02

En el momento en que sus ojos se encontraron con los suyos, algo extraño entró en su torrente sanguíneo bombarding más sangre de lo habitual, tenía el corazón a mil por hora y el molesto temblor en sus piernas.

Estupefacción e incredulidad la abordaron de inmediato, Mabel se habría imaginado a un viejo con calvicie, o algún escuálido como Raymond, todo menos un espécimen de hombre sacado de Hollywood o de una famosa pasarela de moda.

Tragó duro.

Ya no sabía qué era peor, tener a alguien tan apuesto al frente o a un gruñón profesor.

—Señorita Mabel, ¿podría justificar su retraso? —cuestionó educado, sin embargo la pregunta también envolvía cierta molestia, no dejaba de atravesarla con su fija mirada, era tan obvio el enfado porque ella había interrumpido con su explicación.

Mabel no supo qué decir de inmediato. Ni siquiera notaba que estaba quedando como tonta ante sus compañeros. Su cabeza estaba volando, además de que seguía repitiendo la forma en que pronunció su nombre, tan sensual, o definitivamente estaba loca.

Batió la cabeza.

—¿Piensa quedarse el resto de la clase ahí? —otra vez inquiría ese hombre, claramente impaciente.

—Buenos días, siento llegar tarde —emitió al reaccionar, dándose de bruces con la mala mirada de la insoportable de Palacios y sus aliadas, la risa mal disimulada de los burlones y la lástima de los cerebritos.

Se sentó en su antiguo pupitre, a sus costados los nerds, detrás de la silenciosa Hope y delante de Rick el Don Juan de la clase, por ende un completo imbécil. Empezaba a sacar su libreta cuando sintió la sombra que se le cernía y elevó la cabeza captando el rostro de aquel sujeto, ojos verdes, nariz aguileña y una barba incipiente que quiso rozar con sus dedos, ¿en serio era su profesor? Mirándolo bien, un ser así de perfecto debía ser pecado. Tenía un abundante cabello oscuro como el ébano que llevaba en corte “Comb Over”. Y como si fuera poco en tan solo segundos de su cercanía abrumadora adivinó y respiró el delicioso perfume que emanaba: bergamota, notas verdes, había cedro y ámbar de fondo…

—Quiero que se quede una vez termine la clase… —demandó al tiempo que hacía una pausa y miraba su costoso reloj en su brazo izquierdo —. En quince minutos, ¿de acuerdo?

Tratando de no verse impactada por la belleza de aquel hombre, asintió de manera seria, nublada por dentro en realidad. Al-Mansour volvió a erguirse y regresar a su lugar en un caminar tan exquisito que Mabel aprovechó de mirar su retaguardia, vaya que tenía un trasero…

—¿De nuevo se te han quedado pegada las sábanas? —le habló a su espalda, sin voltearse a mirar puso los ojos en blanco. Además de patán, Rick era un idiota —. Vaya manera de empezar, y ya te has ganado una reprimenda.

Ni siquiera Price la había castigado por llegar tarde, lo cual ocurrió más de una vez, no lo haría un profesor con cara y cuerpo de modelo recién llegado.

—Cállate —gruñó entre dientes.

—Señorita Romanov, seguimos en clase, guarde silencio.

No podía creerlo, un llamado de atención por culpa de Warmann, le daban ganas de matarlo. En vez de eso tomó una bocanada de aire y tuvo la decencia de asumir la culpa y empezar a tomar notas lo que quedó de la clase. Al acabar, tal como se lo había pedido, no se molestó en darse prisa por salir e ir a la cafetería. Moría de hambre, pero tendría que quedarse a escuchar al señor… ni siquiera sabía su nombre. Y debía saberlo, porque siempre notifican, esta vez no le prestó atención a la información que se pasaba por el grupo de W******p de la secundaria.

Una vez estuvo vacía el aula, quedaron ellos dos. Por la cabeza de Mabel pasó la chistosa idea de que la regañaría por usar algo de tan mal gusto como esa ropa anticuada y aburrida. Aterrizó de nuevo al verse interceptada con el tono de su voz. La autoridad envolvía esa gravedad masculina.

Se sintió empujada a decir las primeras palabras.

—Lo siento, no hay una excusa para justificar mi llegada tarde —susurró con la cabeza gacha.

—Mabel, mírame cuando digas algo, más aún si quieres que tome tus palabras como una disculpa —le expresó, Burhan la estudiaba, mirándola bien ese simple gesto cabizbajo era muestra de debilidad.

Burhan tuvo la sensación de que la muchacha le traería problemas, y más allá de embrollos una admisión que habitaría en el silencio, encapsulado. Cuando Romanov elevó la mirada, esos grandes ojos le llenaron la visión de un aturdimiento complicado, la mirada sostenía largas pestañas con un rizo natural. El toque sobre sus mejillas hacía contraste con su piel tan blanca como un panorama invernal.

