06

Cerró la ventana en la portátil y se dirigió a la puerta. Se llenó de valentía antes de abrir la puerta. Giselle, en su vestido apretado, elevados tacones, maquillaje demasiado marcado y el cabello como una fiera, estaba parada ahí, con su usual aire de dominio y poder.

—¿Qué pasa mamá?

—No has comido, ¿es que has estado comiendo en otro lado la porquería que sirven? Por eso estás tan gorda, ¿no? Comerás de forma sana conmigo, jovencita —señaló mordiente.

Herirla siempre había sido el blanco, y ella lamentablemente nunca daba fallidos. Era cierto que llegó y subió a su habitación, no tenía hambre, no había comido chatarra afuera y definitivamente no estaba gorda.

Desde que tenía uso de razón se dejaba aplastar por los rigurosos y restrictivos márgenes alimenticios que le imponía su madre, ella sí estaba escuálida, tan delgada que se le sobresalían los huesos de la clavícula y de otras partes. Ese régimen alimenticio que empezó a base de ensaladas y ejercicio, se volvió extremo al punto de llegar a la inanición, cosa a la que también intentaba meterla, pero Mabel sabía que dejar de comer era un grave error, así como también comer pequeñas porciones que no saciaban el apetito y mucho menos le otorgaba la energía que necesitaba. 

Estaba sumamente cansada de aquello.

—No he comido afuera, no lo he hecho, mamá. ¿Por qué creerías algo así?

—Mírate, pareces una ballena, si sigues así nadie, escúchame bien, nadie se va a fijar en ti —señaló seria, en el enfado absurdo por ver cosas donde no hay.

—No estoy pasada de peso, mamá.

—Es lo que tú dices —insinuó segura de ello, ya no quería verle la cara, deseaba espacio, quedarse a solas y no mirar a un ser que en vez de proporcionarle estabilidad, solo le daba inseguridades emocional.

—Lo que tú digas, mamá —expresó sin energías de seguir con una disputa que no llevaba a ningún sitio —. ¿Algo más?

—Ya he dicho que vengas a comer, también me acompañarás a mi rutina de ejercicios, ¿bien? —demandó.

—Tengo que hacer tareas —se quejó.

—No es mi problema, y yo no quiero a una obesa en la familia —rugió mordaz, tanto veneno en dosis le arrinconaba el corazón y tiraba a un foso su autoestima.

Al final terminaba por hacerla sentir como si no valía nada, y la verdad, ¿qué tenía sentido la vida si no habían propósitos? Sus palabras, como un fragelo, esa forma de decir las cosas eran lanzas, estocadas y todo lo que fuera capaz de dejar heridas en el alma, incluso tan graves que no existía la sanación.

La acompañó a su almuerzo “saludable” la comida, que consistía en una elaborada ensalada verde y más verde, eso era todo, ni siquiera una fina milanesa de pollo, eso sobre su plato no le daba apetito, para nada, y fue lo único que llevó a su estómago. Lo peor era el vaso de vidrio que retenía aquel batido asqueroso que a duras penas se tomó hasta la última gota. Mientras tanto, Giselle sonreía, un gesto de satisfacción por involucrar a su hija en su casi ritual a la hora de comer.

—Quince minutos, luego vamos al jardín, y ya quita esa cara que solo busco ayudarte, Mabel —añadió furiosa por verla hundida en su asiento, con el rostro apagado.

—Yo solo quiero mejorar en la secundaria, pero no lo lograré si me quitas el tiempo haciendo todo eso contigo —se atrevió a decirle.

—No me interesa, eres una gorda y holgazaneando vas a empeorar, ¿es que no te importa tu salud?

—Sí, por supuesto que sí —se levantó de la silla, no se dejaría tirar más flechas y siquiera no hacer el intento de esquivarlas —. Sucede que quiero estar bien, exageras mucho con todo esto, mamá.

—Oh no, señorita —negó con la cabeza y sonrió maliciosa —. No quiero que hables del tema, me vas a acompañar sí o sí.

