Dante aún trataba de recuperar el aliento, su piel ardía con el rastro de caricias y besos que Svetlana le había dejado. El aroma de ella aún flotaba en el aire, mezclado con el sudor y la pasión desbordada que apenas comenzaba a disiparse. Apenas había cerrado los ojos, disfrutando de aquel efímero instante de quietud, cuando el sonido de su móvil irrumpió en el silencio.Svetlana se estremeció y, con un respingo, comenzó a vestirse apresurada, cubriendo su cuerpo con movimientos torpes y nerviosos. Sus mejillas encendidas la delataron, y Dante sonrió con esa satisfacción masculina que no necesitaba palabras. Se incorporó con calma, sin perder la oportunidad de atraparla por la cintura y sellar sus labios con un beso lento, pero muy posesivo. La sintió suspirar contra su boca antes de apartarse y darle la espalda. Dios, cuánto le encantaba esa mujer.Dante tomó el móvil de la mesa y vio el nombre de Fabio en la pantalla. Frunció el ceño y deslizó el dedo para contestar al instante. F
El vapor danzaba en el aire, envolviendo el lujoso baño en una neblina cálida y perfumada. La iluminación tenue, con luces indirectas estratégicamente colocadas, acentuaba el mármol oscuro de las paredes y los destellos dorados de los accesorios. La ducha, una obra maestra de la tecnología, tenía múltiples cabezales de agua a presión, capaces de simular desde una ligera llovizna hasta una cascada intensa. Al lado, una bañera de hidromasaje invitaba a la relajación, con sus burbujas resplandeciendo bajo la luz tenue.Svetlana se apoyó contra el vidrio templado de la cabina, dejando que los chorros tibios recorrieran su piel sensible. Cerró los ojos y suspiró, permitiendo que el agua aliviara la tensión en sus músculos. Su cuerpo aún temblaba, no solo por la intensidad del encuentro con Dante, sino por la forma en que él la hacía sentir. Nunca antes había experimentado algo así. No era solo deseo, era una necesidad profunda, un fuego que la consumía y la dejaba siempre queriendo más.Le
Llegaron hasta la habitación de Dante y él cerró la puerta detrás de ellos con un susurro bajo de madera deslizándose sobre el suelo. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz tenue de la luna que se filtraba a través de las cortinas gruesas. El aroma a cuero, whisky y un leve rastro de su colonia flotaba en el aire, envolviendo a Svetlana en una sensación de seguridad que aún le resultaba nueva… pero extrañamente adictiva.Se quitó los tacones con un suspiro, masajeando levemente sus pies adoloridos. Dante, mientras tanto, se quitó la chaqueta y aflojó un poco los primeros botones de su camisa, revelando el bronceado de su piel y la dureza de su clavícula.—Tu italiano ha mejorado muchísimo —comentó él de pronto, con un destello de orgullo en su voz.Svetlana alzó la vista, sorprendida.—¿De verdad?Dante asintió, apoyándose contra el borde de la cama con los brazos cruzados.—Ya no hablas como una turista perdida —bromeó, con una sonrisa ladeada—. Y puedo decir que
La luz del sol se filtraba a través de la ventanilla, proyectando destellos dorados sobre las sábanas blancas de la cama. Un suave pitido intermitente rompía el silencio, acompañado del murmullo lejano del personal de la clínica moviéndose por los pasillos. El aire tenía ese aroma inconfundible de hospital: una mezcla de desinfectante, látex y algo metálico.Svetlana parpadeó lentamente, sintiendo su cuerpo pesado, como si hubiera dormido durante días. Sus pestañas se alzaron perezosas y lo primero que vio fue una figura masculina, grande e imponente, sentado junto a su cama.Dante.Su rostro estaba marcado por la preocupación, pero en cuanto sus ojos oscuros se encontraron con los de ella, algo dentro de él pareció desmoronarse. Un alivio inmenso destelló en su mirada mientras tomaba su mano con fuerza, como si temiera que pudiera desvanecerse en cualquier momento.—Oh, mi sol… —murmuró con voz ronca, llevándose los nudillos de ella a los labios y besándolos con devoción—. Qué buen s