De por sí su aspecto era distinto, la ropa que tenía de inmediato se ganó su desaprobación, pero no era su asunto.

—Sí, lo siento, profe…

— Al-Mansour, Burhan Al-Mansour —se presentó y para su sorpresa le tendió la mano a la espera de una correspondencia de su parte.

Mabel dio un parpadeo rápido. Su nombre era sin dudas árabe, al saberlo así ya entendía esos cincelados rasgos. Pero eso no hacía menos la atracción a primera vista que despertaba Burhan, aceleró el deseo y volvió a provocarle una oleada de calor, que si fuera un cubo de hielo ya hubiera dejado la solidificación para volverse a un estado líquido.

—Un placer, profesor Burhan —había dicho recibiendo una ligera sacudida de manos que ocurrió con una descarga eléctrica. Al retirar los dedos seguía sintiendo el hormigueo desde el pulgar hasta el meñique, y ese chispeo se desplazó a través de su dorsal en una carrera fugaz pero lo suficiente para dejarla con un incendio forestal dentro de sí. La señorita Romanov supo desde ese momento que su último año se volvería un reto —. Supongo que me va a regañar por lo de hace rato, ¿no es así?

—No, solo quiero aconsejarle que se esfuerce por ser puntual. No habrá un castigo de mi parte, pero no dudaré en hacerlo si sucede otra vez, así que tómelo como una advertencia, Mabel.

—De acuerdo, profesor Al-Mansour. ¿Ya puedo retirarme? —quiso saber, deseaba salir con prisa de ahí, lejos de esa forma profunda y potente en como sus ojos verdes miraban.

—No.

Abrió los ojos de par en par, ¿por qué no podía irse?

—¿Por qué? —se quejó, aunque no quiso sonar así, para evitar otro disgusto.

—Por supuesto que puede irse, señorita Romanov —aclaró deslizando una sonrisa encantadora y digna de un comercial de televisión, ese ser quería provocarle un infarto, tal vez exageraba, pero el ardor en su rostro no era un invento, el calor se había acumulado en sus mejillas. Lo poco que duró su sonrisa bastó para dejarle una dinamita adentro.

Lo más pronto salió de su vista, ya quedaba menos de diez minutos antes de entrar a la siguiente clase. ¡Qué mañana de locos! Sin duda, los minutos más largos de su vida en la clase de física.

Andaba normal hasta que un cuerpo chocó con ella, el contenido en el vaso que llevaba el otro se volcó en este. La cara de pocos amigos de su compañero apareció en su campo de visión, reflejando ira. Pero eso le pasaba por andar en otro planeta.

—Mira por dónde andas, rarita —escupió enfadado Sevil.

—¿Qué? —lo miró molesta —. Tú eres el distraído, Boseman, no es mi problema que tengas el sentido de la vista atrofiado.

—¡Agh! Vete a la m****a, Romanov —rugió con su habitual contesta grosera, antes de irse mirando su camisa llena de jugo.

—¿Esa es la manera de hablarle a una dama? —cuestionó alguien saliendo del salón.

Mabel se volteó y captó a su nuevo profesor, estaba regañando a Sevil. Sintió que al fin se hacía justicia, porque nunca un docente la había salvado de algún compañero. Se aguantó las ganas de reír, Boseman no se atrevía a ver a Al-Mansour a los ojos.

—No he dicho nada —lo escuchó decir, haciéndose el inocente.

—Lo tendré vigilado, no voy a tolerar esta falta de respeto sea en mi clase o no, ¿de acuerdo? —expresó mirando a la joven que mantenía la distancia, pero al tanto de todo.

—Como usted diga —bufó el otro y se marchó.

Tal vez Mabel debió acercarse y agradecerle por aquel acto, sin embargo, ya no tenía mucho tiempo, todavía no comía y se dio la media vuelta avanzando de volada con dirección a la cafetería. Se sintió en una huida, la verdad es que si actuó como una fugitiva de aquel hombre. Comió en una mesa libre, apartada del resto. Todo el tiempo que tenía en Bradford, no se interesó en socializar, tampoco nadie tomó la iniciativa de hacerlo primero. De modo que se acostumbró a la soledad, a ser ignorada en una sociedad en la que se arraigaba el paradigma de la división, los inteligentes por allá, los populares en otro lado, hasta llegar a los que preferían andar solos. Y aunque ella nunca eligió estar así, no sabía cómo cambiarlo, pero no se esforzaba en hacerlo.

—¿Siempre la ha tratado de esa manera?

Casi se atraganta con la comida, y de pronto Al-Mansour estaba junto a ella en la mesa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo