La joven se mantuvo en el silencio. No le hacía bien la cercanía de aquel sujeto, él era una antítesis, un ser tan perfecto que causaba aturdimiento, no estaba exenta de caer en el efecto del sexy profesor.
—Él siempre es así de molesto, gracias por lo que has hecho. —Descuida, ya no te quito más tiempo, come tranquila —añadió y finalmente la dejó sola. La verdad es que se le había cerrado el apetito, a esas alturas ya no tenía hambre y decidió tirar el resto. A continuación, tomó sus cosas y se marchó a la siguiente clase: Literatura. Fue una de la primeras en entrar. Sé esforzó en tomar notas y prestar atención a todo lo que la señorita Lauren decía, pero su cabeza seguía en la vagancia extrema de pensar en Al-Mansour. ¿Qué rayos le ocurría a ella? —Romanov, ¿podría explicarle a la clase lo último que he dicho? —le cuestionó la profesora, esa mirada de Silverstein direccionada a ella venía con amenaza. Se removió incómoda en el asiento. No era mentira que se había ausentado durante parte de la clase, ¿ahora que iba a hacer? Ella estaba esperando que se pusiera en pie, que se acercara y expusiera una breve explicación, y la verdad no tenía idea de que decir. —Lo siento, señorita Lauren, no lo sé. —Porque ha estado distraída, necesito que este aquí y no en otro mundo, Mabel. —De acuerdo, prestaré atención, lo siento mucho… —Eso espero, si es que desea mejorar el promedio —le dijo volviendo a retomar la clase. En su asiento, Mabel tomó aire y bufó. … Al final del día, pudo salir y mentalmente repetir los pendientes que debía hacer. Tendría otra tarde en su habitación, ponerse al día y adelantar algo, sabía que el martes volvería a cargarse de tareas. En el exterior, estaba Georgia con su nuevo novio dándose un beso tan salvaje, que se avergonzó por ella y evitó seguir mirando aquella escena tan bochornosa. Pasó de largo de aquel par de desvergonzados. ¿Cómo podían montar esas escenas en público? Después de todo, no debería de causarle sorpresa, la zorra de Georgia no tenía remedio, mucho menos su parejita. —Oh, miren, es una pena para la moda, ¿por qué usa eso? —¿Hablas de la rarita? Así le dicen… —murmuró la otra chica a poca distancia, respiró repetidas veces sin caer en una disputa, no terminaría de arruinar el día, suficiente con los regaños que recibió. Si caía en la provocación de esas dos, lo más probable es que acabara en retención. Giró los ojos y avanzó rápidamente encontrando la salida de la molesta secundaria. Afuera, muchos estudiantes ya subían a sus propios autos, otros abordando el coche de su tutor o padre. Ella ni uno ni lo otro, le tocaba tomar el bus como cualquier persona no adinerada, pero irónicamente no era pobre. Se cansó de esperar en una parada, solitaria, aburrida en la espera se puso a escuchar unas cuantas canciones de su iPad. A poco de que sonara la tercera canción, un claxon la detuvo. Se puso en pie y clavó los ojos en el deportivo blanco. Arrugó el ceño, no daría un solo paso hasta saber quién estaba al volante, por eso decidió aguardar; ya sabía del montón de locos o sicópatas sueltos que siempre se llevaban a jovencitas. Sin embargo, no se creyó lo suficiente para ser el blanco de algún lunático, por lo que su temor le pareció descabellado y quiso soltar una risotada. Se aguantó de hacerlo, en cuanto la ventanilla del auto descendió y miró al dueño de aquel flamante deportivo, no pudo creerlo. ¿ Al-Mansour? ¿Por qué se detendría? No pasaba por su cabeza que el árabe le quisiera dar un aventón, esa idea era aún más impensable que un rapto. Por otro lado, le pareció extraño que un profesor tuviera un auto tan costoso. ¿Es que aparte de impartir clases era algún mafioso? Al menos que hubiera ahorrado para tener uno así de lujoso. —Ven, sube, te llevo a casa —apremió él haciendo una ademán con la mano. El recelo habitó en una pequeña parte de sí, no lo conocía del todo, ni tenía el poder de adivinar sus intenciones, pero al final se confió en su corazón que acabó de desvanecer la falta de confianza. De modo que empezó a avanzar hasta el auto y lo rodeó hasta abrir la portezuela de copiloto. Nerviosa, no podía dejar el temblor a un lado, se deslizó sobre el asiento de cuero negro y dejó su pequeña mochila sobre sus piernas. Desde la tapicería, el tablero, cada parte olía a ese desquiciante