Los pasos de Alexei resonaban en los pasillos de mármol de la mansión, acompasados por los de Dante y Fabio, quienes lo escoltaban en silencio. Cada metro que avanzaban lo sentía como un martillazo en el pecho.El aire olía a madera pulida y a un leve rastro de tabaco, una fragancia masculina y densa que parecía filtrarse en cada rincón del lugar. Las paredes eran imponentes, decoradas con molduras clásicas, y las lámparas de cristal proyectaban una luz tenue que hacía que todo se sintiera más pesado, más denso.Alexei no podía sacudirse la sensación de fatalidad que lo envolvía. Su mente era un torbellino de pensamientos oscuros. No había pasado ni un mes. Pero lo sabía. Su hija ya no era la misma.Porque él era hombre.Y porque conocía a los hombres como Dante Bellandi.Apretó los puños, clavando las uñas en sus palmas mientras contenía la oleada de rabia y miedo que le encogía el estómago. «Dios, si de verdad existes… haz que esto no termine de romperme».A su lado, Dante hizo un p
Moscú. 5 meses atrás...El aire dentro del estudio de danza del Bolshói tenía un aroma particular, una mezcla de madera pulida, resina de colofonia y el leve rastro de perfume que las bailarinas dejaban tras cada giro perfecto. Las paredes de espejos devolvían el reflejo de Svetlana una y otra vez, replicando la intensidad de su concentración y la disciplina grabada en cada músculo de su cuerpo.Llevaba horas repitiendo la misma secuencia de pasos. El pas de deux del Hada de Azúcar. Un rol que había hecho suyo durante tres años consecutivos, pero esta vez, la presión pesaba más sobre sus hombros. En marzo se elegiría a la nueva prima ballerina del Bolshói. Ese título no era solo un reconocimiento, era un destino, una consagración en el mundo del ballet ruso. Y ella estaba dispuesta a darlo todo para conseguirlo.El piano resonaba en el rincón del estudio, las notas vibraban en el aire como un hechizo, y Svetlana se elevó en un soutenu, alargando la línea de sus brazos con una gracia e
La noche se cirnió sobre la villa Bellandi como un manto pesado y opresivo. Afuera, el viento ululaba a través de los jardines, sacudiendo los árboles con furia contenida.Svetlana estaba recostada en la cama, envuelta en sábanas de lino suave, su cuerpo aún débil, pero su mente en constante alerta. A unos metros, Dante estaba sentado en un sillón de cuero oscuro, con la cena frente a él, cortando la carne con la precisión meticulosa de un hombre que no dejaba nada al azar.—¿Por qué no mencionaste que mi padre estaba aquí? —preguntó Svetlana, su voz fue un susurro que apenas rompió el silencio.Dante dejó el tenedor sobre el plato con un leve clic y alzó la mirada hacia ella. Sus ojos, oscuros como la tormenta que amenazaba en el horizonte, se clavaron en los suyos.—Si te soy sincero… —exhaló lentamente, como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado—, en un principio no pensé acceder a que él te viera.Svetlana frunció el ceño.—¿Por qué?—Porque no sabía cómo reaccionarías.
El salón privado, escondido en las entrañas de un edificio antiguo en Moscú, estaba impregnado del espeso humo de los cigarros y el inconfundible aroma del vodka. En la mesa, rodeado por sus hombres más leales, Vladislav Petrov escuchaba el murmullo de las conversaciones dispersas, dejando que el sonido se fundiera con sus propios pensamientos.Había recibido una información delicada, peligrosa. Alguien dentro de su círculo estaba vendiendo secretos a los italianos. Un traidor. La sola idea le revolvía el estómago con una mezcla de furia y desprecio. No era un hombre que tolerara la deslealtad, y quienquiera que fuera el infiltrado, no viviría lo suficiente para arrepentirse de su traición.Por esa razón, había convocado la reunión de última hora. No podía permitirse seguir adelante con los planes originales del ataque al clan Bellandi si la información estaba comprometida. Todo debía replantearse, reestructurarse. Cualquier movimiento en falso podría significar una debilidad fatal.B