El fin de semana fue una verdadera escapada de la rutina para Daniela y los niños. Javier planeó un pícnic y Melissa se unió a ellos para el compartir. Decidieron disfrutarlo al máximo, alejándose de cualquier preocupación, solo hasta que llegó la hora de la comida.—Tenemos una actividad el jueves.—Pero no es para mamás… —Completó Adriano y Daniela miró a Melissa disimulando que aún no sabía nada.—¿De qué se trata? —le pasó un sándwich a su hijo y otro a Javier.—Es solo para padres. O sea, hombres —Mateo acentuó la palabra y Daniela sacudió sus manos llenas de pan, sin mirarlo a los ojos.—¿Ese día tendré que dejarlos con Melissa? —y se giró a la chica—. ¿Crees que puedes hacer un espacio en la mañana?—Creo que puedo, déjame comprobar mañana.—Gracias.—Pero no queremos quedarnos en casa, mamá. Todos los niños harán ese compartir con su padre.Daniela pasó un trago, y luego sirvió los jugos.—Míranos —el mandato de Adriano la estremeció, y ella tuvo que parpadear, mientras el mom
—¿Dónde está tu mochila?—La dejé aquí ayer…—¡Mateo, búscala, se nos hace tarde! —Daniela dejó a Mateo y luego colgó la mochila de Adriano, a la vez que miraba el reloj.Era demasiado tarde, y estaba desesperada.Entonces, fue a encender el auto, y cuando regresó, Mateo apenas se ponía sus tenis.—¡Dios, llegaré más tarde que siempre!—Mamá, creo que Adriano no se siente muy bien.Y Daniela achicó la mirada.—Adriano, no hoy… siempre lo haces.Adriano alzó los hombros, a veces parecía de menor ánimo cuando tenía mucho sueño y no quería ir a la escuela, así que Daniela lo conocía bastante bien cuando jugaba de esa forma.Casi a la fuerza los metió al auto y comenzó a hablarles mientras iba en camino hacia el colegio.—Por favor, por favor, no quiero quejas. Ayer tuve una nota de la maestra, Adriano, empujaste a un niño.Adriano iba enfurruñado.—Él me empujó primero, es un tonto.—¿Qué? —Daniela se estacionó y se dio la vuelta—. Llamar tonto a alguien no es correcto, niño.—Yo he dich
El aire en la sala de juntas se volvió denso, casi irrespirable. Daniela sintió que el tiempo se ralentizaba mientras los ojos de Víctor Vanderbilt se clavaban en los suyos, y luego, bajaron arrastrándose por todo su cuerpo como si la desnudara.Ella apretó los dedos contra las carpetas que llevaba, intentando sostenerse a sí misma, pero la avalancha de emociones la desarmaba por dentro.En su expresión podía ver que él estaba algo sorprendido por todos sus cambios físicos, porque ya no era una niña, ahora era una mujer entera.—Daniela, por favor, toma asiento —ordenó su jefe con tono firme, ajeno a la tormenta interna que la sacudía.Ella parpadeó de forma lenta, y asintió con rigidez, sin apartar la vista de Víctor. Caminó hacia la mesa con la seguridad fingida de quien sabe que no puede flaquear. Sus piernas temblaban, pero se obligó a sostener la compostura. Se sentó en la única silla disponible, que por desgracia estaba justo frente a él.—Bien —continuó el jefe—. Disculpe, Vand
Daniela sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones por un instante. Los años habían pasado desde la última vez que lo vio, se veía más maduro, sus facciones eran más varoniles, y ella podía notarlo más corpulento.Si ella había cambiado, él también lo había hecho, pero en ese preciso momento, parecía que el tiempo se había doblado sobre sí mismo, trayéndolo de vuelta de la forma más inesperada.Rápidamente, ella le soltó la mano. Tal vez Víctor estaba pensando que venía a jugar con ella, pero no se lo iba a permitir.Entonces, ante su reacción, Víctor sonrió con una calma devastadora, esa misma que siempre la había puesto en alerta.—Daniela —su voz era un eco de tiempos pasados, de emociones enterradas—. Has cambiado mucho… pero aún tienes estos ojos… —Se atrevió a tocarle la mandíbula y ella manoteó su mano inmediatamente.—No me toques. Estoy aquí meramente por cuestiones de trabajo. Y si piensas que vas a intimidarme porque eres el nuevo jefe, y que voy a salir corriendo, estás m
