Mi amante prohibido
Mi amante prohibido
Por: Dayanaclavor
Entre el amor y la razón

 Rosi se encontraba en medio de una acalorada discusión con su esposo, Antonio. Este último luchaba desesperadamente para evitar que lo abandonara junto a su pequeña hija, Alicia.

—Suéltame, me lastimas. No puedes seguir presionándome para que permanezca a tu lado. Ya no siento amor por ti, y siendo sincera, lo único que deseo es el divorcio. No puedo soportar vivir bajo el mismo techo contigo un día más. ¡Entiéndelo de una vez por todas!

Antonio, aferrado a su papel de padre, respondió con vehemencia:

— Rosi, no puedes dejarme. Soy el padre de nuestra hija. No permitiré que Alicia crezca sin la presencia de un padre. Si es necesario, te retendré por la fuerza. Sin mí, tú no eres nada. Recuérdalo.

La tensión entre ambos escalaba mientras Rosi forcejeaba para liberarse. Antonio, obsesionado y decidido a no ceder, la sujetaba con firmeza.

La pequeña Alicia, aterrada y sin comprender del todo la situación, observaba la escalofriante escena. Amaba a sus padres, pero temía que su unión continuara causándoles daño.

Desesperada, Rosi se dio cuenta de que Antonio no la dejaría ir. En un acto impulsivo, forcejeó con él, provocando que cayera por las enormes escaleras de la casa. Antonio quedó gravemente herido e inconsciente tras el impacto en la cabeza.

Desde el piso de arriba, Rosi contemplaba la escena con horror, mientras Alicia observaba a su padre ensangrentado.

Inmediatamente bajó a donde se encontraba Antonio, y cuando lo observó con atención, se dio cuenta de que efectivamente aún respiraba. Llamó enseguida una ambulancia y esperó a que lo llevaran al hospital más cercano.

(…)

Años después…

— Galeano no debemos continuar con esta relación, tú eres mi alumno y además tienes casi la edad de mi hija.

— Rosi, eres una mujer muy atractiva, además no aparentas la edad que tienes, y me gustas demasiado.

— Cuando nos conocimos en ese bar, en donde después tuvimos una noche apasionada producto de los tragos que bebimos sin medida, jamás me imaginé que después serías uno de mis alumnos.

— Pero debo confesarte que yo sí sabía quien eras tú, desde hace mucho tiempo había querido tomar clases de inglés para poder estar cerca de ti. ¡Me enamoré de ti a primera vista!

— No me hables tan cerca, mira que pueden vernos, recuerda que aun estamos en la universidad. Además, tengo entendido según comentarios que he escuchado por ahí de alguno de tus compañeros, que estás saliendo desde hace algunos meses con una chica. Y además es de tu edad. ¿O me equivoco?

— Y suponiendo que eso fuera verdad, ¿Te molestaría?

— Bueno… la verdad es que no te voy a decir que me sentiría cómoda, pero estoy muy clara en nuestra diferencia de edad, soy tu profesora de inglés, y recuerda que yo podría ser tu madre.

— Sí, lo sé, no tienes qué recordármelo. —dijo con decepción.

— No te molestes, debemos ser realistas, además no me has dicho si los comentarios sobre tu supuesta novia son verdad.

— Bueno… sí, es una chica que conocí hace un par de meses, y nos hemos visto una que otra vez, pero mis padres quieren que me case con ella, están ansiosos porque les de un nieto. Es que soy el único hijo y mi padre quiere dejarme en herencia todos sus bienes, pero antes de hacerlo quiere que me case con una buena chica, o de lo contrario piensa sacarme de su herencia.

— ¿Y no pensabas decírmelo? — dijo Rosi alterada.

— Es que.. Yo.. La verdad es que yo no estoy seguro de ese compromiso, pero entiendo que hay muchas cosas que me separan de ti. Por un lado ella es una chica con la que puedo tener un hogar, hijos y todo eso que quieren mis padres. Pero yo te amo es a ti y estoy consiente de que estás casada, a pesar de que tu marido es un hombre invalido.