perfume, demasiado bien que se sintió nublada. Era como una droga invadiendo su sistema y casi sin darse cuenta la volvía una adicta sin esperanza a la rehabilitación. Se calmó, o eso intentó, controlarse no era algo que estuviera en sus manos cuando el mundo nunca lo sintió así en el absoluto bamboleo. Alas en el estómago, corazón con una arritmia casi enfermiza, palmas sudorosas y una agitación descomunal al acecho por devorarla. ¿Qué demonios le ocurría? Nunca experimentó algo igual, y eso desconocido, tan ajeno a lo que estaba acostumbrada desafió su cordura, la retó, lo peor es que tuvo miedo de ceder. ¡Dios! ¿Cuándo alguien tuvo tanto poder en ella?—¿Está bien? —rompió el silencio, por un lado lo agradeció de forma interna, porque ya se temía que su respiración entrecortada, como si hubiera corrido un maratón, fuera escuchada por él. —Sí, iba a tomar el bus, no tenía que hacer esto, en realidad —expresó educada, no quería quedar como una desagradecida. —Hace rato que salió de la secundaria, ¿no es así? —la miró de reojo, a simple vista parecía incomoda, así que vio idóneo agregar algo más —. Pensé que querría el aventón, señorita Romanov, ya ha esperado bastante en la parada. “Y no tenía problema en seguir esperando” respondió mentalmente.Llegar tarde a casa significaba menos tiempo en ese lugar, al fin y al cabo no había diferencia, era el mismo infierno en Bradford o en casa cerca de su terrible madre. Ni hablar del hijo de su padrastro, cada que iba a la casa se mantenía al margen de ese cerdo. Demasiadas veces se le había insinuado, dicho obscenidades y eso realmente le asustaba, al punto de tener que ponerle seguro a la
Llegó a casa al mediodía, lo que no quería pasó, encontró a su madre en medio del living, esta bebía una copa de vino hasta el tope y reía por alguna estupidez que le decía el remitente al otro lado de la llamada que tenía. La verdad podía pasarse largo y tendido con un teléfono a la oreja, además de eso, las compras y las tontas tertulias que hacía con sus “amigas” se le iba la vida en tonterías. —Eso es maravilloso, no me perdería por nada del mundo un compromiso así —le comentó en un impertinente chillido —. Me muero por verle la cara, no imagino que vestido usará, ¿tienes idea? —He llegado —canturreó sin ganas de avisar en realidad, solo saludó a modo automático. —Ah, ahí estás —fue la contesta de su progenitora soltada de una forma despectiva. Siguió, estaba acostumbrada a esa indiferencia, subió a su habitación y pudo respirar hondo. Cerró la puerta con seguro y empezó a cambiarse la ropa. Al menos la ropa de andar en casa no era confeccionada por la amiga de su madre, cada
Cerró la ventana en la portátil y se dirigió a la puerta. Se llenó de valentía antes de abrir la puerta. Giselle, en su vestido apretado, elevados tacones, maquillaje demasiado marcado y el cabello como una fiera, estaba parada ahí, con su usual aire de dominio y poder. —¿Qué pasa mamá? —No has comido, ¿es que has estado comiendo en otro lado la porquería que sirven? Por eso estás tan gorda, ¿no? Comerás de forma sana conmigo, jovencita —señaló mordiente. Herirla siempre había sido el blanco, y ella lamentablemente nunca daba fallidos. Era cierto que llegó y subió a su habitación, no tenía hambre, no había comido chatarra afuera y definitivamente no estaba gorda. Desde que tenía uso de razón se dejaba aplastar por los rigurosos y restrictivos márgenes alimenticios que le imponía su madre, ella sí estaba escuálida, tan delgada que se le sobresalían los huesos de la clavícula y de otras partes. Ese régimen alimenticio que empezó a base de ensala
Mabel pudo quedarse tranquila al contemplar que ya llegaban a la secundaria Bradford. Burhan, como le había dicho se detuvo unos metros antes, lo suficiente para que nadie viera bajar de su auto a la joven. Así que la muchacha abrió la portezuela del auto y bajó, no sin antes agradecerle de nuevo por el aventón. El árabe le dedicó una sonrisa a modo de respuesta y pronto se marchó. Ella continuó por su cuenta, avanzando calmada, no llegaría tarde, así que no sentía esa urgencia de acelerar el paso, no estaba sobre la hora. La multitud de estudiantes estaban ingresando, que terrible era hacerse un lugar entre tantos, no ayudaba su estatura, medía un metro cincuenta y siete, se consideraba pequeña entre tantos jóvenes altos. En el pasillo intentó buscar su casillero, tenía el libro de química ahí, le urgía tomarlo, pero alguien estaba sesgando el paso, Georgia inclinada en la puerta del casillero mientras besaba a su novio y se decían tantas cosas que habría preferido no saber. —¿Podr