Daniela sintió su cuerpo tensarse cuando Víctor acortó la distancia entre ellos. Su mirada oscura la despojaba de cualquier barrera que intentara levantar. Así que respiró hondo, obligándose a mantener la compostura.—No tengo nada que demostrarte —dijo con frialdad, cruzándose de brazos.Víctor ladeó la cabeza, observándola como si pudiera desentrañar sus pensamientos más profundos. Sus labios se curvaron en una sonrisa ligera, pero sus ojos reflejaban una tormenta contenida.—Claro que sí, Daniela. Me debes más de lo que crees —Su tono era un susurro rasposo, cargado de significado.Ella sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No podía permitirse caer en su juego. No otra vez. Lo miró con dureza, intentando ignorar la intensidad que desprendía.—Si te refieres al trabajo, podemos comenzar, estoy lista, pero si es algo del pasado, no pierdas tu tiempo —le espetó.Víctor dejó escapar una breve carcajada, inclinando la cabeza hacia atrás.—Ah, pero el pasado nunca se queda enterrad
Daniela se quedó quieta, por primera vez en mucho tiempo, no tenía nada en su cabeza, y se había quedado sin palabras.La boca de Víctor estaba muy cerca, su respiración se entremezclaba con la de él, y el aire entre ellos se volvía sofocante.—No… no tienes derecho a exigirme nada —murmuró, con la voz temblorosa, pero con el intento de mantenerse firme.Víctor inclinó la cabeza, observándola con una intensidad que la desarmaba por completo.—No necesito derechos. Solo necesito saber la verdad.Sus manos se cerraron en puños a los costados, ella se negaba a darle más poder sobre ella. Había pasado demasiado tiempo reconstruyendo su vida, demasiado esfuerzo en mantenerse alejada de él y del dolor que traía consigo.—No tengo nada que decirte —respondió al final, él no la podía obligar a nada—. Mi vida no es de tu incumbencia, y no te atrevas a meterte con mi familia.Los ojos de Víctor se oscurecieron aún más, como una tormenta a punto de desatarse. Pero en lugar de presionarla más, re
Daniela conducía con las manos firmes sobre el volante, pero su mente era un torbellino de pensamientos incontrolables. Cada palabra de Víctor retumbaba en su cabeza como una sentencia inevitable."Javier aclarará mis dudas si las tengo".¿Cuánto tardaría en conectar las piezas?¿Cuánto faltaba para que llegara a la verdad que tanto temía?No podía permitirse el lujo de caer en el pánico, no ahora. Respiró hondo, tratando de mantener la calma.Lo primero era llegar a casa y asegurarse de que Adriano estuviera bien. Lo segundo, pensar en algo.Cuando estacionó frente a su casa, se quedó unos segundos dentro del auto. Su reflejo en el retrovisor mostraba su rostro tenso, con la piel pálida y los ojos enrojecidos por la tensión. Se obligó a componer una expresión neutral antes de salir, por sus hijos.Melissa la recibió en la puerta con una sonrisa cálida, pero notó de inmediato la preocupación en su mirada.—¿Cómo te fue? —preguntó mientras la ayudaba a colgar su abrigo.Daniela suspiró
Daniela sintió cómo la tensión en la sala aumentaba con cada segundo que pasaba. Víctor estaba ahí, en su casa, irrumpiendo en su vida con una facilidad que la aterrorizaba. Se obligó a mantener la compostura, a no mostrar el miedo que le recorría el cuerpo como un escalofrío.Y Melissa fue quien rompió el hielo.—¿De verdad quiere caldo de pollo? —Víctor torció su boca en una sonrisa.—Claro.Daniela negó hacia Melissa y ella alzó los hombros.—No entiendo por qué está aquí, señor.—Víctor —esta vez profundizó la palabra con seriedad—. Y nada del otro mundo, le pregunté un poco a Javier. Estábamos cansados del trabajo, y le pregunté si podíamos venir, ya que él… es tan amigo tuyo…Daniela miró a Javier, pero él tenía una mirada seca.—Calentaré el caldo… —Melissa salió a la cocina, y Javier se levantó.—Te ayudo.En un momento estuvieron solos y ella negó rápido.—¿Qué haces aquí? —preguntó finalmente, cruzándose de brazos.Él sonrió lentamente y de forma calculada.—Quería un poco m