Cerró la ventana en la portátil y se dirigió a la puerta. Se llenó de valentía antes de abrir la puerta. Giselle, en su vestido apretado, elevados tacones, maquillaje demasiado marcado y el cabello como una fiera, estaba parada ahí, con su usual aire de dominio y poder.
—¿Qué pasa mamá? —No has comido, ¿es que has estado comiendo en otro lado la porquería que sirven? Por eso estás tan gorda, ¿no? Comerás de forma sana conmigo, jovencita —señaló mordiente. Herirla siempre había sido el blanco, y ella lamentablemente nunca daba fallidos. Era cierto que llegó y subió a su habitación, no tenía hambre, no había comido chatarra afuera y definitivamente no estaba gorda. Desde que tenía uso de razón se dejaba aplastar por los rigurosos y restrictivos márgenes alimenticios que le imponía su madre, ella sí estaba escuálida, tan delgada que se le sobresalían los huesos de la clavícula y de otras partes. Ese régimen alimenticio que empezó a base de ensaladas y ejercicio, se volvió extremo al punto de llegar a la inanición, cosa a la que también intentaba meterla, pero Mabel sabía que dejar de comer era un grave error, así como también comer pequeñas porciones que no saciaban el apetito y mucho menos le otorgaba la energía que necesitaba. Estaba sumamente cansada de aquello. —No he comido afuera, no lo he hecho, mamá. ¿Por qué creerías algo así? —Mírate, pareces una ballena, si sigues así nadie, escúchame bien, nadie se va a fijar en ti —señaló seria, en el enfado absurdo por ver cosas donde no hay. —No estoy pasada de peso, mamá. —Es lo que tú dices —insinuó segura de ello, ya no quería verle la cara, deseaba espacio, quedarse a solas y no mirar a un ser que en vez de proporcionarle estabilidad, solo le daba inseguridades emocional. —Lo que tú digas, mamá —expresó sin energías de seguir con una disputa que no llevaba a ningún sitio —. ¿Algo más? —Ya he dicho que vengas a comer, también me acompañarás a mi rutina de ejercicios, ¿bien? —demandó. —Tengo que hacer tareas —se quejó. —No es mi problema, y yo no quiero a una obesa en la familia —rugió mordaz, tanto veneno en dosis le arrinconaba el corazón y tiraba a un foso su autoestima. Al final terminaba por hacerla sentir como si no valía nada, y la verdad, ¿qué tenía sentido la vida si no habían propósitos? Sus palabras, como un fragelo, esa forma de decir las cosas eran lanzas, estocadas y todo lo que fuera capaz de dejar heridas en el alma, incluso tan graves que no existía la sanación. La acompañó a su almuerzo “saludable” la comida, que consistía en una elaborada ensalada verde y más verde, eso era todo, ni siquiera una fina milanesa de pollo, eso sobre su plato no le daba apetito, para nada, y fue lo único que llevó a su estómago. Lo peor era el vaso de vidrio que retenía aquel batido asqueroso que a duras penas se tomó hasta la última gota. Mientras tanto, Giselle sonreía, un gesto de satisfacción por involucrar a su hija en su casi ritual a la hora de comer. —Quince minutos, luego vamos al jardín, y ya quita esa cara que solo busco ayudarte, Mabel —añadió furiosa por verla hundida en su asiento, con el rostro apagado. —Yo solo quiero mejorar en la secundaria, pero no lo lograré si me quitas el tiempo haciendo todo eso contigo —se atrevió a decirle. —No me interesa, eres una gorda y holgazaneando vas a empeorar, ¿es que no te importa tu salud? —Sí, por supuesto que sí —se levantó de la silla, no se dejaría tirar más flechas y siquiera no hacer el intento de esquivarlas —. Sucede que quiero estar bien, exageras mucho con todo esto, mamá. —Oh no, señorita —negó con la cabeza y sonrió maliciosa —. No quiero que hables del tema, me vas a acompañar sí o sí. —No puedes obligarme —escupió desafiando a la mujer, esta abrió los ojos de par en par. —Pero, ¿qué pasa aquí? —irrumpió Lilian, la fémina que se había encargado