CAPÍTULO 26

El aire en la sala de juntas se volvió denso, casi irrespirable. Daniela sintió que el tiempo se ralentizaba mientras los ojos de Víctor Vanderbilt se clavaban en los suyos, y luego, bajaron arrastrándose por todo su cuerpo como si la desnudara.

Ella apretó los dedos contra las carpetas que llevaba, intentando sostenerse a sí misma, pero la avalancha de emociones la desarmaba por dentro.

En su expresión podía ver que él estaba algo sorprendido por todos sus cambios físicos, porque ya no era una niña, ahora era una mujer entera.

—Daniela, por favor, toma asiento —ordenó su jefe con tono firme, ajeno a la tormenta interna que la sacudía.

Ella parpadeó de forma lenta, y asintió con rigidez, sin apartar la vista de Víctor. Caminó hacia la mesa con la seguridad fingida de quien sabe que no puede flaquear. Sus piernas temblaban, pero se obligó a sostener la compostura. Se sentó en la única silla disponible, que por desgracia estaba justo frente a él.

—Bien —continuó el jefe—. Disculpe, Vand
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