El embargo

La mansión que había sido de Alicia, era un lugar imponente, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, iluminando los elegantes muebles y las obras de arte que adornaban las paredes. A pesar de su belleza, el ambiente estaba cargado de tensión y tristeza.

Alba estaba sentada en su habitación, una estancia decorada con tonos suaves y muebles de madera oscura. Las cortinas de encaje se movían ligeramente con la brisa que entraba por la ventana abierta. Sentada en un sillón junto a la ventana, Alba miraba al jardín, pero su mente estaba lejos.

La pequeña Lucía lloraba en su cuna, pero Alba estaba tan sumida en sus pensamientos que no se daba cuenta. Galeano, desde su estudio, escuchó el llanto de la bebé y entró rápidamente a la habitación.

—Alba, cariño, ¿acaso no escuchas que la bebé está llorando? —preguntó, preocupado.

Alba levantó la mirada, sorprendida.

—Ay, perdón, no me di cuenta. Estaba con mi mente en otro lugar. Pobrecita, debe tener hambre.

Galeano, visibleme
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