de ejercer el papel que Giselle nunca interpretó “la de una madre” Desde que Mabel tenía tres años de edad, la señora Lilian, en ese entonces de solo cuarenta y tres, ahora ya con sesenta y dos años seguía cuidando lo que podía de ella. Sobre todo cuando su pequeña se encontraba ante la fiera de su madre biológica que solo daño sabía hacerle. —No te metas, Hanaford —despotricó la castaña echando humos, mirando a la envejecida Lilian con odio puro —. ¿Es que no deberías de estar limpiando? —Así como Mabel debería de estar estudiando y no sometida por tus tontas normas alimenticias, cada vez vas peor Giselle, esto se está saliendo de control, y no eres capaz de mirarlo, porque no quieres —la encaró, sucedía a menudo. Por alguna extraña razón, Giselle nunca se había atrevido a ponerla de patitas en la calle, aunque si hubo amenazas de ese tipo, pero todo se quedaba ahí, sin pasar a mayores. Lilian con su forma protectora se acercó a Mabel y la abrazó sobre su hombros. —Gracias, Lili —emitió reconfortada por aquella mujer, era como un ave perdido bajo aquellas alas que le brindaban una tranquilidad mágica. —No estoy enferma, en cambio ustedes dos sí, demasiado —se defendió hasta retirarse. Lo peor de todo es que no aceptaba estar mal. Ella, aunque no lo aceptará, padecía de ortorexia, un trastorno psiquiátrico clasificado como obsesivo compulsivo por comer saludable. La finalidad es estar lo más sano posible, restringiendo los hábitos de comida hasta el punto de poner en peligro su vida. El taconeo dejó de escucharse y ambas respiraron tranquilas. Al fin libre de esa presencia maligna. —Estoy harta de ella, me dice un montón de cosas, en serio trato de no tomarle importancia, pero me duele, cada día es peor. Me hace sentir como si no valgo nada, mi propia mamá me denigra y eso es realmente horrible, Lili —susurró recorriendo a sus brazos, al llanto al mismo tiempo. —Oh no, mi niña. Sabes que Giselle no está bien de la cabeza, lo niega, se niega a creer que necesita de ayuda, esto no está bien, preciosa. ¿Quieres que te prepare un té? —No, gracias. Ahora debo ponerme a hacer mis tareas. —De acuerdo, voy a estar para ti si me necesitas, no dudes en llamarme. —Sé que contigo puedo contar. ¿Sabes que deseo a veces? Bueno, la mayor parte del tiempo —admitió bajito, con la voz en un hilo quebradizo. —¿Qué es lo que tanto deseas, Mabel? —la animó a seguir, mientras tomaba su rostro, cariñosamente. —Estar lejos de todos, de ti no, por supuesto, pero sí de mamá, de Nolan y de su hijo. Si tan solo tuviera a dónde ir, porque aquí no soy feliz y temo que nunca lo seré —confesó con una marea de emociones en el pecho, tan fuerte la oleada que le impedía respirar con normalidad. —Oh, cuanto lo siento. Odio que no seas feliz, que vivas esto, pero quiero pensar que todo esto va a cambiar y que tarde o temprano Giselle va a ser esa mamá que debió ser al principio. —¿Por qué depositas la esperanza en una persona que no dará nunca su brazo a torcer? Ella es así, y lo seguirá siendo, no tengo fe en que cambie, porque soy realista. Ya solo quiero acabar mis estudios, conseguir un empleo y lo antes posible encontrar mi propio lugar —soltó franca. Lilian la miró con tristeza, nadie se merecía ser tratada como ella, y sinceramente solo quería ver otro panorama, no más invierno, no más frío desapacible, ya era hora de que viniera el verano y quitara del frío corazón de Giselle, esa capa de hielo que situaciones y cosas inexplicables, habían forjado en su órgano vital.Mabel pudo quedarse tranquila al contemplar que ya llegaban a la secundaria Bradford. Burhan, como le había dicho se detuvo unos metros antes, lo suficiente para que nadie viera bajar de su auto a la joven. Así que la muchacha abrió la portezuela del auto y bajó, no sin antes agradecerle de nuevo por el aventón. El árabe