—No puedes obligarme —escupió desafiando a la mujer, esta abrió los ojos de par en par.

—Pero, ¿qué pasa aquí? —irrumpió Lilian, la fémina que se había encargado de ejercer el papel que Giselle nunca interpretó “la de una madre”

Desde que Mabel tenía tres años de edad, la señora Lilian, en ese entonces de solo cuarenta y tres, ahora ya con sesenta y dos años seguía cuidando lo que podía de ella. Sobre todo cuando su pequeña se encontraba ante la fiera de su madre biológica que solo daño sabía hacerle.

—No te metas, Hanaford —despotricó la castaña echando humos, mirando a la envejecida Lilian con odio puro —. ¿Es que no deberías de estar limpiando?

—Así como Mabel debería de estar estudiando y no sometida por tus tontas normas alimenticias, cada vez vas peor Giselle, esto se está saliendo de control, y no eres capaz de mirarlo, porque no quieres —la encaró, sucedía a menudo.

Por alguna extraña razón, Giselle nunca se había atrevido a ponerla de patitas en la calle, aunque si hubo amenazas de ese tipo, pero todo se quedaba ahí, sin pasar a mayores. Lilian con su forma protectora se acercó a Mabel y la abrazó sobre su hombros.

—Gracias, Lili —emitió reconfortada por aquella mujer, era como un ave perdido bajo aquellas alas que le brindaban una tranquilidad mágica.

—No estoy enferma, en cambio ustedes dos sí, demasiado —se defendió hasta retirarse.

Lo peor de todo es que no aceptaba estar mal. Ella, aunque no lo aceptará, padecía de ortorexia, un trastorno psiquiátrico clasificado como obsesivo compulsivo por comer saludable. La finalidad es estar lo más sano posible, restringiendo los hábitos de comida hasta el punto de poner en peligro su vida.

El taconeo dejó de escucharse y ambas respiraron tranquilas. Al fin libre de esa presencia maligna.

—Estoy harta de ella, me dice un montón de cosas, en serio trato de no tomarle importancia, pero me duele, cada día es peor. Me hace sentir como si no valgo nada, mi propia mamá me denigra y eso es realmente horrible, Lili —susurró recorriendo a sus brazos, al llanto al mismo tiempo.

—Oh no, mi niña. Sabes que Giselle no está bien de la cabeza, lo niega, se niega a creer que necesita de ayuda, esto no está bien, preciosa. ¿Quieres que te prepare un té?

—No, gracias. Ahora debo ponerme a hacer mis tareas.

—De acuerdo, voy a estar para ti si me necesitas, no dudes en llamarme.

—Sé que contigo puedo contar. ¿Sabes que deseo a veces? Bueno, la mayor parte del tiempo —admitió bajito, con la voz en un hilo quebradizo.

—¿Qué es lo que tanto deseas, Mabel? —la animó a seguir, mientras tomaba su rostro, cariñosamente.

—Estar lejos de todos, de ti no, por supuesto, pero sí de mamá, de Nolan y de su hijo. Si tan solo tuviera a dónde ir, porque aquí no soy feliz y temo que nunca lo seré —confesó con una marea de emociones en el pecho, tan fuerte la oleada que le impedía respirar con normalidad.

—Oh, cuanto lo siento. Odio que no seas feliz, que vivas esto, pero quiero pensar que todo esto va a cambiar y que tarde o temprano Giselle va a ser esa mamá que debió ser al principio.

—¿Por qué depositas la esperanza en una persona que no dará nunca su brazo a torcer? Ella es así, y lo seguirá siendo, no tengo fe en que cambie, porque soy realista. Ya solo quiero acabar mis estudios, conseguir un empleo y lo antes posible encontrar mi propio lugar —soltó franca.

Lilian la miró con tristeza, nadie se merecía ser tratada como ella, y sinceramente solo quería ver otro panorama, no más invierno, no más frío desapacible, ya era hora de que viniera el verano y quitara del frío corazón de Giselle, esa capa de hielo que situaciones  y cosas inexplicables, habían forjado en su órgano vital.

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