El cuerpo de Svetlana despertó antes que su mente. Lo primero que sintió fue un leve dolor en sus músculos, una tensión placentera que la hizo sonreír contra la almohada. Era un dolor delicioso, el mismo que sentía tras un entrenamiento extenuante, pero diferente a la vez… más profundo, más íntimo. Como si su piel, su carne y hasta sus huesos supieran que habían sido poseídos con furia y devoción.Abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la suave luz que se filtraba por la ventana. No estaba en su habitación. Su mirada recorrió el espacio a su alrededor: paredes de un gris oscuro, muebles de madera maciza, el aroma a cuero y tabaco impregnando el aire… Dante.Dios, Dante.Giró el rostro y lo encontró a su lado, dormido, con una expresión serena que contrastaba con la intensidad feroz con la que la había tomado horas atrás. Sus pestañas largas proyectaban sombras sobre sus pómulos marcados, su mandíbula cuadrada estaba relajada, y sus labios, aquellos mismos labios que la habían bes
Svetlana dejó escapar un suspiro mientras se apoyaba en la baranda del balcón. El atardecer teñía el cielo de Reggio Calabria con tonos dorados y carmesí, proyectando sombras alargadas sobre los jardines de la propiedad. Su cuerpo aún vibraba con la energía de la clase de ballet, tenía los músculos resentidos por la práctica rigurosa, pero su mente… su mente solo podía pensar en él.Dante.Desde que había partido temprano en la mañana, una sensación de vacío se había instalado en su pecho. Se sentía absurda por ello. No era una niña dependiente, y sin embargo, su anhelo por él era tan intenso que dolía.—Que ironía —dijo ella entre dientes.Recordó con claridad la desesperación que había sentido al llegar allí. El miedo, la rabia, la certeza de que debía escapar a toda costa. Recordó las noches sin dormir, repasando una y otra vez las maneras en que podría huir, los rostros de su familia en su cabeza, la añoranza por la vida que había dejado atrás.Pero ahora…Ahora no quería irse.El
Fue el viaje más largo de su vida. No tanto por la duración en sí, sino por la constante paranoia y ansiedad que sintió en cada segundo del trayecto.El avión que lo sacó de Rusia aterrizó primero en el Aeropuerto de Milán-Malpensa alrededor de la madrugada. No perdió tiempo en trámites innecesarios; en cuanto pudo, abordó un vuelo de conexión con destino a Calabria. En el vuelo desde Milán hasta Lamezia Terme, había intentado dormir, pero fue en vano. Cada minuto fue una tortura, sintiéndose observado y perseguido. Quizás ya no estuviera en los dominios de la Bratva, pero ahora se encontraba en territorio de la Cosa Nostra, la Camorra y la 'Ndrangheta. Solo había cambiado de jaula.Su físico lo delataba en segundos. Alto, esbelto, con cabello rubio cenizo y ojos azules afilados como puñales. No era una rareza absoluta, pero sí suficiente para llamar la atención entre los locales de piel aceitunada y ojos oscuros. Si quería moverse sin levantar sospechas, tenía que actuar rápido.Pasó
Dante aún trataba de recuperar el aliento, su piel ardía con el rastro de caricias y besos que Svetlana le había dejado. El aroma de ella aún flotaba en el aire, mezclado con el sudor y la pasión desbordada que apenas comenzaba a disiparse. Apenas había cerrado los ojos, disfrutando de aquel efímero instante de quietud, cuando el sonido de su móvil irrumpió en el silencio.Svetlana se estremeció y, con un respingo, comenzó a vestirse apresurada, cubriendo su cuerpo con movimientos torpes y nerviosos. Sus mejillas encendidas la delataron, y Dante sonrió con esa satisfacción masculina que no necesitaba palabras. Se incorporó con calma, sin perder la oportunidad de atraparla por la cintura y sellar sus labios con un beso lento, pero muy posesivo. La sintió suspirar contra su boca antes de apartarse y darle la espalda. Dios, cuánto le encantaba esa mujer.Dante tomó el móvil de la mesa y vio el nombre de Fabio en la pantalla. Frunció el ceño y deslizó el dedo para contestar al instante. F