le dedicó una sonrisa a modo de respuesta y pronto se marchó. Ella continuó por su cuenta, avanzando calmada, no llegaría tarde, así que no sentía esa urgencia de acelerar el paso, no estaba sobre la hora. La multitud de estudiantes estaban ingresando, que terrible era hacerse un lugar entre tantos, no ayudaba su estatura, medía un metro cincuenta y siete, se consideraba pequeña entre tantos jóvenes altos. En el pasillo intentó buscar su casillero, tenía el libro de química ahí, le urgía tomarlo, pero alguien estaba sesgando el paso, Georgia inclinada en la puerta del casillero mientras besaba a su novio y se decían tantas cosas que habría preferido no saber. —¿Podr
Semanas después...En diciembre, la ciudad se cubrió con una capa de nieve celestial, pero el frío intenso también se hacía sentir. Las bajas temperaturas le enrojecían la nariz y las mejillas, y aunque todo lucía hermoso, no le gustaba el invierno tan implacable.Valentina la invitó a pasear por la ciudad durante las vacaciones. Decidieron ir a desayunar a "The Original Pantry Café", un lugar con una sólida reputación que solo aceptaba pagos en efectivo y que había estado en operación desde 1924. La atmósfera sencilla pero encantadora del café y la rapidez en la entrega de las órdenes hacían que fuera un lugar popular entre los residentes de la ciudad.A pesar de la tentación de visitar "Pacífic Dining Car" con su estilo clásico y elegante, decidieron ir a Fred 62 en Los Feliz. Este famoso lugar no solo servía desayuno todo el día, sino las 24 horas del día, los 7 días de la semana, con un ambiente retro único y una amplia variedad de platillos deliciosos.Mientras su madre estaba de
Mabel quedó impactada con la habitación de su amiga, sencilla pero femenina, con detalles adorables como peluches y libros ordenados. Tina le mostró vestidos para probarse, eligiendo un tinto que inicialmente dudaba en usar. Después de probárselo, se sintió insegura por el escote, pero Valentina la convenció de lucirlo. Con la ayuda de su amiga, Mabel se arregló el cabello y maquilló, sintiéndose hermosa y agradecida por la transformación.Una vez llegaron al club, afuera había una fila, pero ni tuvieron que hacerlo, como toda una adulta, López caminó hasta donde estaba el hombre de seguridad, Mabel la siguió no queriendo quedarse atrás y cerca de desconocidos. De las dos, Valentina era la más valiente y lanzada. Se saludó amigablemente con el robusto varón que custodiaba la entrada y este le echó una mirada a la joven que acompañaba a su amiga. Le permitió la entrada a ambas luego de que él y Valentina cruzaran palabras. Una vez adentro, y con un poco de vacilación se quitó la gabar
Por todo el trayecto no dejó de reclamar y decirle cosas incoherentes. La dejó que soltara todo lo que quisiera. —No quiero ir a casa, Burhan. Por favor…—Entonces, ¿a dónde debo llevarte? —No lo sé… —expresó bufando y casi al instante ya cabeceaba sobre el asiento hasta dormirse inevitablemente. Cuando llegó al edificio donde vivía, aparcó en el estacionamiento subterráneo y la ayudó a salir. Cada paso, cada acto, cada acción que hacía lo ponía en peligro. No era correcto llevar a su alumna a su piso. Eso no estaba bien y lo sabía, pero en vista de que solo quería ayudarle, y hacer un bien, por eso tomó el riesgo y ahí estaba llevándola a su privacidad aún sabiendo que podría traerles consecuencias. —No volveré a tomar, nunca más —aseguró mientras ascendía por ese elevador. Solo los dos. Burhan le había pasado un brazo sobre los hombros para ayudarla a andar, aún ahora seguían en la misma posición, tan cerca que a Mabel le aturdida su presencia, él era peor que el efecto del alc