Semanas después...En diciembre, la ciudad se cubrió con una capa de nieve celestial, pero el frío intenso también se hacía sentir. Las bajas temperaturas le enrojecían la nariz y las mejillas, y aunque todo lucía hermoso, no le gustaba el invierno tan implacable.Valentina la invitó a pasear por la ciudad durante las vacaciones. Decidieron ir a desayunar a "The Original Pantry Café", un lugar con una sólida reputación que solo aceptaba pagos en efectivo y que había estado en operación desde 1924. La atmósfera sencilla pero encantadora del café y la rapidez en la entrega de las órdenes hacían que fuera un lugar popular entre los residentes de la ciudad.A pesar de la tentación de visitar "Pacífic Dining Car" con su estilo clásico y elegante, decidieron ir a Fred 62 en Los Feliz. Este famoso lugar no solo servía desayuno todo el día, sino las 24 horas del día, los 7 días de la semana, con un ambiente retro único y una amplia variedad de platillos deliciosos.Mientras su madre estaba de
Mabel quedó impactada con la habitación de su amiga, sencilla pero femenina, con detalles adorables como peluches y libros ordenados. Tina le mostró vestidos para probarse, eligiendo un tinto que inicialmente dudaba en usar. Después de probárselo, se sintió insegura por el escote, pero Valentina la convenció de lucirlo. Con la ayuda de su amiga, Mabel se arregló el cabello y maquilló, sintiéndose hermosa y agradecida por la transformación.Una vez llegaron al club, afuera había una fila, pero ni tuvieron que hacerlo, como toda una adulta, López caminó hasta donde estaba el hombre de seguridad, Mabel la siguió no queriendo quedarse atrás y cerca de desconocidos. De las dos, Valentina era la más valiente y lanzada. Se saludó amigablemente con el robusto varón que custodiaba la entrada y este le echó una mirada a la joven que acompañaba a su amiga. Le permitió la entrada a ambas luego de que él y Valentina cruzaran palabras. Una vez adentro, y con un poco de vacilación se quitó la gabar
Por todo el trayecto no dejó de reclamar y decirle cosas incoherentes. La dejó que soltara todo lo que quisiera. —No quiero ir a casa, Burhan. Por favor…—Entonces, ¿a dónde debo llevarte? —No lo sé… —expresó bufando y casi al instante ya cabeceaba sobre el asiento hasta dormirse inevitablemente. Cuando llegó al edificio donde vivía, aparcó en el estacionamiento subterráneo y la ayudó a salir. Cada paso, cada acto, cada acción que hacía lo ponía en peligro. No era correcto llevar a su alumna a su piso. Eso no estaba bien y lo sabía, pero en vista de que solo quería ayudarle, y hacer un bien, por eso tomó el riesgo y ahí estaba llevándola a su privacidad aún sabiendo que podría traerles consecuencias. —No volveré a tomar, nunca más —aseguró mientras ascendía por ese elevador. Solo los dos. Burhan le había pasado un brazo sobre los hombros para ayudarla a andar, aún ahora seguían en la misma posición, tan cerca que a Mabel le aturdida su presencia, él era peor que el efecto del alc
Mabel no dejaba de sentir una punzada de culpa en el interior. Habría querido salir de volada y no verlo más nunca en su vida. El nivel de vergüenza en ese momento la estaba devorando sin compasión. Pero él, tan insistente la convenció de quedarse y desayunar junto a él. Llevaba la ropa que él mismo le había conseguido, un pantalón rosa palo, y una blusa blanca de satén. No tenía idea de dónde había sacado las piezas de vestir, tampoco se pondría a ahondar mucho en eso. Comieron tostadas, había crema de maní, pero la odiaba así que decidió untarle a las suyas mermelada de cerezas, también había grosellas, de las que tomó algunas como acompañante. —Sigo avergonzado contigo, todo esto... Es que no dejo de pensar en lo que hicimos —expresó el árabe un tanto abrumado. Lo miró sobre sus pestañas, mientras tomaba un sorbo de café, la verdad es que se sentía como él, la escena estaba rodando como una película en su mente. En ese punto aún no podía creer que tuvo sexo por primera vez, encim