— Entiende Galeano, la hemos pasado riquísimo, tú me has hecho volar, pero debemos entender que la realidad es diferente a eso que deseamos. Y lo que no debió pasar de una noche, ya ha llegado a seis meses, de los cuales tienes dos saliendo con esa chica, y he sido la última en enterarme.

— Rosi, por favor, entiéndeme, es que yo no quería perder lo que tenemos, yo estoy enamorado de ti y tenía miedo de decírtelo.

— Mira, mejor dejemos esta conversación hasta aquí, creo que lo mejor será no vernos más, además no es justo para esa chica que la engañes con una mujer que puede ser tu madre, cuando ella puede darte lo que yo jamás podré.

Rosi se puso un poco incómoda, ella le duplicaba la edad a pesar de verse aun muy atractiva. Pero sabía que no podía tapar el sol con un dedo, con el tiempo tarde o temprano esa diferencia de edad iba a notarse más y la que terminaría sufriendo iba a ser ella.

Rosi se encontraba en una encrucijada emocional. A pesar de haber establecido desde el principio que su relación con Galeano no implicaba compromisos, la aparición de esa chica desconocida le hizo cuestionarse sus sentimientos. ¿Era solo el buen sexo lo que la unía a Galeano o había algo más profundo?

 Rosi era una mujer madura atrapada en un matrimonio con un hombre que siempre la había maltratado. La caída que sufrió años atrás durante una acalorada discusión con él, lo había dejado postrado en una silla de ruedas. La vida de Rosi estaba llena de complejidades y secretos.

Al llegar a casa, Rosi se encontró con su hija, Alicia, la cual estaba esperando con ansias sus llegada.

 

—Por fin llegas mamá, no he podido salir de casa porque la enfermera que cuida a papá, salió por sus medicinas.

 

—¿Y a dónde vas con tanto afán?

 

—Tengo una cita y ya se me ha hecho bastante tarde.

 

—¿Una cita? ¿Pero con quién? No me habías dicho que estás saliendo con alguien.

 

—No tengo porque decirte todo lo que hago mamá, soy una mujer mayor de edad, parece que a veces lo olvidas. Bueno, me marcho, hablamos después.

 

—¡Alicia! Espera, no me dejes con la palabra en la boca. ¡Alicia te estoy hablando! — solo se escuchó el fuerte portazo.

Alicia, harta de la sobreprotección materna, salió enfadada, dejando a Rosi llena de preguntas .

Finalmente, Rosi se dirigió a la habitación de Antonio, su esposo parapléjico. La mirada de odio que él le lanzó evidenciaba el dolor y la frustración que ambos compartían. Antonio, incapaz de hablar, solo emitía sonidos ininteligibles. La silla de ruedas y la falta de palabras los mantenían atrapados en un silencio incómodo, recordándoles la tragedia que había marcado sus vidas.

 

 

Para Rosi había sido una especie de castigo el tener que lidiar con su enfermedad durante casi diez años.

No quiso internarlo en ninguna clínica ya que se sentía culpable de que estuviera en ese estado tan deplorable, además vivía con el dolor de saber que su hija había presenciado aquel horrible accidente que ella lamentablemente en medio de su desesperación terminó provocando, y su hija Alicia siempre recordaba aquella escena donde prácticamente vio a su madre empujar desde el segundo piso a su papá.

Y en el fondo tenía mucho resentimiento hacia su madre ya que la creía culpable de la desgracia de su padre. Era esa la razón que la hacía estar siempre a la defensiva y a pesar de estar viviendo bajo el mismo techo, Alicia estaba muy alejada de Rosi.

En el fondo creía que aquel accidente de su padre no había sido accidental, si no más bien fue la oportunidad que encontró su madre para ponerle fin a la vida de su padre y así no continuar sufriendo con sus maltratos.

 

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