver a la distancia, casi a oscuras, cómo tres hombres mantienen acorralado a un chico joven, el cual tiene toda la cara llena de sangre y suplica por su vida.

Near da vueltas, furioso, porque podemos darnos cuenta que el chico es bueno y ellos son unos matones. Entonces aprieto mis puños.

—¡Dejen al chico en paz!

Los hombres giran hasta verme. Dos de ellos ríen mientras uno se acerca a mí.

—¿Y tú quién eres eh? —dice un humano fuerte y calvo—. Regresa a tu trabajo, hombre. No es tu asunto.

Respiro hondo cuando los otros dos se llevan a rastras por el suelo al chico que no puede ni gritar por ayuda.

—No voy a regresar a ninguna parte. He dicho que lo suelten. ¡Ahora!

Mi última palabra sale casi en un gruñido de Near, y sé que mis ojos han cambiado de color, a un miel más intenso, porque no me estoy esforzando demasiado en ocultar a mi lobo.

—¡Llévenlo al auto! Yo me encargo de este tipejo… —vocifera el calvo, y luego me mira con una risita maliciosa.

Antes de que pueda ponerme una mano encima detengo un golpe con mi maletín. Él se sorprende por mi rapidez pero viene a mí con más furia, así que esquivo su golpe; y luego, quedando atrás de él, aprovecho a golpear su costilla. Solo me basta darle dos golpes profundos, darle la vuelta y partir su nariz con mis puños, cuando el humano cae al suelo.

Mientras corro hasta el otro extremo del callejón, puedo olfatear un ligero olor a naranja y miel que me desconcentran un momento. Near también se da cuenta, pero bufa queriendo transformarnos por su molestia con los hombres, así que lo controlo diciéndole que puedo manejarlo.

Vemos al joven luchando con todas sus fuerzas para no ser llevado al maletero del auto. Me acerco mientras estiro mi cuerpo un poco. Hace años que no golpeaba a nadie y se siente bien.

—He dicho que lo suelten. Ahora.

Los dos hombres se vienen contra mí al verme con las manos llenas de sangre. Ambos piensan dar lo mejor de sí pero soy más rápido y fuerte, así que a uno le golpeo justo el centro del estómago cortándole el aire, mientras que al otro le rompo la pierna y el brazo.

El chico joven parece tener miedo de mí porque grita por ayuda, y en ese momento, otro hombre sale del auto, con un arma, tomando al chico para entonces apuntarlo.

—¿Quién rayos eres? —escupe el hombre armado.

—Suelta al chico y no tendrás problemas.

Como no he matado a ninguno de los demás, no me sorprende que pronto todos estén rodeándome, aunque heridos. Near está fuera de control, empujándome hasta el fondo cada vez más fuerte.

—¿Acaso te crees súper héroe eh? ¡Idiota hijo de perra! —grita el que le rompí la nariz.

—No pienso volverlo a repetir —gruño, agitado, sintiéndome cada vez más caliente.

—¡Solo mátalo y ya! —dice otro.

El hombre que tiene el arma intenta apretar el gatillo hacia mí pero entonces Near me desplaza, haciendo romper en el aire nuestra ropa, golpeando el suelo con fuerza con sus cuatro patas, gruñendo fuerte, viendo a todos los humanos malos con odio.

Hay jadeos asombrados.

—¡¿Qué m****a?! —grita uno.

—Near, acábalos —le ordeno.

—Será un placer —gruñe gustoso.

Regresamos a casa después de dejar al humano en un hospital. El chico pronunció llamarse Carlos, y nos contó que esos hombres son unos matones de un prestamista, él les debe dinero porque su madre está enferma, y no ha podido pagarles. Carlos nos hizo la promesa de no decirle a nadie lo ocurrido, y yo me encargué de deshacerme de los cuerpos de los matones.

Entro a casa medio desnudo, con la chaqueta de uno de los matones cubriéndome las pelotas ya que mi ropa quedó destruida.

—¿Huele a sangre humana? —gruñe mi padre, Gabriel, llegando a mí—. ¿Qué es esto? ¿¡Otra pelea, Leander!?

Bajo la cabeza, por respeto, y luego lo miro.

—Defendimos a un humano.

—Oh, como si eso lo hiciera mejor —masculla, molesto.

—¿De quién es ese auto, Leander?

Ante la pregunta de mi hermano Adriel, papá sale de la casa y maldigo. Todo se viene abajo cuando papá revisa el maletero y ve toda la sangre. En menos de un minuto me tiene en el sótano, atado a una silla, con esposas de plata pura en mis muñecas, eso me debilita, hace imposible que Near salga.

—¿Los mataste? ¡Mataste a humanos!

—Lo hice —declaro, furioso.

Odio que me trate como un niño pequeño. Cada que hago algo que no le gusta, Gabriel me trae aquí, y me tortura con estas jodidas esposas, a veces incluso por días, “solo para que aprenda la lección”. Siempre menciona que debemos mantenernos alejados de los problemas con los humanos, que jamás dejemos salir nuestro lobo.

—¡Y lo dejaste salir! ¿Sabes cuantas malditas cámaras hay en esta jodida ciudad? ¿Y si alguna te vio, Leander? ¿Y alguien descubre lo que somos? ¡Cómo vamos a hacer! ¡Nuestros rostros estarían en sus redes y televisión! ¡Y no podemos regresar con los nuestros!

—¡Pues esto es por tu culpa! —estallo, cansado—. ¡Somos renegados por tu culpa!

—No…

—¡Si tan solo pudiéramos tener una vida normal como otros lobos nada de esto estaría pasando! ¡Near quiere salir todos los días a correr! ¡Nos sentimos cada día más deprimidos! ¡Mi vida entre los humanos es una tortura! ¿No lo es para ti?

—Yo no tengo vida desde que tu madre murió, ¡y por tu culpa!

Tras el grito de mi padre, la tensión en el sótano se disipa, pero rompe mi corazón. Mi hermano nos ve y se lleva las manos a la cabeza mientras mi padre se desploma en el suelo y comienza a llorar. Puedo sentir a su lobo también demasiado triste.

—¿Por…? ¿Por qué es… mi culpa?

No lo entiendo. Mamá murió después de dar a la luz a mi hermano Adriel, una extraña enfermedad la atacó, ¿por qué me echa la culpa?

—Papá… —lo llama Adriel—. Papá ya es suficiente… Dile la verdad.

Mis ojos van hacia Adriel, luego a papá. La desesperación me consume, cuando los ojos de mi padre se clavan en los míos.

—No puedo decirle, es un riesgo…

—Papá, ¿qué demonios sucede?

Intento moverme pero las esposas me mantienen inmóvil.

—Si no se lo dices tú, se lo diré yo —señala Adriel.

Mi corazón bombea fuerte, puedo sentir a Near angustiado.

Entonces mi padre se acerca a mis rodillas, viéndole con dolor.

—Lo siento, Leander… Hijo mío… Haz de pensar que te odio, pero no lo hago, yo solo…

Mi padre comienza a llorar, entonces mi hermano menor continúa.

—Mamá murió protegiéndote, Leander… Vivimos con los humanos porque estás destinado a encontrar a la bruja de una profecía que vive entre los humanos. Ella es una bruja que todos los Alfas de nuestra especie quieren conseguir para tomar el control de la humanidad.

Miro a mi hermano y luego a mi padre, pasmado.

Esto sí tiene que ser una jodida broma.

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