El vapor danzaba en el aire, envolviendo el lujoso baño en una neblina cálida y perfumada. La iluminación tenue, con luces indirectas estratégicamente colocadas, acentuaba el mármol oscuro de las paredes y los destellos dorados de los accesorios. La ducha, una obra maestra de la tecnología, tenía múltiples cabezales de agua a presión, capaces de simular desde una ligera llovizna hasta una cascada intensa. Al lado, una bañera de hidromasaje invitaba a la relajación, con sus burbujas resplandeciendo bajo la luz tenue.Svetlana se apoyó contra el vidrio templado de la cabina, dejando que los chorros tibios recorrieran su piel sensible. Cerró los ojos y suspiró, permitiendo que el agua aliviara la tensión en sus músculos. Su cuerpo aún temblaba, no solo por la intensidad del encuentro con Dante, sino por la forma en que él la hacía sentir. Nunca antes había experimentado algo así. No era solo deseo, era una necesidad profunda, un fuego que la consumía y la dejaba siempre queriendo más.Le
Llegaron hasta la habitación de Dante y él cerró la puerta detrás de ellos con un susurro bajo de madera deslizándose sobre el suelo. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz tenue de la luna que se filtraba a través de las cortinas gruesas. El aroma a cuero, whisky y un leve rastro de su colonia flotaba en el aire, envolviendo a Svetlana en una sensación de seguridad que aún le resultaba nueva… pero extrañamente adictiva.Se quitó los tacones con un suspiro, masajeando levemente sus pies adoloridos. Dante, mientras tanto, se quitó la chaqueta y aflojó un poco los primeros botones de su camisa, revelando el bronceado de su piel y la dureza de su clavícula.—Tu italiano ha mejorado muchísimo —comentó él de pronto, con un destello de orgullo en su voz.Svetlana alzó la vista, sorprendida.—¿De verdad?Dante asintió, apoyándose contra el borde de la cama con los brazos cruzados.—Ya no hablas como una turista perdida —bromeó, con una sonrisa ladeada—. Y puedo decir que
La luz del sol se filtraba a través de la ventanilla, proyectando destellos dorados sobre las sábanas blancas de la cama. Un suave pitido intermitente rompía el silencio, acompañado del murmullo lejano del personal de la clínica moviéndose por los pasillos. El aire tenía ese aroma inconfundible de hospital: una mezcla de desinfectante, látex y algo metálico.Svetlana parpadeó lentamente, sintiendo su cuerpo pesado, como si hubiera dormido durante días. Sus pestañas se alzaron perezosas y lo primero que vio fue una figura masculina, grande e imponente, sentado junto a su cama.Dante.Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero en cuanto sus ojos oscuros se encontraron con los de ella, algo dentro de él pareció desmoronarse. Un alivio inmenso destelló en su mirada mientras tomaba su mano con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.—Oh, mi sol… —murmuró con voz ronca, llevándose los nudillos de ella a los labios y besándolos con devoción—. Qué buen s
Los pasos de Alexei resonaban en los pasillos de mármol de la mansión, acompasados por los de Dante y Fabio, quienes lo escoltaban en silencio. Cada metro que avanzaban lo sentía como un martillazo en el pecho.El aire olía a madera pulida y a un leve rastro de tabaco, una fragancia masculina y densa que parecía filtrarse en cada rincón del lugar. Las paredes eran imponentes, decoradas con molduras clásicas, y las lámparas de cristal proyectaban una luz tenue que hacía que todo se sintiera más pesado, más denso.Alexei no podía sacudirse la sensación de fatalidad que lo envolvía. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros. No había pasado ni un mes. Pero lo sabía. Su hija ya no era la misma.Porque él era hombre.Y porque conocía a los hombres como Dante Bellandi.Apretó los puños, clavando las uñas en sus palmas mientras contenía la oleada de rabia y miedo que le encogía el estómago. «Dios, si de verdad existes… haz que esto no termine de romperme».A su lado, Dante hizo un p