Mabel no dejaba de sentir una punzada de culpa en el interior. Habría querido salir de volada y no verlo más nunca en su vida. El nivel de vergüenza en ese momento la estaba devorando sin compasión. Pero él, tan insistente la convenció de quedarse y desayunar junto a él. Llevaba la ropa que él mismo le había conseguido, un pantalón rosa palo, y una blusa blanca de satén. No tenía idea de dónde había sacado las piezas de vestir, tampoco se pondría a ahondar mucho en eso. Comieron tostadas, había crema de maní, pero la odiaba así que decidió untarle a las suyas mermelada de cerezas, también había grosellas, de las que tomó algunas como acompañante. —Sigo avergonzado contigo, todo esto... Es que no dejo de pensar en lo que hicimos —expresó el árabe un tanto abrumado. Lo miró sobre sus pestañas, mientras tomaba un sorbo de café, la verdad es que se sentía como él, la escena estaba rodando como una película en su mente. En ese punto aún no podía creer que tuvo sexo por primera vez, encim
Le ayudó a lavar los trastes, seguían juntos. No debía seguir posponiendo la ida, ya mucho tiempo había pasado ahí a su par. Era hora de marcharse, de no darle reversa a nada o todo sería peor. Así que al terminar de ayudarle, se marchó. Pero Burhan la siguió por el pasillo y detuvo su andar al apresarle el brazo. Se quedó mirando su agarre que en en ningún momento pretendía ser rudo. Unos minutos en lo que ambos se quedaron mirando a los ojos fue suficiente para que la magia surgiera, así como el brillo simultáneo y sincero que se negaban a prestar atención. —Deja que te lleve, por favor. —expresó intentando ser cortéz, solo amable con ella. —No, Burhan, suficiente de permitir tanto de ti, muchas gracias por todo, incluso por lo que no debió de suceder, pero yo me voy sola —expresó soltándose, no se animó a seguirla, no se atrevería a insistir, ella tenía toda la razón. Se quedó en medio del pasillo observado su andar con premura, ella se metió en la caja metálica y vio su rostro
La noche ya había llegado y bajo la soledad de su habitación, se preparó para dormir. No imaginaba que su teléfono sonaría en ese momento, no creyó que fuera un número desconocido. Bufó, nada más inoportuna que una llamada de algún remitente equivocado, no estaba dentro de sus registros, así que se vio tentada a colgarle y dejar el aparato sobre la mesita de noche. En ese momento, cuando depositó el móvil en la mesilla, volvió a sonar. ¡Pero que insistente! Pensó en apagarlo porque sabía que seguiría sonando más tarde, de modo que contestó si más remedio, ya un poco agobiada. —¿Quién es? —preguntó tosca, tal vez también por el sueño que tenía como para hablar a esa hora.—No te recuerdo así de gruñona, Mabel —le dijo Burhan, en un tono divertido, la voz varonil y gruesa de ese hombre ya la había sometido irremediablemente. Se sintió más despierta que nunca y sin saber que respuesta dar. Además, ¿cómo Al-Mansour dio con su número? Suspiró hondo, ni habló, se tomó al menos un par de
Anocheció, otro día se iba. Ya no se sentía tan cansada pero el aburrimiento no se iba. Le había marcado hace rato a su amiga, Valentina, pero esta le pidió disculpas por no poder ir esa noche a casa. Andaba mal del estómago y en cama por lo fatal que se sentía. La comprendió y al colgar la llamada decidió hacer algo esa noche. Después de la cena se fue a la cama, espero a que el reloj marcara las doce, sabía que a esa hora Lili ya debía de estar dormida como una roca, así que de dejó la cama y se abrigó. Solo daría una vuelta, caminaría un rato, no importando lo desolada que podían estar las calles a esa hora tomando en cuenta la hora, de todos modos saldría. Al salir de la habitación fue lo más cuidadosa posible, avanzó con sigilo y descendió los peldaños muy cautelosa, no quería causar el más mínimo ruido. Logró salir al exterior. Miró la hora en su móvil, ya se le sumaban cinco minutos a las doce. Caminó un poco, una joven pasó por ahí velozmente, se asustó, volteó a ver y ya no