03

La joven se mantuvo en el silencio. No le hacía bien la cercanía de aquel sujeto, él era una antítesis, un ser tan perfecto que causaba aturdimiento, no estaba exenta de caer en el efecto del sexy profesor.

—Él siempre es así de molesto, gracias por lo que has hecho.

—Descuida, ya no te quito más tiempo, come tranquila —añadió y finalmente la dejó sola.

La verdad es que se le había cerrado el apetito, a esas alturas ya no tenía hambre y decidió tirar el resto. A continuación, tomó sus cosas y se marchó a la siguiente clase: Literatura.

Fue una de la primeras en entrar. Sé esforzó en tomar notas y prestar atención a todo lo que la señorita Lauren decía, pero su cabeza seguía en la vagancia extrema de pensar en Al-Mansour. ¿Qué rayos le ocurría a ella?

—Romanov, ¿podría explicarle a la clase lo último que he dicho? —le cuestionó la profesora, esa mirada de Silverstein direccionada a ella venía con amenaza. Se removió incómoda en el asiento.

No era mentira que se había ausentado durante parte de la clase, ¿ahora que iba a hacer? Ella estaba esperando que se pusiera en pie, que se acercara y expusiera una breve explicación, y la verdad no tenía idea de que decir.

—Lo siento, señorita Lauren, no lo sé.

—Porque ha estado distraída, necesito que este aquí y no en otro mundo, Mabel.

—De acuerdo, prestaré atención, lo siento mucho…

—Eso espero, si es que desea mejorar el promedio —le dijo volviendo a retomar la clase.

En su asiento, Mabel tomó aire y bufó.

Al final del día, pudo salir y mentalmente repetir los pendientes que debía hacer. Tendría otra tarde en su habitación, ponerse al día y adelantar algo, sabía que el martes volvería a cargarse de tareas. En el exterior, estaba Georgia con su nuevo novio dándose un beso tan salvaje, que se avergonzó por ella y evitó seguir mirando aquella escena tan bochornosa.

Pasó de largo de aquel par de desvergonzados. ¿Cómo podían montar esas escenas en público? Después de todo, no debería de causarle sorpresa, la zorra de Georgia no tenía remedio, mucho menos su parejita.

—Oh, miren, es una pena para la moda, ¿por qué usa eso?

—¿Hablas de la rarita? Así le dicen… —murmuró la otra chica a poca distancia, respiró repetidas veces sin caer en una disputa, no terminaría de arruinar el día, suficiente con los regaños que recibió.

Si caía en la provocación de esas dos, lo más probable es que acabara en retención. Giró los ojos y avanzó rápidamente encontrando la salida de la molesta secundaria. Afuera, muchos estudiantes ya subían a sus propios autos, otros abordando el coche de su tutor o padre. Ella ni uno ni lo otro, le tocaba tomar el bus como cualquier persona no adinerada, pero irónicamente no era pobre.

Se cansó de esperar en una parada, solitaria, aburrida en la espera se puso a escuchar unas cuantas canciones de su iPad. A poco de que sonara la tercera canción, un claxon la detuvo. Se puso en pie y clavó los ojos en el deportivo blanco. Arrugó el ceño, no daría un solo paso hasta saber quién estaba al volante, por eso decidió aguardar; ya sabía del montón de locos o sicópatas sueltos que siempre se llevaban a jovencitas. Sin embargo, no se creyó lo suficiente para ser el blanco de algún lunático, por lo que su temor le pareció descabellado y quiso soltar una risotada.

Se aguantó de hacerlo, en cuanto la ventanilla del auto descendió y miró al dueño de aquel flamante deportivo, no pudo creerlo. ¿ Al-Mansour? ¿Por qué se detendría? No pasaba por su cabeza que el árabe le quisiera dar un aventón, esa idea era aún más impensable que un rapto. Por otro lado, le pareció extraño que un profesor tuviera un auto tan costoso. ¿Es que aparte de impartir clases era algún mafioso? Al menos que hubiera ahorrado para tener uno así de lujoso.

—Ven, sube, te llevo a casa —apremió él haciendo una ademán con la mano.

El recelo habitó en una pequeña parte de sí, no lo conocía del todo, ni tenía el poder de adivinar sus intenciones, pero al final se confió en su corazón que acabó de desvanecer la falta de confianza. De modo que empezó a avanzar hasta el auto y lo rodeó hasta abrir la portezuela de copiloto. Nerviosa, no podía dejar el temblor a un lado, se deslizó sobre el asiento de cuero negro y dejó su pequeña mochila sobre sus piernas.

Desde la tapicería, el tablero, cada parte olía a ese desquiciante perfume, demasiado bien que se sintió nublada. Era como una droga invadiendo su sistema y casi sin darse cuenta la volvía una adicta sin esperanza a la rehabilitación. Se calmó, o eso intentó, controlarse no era algo que estuviera en sus manos cuando el mundo nunca lo sintió así en el absoluto bamboleo. Alas en el estómago, corazón con una arritmia casi enfermiza, palmas sudorosas y una agitación descomunal al acecho por devorarla.

¿Qué demonios le ocurría? Nunca experimentó algo igual, y eso desconocido, tan ajeno a lo que estaba acostumbrada desafió su cordura, la retó, lo peor es que tuvo miedo de ceder. ¡Dios! ¿Cuándo alguien tuvo tanto poder en ella?

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